Despierta

Para ser la estación predilecta de los poetas, para haber sido cantada, ansiada y representada por artistas durante siglos, resulta curioso constatar que no existe acuerdo sobre qué diosa representa la primavera. Casi todas las mitologías le asignan una mujer, muchas veces joven y hermosa, encargada de devolver la vida a la tierra, pero sus atribuciones varían. 

El mito más conocido es el de Deméter y Perséfone, madre e hija. Démeter, la diosa de la agricultura y la que trae las estaciones, va por libre en la mitología griega, quizás por suponer un eco de una diosa anterior y más abstracta que sus hermanos del Olimpo, o por confundirse con una madre primigenia, como su madre, Rea, y su abuela, Gea. El caso es que su hija, Perséfone, fue raptada por el dios de los Infiernos, Hades. El rapto de doncellas no nos suena a nuevo en la mitología, pero no con la hija de una diosa. Para empeorar el tema, Hades era hermano de Deméter. La madre, desesperada, buscó a su hija por toda la tierra, y descuidó sus labores con la naturaleza. Todo marchitó y murió, mientras Hades se negaba a devolver a la jovencita. Cruce de acusaciones, malas palabras, la crisis entre dioses se agravaba a cada día. Finalmente, se llegó a un pacto; Perséfone pasaría la mitad del año bajo tierra, con su esposo, y la otra mitad en la superficie, junto a su madre. 

De manera que Perséfono, sin ser exactamente la diosa de la primavera, la trae con ella cada vez que abandona su reino. En realidad, como huella de su estancia en los infiernos, se convierte en una diosa bastante oscura y misteriosa, que preside, mano a mano con su madre, los ritos eleusinos. Sus nombres equivalentes en la mitología romana son Ceres y Proserpina

Quizás entonces sea más adecuada como diosa primaveral… 

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Cloris, la diosa de los jardines y de las flores. Y, por asociación, se le ha asignado también la primavera. Casada con el viento más amable, el Céfiro, Cloris nunca envejecía: En Roma, aunque perdió gran parte de su importancia, se le llamaba Flora, y se le dedicaban las fiestas Floriales, a finales de abril, que tenían fama de ser bastante divertidas y muy excesivas. 

Pero cuidado, porque en mayo… 

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… los honores se rendían a la diosa Maya, las mayor de las siete estrellas Pléyades. Maya, que tuvo sus más y sus menos con Zeus (tampoco es algo que nos extrañe) fue la madre de Hermes, y tanto en Grecia como en Roma, (Maia), las festividades del mes de mayo y de la primavera se le dedicaban a esta diosa muy bella y muy tímida. Pero, cuidado… 

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…porque gran parte de las celebraciones primaverales se llevaban a cabo bajo los árboles florecidos, prunos, almendros, manzanos o cerezos, y eso era jurisdicción de Carpo, la diosa de los frutos (hermana de Cloris), que sería llamada Pomona en roma. Aunque sus celebraciones se reservaban para el otoño, era la responsable de que las flores de los árboles dieran jugosos frutos meses más tarde. Pomona era una loca de la botánica que no mostraba demasiado interés en nada, salvo en su trabajo, y que desesperaba a los dioses masculinos, que la cortejaban sin gran éxito. Un poco más al norte… 

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EspidoWildPony4Ostara, o Eostre, regía sobre la primavera entre los germánicos. Pero también se encargaba de la aurora, y del advenimiento de la luz (de su nombre se deriva Easter, periodo de Pascua en inglés). La misión de todas esas diosas, en realidad, es la de ser las que traen algo nuevo, las que despiertan, las que obligan a la tierra, quiera o no, a crecer y a transformarse, a menudo a través de un sacrificio. Otro día hablaremos de Balder, el dios nórdico del Sol del Verano, que debe morir para que el ciclo de la luz y la vida continúe. Y si queréis saber más… 

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… el 26 de mayo organizo un Madrid Mitólogico con B the Travel Brand y Viajes El  País. Un recorrido por Madrid, para descubrir sus secretos con Dioses y mitos en fachadas, estatuas y jardines. Tienes toda la información aquí

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Pese a lo que yo misma creía al llegar a Madrid hace años, en la ciudad es posible encontrar un espacio verde y vivo. Si me sorprendió por la aridez y la invisibilidad de su primavera, comparada con la del norte de donde yo procedía, ahora me es fácil apreciar sus jardines. Estas fotos fueron tomadas en El Retiro por Nika Jiménez a principios de marzo. El mono de satén, con estampado de peonías es de Wild Pony. Se conoce como una de las marcas preferidas para eventos e invitadas, pero casi todas sus prendas permiten una versatilidad que las hace perfectas para el día. 

Para rebajar el impacto de las flores, tan protagonistas en el look, lo combiné con un abrigo liso, de un fucsia intenso, perfecto para entretiempo; cuando lo vi en Mango me encapriché de él. Hay varios abrigos fucsias esta temporada, pero el que yo llevo, el de color más saturado, es éste. Para romper con el toque más romántico, unas botas de estampado de pitón, también de Mango, mucho más cómodas que los salones para un paseo largo en los jardines. 

Los pendientes de nácar y plata fueron un regalo del I.E.S. Beatriz de Suabia de Sevilla, que son siempre amabilísimos conmigo. 

Puro Teatro

Antes de que se convirtieran en lo que ahora son, los Carnavales exponían en público lo que durante el resto del año quedaba para ojo privado: hombres vestidos de mujeres, pobres vestidos de ricos, ricos que salían a las calles para mezclarse con el populacho que evitaban a diario. Era un teatro público de improvisación constante, y unos días que servían para que, atracados de comida y bebida, de desorden y fiesta, se soportaran los yugos impuestos por un poco más de tiempo. Cumplieron esa función de manera eficiente durante años, y, en cierta medida, lo siguen haciendo. 

Comenzaba después la Cuaresma, y eso significaba que todo otro desahogo pasaba a la zona oscura de la sociedad. Los excesos ocurrían en los cabarets de cortinas de terciopelo, en las horas de la noche, bajo secretos, con claves de entrada y en el borde mismo de la delincuencia. Una vida miserable, muchas veces, pero tanto más idealizada cuanto más estricta y más puritana fuera la sociedad que la rodeaba. Más denigrada, también. 

De la misma manera en que cada Carnaval contaba con su manera de divertirse (el erotismo, la sátira, el ocultamiento de identidad, la realidad esterizada) también cada país contaba con una manera diferente de dar salida a sus carencias: a veces los cabarets eran lugares para reírse de la diferencia de sexos, y otra, para parodiar a los poderosos. En otros sitios se bebía, sobre todo, en algunos las mujeres no podían entrar y en otros suponían la atracción principal. El teatro, con su telón y sus papeles, ha cumplido con todo lo que de él se esperaba. Crítica y reflexión, tragedia y comedia, y un constante convertirse en otro. En otra. En otros. 

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El vestido de Anonyme Designers es el Serena Long Dress, que pronto repondrán. De momento, tenéis este otro modelo muy similar, pero corto. Los zapatos son de Paco Gil. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el piso superior de la Sala Equis.

Intimidad

Cuando estaba escribiendo Llamadme Alejandra, la novela con la que gané el Premio Azorín 2017, encontré que la documentación pública sobre ellos era muy extensa, pero la privada no se quedaba atrás. Cartas, diarios y declaraciones de los supervivientes me permitían acceder a las ideas y la mentalidad de esta familia muy observada y poco entendida. Y una clave de toda la novela pasaba por comprender la preocupación de la zarina por que nadie vulnerara su intimidad.

Quien haya visitado los fastuosos palacios de San Petersburgo sabrá que las dimensiones y el protocolo estaban pensados para empequeñecer al individuo y ensalzar a los zares. Pero Alejandra, tímida hasta lo patológico, rehuía la compañía incluso en sus alojamientos privados. Todos los que no fueran su marido, sus hijos y unos amigos contados (a menudo no muy bien escogidos) le sobraban. 

Esa reivindicación de la privacidad resulta poco entendida en según qué círculos incluso ahora: la familia extensa y la sociedad protegen, pero también anulan la individualidad. Preservan de la soledad y sirven como un eje social, pero también controlan y censuran toda desviación de sus propias normas. Quien haya querido imponer su voluntad en una nueva familia y se haya encontrado con un silencio gélido o el vacío entenderá lo extraña que resultaba la necesidad de intimidad de la zarina a finales del siglo XIX. La corte esperaba de ella que se mostrara, que repartiera regalos y privilegios, que se exhibiera en su esplendor y, si podía, que diera algún escándalo. 

Mientras tanto Alejandra prefería mantenerse alejada, vestir de manera sencilla (fue criticada por sus gustos un poco burgueses) y entregarse a una cierta tristeza que le era natural por carácter. Con los años, sería criticada por entrometerse en el gobierno, por su amistad con Rasputín y prácticamente por cualquier movimiento. Desconocían el dolor y la angustia por la enfermedad de su hijo, su creciente neurosis y miedo al futuro y toda esa parte íntima que les hubiera permitido comprenderla o al menos entender un poco mejor su comportamiento. 

Quien haya tenido la experiencia de vestirse de novia podrá entender, al menos por un día, otro punto importante de las mujeres de esta época: la falta de movilidad (pese a que Alejandra no era amiga del corsé), la necesidad de al menos dos personas para vestirse, para peinarse, la presencia constante de extraños en sus espacios más privados. La obligación de mostrarse siempre impecable, de dar una lección moral y de estatus. La dificultad para cuestiones que damos por sentadas en la actualidad, como ir al baño, correr o subir unas escaleras. 

La belleza de esas prendas nos reconcilia con esas limitaciones: pero lo cierto es que Alejandra mostraba muy poco interés por la moda o la ropa. Era muy hermosa, alta, y un maniquí perfecto, pero fue su hermana Elizabeth la que destacó por su elegancia. Mucho más espiritual e insatisfecha, Alejandra de Rusia, Alix de Hesse, decía de corazón que hubiera cambiado de buena gana el lujo y el esplendor que le rodeaba por una vida familiar, sencilla y anónima. 

Y después de un día envuelta en tules, en joyas y en exquisitas estancias, es un poco más sencillo comprenderla. 

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En esta sesión, los créditos son algo más largos de lo habitual: las fotografías son de Aleksandra Kawalec, y el vestido de Laura Escribano Atelier. En este caso es el vestido Charlotte, con encajes antiguos en 3D y rebrodé montados sobre tul de algodón. Conocí la labor de Laura por pura casualidad, en su instagram, y me encantó su sentido de la belleza y la manera originalísima en la que empleaba tejidos antiguos, algunos de ellos de más de cien años, para vestir a sus muy especiales novias. Las joyas son de la siempre exquisita Verdeagua Style. El calzado es el modelo Makika, de Clara Rosón, maquillaje de Cristina Lobato, y peluquería de Goya Asenjo. finalmente, el making off es de Artesanos al detalle

Las cosas que importan

Estos días, por circunstancias personales, pienso muy a menudo en el paso del tiempo, en la memoria, en lo que queda de nosotros cuando ya no estamos. En los legados invisibles, en lo que hemos heredado, en lo que se va o permanece cuando la gente querida desaparece, se ausenta o muere. 

Hay un poema de Edith Nesbit que lo refleja muy bien. Edith Nesbit fue una autora inglesa, conocida sobre todo por sus obras infantiles, aunque cultivó diversos géneros, y ha sido citada como fuente de inspiración por otros escritores como C.S.Lewis o J.K. Rowling. Vivió entre 1858 y 1924, y además de por una tortuosa historia sentimental con su marido, su vida estuvo presidida por la pertenencia a la Sociedad Fabiana. Esta Sociedad pretendía una reforma progresiva de la ciudad según los principios socialistas, con la extensión del derecho a voto o la sanidad y la educación gratuita. Otros escritores, como G.B.Shaw o H.G.Wells, también fueron fabianos. 

Leí estos versos por primera vez en un libro de inglés, cuando era una adolescente, y el poema me impresionó tanto que lo copié y lo traduje a mi manera. No sé qué era: la resignación, la sencillez, el invencible coraje de la narradora… sea como sea, os lo dejo. Podéis leer el original aquí

Las cosas que importan.

Ahora que mis días casi han acabado

y estoy demasiado agarrotada como para barrer o coser 

me siento y pienso y me asombro

de todas las cosas que sé,

cosas con las que me he topado poco a poco.

Y cuando regrese al barro del que provengo

todas las cosas que sé y cómo se hacen

se perderán y olvidarán.

Hay cosas, ya lo sé, que no,

cosas sobre las que los escritores escriben y hablan:

la forma de proteger las raíces de la escarcha,

y cómo sacar las manchas de tinta.

Qué medicina es buena para las úlceras y los esguinces,

cómo salar la mantequilla,

qué ensalmos curan los diferentes dolores

y qué devolverá el color a tu vestido deslucido.

Pero hay cosas más importantes

que no pueden escribirse en un libro.

Por cuánto tiempo hervir los guisantes y las verduras

y qué pinta debe tener el buen bacon.

el tacto de una prenda buena,

la clase de manzana que puede conservarse,

el aspecto del pan que ya ha subido,

y cómo dormir a un niño.

Si la mermelada está a punto para embotellar,

si va a agriarse la leche,

si una gallina va a poner un huevo,

son cosas que algunos  nunca aprenderán.

Yo conozco el tiempo por la pinta del cielo,

sé qué hierbas crecen en qué camino,

y si los enfermos van a morir

o saldrán de esta.

Las jóvenes casadas van y vienen, serias, 

con secretos que rabian por contar.

Yo sé de cuánto tiempo están

y si tendrán niño o  niña.

Si un mozo es difícil de llevar

o una muchachita complicada;

sé cuándo  hablarles con cariño

o cuando necesitan una bronca.

Yo sé dónde anidan los pájaros 

y cómo son las manchas de la trucha y la liebre.

Y quizás Dios quiera que olvide

cómo colocar un sedal o un cepo,

pero no podré olvidar cómo atar un pollo

o freír un pez, o lardar un filete,

o, cuando alguien enferma,

qué clase de hierba le sentará mejor.

¡Olvidar parece un desperdicio tan tonto!

Yo sé tantas cosas insignificantes…

y ahora los ángeles se apresurarán

a barrerlo todo con sus alas.

Oh, Dios mío, tú que hiciste que me gustara tanto saber,

Tú que mantuviste todo eso en mi cabeza,

por favor, Señor, si esa es tu voluntad,

déjame saber algo aún cuando esté muerta.

Edith Nesbit. 

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Déjame, al menos, recordar algo.

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El maravilloso abrigo estampado es de  TopLove. Con su corte de volúmenes generosos y su manga corta, puede llevarse como pieza única, o sobre el vestido de color magenta de la misma firma, muy sencillo, pero de tejido noble y manga abullonada. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid.

Sin prisa

Quería hoy hablaros de los temas en los que pienso durante los últimas semanas: el ritmo y la prisa, sobre todo. Paradójicamente, estos días es la prisa la que me puede, y me limitaré a algunos apuntes: cómo un paso de cebra es la metáfora diaria y cotidiana de que debemos mirar antes de cualquier decisión sea tomada. Cómo los muros de ladrillo solo nos protegen hasta que nos atrapan, y es entonces cuando conviene atravesarlos, derruirlos o derribarlos. 

Quería hoy hablar de cómo para engañar al invierno basta vestirse un poco de verano, y cómo el amarillo, con su cuchillo de claridad, lo ilumina todo. De esa frase tan veraz de Leonard Cohen que indica: Hay una grieta en todo: así es como entra la luz

Quería hablar de la belleza de la geometría (las rayas, los cuadros, las líneas apiladas, los triángulos) y de cómo calma ese orden en un mundo caótico. Quería tratar muchas cosas, hoy, pero será otro día; un libro espera, con su exigente aliento sobre la nuca. Otro día vendrá, otros momentos para hablar y leer. Sin prisa. 

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Las prendas de ropa que llevo hoy son de Mango, tanto la falda azul de estampado sedoso, como el top negro de terciopelo y encaje y la americana. Los pendientes y el colgante geométrico de plata y cristal son de la talentosa joyera Vickowski, Los salones con estampado de limones son de Paco Gil. El bolso es vintage, Las fotos las tomó Nika Jiménez en Madrid.

Premios Mujer Hoy

La fiesta estelar de esta semana, con permiso de la Gala de los Goya fue la de Mujer Hoy.  La revista cumple veinte años, y los premios que entrega a un puñado de mujeres relevantes, y a un hombre que destaque por el apoyo a la paridad han llegado ya a su décima edición. En la actualidad, Lady Macbeth, mi gatita la pequeña, y yo, escribimos en la revista de papel, en la sección Si yo hubiera estado allí, pero a lo largo de todo este tiempo han sido muchas las ocasiones en las que he colaborado en ella y la siento muy propia. 

Este año el premiado era Ignacio Mariscal, de Reale Seguros. Las homenajeadas fueron Noemí Galera, productora de televisión; Inma Cuesta, actriz; Almudena Alberca, enóloga; y mi querida Mabel Lozano, directora de cine. Mabel fue profesora en el curso de verano de la UPV que dirigí en San Sebastián el pasado verano, donde hablábamos de la figura de la mujer en la ficción, y su pasión y su coraje resultan contagiosos. 

Mabel defiende que un mundo en equidad es posible, y ella utiliza el cine para aportar lo que cree conveniente. En su corto El proxeneta, paso corto, mala leche, fija la mirada en algo que nadie desea ver: la explotación de las mujeres víctimas de trata, un tema que le obsesiona, y del que me habló hace ya más de quince años, cuando nadie se atrevía a cuestionar la prostitución ni la violencia hacia las mujeres prostituidas. La desigualdad, afirma, genera violencia. El techo de cristal debe ser hecho pedazos. Y por mucho que le duela, se considera incapaz de abordar temas que no le generen esa indignación frente a la injusticia. 

Otras frases que deberían quedar en nuestra memoria las pronunciaron Almudena (Nunca se acaba de aprender. Hay que continuar aprendiendo), Noemí, (La televisión la hacemos las mujeres, pero las cadenas las dirigen los hombres), e Inma (Es difícil ser consecuente con lo que crees, haces y dices. La clave para todo es la honestidad). Todas destacaron el peso que había tenido en sus vidas la influencia de otras mujeres. Y, por supuesto, Charo Carrera, la directora de Mujer Hoy, habló de la importancia del trabajo en equipo,  y la ministra de Educación, Isabel Celáa, insistió en la  pasión con la que las mujeres trabajan, y la necesidad de darles visibilidad.

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El Casino de Madrid olía a eucalipto y a flores, y la decoración con ramas y hortensias de color intenso era exquisita. 

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Paseo ante los fotógrafos… 

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La última foto del photocall fue sacada por Paco Santos

Siempre es bonito que entre tantas mujeres que son ejemplo por su hermosura, su elegancia y su carisma se acuerden de ti. MujerHoy tuvo la amabilidad de destacarme entre las tendencias de belleza, con lo cual muy mal no debía ir. 

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Y por último, una preciosa foto de TVpress.

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Para esa noche vestí de The 2nd skin.co, con un vestido negro de la colección icónica Soul. Rompe su línea muy sencilla un escote vertiginoso y los ribetes en strass. Lo combiné con unos zapatos de Lodi customizados. Si no se indica lo contrario, las fotos las tomó Nika Jiménez en el Casino de Madrid.  

De dónde vengo, a dónde voy.

Todos los artistas que alguna vez me han interesado han invertido gran parte de su tiempo en plantearse no solo quiénes son, sino cómo experimentan  cambios a lo largo del tiempo. Quizás por eso siempre me he sentido más cercana a los individuos que a los grupos o a los colectivos, donde me parece imposible encontrar un consenso identitario. Soy una escritora sin generación, una vasca sin cuadrilla. 

Así, he sentido debilidad por quienes debían estudiarse por etapas más que por características, por quienes cubrían áreas amplias en perjuicio de especializarse. Desde un Shakespeare capaz de saltar de la comedia a la tragedia, a un Lope de Vega en plena manía, un Picasso cuya evolución resulta mareante o una Margaret Atwood poeta, novelista y visionaria, o una Ana María Matute que irrumpió con Olvidado Rey Gudú cuando se había decidido que era inequívocamente realista. Un Bowie o un Bunbury, un Leonard Cohen o un Franco Battiatto o, aunque no me apasione tanto, Lady Gaga. Tilda Swinton o Helena Bonhan-Carter. 

Hay mucho valor en el atrevimiento de iniciar algo que se desvíe de lo ya esperado, un desprecio por el sonrojo que producen las antiguas fotografías, o los trabajos de los que nos desprendemos como de camisas de serpientes. La insatisfacción es un reconocimiento explícito al constante cambio en el que nos encontramos, un pulso  a la vejez y la estabilidad. Si, como Punset repetía hasta la extenuación, lo único seguro en la vida humana es el cambio y a la vez, es lo que más temor le inspira, las preguntas que aseguran un avance artístico son las esenciales. 

Pero el cambio se resiste a las etiquetas, y el éxito se basa hoy en día en resúmenes previsibles, en saber de antemano qué se consume, en leer aquello que nos da la razón y en una evasión inmediata. Eso ocurre en lo más sencillo y básico, en el consumo inmediato, pero se extiende también a lo que debería proteger el pensamiento: la política, la literatura, el periodismo. No hay espacios grises, no hay matices. Blanco, negro, la nada. Una línea recta de pensamiento que se pierde en el infinito, sin cambios ni alteraciones. 

Cada cierto tiempo noto que la piel se me ha quedado pequeña. Es una sensación desagradable al principio, y muy inquietante después. Lo que antes me satisfacía ya no basta, yo misma no me reconozco en lo que antes me producía alegría. Salgo a caminar y descubro detalles nuevos en las calles que conozco, como si hubiera atravesado un nivel superior del juego. Deja de interesarme lo que antes me parecía importante, y aunque tengo confianza en que vendrá algo nuevo no sé qué llegará, ni cuándo. 

En esos momentos leo a quienes sé que experimentaron procesos parecidos, escucho su música, intento encontrar espejos en la nada. Nos sobran los genios para darnos ejemplo; Orson Welles y Scorsese, Von Tries o Francis Picabia. Ferrán Adriá.  Intento tener paciencia, aprendo, una vez más, una lección de humildad ante todo lo que no sé y todo aquello que nunca sabré. Confío en que pasará, como otras veces, y que mi intuición tiene algo que decir, aunque sean balbuceos. El hielo frágil da miedo. Cuando estoy a punto de dar un salto nuevo y arriesgado sé que hay vuelta atrás, claro, siempre, la hay; pero poco aprenderé de ese retroceso. Imagino que entenderéis mejor por qué hablo de esto cuando aparezca mi próximo libro en unos meses: pero quizás sirva de algo a alquien leerlo ahora. 

Al menos, a mí me sirve escribirlo. 

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Ya me habéis visto el bolso de bambú de Salvador Bachiller, pero continuará siendo un básico durante los siguientes meses. No lo veo en la web, pero sin duda lo repondrán de cara al buen tiempo. La falda negra es de Mango, como la chaqueta. A mi entender, las chaquetas blancas con absolutamente traicioneras, porque crean un efecto óptico de ensanchar y acortar, a diferencia de los abrigos, que al menos, no achatan la figura. Pero son preciosas, y la tendencia oversize actual da mucho juego. Hay que tomarse, eso sí, un poco de tiempo para comprobar cuál es la más favorecedora. 

Rompo esa monotonía bicolor con una blusa estampada, color caldera, de Anonyme Designers. He descubierto hace poco esta marca, y me encanta la calidad de los tejijdos, y el patronaje, muy preciso. La blusa es de las llamadas bow neck, las de lazo de toda la vida. No permite mucha alegría en collares, pero casa muy bien con los pendientes de Uno de 50 en forma de pluma de la colección Phases of Love. Los zapatos son el modelo Nieves de Tine-Tess, una firma española que sigue mantiendo gran parte del proceso artesanal (y se nota). La gargantilla de plata la compré en Noruega hace casi 20 años, pero llevo aún una prenda más antigua: un cinturón de ante con dibujos tribales que se remonta a 1989, cuando estaba en el instituto…  Viejo, nuevo. lo que descubro, lo que fui. Las fotos las sacó Nika Jiménez en la calle Serrano de Madrid

Bradford y Branwell

En el último viaje EPV Brontë que organicé con El País Viajes y con B the Travel Brand pasamos por Bradford, una ciudad que suele pasar inadvertida entre las bellezas de la zona de York. Para mí se encuentra inexorablemente unida al hermano varón de las Brontë, Branwell

A mediados del siglo XIX Bradford se había convertido en la capital de la lana: su tradición de centro textil, que se remontaba hasta la Edad Media, y la facilidad para obtener arenisca, hierro, carbón y agua, los cuatro elementos necesarios para que los molinos de hilaturas procesaran la lana, la transformaron en una ciudad dinámica, una de las más modernas de Reino Unido. Allí se daban cita la mano de obra procedente del campo, muchas veces con unas condiciones de vida lamentables, y la burguesía emergente, que comenzaba a enriquecerse con la alpaca

Entre 1838 y 1839 Branwell Brontë se mudó a Bradford para iniciar una carrera como pintor profesional. La ciudad parecía el lugar perfecto para un joven ambicioso, con cierto talento, pero que al mismo tiempo se sentía abrumado ante los retos reales. La historia de Branwell es la de una eterna promesa incumplida. Mientras sus hermanas acudían a un internado para niñas pobres, él se educó en casa, con su padre, quien le dio una esmerada formación clásica. Mostraba rapidez y originalidad, escribía muy bien y quería comerse el mundo: la familia esperaba mucho de él. 

Quienes le conocieron lo definían como un niño grande, un fanfarrón cuyas mentiras y exageraciones se convertían en increíbles a medida de que bebía. Por edad se encontraba entre Charlotte y Emily, y para 1838, a sus 21 años, había vivido ya varios rechazos; las revistas no querían sus colaboraciones, y la Academia de Arte de Londres no le había aceptado. Branwell no soportaba bien ni la crítica ni la espera; cada revés le llevaba a escaparse a mundos imaginarios que, si en el caso de sus hermanas dieron como resultado obras literarias geniales, en el suyo le llevaron a serias adicciones y a una constante inadecuación. 

Aquí, en Bradford, entre los edificios victorianos que se estaban construyendo (el Ayuntamiento, la catedral, el barrio de los alemanes, llamado así por los emigrantes que atraía la ciudad), Branwell intentó hacerse con una clientela deseosa de ser inmmortalizada, nuevos burgueses y familias que comprarían paisajes y óleos. No le fue bien. Le faltaba fuerza y gracia en la pincelada, y no se relacionaba. Regresó a la casa de su padre arruinado y con otro fracaso más a las espaldas, y allí planificaron que sería preceptor: no ya un artista, no un escritor, sino la versión masculina de lo que esperaba a sus hermanas, un intelectual domesticado que educara niños ricos. 

Aún no sabían que los escasos nueve años de vida que le quedaban serían un vertiginoso descenso hacia la muerte, una sucesión de escándalos, de vergüenza y de escenas, hasta el punto de que sus hermanas y su padre debían inmovilizarlo o encerrarlo en casa para evitar que se escapara al pub The Black Bull para otra dosis de morfina o de alcohol. Esa realidad, que por desgracia conocen bien las familias de los adictos de cualquier siglo, condicionó no solo su existencia, sino la de sus tres hermanas, que reflejarían en sus novelas ese dolor y esa desesperación. Branwell murió, y dejó una brecha de aire frío por la que en pocos meses se colarían sus dos hermanas menores: Emily y Anne

Mientras paseo por las calles de Bradford prefiero imaginarlo aún joven y esperanzado, con su levita y su camisa a la moda, los anteojos y el perfil de ardilla tan parecido al de Charlotte, su andar de bajito chulesco, y con las cartas que enviaba a sus amigos de juergas en Haworth contándoles una vida que no tenía pero que le hubiera encantado tener. Bradford ha soportado mal la crisis, y por sus calles pasean muchos chicos ociosos, con aire de no soportar la menor provocación, a la espera del viernes por la noche y de su promesa de diversiones. No sé si han oído hablar de Branwell Brontë. A veces no aprendemos nada de la historia. 

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Para el paseo por Bradford llevé un look total de Mango: falda pareo de lana negra, camisa verde, americana  de cuadros, pendientes de aro dorados, salones de piel de pitón (amortizadísimos a estas alturas). Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez; y el viaje de EPVBrontë de 2019 puede contratarse aquí (la salida es el 3 de octubre de 2019). 

Llevar los pantalones

Se olvida con lamentable frecuencia lo que debemos a quienes nos precedieron. Asumimos con vergonzosa naturalidad que nuestras circunstancias han sido siempre las existentes, y eso nos lleva a repetir errores y a negar el trabajo que otros realizaron para que disfrutemos de derechos, de privilegios o de libertades. 

En el caso de las mujeres, la tentación de afirmar que todo está ya logrado es peligrosísima. Esa misma frase fue algo que escuché ya de jovencita: las mujeres habíamos alcanzado la igualdad real, ¿qué más queríamos? Podría hablar de violencia de género, de discriminación laboral o del peso invisible de responsabilidad, de cuidado y de organización que las mujeres arrastramos; pero quizás no sea este el espacio para ello; tomemos un ejemplo mucho menos comprometido, pero igualmente representivo.

Hace solo unas décadas me estaría prohibido lucir en público la ropa que llevo en las fotografías que acompañan este texto; en algunos países, y para algunas religiones aún lo está. Una mujer en pantalones, y no digamos ya con un traje equiparable al masculino resultaba un desafío al orden y a la decencia fuertemente penado. No importa que no se viera un centímetro de piel: la moralidad no solo pena la impudicia, sino también el reto al poder. 

De hecho, el control social resultaba tan férreo que una simple frase como demostrar quién llevaba los pantalones en una casa recordaba que había determinados roles que no podían subvertirse. La excusa habitual para mantener el status quo era reconocer que quien realmente mandaba en casa era la mujer, la madre o la abuela: por supuesto, siempre ha habido excepciones a la regla, y familias en las que la capacidad de liderazgo, de decisión o incluso el dinero pertenecían a una de las mujeres. Pero lo cierto es que en el plano social todo ello le estaba vetado. 

Cuando Concepción Arenal se vistió de hombre para acudir a las clases de Derecho en 1842, el escándalo fue mayúsculo. Se le permitió, tras un exámen, ser alumna, siempre que acudiera custodiada, se sentara aparte, y, por supuesto, vistiera como correspondía. Las mineras de Wigan, una localidad minera de Manchester, escandalizaron a la sociedad victoriana no por bajar a las minas de carbón, sino por hacerlo con pantalones. Los bombachos, un invento feminista, recibieron la crítica más efectiva que una sociedad puede ejercer, la de la ridiculización.  

Mi generación recuerda las historias de sus madres, tías o abuelas cuando decidieron llevar pantalones (no digamos ya si eran vaqueros), pintarse las uñas o lucir falda corta. Una cosa era que divas como Marlene Dietrich o Katherine Hepburn los llevaran, firmados por Chanel, en la pantalla, y otra muy diferente que en una ciudad provinciana o en un pueblo del interior una joven local llamara la atención de esa manera. Yves Saint Laurent podía dictaminar lo que deseara respecto al esmoquin femenino, o Courrèges marcar una línea nueva que coincidiría con una sociedad en cambio: ni todas las sociedades cambian al mismo ritmo ni todas las mujeres pueden o quieren pagar el precio que supone la modernidad. 

Nos repiten por múltiples frentes ahora que está todo conseguido. Yo misma lo creía de veinteañera, antes de comprender del todo las oscilaciones históricas, antes de ver las fotografías de las  mujeres en los países árabes en los años sesenta o setenta, antes ser consciente de que hubo mundo antes de mí y lo habrá cuando yo desaparezca y que nada es permanente, antes de comprender que lo normal no había sido nunca que las mujeres fuéramos mayoría en los estudios universitarios, o de comprobar que continuábamos con el acceso vetado a los puestos de poder. Antes de sufrir miradas condescendientes, críticas misóginas o, directamente, la invisilibilidad. 

No hay nada que no sea importante. No hay gesto inocente. Y nada puede darse por logrado. Eso conviene también que no lo olvidemos.

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El traje de terciopelo se compone de una chaqueta esmoquin y unos pantalones palazzo  de Mango. Llevo también una blusa blanca de crêpe con lazado al cuello y un bolso de mano de Gucci. La pulsera de plata se llama Cita, y es de Uno de 50. Botines de terciopelo también de Mango. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el exterior de la Biblioteca Nacional, donde Teresa de Jesús es la única escritora representada en la fachada. El resto de las mujeres representadas son figuras alegóricas. 

Nuevos propósitos, hoja en blanco

En realidad, pensaba dedicar este texto  de Año Nuevo a algo mucho más metafórico, a una página en blanco, pero dado que en mi cuenta de Instagram me habeis pedido hace unos días que me extienda más sobre cómo organizo mis propósitos, éste es un espacio idóneo para ello: una charla entre amigos en la que os cuento qué me funciona y cómo lo planifico. 

Todo comenzó hace ya años; había obtenido muchos de mis sueños de adolescente, pero mi técnica habitual (pasión, cabezonería y atención intermitente) no bastaban para conseguir otros. Mes tras mes, verano tras verano, propósitos que me gustaban, me convenían o necesitaba para avanzar se me escurrían. Como creadora, como autónoma y por mi carácter necesitaba una buena planificación vital y laboral. ¿Cómo podía mejorar aquello? Desde entonces he refinado una técnica útil que me encantaría que os sirviera como apoyo. 

Necesitais algo de tiempo, seriedad, y ponerlo por escrito. Una libreta, un archivo de ordenador, una pared con post-its… algo que puedas revisar y modificar. A mí me basta una sencilla tabla de Word o Excel  en la que añado, borro y marco en colores mis objetivos, pero podéis ser todo lo creativos que queráis. Comenzamos

A- Analiza tu carácter.
-Distingue cómo te gustaría ser y cómo te han dicho toda la vida que eres de cómo realmente eres hoy en día. Sé sincero y objetivo.

-Diferencia tu carácter de tus hábitos. Puedes cambiar y adaptar qué haces, pero resulta muy difícil modificar tu carácter.

-Yo, p.e. soy creativa y curiosa, y tengo mucha energía al inicio de algo nuevo. También pierdo interés rápidamente, abro demasiados frentes y prefiero trabajar sola. Los propósitos que encajen con mi carácter me resultarán más sencillos y gratificantes. Los que desafíen mi forma de ser requerirán más esfuerzo y supervisión. Tengo claro que decirme A partir de ahora todos los dias haré X (algo que no me gusta pero me conviene) está condenado al fracaso.

B.- Haz tu listado. 

-¿Qué quieres conseguir este año? No hay límite de propósitos, pero te animo a que sean numerosos, concretos y precisos. Yo me he fijado hace tiempo 50 al año, más o menos uno por semana, porque es un número redondo, ambicioso, y me aburro si no tengo algo que hacer, pero fija los que te apetezcan. 

-Numerosos: los propósitos muy vagos no suelen cumplirse. Si tienes uno general como Quiero mejorar mi autoestima, dedícale un poco más de esfuerzo y piensa qué te ayudará a ello. ¿Decirte cada día algo bonito? ¿Perder un exceso de peso? ¿Retomar tus estudios universitarios? Eso divide el propósito en tres más sencillos de abordar y de desmenuzar.

Concretos– Divídelos en áreas. Así puedes ver a qué dedicas demasiada atención o muy poca, y cubrir aspectos distintos. Las áreas principales de la vida son: 

Salud, economía, mente, espíritu, profesión, familia y social. 

Quienes conozcáis el fengshui quizás las dividáis en 9: 

Salud y familia, riqueza y prosperidad, reconocimiento y fama, relaciones y amor, hijos y creatividad, amigos, protectores y viajes, trabajo y carrera, saber y conocimiento y equilibrio.

Yo lo hago en: Salud física, salud mental, proyectos profesionales, literarios, económicos, emocionales, casa, y otros. Otros es mi cajón de sastre, caprichos, o propósitos que no sé muy bien dónde encajan.

Precisos– Define bien qué deseas, y elabora un pequeño plan de acción. Con cada propósito, plantéate cómo lo vas a hacer y quién puede ayudarte. 

P. e: dentro de Saber y conocimiento, puedes plantearte iniciar algo nuevo, como un curso de cocina japonesa. Define los pasos: 

-Busco el curso. Comparo precios. Me matriculo. Hablo con alguien para que recoja a los niños todos los martes. 

-C.- Sé realista. 

-Si has llegado hasta aquí asomarán otros conceptos que te habrán impedido hasta ahora conseguir esos propósitos, además de tu carácter: el tiempo y el dinero. Inclúyelos en tu lista. 

Decirte algo bonito todos los días es rápido y gratis; se trata de modificar un hábito. 

Perder peso supone más reflexión. No es lo mismo perder 3 kilos que 20, hacerlo por primera vez que acumular un historial de oscilaciones, o haber pasado por un trastorno de la alimentación. Si uno de tus propósitos afecta a tu salud, una adicción, una enfermedad mental, o una alteración radical de tu vida, deberías pedir ayuda profesional, y eso supone dedicarle tiempo, y quizás dinero. También demanda energía y esfuerzo, y deberías darle prioridad. A su vez, muchos de los otros propósitos podrían girar en torno a él y ayudarte a conseguirlo: un curso de cocina saludable, salir a caminar, alejarte de ciertas amistades, desayunar siempre en casa… 

Retomar tus estudios universitarios implica a su vez un gran cambio vital. Mide qué tiempo te supondría y a qué deberás renunciar, si tendrás apoyo en tu entorno o debes enfrentarte a ello solo, si puedes pedir una beca…  Como el propósito anterior, no es algo que se consiga de un día para otro, pero los efectos sobre lo que persigue (mejorar tu autoestima) son permanentes y la recompensa será muy grande. 

Fragmenta aquello que te queda grande: conseguir algo de lo que te propones es más eficaz que una mentalidad en blanco y negro (si no puedo conseguirlo todo, ni lo intento). P. e, yo ardía en deseos de reformar toda mi casa, pero me exigiría demasiado tiempo y dinero, buscar un alquiler, mover a las gatitas… por lo tanto, estoy abordando poco a poco el cambio. Sustituir un armario y pintar una habitación es menos emocionante, pero resulta más sensato, asequible y me permitirá, con tiempo, el mismo resultado. Además, me ayuda a educar la constancia y la paciencia, dos de mis puntos débiles. 

Alterna proyectos a corto, medio y largo plazo. Algunos, como un viaje, se consiguen de una vez. Otros, como los buenos hábitos, requieren de mayor disciplina. Hay personas más decididas o más constantes, otras que preferís planificar mucho y os cuesta la acción y otras más impulsivas que actuáis sin pensar en las consecuencias. Es una buena idea que alternes proyectos más afines a ti y otros que te requieran más sacrificio. 

D.- Revisa y supervisa.

Una vez que tengas listados y planificados tus propósitos, revísalos de manera regular. Yo suelo hacerlo cada semana, porque eso corrige mi falta de constancia. Planifico y tacho lo que he logrado en cada objetivo, lo siento en mi mano, marco plazos…

Por ejemplo, en temas de ahorro: si te propones ahorrar al menos 20 euros al mes, mara cada día 1 cuánto has metido en la hucha. Enero, 20 euros. Febrero, 25. Marzo, gané la bonoloto, 100. O si quieres dejar de fumar, en enero voy al médico y abandono el hábito. Febrero, sigo con los parches de nicotina. Marzo, continúo sin fumar…

Esos plazos son importantes, porque el tiempo se escapa muy rápidamente, y hay mil excusas para retrasar lo que no nos gratifica inmediatamente. También me permite ver si no he sido realista cuando los he planteado, o si he perdido interés en uno de ellos. 

Por norma general, en mi cumpleaños, en julio, compruebo a fondo qué tal voy, si algunos propósitos se han cumplido ya, o si van a ser imposibles ese año. O, sencillamente, si ya no lo deseo. Reformulo la lista ligeramente y sigo. 

E.- Trucos que a veces funcionan (y otras no).

-Al principio marcaba en rojo, amarillo y verde la prioridad de mis propósitos. Con el tiempo, he comprobado que se ordenan solos. Ahora comienzo a pensar en ellos en noviembre, y hago el listado poco a poco. A veces me faltan dos o tres a 1 de enero, pero 47 propósitos son tan buenos como 50. También veo que mantengo muchos propósitos del año anterior, lo cual no es muy excitante, pero me indica que son proyectos sólidos y que deseo mantenerlos. 

-Algunos sistemas aconsejan contarle esos planes a vuestro entorno, para conseguir más refuerzo y no arrepentirse. Valorad vuestro entorno y si tenéis un buen grupo de apoyo en ellos. Para mucha gente funciona que se forme un grupo de deporte, aficiones, salidas, estudios… que os animen y acompañen. A mí nunca me ha sido útil, y me ha resultado muy embarazoso dar explicaciones porque, invariablemente, no lo conseguía. El compromiso debe ser conmigo, y la presión social no me afecta demasiado. 

-Otros recomiendan premiaros cada cierto tiempo si conseguís un objetivo. Yo lo probé con libros y con ropa, pero me di cuenta de que hacía trampa: me buscaba excusas para comprarme ese libro, cumpliera la meta o no, porque de verdad lo necesitaba o porque esa falda se iba a agotar. Ahora, lograr mi objetivo es la recompensa en sí misma. 

-A otros les funciona castigarse si no lo cumplen. Cancelar una salida, o una cena familiar, no comprarse algo o incluso donar dinero a una causa que odieis (hay aplicaciones, como Stikk, que permiten eso). A mí es una idea que me horroriza, pero esto tiene mucho que ver con la educación que habéis recibido sobre el premio/castigo. 

-Sed creativos. Si os estancáis con el mismo propósito una y otra vez, hay que revisar qué repetís sin resultado. Hay que formularlo de otra manera, y comenzarlo por otro lado. El problema puede ser el proceso, no el fin. 

Visualizar está muy bien, pero han sido muy pocas las cosas que me han llegado con la simple visualización o deseándolo intensamente. Mis propósitos de Año Nuevo no son una carta de deseos formulados al viento, sino un proyecto vital más amplio y más consecuente. 

-Y, por último, flexibilidad. A veces las circunstancias cambian, a veces la vida se altera, para bien o para mal. Uno de mis propósitos siempre es Aprendo a no exigirme demasiado. Sé que no lo cumpliré nunca por completo, pero es un objetivo que no quiero perder de vista, algo de lo que aprender y que me recuerda que el propósito de este listado es una vida más feliz y más rica, y no la satisfacción superficial y neurótica de conseguir todo lo que me proponga. Os dejo con algunos ejemplos de ese tipo.

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Digo NO sin añadir explicaciones.

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Simplifico: no hago más de lo que puedo hacer, no me cargo de trabajo, no acumulo.

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Cultivo mi intuición, y la escucho en lugar de negarla. 

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Finalizo con mi afán de salvar a la gente. 

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Me comporto como quien soy, y no como a los otros les me gustaría que fuera.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid, Yo llevo abrigo blanco de Mango de la línea Committed, que apuesta por la moda sostenible, confeccionado con lana reciclada, con salones rojos de Cristina Valdivieso