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Tiempo perdido

Agosto brinda siempre la sensación de que es un mes de tiempo detenido: perdido, para quienes continúan trabajando, con llamadas sin respuesta y la sensación de ser los únicos habitantes del planeta. Ganado para quienes toman vacaciones y dejan que el tiempo se pierda minuciosamente entre los dedos, hora a hora, quejas por el calor o por la lluvia, siesta, excursiones, helados.

Era así, al menos. Este agosto, como los meses anteriores, se ha trastocado, y el tiempo posee un valor diferente para quienes lo vivimos. Supone una tregua, por esa inercia de que las noticias, en particular las negativas, lo son menos durante las vacaciones. Supone un descanso, para algunos, y un paréntesis ante lo desconocido para muchos otros. Un paseo en una ciudad vacía, o un regreso a los paisajes de la infancia.

Este mes, esta temporada, nos marca con una crudeza descarnada que lo que creíamos seguro no era más que una colección de rutinas para domar la incertidumbre. Continuamos en un periodo de improvisación y de cambios imprevistos, de vivir un hoy y ya veremos.

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De aprender de la historia, la personal y la colectiva.

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De revisión de modelos de conducta, y de comprender, no sin dolor, que la tensión convierte a los seres cercanos en desconocidos. De agradables sorpresas, a veces, en quienes no lo esperábamos.

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Se avecinan momentos para que cada segundo perdido lo sea en algo importante, algo que nos ha hecho felices a nosotros o a los nuestros. Un pacto con la vida, revisado hora a hora. Porque todo el tiempo perdido, el dedicado a la nada, a aburrirse, a aprender, a disfrutar, al descanso, a la búsqueda de algo, se convierte en lo único que tenemos en nuestro haber.

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El top de gasa con lazo al cuello es de Mango, y lo encuentras rebajado aquí. Las alpargatas de Casteller son el modelo 324, y pueden comprarse, aquí. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en la Plaza de Colón de Madrid.

Fiesta

Las fiestas con las que yo soñaba de niña estaban pobladas de vestidos con enormes mangas jamón y faldas parábola que Lagerfeld había diseñado para Chanel y que Inès de la Fressange lucía sobre su elegante estructura. Diana de Gales y Carolina de Mónaco competían en hombreras, lunares y sombreros de vaga inspiración cordobesa, y el maquillaje marcaba los rasgos definidos por cabellos cortos, y capeados, y cardados.

Pasó la moda, como pasa siempre, con la promesa de que regresará y para mi sorpresa este año ha vuelto aquello que del todo el listado expuesto yo creía más y más definitivamente extinto: las mangas de volúmenes exagerados, entre isabelinas y victorianas, con puños ceñidos que exigen movimientos ampulosos y cálculos previos del espacio disponible alrededor. Y, ya que de niña nunca llegué a las minifaldas plisadas ni a los corpiños en forma de corazón, a los satinados combinados con terciopelo ni a las chaquetas bicolores, hoy es el día en el que me desquito de todo ello para desear unos días de felicidad, de descanso, de alegría.

Para eso, en definitiva, son las fiestas. Para vestirse y comer de manera diferente, para ver a los de siempre, para festejar que ha pasado un año más y continuamos vivos. Que ha aparecido un libro nuevo, en mi caso, o niños, o logros, o cambios, en otros. Para recordar a quienes ya no están, para conservar o desechar recuerdos, y para que los nuevos propósitos se esbocen: yo deseo viajes, libros y estudio, nada nuevo, pero todo aquello que me hace feliz.

Y así, desde el camarote y la cubierta del Ventus Australis, en el otro lado del mundo, entre los canales que bordean el Estrecho de Magallanes, os deseo lo mejor. Que se cumpla aquello que nos conviene y no aquello que deseamos. Y que cada día se parezca a como imaginábamos de niños las fiestas, y no a los que de adultos hemos comprobado que son.

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El pantalón palazzo de terciopelo negro es de Mango. De la Melancolía, Ed. Planeta, puede encontrarse en muchos lugares, entre ellos La Casa del Libro, que estos días y hasta el 26 sortea 3 ejemplares en su cuenta de Instagram o en cualquier librería independiente, a las que tanto hay que apoyar, como La puerta de Tannhäusser u 80 Mundos, ambas premiadas por su labor cultural.

Las fotos las sacó Nika Jiménez a bordo del Ventus Australis, la víspera de llegar a la Isla Magdalena, antes de la cena del capitán o la cena de gala del viaje. Pronto os hablaré más de ese viaje de auténtico ensueño entre glaciares, pingüinos y Tierra del Fuego. Hasta entonces, buen viento y mejores noches.

Cuentos de hadas

No sé en qué lugar de nuestra cabeza se almacena el lugar de los sueños, el de las fiestas en las que brillamos como si no hubiera ninguna otra, en palacios que nunca hemos visto o imaginado. Posiblemente comiencen con los cuentos de hadas, que poseen la capacidad de colarse entre los recuerdos como si los niños fueran Pulgarcitos y las niñas Cenicientas, independientemente de la edad que tengamos.

No sé cómo se inventaron, ni qué forma extraña y atemporal adoptaron durante siglos, antes de que Disney los homogeneizara. Los vestidos de color de cielo, de luna y de sol que Cenicienta lleva las tres noches del baile han inspirado centenares de bailes reales: algunos de disfraces, otros con la misma intención y propósito que los del cuento.

No sé qué magia tiene cada vestido nuevo para convertirse en una vieja historia. Las mansiones y los jardines, los bailes y los zapatitos perdidos. Supongo que eso es lo que prende la mecha de una historia, esa chispa de trama inmortal. No conozco a un escritor que no diera algo muy valioso con tal de escribir una historia así, una que se convirtiera en una leyenda, en una superviviente tras centenares de generaciones; un cuento casi inmortal, una invitación a los sueños.

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El vestido de lentejuelas metalizadas es de Mango, y puede comprarse aquí. Los pendientes en forma de sol son de Luxenter. Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez frente al museo Holburne, durante el EPV Austen que organizo cada año a Bath con B the Travel Brand. Ya están anunciados algunos de los que tendrán lugar en 2020 y puedes consultarlos aquí.

Una aventura en las tierras del norte

Visité Bath por primera vez en 2001 porque uno de mis libros así lo requería. Estaba documentándome para Querida Jane, querida Charlotte, (sí, sé que está agotado y que alcanza cifras astronómicas en reventa, pero lo reeditaré ampliado y corregido muy pronto) y era imposible hablar de Jane Austen sin una mención a esta preciosa ciudad. 

Quise entonces escribir sobre ella con alguna otra excusa. Sus calles doradas, las aguas cobrizas que se convierten en un verde sólido, la luz que emana de la arenisca y su gracilidad la convierten en una ciudad única. Sin embargo, no sospechaba entonces que la visitaría en tantas ocasiones en las siguientes décadas, y mucho menos acompañada de viajeros apasionados de la Austen, como ahora hago con B the Travel Brand y Viajes El País. El siguiente está planeado para el 9 de octubre de 2020, y como se llena muy rápidamente puede ya reservarse aquí.

Sin embargo, seguía queriendo escribir sobre Bath, y sobre la impresión que viví aquella primera vez. Y entonces encontré la manera perfecta para hacerlo.

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Aunque en estos viajes asociamos Bath a su esplendor en el siglo XVIII y XIX como resort y balneario de moda, impulsado por los arquitectos Wood padre e hijo y el árbitro de la moda Beau Nash, su historia se remonta a tiempos mucho más remotos. Los celtas ya conocían los beneficios de las aguas de este lugar rodeado de suaves colinas y surcado por el río Avon. En este mismo sitio en el que me encuentro, muy cerca del manantial de aguas termales, erigieron un templo en honor a la diosa Sulis

Sulis era una diosa muy particular: por un lado, encontramos una diosa del inframundo, protectora de las aguas que manaban del interior de la tierra, y que facilitaba que los ofendidos, que le dejaban las maldiciones para sus enemigos, consiguieran su venganza. Por otro lado, se la consideraba una diosa que alimentaba y daba vida y que devolvía la salud a los enfermos.

Los romanos, con su habitual eclecticismo, asociaron a Sulis con Minerva, otra diosa virgen, sanadora y capaz de empuñar las armas. Y  retomaron  la tradición de los baños, que se construyeron en torno al templo bajo el reinado del emperador Claudio. 

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Por lo tanto, ¿cómo no hacer que Marco, mi joven héroe protagonista de El chico de la flecha, y El misterio del arca visite Aquae Sulis, esa ciudad en el remoto norte famosa por sus sanaciones y sus aguas milagrosas? Así nace La suerte está echada, Una aventura en las tierras del norte, Anaya Infantil y juvenil, la tercera (y última) parte de esta trilogía para jóvenes ambientada en la Hispania Romana del siglo I. D.C. 

la suerte está echada

No todos los editores hubieran apostado por una novela histórica romana para adolescentes, pero Pablo Cruz lo hizo. Y la acogida de los profesores de clásicas, de historia, de lengua, literatura… ha sido desbordante. El chico de la flecha se encuentra en la prestigiosa Lista de Honor OEPLI 2017, y El misterio del arca obtuvo el Premio Letras del Mediterráneo 2018. A principios de 2020 retomaré los encuentros con institutos y colegios para seguir hablando de Marco, de Junia y de Aselo.

Después del inesperado éxtio del que las entregas anteriores han gozado (he perdido la cuenta de cuántas ediciones llevamos de El chico de la flecha) quería poner fin a la trilogía por todo lo alto. Marco ha crecido, y en esta ocasión el enemigo al que se enfrenta es mucho más poderoso que él y que su tío Julio, tan sabio y calmado. Y esta aventura no solo le llevará a ese norte britano desconocido, sino a otro lugar que me ha fascinado desde niña y en el que la faz de la tierra cambió en el 79 D.C…

Podéis leer la introducción y el primer capítulo de esta novela aquí. Si trabajas en un instituto o colegio con Anaya, pregúntale al comercial que te visita. Y podéis también hacer la prerreserva en vuestra librería habitual, porque La suerte está echada salé estos días a la venta, o comprarlo en los enlaces que te indican aquí.

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Para las fotos de Nika Jiménez en los Baños Romanos llevaba jersey y chaqueta blanca de Mango, falda plisada de tul y pendientes de Luxenter. El bolso es de una pasada edición de Salvador Bachiller. Había llovido durante todo el día, pero aún así parecía adecuado llevar algo blanco y luminoso bajo ese cielo. Es la sensación que tengo siempre antes de que salga un nuevo libro.

Este sol de la infancia

Estos días azules y este sol de la infancia fue el último verso que, al parecer, escribió Antonio Machado. Apareció en un bolsillo del viejo abrigo del poeta, tras su muerte, en Collioure. Unas circunstancias desgraciadísimas, pero aún así fue capaz de evocar la luz que le había acompañado siempre, la de la Sevilla de su infancia que serpenta en varios poemas a lo largo de su vida. Ese verso me ha parecido siempre una declaración de belleza y luminosidad frente a lo terrible, y lo recuerdo a menudo. 

No he sido bendecida con una gran memoria literal: me cuesta recordar los rostros, y altero a mi capricho citas y fragmentos literarios, aunque tengo habilidad para recordar personajes, para relacionar hechos y datos y una buena y tiquismiquis memoria emocional. Quizás por eso, o a pesar de eso, recuerdo de manera aleatoria versos y frases en lugares concretos y en días en los que se nos describe, por ejemplo, que el tiempo cambia pero permanecen dorados los días, o que el mar bate azul y verde las rocas. 

Tras los grises días pasados en York y las oscuras tierras cubiertas de brezo de las Brontë, Madrid parece aún más claro y ajeno al invierno. Dorados días de sol y noche, como ha titulado Luis Antonio de Villena su segundo tomo de memorias. Creo en las noches, añade Rilke, creo en lo que aún no se ha dicho.Saltan los versos en la memoria como caen las hojas, con parsimonia pero certeras. 

Recuerdo, por ejemplo, que Dámaso Alonso, menos optimista, aterrado ante la indiferencia de Madrid y del mundo ante los horrores de la guerra, le preguntaba a Dios, mientras observaba la ciudad: ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,/ las tristes azucenas letales de tus noches? O a Cernuda, que me asalta a veces con una voz calmada: Junto a las aguas quietas / sueño y pienso que vivo.

Eso es, en fin, para mí, el otoño y la poesía: un continuo en el que me muevo y que me envuelve, no un paso de cebra a mis pies. Un estado de ánimo compartido desde hace siglos con otras voces, un sol, una infancia, un aire claro.

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Siempre hay una pequeña hoja pionera que nos marca el camino.

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El vestido de rayas es de Mango, y su color mostaza lo hace perfecto para estos días aún cálidos, pero no veraniegos. El bolso pertenece a la misma marca. Los zapatos destalonados, combinan dos colores en ante y son de Dchicas. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid

Sostenible

Mi generación creció con una cierta conciencia ecológica: las campañas contra los incendios (Si el bosque se quema, algo tuyo se quema), la incorporación del reciclaje (vidrio primero, luego papel), la reforestación o la limpieza de los espacios naturales nos resultaban familiares: aún así con el tiempo hemos desarrollado una conciencia culpable. Algo, por cierto, muy característico de esta franja de edad, más cómoda cuando aceptamos responsabilidades que cuando marcamos límites. Hemos incorporado la creciente preocupación por la invasión de plástico, el calentamiento global y la contaminación de los océanos, por citar solo las tres últimas tendencias en comunicación ecológica, con la misma angustia y con idéntica impotencia que en la infancia. 

Y sin embargo, muchas cosas han cambiado: si hace un par de décadas el cuidado del planeta parecía relacionarse directamente con la conservación de la naturaleza, en la actualidad son nuestros hábitos de consumo urbanos los que pueden marcar una diferencia. La destrucción del medio ambiente no ocurre lejos, sino que se produce con nuestras elecciones de consumo y el estilo de vida elegido: desde el uso de una toallita desechable al rechazo de las bolsas de supermercado, la educación para la preservación de la Tierra se está llevando a cabo de manera veloz y muchas veces ineficaz. Sobre la marcha y sin un destinatario claro.

¿Cómo generar y beneficiarse de un consumo que no sea devastador, pero que genere ganancias? ¿Cómo proteger nuestro patrimonio de un turismo voraz, ignorante y barato? ¿Cómo puede combinarse una vida contemporánea, en un sistema capitalista aliado con la obsesión española por las apariencias y las muestras de estatus? Los cambios radicales que resultarían imprescindibles no van a darse. No hay tiempo, ni ganas, ni empeño. Mientras gobiernos e instituciones hacen poco, o nada, la presión para que como consumidores sustituyamos aquello que no nos permiten conseguir como ciudadanos aumenta. Hay al menos algo bueno en esta política de ojos cerrados y de profunda hipocresía social: la sensación de que algo está en nuestra mano, de que una elección pequeña (qué comprar, que reciclar, que reutilizar) contribuye a construir o a contaminar. Frente a nuestra pequeñez ante la inmensidad de la destrucción, frente al egoísmo legítimo de vivir de acuerdo a lo que nos han enseñado que es lo correcto tenemos esa libertad: la de comportarnos de la manera más coherente posible, con la certeza de que incurrimos constantemente en contradicciones, y de que el ejemplo y la acción común son muchas veces las semillas de acciones mayores. 

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Ciertos sectores se encuentran bajo sospecha de manera habitual: los libros y la prensa, que han pasado a imprimirse en papel reciclable, y que conviven con el invisible formato digital. La moda y el calzado, con la descentralización, los tintes, el sistema de producción, los bajos salarios y la materia prima. No son las empresas más contaminantes, pero carecen del peso de otras, o sencillamente, concitan más interés que los grandes monstruos transversales e intocables. La alimentación genera también fricciones y conflictos. Ecológica u orgánica, de proximidad, de temporada o, por desgracia, la más barata. La vida sostenible resulta, en ocasiones, un privilegio. Una dictadura más, que, con una innegable buena causa, arroja un peso mayor sobre quienes menos deberían llevarlo. Se acercan tiempos interesantes: intentemos mantener una cierta cordura orientada hacia la dirección correcta. 

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Llevo una túnica de la colección Committed by Mango; Commited es la apuesta de la marca por crear una moda más sostenible, con una estética atemporal y modelos como Vivien Solari que no obedecen en la tendencia de extrema juventud habitual. Algodón reciclado y ligero que encaja bien con el bolso de rafia en apariencia delicado pero de una resistencia mayor que la sospechada. Llevo unos pendientes dorados con una concha, también de Mango.  A su vez, las cuñas verdes son de factura española, de Kanna, una marca que conocí como Embajadora del Yute de Caravaca. Todos sus procesos de fabricación, y en el caso del calzado, son muchos, se llevan a cabo de manera local, y con artesanos de la zona que dominan el punto de ojal, clave para estas cuñas inspiradas en las alpargatas.  

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez

 

Madrid en agosto

Se dice que fue Francisco Silvela, Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de la Gobernación y notable intelectual de finales del siglo XIX el que acuñó la frase: Madrid, en agosto, con dinero y sin familia, Baden-Baden. No sabemos qué opinaría de ello su mujer, Amalia Loring, ni sus hijos, pero no debía ser el único que pensara así, porque la frase ha llegado hasta hoy. 

Cosas por hacer en Madrid hay siempre; pese a ser una ciudad que prefiere perseguir el futuro, por escurridizo que sea, a dotar de dignidad el pasado, como le ocurre a muchas capitales, aún quedan un puñado de comercios centenarios (por cierto, me desconcierta mucho la actual campaña de publicidad que intenta darlos a conocer… sin mencionar el nombre de la tienda ni su ubicación). Y perduran muchas huellas castizas, incluso tradicionales, de una ciudad que siempre se ha le quedado pequeña a quienes la habitan. 

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Uno de ellos que visito y en el que compro a menudo es la Droguería Manuel Riesgo, que abrió como herboristería en 1866 y en la que desde 1926 se puede encontrar todo tipo de materiales químicos, muchos de ellos usados en Bellas Artes. Su tienda de la calle Desengaño conserva el mostrador de madera y los cajones con nombres exóticos, el suelo  de mosaico y el escaparate abombado. Sirven también online, pero claro, no es lo mismo. Sus dependientes son amabilísimos, y saben asesorar en temas tan variados como la fabricación de jabones o cosmética, el mejor producto para acabar con una plaga o cómo cuidar y restaurar los muebles de madera. 

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En un momento en que los cines cierran y sus impresionantes locales pertenecen a multinacionales o, en el mejor de los casos, programan  musicales de éxito probado, agosto no es mal momento para refugiarse del calor en las salas de los que perduran: se encontrarán casi en solitario. Si echan de menos las multitudes, las encontrarán en los cines de verano: en la comunidad, la oferta puede consultarse aquí

Si quieren venir al centro, la oferta se diversifica. Por ejemplo, el Palacio de Cibeles, con su cúpula bajo las estrellas, albergará no solo cine, sino también celebraciones temáticas asociadas a las películas en Cibeles de Cine hasta el 12 de septiembre. Además, si no quieren cumplir al pie de la letra el «sin familia», hay actividades para niños y mayores. El más popular cine al aire libre del Parque de la Bombilla también abre este año. Toda la información sobre el resto de los cines de verano está aquí. Yo aprovecho estos días para ver los estrenos que se me escaparon durante el año, o para entregarme a algunos clásicos en pantalla grande, uno de los lujos que nos hemos dejado por el camino de la programación individualizada. 

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Si  quieren pasar por el Museo Chicote, por eso del agasajo postinero con la crema de la intelectualidad, háganlo mejor cuando cae la tarde. Eso no lo indica el chotis de Agustín Lara, pero ya saben que él lo escribió sin conocer Madrid, de manera que no se fíen. No les garantizo que se encuentran con la intelectualidad, pero el lugar es una delicia, saben la medida exacta de los cócteles, y conserva un pedazo de historia de la ciudad, de la cual solo parte se narra en Arde Madrid. Para hacer tiempo hasta entonces, la Gran Vía ofrece una cara bonita recién restaurada, y desde Chicote se puede seguir la huella de Hemingway (más bien, de la estancia de Hemingway en 1937 y 1938) y de Martha Gellhorn hasta el Tryp Gran Vía y el desaparecido Hotel Florida… aunque de eso hablaremos en otra ocasión.  

Hoy recomiendo tomar algo en otra bonita terraza antes de llegar a Callao, la del hotel Hyatt Centric Gran Vía Madrid: la Diana Cazadora que la protege la convierte en una parada obligatoria para quienes buscamos rastros de un Madrid Mitológico, pero hay otro recordatorio del pasado: la viga atravesada por un obús que buscaba alcanzar el cercano Edificio Telefónica durante la Guerra Civil, y que ha sido conservada e intervenida tras la última restauración del hotel. No será la copa más barata del verano, («con dinero, Baden-Baden») pero las vistas y la ocasión merecen la pena. Disfruten, hagan de este agosto un mes muy largo, muy lento, inolvidable.

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 El vestido de lino es de Mango, y puede comprarse aquí. El bolso de bambú, inspirado en las cestas de picnic japonesas tradicionales que se usan durante el Hanami, es de Salvador Bachiller. Los pendientes de perlas podéis encontrarlos aquí, en Tatiana Riego. Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante un paseo por Madrid

Edén

Hay lugares en los que se puede pasear como nos cuentan que se hacía en el Paraíso: creyentes o no, la imagen de Adán y Eva, inocentes y desnudos, despreocupados ante la muerte, el hambre o la miseria entre bestias que no les atacaban, es una de las imágenes simbólicas grabadas con mayor fuerza.

De la ruina de ese paraíso y la nostalgia por su pérdida llega no solo toda una corriente moral, sino una sólida tradición artística: El Bosco, Durero, Miguel Ángel son solo tres nombres que mostraron las imágenes de Adán y Eva ignorantes, antes de perder para siempre la inmortalidad.

Milton cantó en El Paraíso Perdido la extraña relación entre Dios y el mal, la fragilidad del hombre (su visión de la mujer merece capítulo aparte) y el poder casi ilimitado del Lucifer. En nuestra imposibilidad de vencer al mal, en nuestra derrota frente a la vida y la tentación se encuentra precisamente la grandeza del ser humano: en la lucha, en el intento. 

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¿Qué queda de esa historia en la actualidad? La admiración ante la belleza de lo que nos rodea, los árboles, las flores de aspecto exuberante, las cebras con sus rayas irreales, la sensación de paz y de comunión y de pequeñez ante ese misterio que es un paisaje salvaje: la certeza de que no nos necesita en absoluto para existir. La nostalgia anticipada por perderlo al regresar a casa. La vaga pena porque no sabemos cuánto durará así, porque el mal aletea cerca para acabar con ello. 

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Las religiones se encuentran en constante transformación. Las historias, en cambio, perduran a través de ellas. Sobre todo si son simples: una pareja, un Dios generador. Un paraíso, la decepción de un Creador y la incomprensión del ser humano ante qué se esperaba de él. Y a partir de ahí la lucha entre el bien y el mal. Dentro, fuera. El castigo por atreverse a insinuar un cambio en el orden establecido. 

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La relación con el Paraíso pasa ahora por otros criterios morales: la salvación del mundo frente al cambio climático, por ejemplo, la preservación de ese Edén que ahora no solo perdemos, sino que además destruimos. El ser humano se sabe ahora un Lucifer capaz de todo. Y el gran pecado ya no es la curiosidad, sino la codicia. 

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante el EPVKenia que organizo con El País Viajes y B theTravel Brand. Llevo un vestido blanco de Mango.

Hacer, no hacer.

Durante los últimos meses he trabajado de nuevo las historias del siglo XIX y comienzos del XX; un periodo dorado para la novela en Europa, con personalidades y estilos poderosos y en una sociedad demasiado compleja como para definirla en un par de páginas. 

Las más antiguas de esas novelas hablan, sobre todo, de la acción como una manera de solventar los problemas: historias de héroes en todas sus variantes, figuras históricas, héroes contemporáneos, heroínas que buscan su espacio y su voz, niños que son empujados al mundo de los adultos mucho antes de lo que deberían… hacer, iniciar, construir, los valores preciados en una época de revoluciones y de afirmación de la identidad, primero, y de conquistas y de avances tecnológicos después. 

Sin embargo, según avanza el siglo el héroe cambia: el novelista vacila. La inacción, la duda, hasta entonces reservada a los personajes secundarios, los malvados, o las mujeres se apropia del personaje principal. La parálisis de Ana Ozores o de Emma Bovary salta a Raskolnikov. Mucho más reales, menos estruendosos, los personajes parecen padecer una epidemia hamletiana. Dudan, cuestionan su espacio y su papel, sus razones. 

Frente a la seguridad del hacer se impone la sabiduría del no hacer. 

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Ha transcurrido más de un siglo y la no acción ha vertebrado desde la lucha política a la terapia psicológica. La novela contemporánea copia de manera casi literal las tramas del XIX, pero aligeradas de su complejidad. El lector escoge la literatura como una manera de no hacer, el autor como una forma decidida de acción. Cuando permanecemos inmóviles son otros (personajes de novela, de series o películas, la actualidad y las noticias) los que se mueven por nosotros.

Atrapados en la obligación de hacer constantemente, de producir, de un movimiento que demuestre que somos útiles, no hacer supone una sutil manera de rebelión. Como todas las rebeliones, supone un esfuerzo. La mente galopa, el cuerpo se resiente, todo nos grita que el tiempo se pierde si no está bien empleado. No hay tiempo para nada. 

No hacer, la inmovilidad, el disfrute del momento se confunde con el aburrimiento, con la vejez, con la inutilidad. Sin embargo, nada aparentemente tan sencillo cuesta tanto esfuerzo. Todas las flores parecen la misma. Todos los ruidos se funden en un rumor. Todas las palabras provocan el ruido. La acción ya no se encuentra fuera, como en las aventuras decimonónicas, sino dentro, y el héroe lucha con su propio enemigo en el espejo.El silencio ha dejado de ser sinónimo de paz: ahora lo es de una comunicación constante con la tecnología y un discurso interior imparable. 

Pero a veces sí. A veces, por esfuerzo o azar, el tiempo se convierte en un aliado, la naturaleza en un abrazo, el no hacer en una calma infinita. 

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Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante el viaje EPV Kenia que organizo con Viajes el País y B the travel Brand. El vestido azul, con la espalda al descubierto y estampado de flores blanca es de Wild Pony, Lo acompaño de unas sandalias troqueladas de Pikolinos, y de un bolso cofre de rafia, de Mango, mucho más resistente de lo que parece, por cierto. 

Y todo el suelo se encontraba cubierto de flores de frangipani, y todo el aire de su aroma…

Floral Fresca

Hace unos meses  apareció Floral; era una idea diferente, la de un perfume y una nouvelle, una novela corta, en el mismo envoltorio, con los que celebraba mis veinte años como escritora. La historia y la fragancia se complementaban una a otra. La segunda llevaba a la práctica, sobre la piel, el jardín y la atmósfera que imaginaba en el texto. Desde el inicio de mi carrera he querido experimentar con formatos y maneras diferentes de narrar un universo propio, y Floral formaba parte de ese proyecto vital. 

No sabía qué acogida tendría mi apuesta y la de Magasalfa por una autora y su historia; eso es parte del encanto de narrar algo nuevo, el malabarismo que se genera. Unos meses más tarde tengo la respuesta: las lectoras (y algunos lectores, picados porque el perfume sea femenino) me han pedido que reeditemos Floral. Y así lo hemos hecho. Por un lado, el perfume aparecerá sin la novela, para quienes hayan comprado el pack inicial y quieran renovar únicamente la fragancia. Y por otro, hemos creado una versión más ligera y veraniega de Floral, Floral Fresca, con una imagen ligeramente reinterpretada y con una variación de su cata aromática más adecuada para el calor y la luz. 

La historia en la que se basa continúa siendo la misma: un jardín, el recuerdo de una infancia feliz en un jardín, y la necesidad de crecer sin que perdamos los mensajes importantes. Flores, un poco de madera

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¿Qué flores? Jazmín, ylang-ylang, lirio de los valles en el corazón. En las notas de salida tenemos hojas verdes y plantas silvestres. 

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Como notas de madera, palisandro, y como fondo, cedro, sándalo y almizcle. Ah, ese olor a madera y resina bajo el sol del verano, cuando cae la tarde…

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Y las humildes plantas silvestres, esas sobre las que nos tumbamos para una siesta, supervivientes entre las rocas.  

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El cambio de imagen vira del azul más intenso a un turquesa muy claro, como el agua o como algunas flores. Y, como curiosidad, aunque para Floral el nariz Agustí Vidal y yo nos entendimos muy rápidamente, para Floral Fresca sufrimos más. No encontrábamos exactamente una interpretación más leve que mantuviera la esencia de lo que queríamos contar. Fueron necesarias varias versiones para que los dos quedáramos satisfechos; ha sido de nuevo un privilegio ver cómo se interpreta una emoción con notas y olores, y formar parte de este proceso misterioso y evanescente. Y quisiera transmitiros con toda exactitud la satisfaccion que produce ese diálogo y este nuevo perfume.  

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De momento Floral Fresca se venderá en Carrefour, y muy pronto a través de Amazon. Añadiremos también un punto de venta en mi web, y no dudéis en poneros en contacto si no lo encontrais. La distribución, exactamente igual que con los libros, queda fuera de mi alcance, aunque sea tantas veces el eslabón más importante para unirme con el público, pero intentaremos satisfacer cualquier demanda. Por mi parte, continuaré contando historias de todas las maneras posibles, de la forma más original que se me ocurra. Muchas gracias por vuestro apoyo, por vuestra mirada y oído. Sé que estáis ahí a cada paso. 

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en uno de mis lugares predilectos de Madrid,  el Real Jardín Botánico, con sus responsables siempre tan profesionales y amables conmigo. Llevo el vestido Elsa, de Mango y alpargatas de Casteller