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De dónde vengo, a dónde voy.

Todos los artistas que alguna vez me han interesado han invertido gran parte de su tiempo en plantearse no solo quiénes son, sino cómo experimentan  cambios a lo largo del tiempo. Quizás por eso siempre me he sentido más cercana a los individuos que a los grupos o a los colectivos, donde me parece imposible encontrar un consenso identitario. Soy una escritora sin generación, una vasca sin cuadrilla. 

Así, he sentido debilidad por quienes debían estudiarse por etapas más que por características, por quienes cubrían áreas amplias en perjuicio de especializarse. Desde un Shakespeare capaz de saltar de la comedia a la tragedia, a un Lope de Vega en plena manía, un Picasso cuya evolución resulta mareante o una Margaret Atwood poeta, novelista y visionaria, o una Ana María Matute que irrumpió con Olvidado Rey Gudú cuando se había decidido que era inequívocamente realista. Un Bowie o un Bunbury, un Leonard Cohen o un Franco Battiatto o, aunque no me apasione tanto, Lady Gaga. Tilda Swinton o Helena Bonhan-Carter. 

Hay mucho valor en el atrevimiento de iniciar algo que se desvíe de lo ya esperado, un desprecio por el sonrojo que producen las antiguas fotografías, o los trabajos de los que nos desprendemos como de camisas de serpientes. La insatisfacción es un reconocimiento explícito al constante cambio en el que nos encontramos, un pulso  a la vejez y la estabilidad. Si, como Punset repetía hasta la extenuación, lo único seguro en la vida humana es el cambio y a la vez, es lo que más temor le inspira, las preguntas que aseguran un avance artístico son las esenciales. 

Pero el cambio se resiste a las etiquetas, y el éxito se basa hoy en día en resúmenes previsibles, en saber de antemano qué se consume, en leer aquello que nos da la razón y en una evasión inmediata. Eso ocurre en lo más sencillo y básico, en el consumo inmediato, pero se extiende también a lo que debería proteger el pensamiento: la política, la literatura, el periodismo. No hay espacios grises, no hay matices. Blanco, negro, la nada. Una línea recta de pensamiento que se pierde en el infinito, sin cambios ni alteraciones. 

Cada cierto tiempo noto que la piel se me ha quedado pequeña. Es una sensación desagradable al principio, y muy inquietante después. Lo que antes me satisfacía ya no basta, yo misma no me reconozco en lo que antes me producía alegría. Salgo a caminar y descubro detalles nuevos en las calles que conozco, como si hubiera atravesado un nivel superior del juego. Deja de interesarme lo que antes me parecía importante, y aunque tengo confianza en que vendrá algo nuevo no sé qué llegará, ni cuándo. 

En esos momentos leo a quienes sé que experimentaron procesos parecidos, escucho su música, intento encontrar espejos en la nada. Nos sobran los genios para darnos ejemplo; Orson Welles y Scorsese, Von Tries o Francis Picabia. Ferrán Adriá.  Intento tener paciencia, aprendo, una vez más, una lección de humildad ante todo lo que no sé y todo aquello que nunca sabré. Confío en que pasará, como otras veces, y que mi intuición tiene algo que decir, aunque sean balbuceos. El hielo frágil da miedo. Cuando estoy a punto de dar un salto nuevo y arriesgado sé que hay vuelta atrás, claro, siempre, la hay; pero poco aprenderé de ese retroceso. Imagino que entenderéis mejor por qué hablo de esto cuando aparezca mi próximo libro en unos meses: pero quizás sirva de algo a alquien leerlo ahora. 

Al menos, a mí me sirve escribirlo. 

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Ya me habéis visto el bolso de bambú de Salvador Bachiller, pero continuará siendo un básico durante los siguientes meses. No lo veo en la web, pero sin duda lo repondrán de cara al buen tiempo. La falda negra es de Mango, como la chaqueta. A mi entender, las chaquetas blancas con absolutamente traicioneras, porque crean un efecto óptico de ensanchar y acortar, a diferencia de los abrigos, que al menos, no achatan la figura. Pero son preciosas, y la tendencia oversize actual da mucho juego. Hay que tomarse, eso sí, un poco de tiempo para comprobar cuál es la más favorecedora. 

Rompo esa monotonía bicolor con una blusa estampada, color caldera, de Anonyme Designers. He descubierto hace poco esta marca, y me encanta la calidad de los tejijdos, y el patronaje, muy preciso. La blusa es de las llamadas bow neck, las de lazo de toda la vida. No permite mucha alegría en collares, pero casa muy bien con los pendientes de Uno de 50 en forma de pluma de la colección Phases of Love. Los zapatos son el modelo Nieves de Tine-Tess, una firma española que sigue mantiendo gran parte del proceso artesanal (y se nota). La gargantilla de plata la compré en Noruega hace casi 20 años, pero llevo aún una prenda más antigua: un cinturón de ante con dibujos tribales que se remonta a 1989, cuando estaba en el instituto…  Viejo, nuevo. lo que descubro, lo que fui. Las fotos las sacó Nika Jiménez en la calle Serrano de Madrid

Bradford y Branwell

En el último viaje EPV Brontë que organicé con El País Viajes y con B the Travel Brand pasamos por Bradford, una ciudad que suele pasar inadvertida entre las bellezas de la zona de York. Para mí se encuentra inexorablemente unida al hermano varón de las Brontë, Branwell

A mediados del siglo XIX Bradford se había convertido en la capital de la lana: su tradición de centro textil, que se remontaba hasta la Edad Media, y la facilidad para obtener arenisca, hierro, carbón y agua, los cuatro elementos necesarios para que los molinos de hilaturas procesaran la lana, la transformaron en una ciudad dinámica, una de las más modernas de Reino Unido. Allí se daban cita la mano de obra procedente del campo, muchas veces con unas condiciones de vida lamentables, y la burguesía emergente, que comenzaba a enriquecerse con la alpaca

Entre 1838 y 1839 Branwell Brontë se mudó a Bradford para iniciar una carrera como pintor profesional. La ciudad parecía el lugar perfecto para un joven ambicioso, con cierto talento, pero que al mismo tiempo se sentía abrumado ante los retos reales. La historia de Branwell es la de una eterna promesa incumplida. Mientras sus hermanas acudían a un internado para niñas pobres, él se educó en casa, con su padre, quien le dio una esmerada formación clásica. Mostraba rapidez y originalidad, escribía muy bien y quería comerse el mundo: la familia esperaba mucho de él. 

Quienes le conocieron lo definían como un niño grande, un fanfarrón cuyas mentiras y exageraciones se convertían en increíbles a medida de que bebía. Por edad se encontraba entre Charlotte y Emily, y para 1838, a sus 21 años, había vivido ya varios rechazos; las revistas no querían sus colaboraciones, y la Academia de Arte de Londres no le había aceptado. Branwell no soportaba bien ni la crítica ni la espera; cada revés le llevaba a escaparse a mundos imaginarios que, si en el caso de sus hermanas dieron como resultado obras literarias geniales, en el suyo le llevaron a serias adicciones y a una constante inadecuación. 

Aquí, en Bradford, entre los edificios victorianos que se estaban construyendo (el Ayuntamiento, la catedral, el barrio de los alemanes, llamado así por los emigrantes que atraía la ciudad), Branwell intentó hacerse con una clientela deseosa de ser inmmortalizada, nuevos burgueses y familias que comprarían paisajes y óleos. No le fue bien. Le faltaba fuerza y gracia en la pincelada, y no se relacionaba. Regresó a la casa de su padre arruinado y con otro fracaso más a las espaldas, y allí planificaron que sería preceptor: no ya un artista, no un escritor, sino la versión masculina de lo que esperaba a sus hermanas, un intelectual domesticado que educara niños ricos. 

Aún no sabían que los escasos nueve años de vida que le quedaban serían un vertiginoso descenso hacia la muerte, una sucesión de escándalos, de vergüenza y de escenas, hasta el punto de que sus hermanas y su padre debían inmovilizarlo o encerrarlo en casa para evitar que se escapara al pub The Black Bull para otra dosis de morfina o de alcohol. Esa realidad, que por desgracia conocen bien las familias de los adictos de cualquier siglo, condicionó no solo su existencia, sino la de sus tres hermanas, que reflejarían en sus novelas ese dolor y esa desesperación. Branwell murió, y dejó una brecha de aire frío por la que en pocos meses se colarían sus dos hermanas menores: Emily y Anne

Mientras paseo por las calles de Bradford prefiero imaginarlo aún joven y esperanzado, con su levita y su camisa a la moda, los anteojos y el perfil de ardilla tan parecido al de Charlotte, su andar de bajito chulesco, y con las cartas que enviaba a sus amigos de juergas en Haworth contándoles una vida que no tenía pero que le hubiera encantado tener. Bradford ha soportado mal la crisis, y por sus calles pasean muchos chicos ociosos, con aire de no soportar la menor provocación, a la espera del viernes por la noche y de su promesa de diversiones. No sé si han oído hablar de Branwell Brontë. A veces no aprendemos nada de la historia. 

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Para el paseo por Bradford llevé un look total de Mango: falda pareo de lana negra, camisa verde, americana  de cuadros, pendientes de aro dorados, salones de piel de pitón (amortizadísimos a estas alturas). Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez; y el viaje de EPVBrontë de 2019 puede contratarse aquí (la salida es el 3 de octubre de 2019). 

Llevar los pantalones

Se olvida con lamentable frecuencia lo que debemos a quienes nos precedieron. Asumimos con vergonzosa naturalidad que nuestras circunstancias han sido siempre las existentes, y eso nos lleva a repetir errores y a negar el trabajo que otros realizaron para que disfrutemos de derechos, de privilegios o de libertades. 

En el caso de las mujeres, la tentación de afirmar que todo está ya logrado es peligrosísima. Esa misma frase fue algo que escuché ya de jovencita: las mujeres habíamos alcanzado la igualdad real, ¿qué más queríamos? Podría hablar de violencia de género, de discriminación laboral o del peso invisible de responsabilidad, de cuidado y de organización que las mujeres arrastramos; pero quizás no sea este el espacio para ello; tomemos un ejemplo mucho menos comprometido, pero igualmente representivo.

Hace solo unas décadas me estaría prohibido lucir en público la ropa que llevo en las fotografías que acompañan este texto; en algunos países, y para algunas religiones aún lo está. Una mujer en pantalones, y no digamos ya con un traje equiparable al masculino resultaba un desafío al orden y a la decencia fuertemente penado. No importa que no se viera un centímetro de piel: la moralidad no solo pena la impudicia, sino también el reto al poder. 

De hecho, el control social resultaba tan férreo que una simple frase como demostrar quién llevaba los pantalones en una casa recordaba que había determinados roles que no podían subvertirse. La excusa habitual para mantener el status quo era reconocer que quien realmente mandaba en casa era la mujer, la madre o la abuela: por supuesto, siempre ha habido excepciones a la regla, y familias en las que la capacidad de liderazgo, de decisión o incluso el dinero pertenecían a una de las mujeres. Pero lo cierto es que en el plano social todo ello le estaba vetado. 

Cuando Concepción Arenal se vistió de hombre para acudir a las clases de Derecho en 1842, el escándalo fue mayúsculo. Se le permitió, tras un exámen, ser alumna, siempre que acudiera custodiada, se sentara aparte, y, por supuesto, vistiera como correspondía. Las mineras de Wigan, una localidad minera de Manchester, escandalizaron a la sociedad victoriana no por bajar a las minas de carbón, sino por hacerlo con pantalones. Los bombachos, un invento feminista, recibieron la crítica más efectiva que una sociedad puede ejercer, la de la ridiculización.  

Mi generación recuerda las historias de sus madres, tías o abuelas cuando decidieron llevar pantalones (no digamos ya si eran vaqueros), pintarse las uñas o lucir falda corta. Una cosa era que divas como Marlene Dietrich o Katherine Hepburn los llevaran, firmados por Chanel, en la pantalla, y otra muy diferente que en una ciudad provinciana o en un pueblo del interior una joven local llamara la atención de esa manera. Yves Saint Laurent podía dictaminar lo que deseara respecto al esmoquin femenino, o Courrèges marcar una línea nueva que coincidiría con una sociedad en cambio: ni todas las sociedades cambian al mismo ritmo ni todas las mujeres pueden o quieren pagar el precio que supone la modernidad. 

Nos repiten por múltiples frentes ahora que está todo conseguido. Yo misma lo creía de veinteañera, antes de comprender del todo las oscilaciones históricas, antes de ver las fotografías de las  mujeres en los países árabes en los años sesenta o setenta, antes ser consciente de que hubo mundo antes de mí y lo habrá cuando yo desaparezca y que nada es permanente, antes de comprender que lo normal no había sido nunca que las mujeres fuéramos mayoría en los estudios universitarios, o de comprobar que continuábamos con el acceso vetado a los puestos de poder. Antes de sufrir miradas condescendientes, críticas misóginas o, directamente, la invisilibilidad. 

No hay nada que no sea importante. No hay gesto inocente. Y nada puede darse por logrado. Eso conviene también que no lo olvidemos.

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El traje de terciopelo se compone de una chaqueta esmoquin y unos pantalones palazzo  de Mango. Llevo también una blusa blanca de crêpe con lazado al cuello y un bolso de mano de Gucci. La pulsera de plata se llama Cita, y es de Uno de 50. Botines de terciopelo también de Mango. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el exterior de la Biblioteca Nacional, donde Teresa de Jesús es la única escritora representada en la fachada. El resto de las mujeres representadas son figuras alegóricas. 

Nuevos propósitos, hoja en blanco

En realidad, pensaba dedicar este texto  de Año Nuevo a algo mucho más metafórico, a una página en blanco, pero dado que en mi cuenta de Instagram me habeis pedido hace unos días que me extienda más sobre cómo organizo mis propósitos, éste es un espacio idóneo para ello: una charla entre amigos en la que os cuento qué me funciona y cómo lo planifico. 

Todo comenzó hace ya años; había obtenido muchos de mis sueños de adolescente, pero mi técnica habitual (pasión, cabezonería y atención intermitente) no bastaban para conseguir otros. Mes tras mes, verano tras verano, propósitos que me gustaban, me convenían o necesitaba para avanzar se me escurrían. Como creadora, como autónoma y por mi carácter necesitaba una buena planificación vital y laboral. ¿Cómo podía mejorar aquello? Desde entonces he refinado una técnica útil que me encantaría que os sirviera como apoyo. 

Necesitais algo de tiempo, seriedad, y ponerlo por escrito. Una libreta, un archivo de ordenador, una pared con post-its… algo que puedas revisar y modificar. A mí me basta una sencilla tabla de Word o Excel  en la que añado, borro y marco en colores mis objetivos, pero podéis ser todo lo creativos que queráis. Comenzamos

A- Analiza tu carácter.
-Distingue cómo te gustaría ser y cómo te han dicho toda la vida que eres de cómo realmente eres hoy en día. Sé sincero y objetivo.

-Diferencia tu carácter de tus hábitos. Puedes cambiar y adaptar qué haces, pero resulta muy difícil modificar tu carácter.

-Yo, p.e. soy creativa y curiosa, y tengo mucha energía al inicio de algo nuevo. También pierdo interés rápidamente, abro demasiados frentes y prefiero trabajar sola. Los propósitos que encajen con mi carácter me resultarán más sencillos y gratificantes. Los que desafíen mi forma de ser requerirán más esfuerzo y supervisión. Tengo claro que decirme A partir de ahora todos los dias haré X (algo que no me gusta pero me conviene) está condenado al fracaso.

B.- Haz tu listado. 

-¿Qué quieres conseguir este año? No hay límite de propósitos, pero te animo a que sean numerosos, concretos y precisos. Yo me he fijado hace tiempo 50 al año, más o menos uno por semana, porque es un número redondo, ambicioso, y me aburro si no tengo algo que hacer, pero fija los que te apetezcan. 

-Numerosos: los propósitos muy vagos no suelen cumplirse. Si tienes uno general como Quiero mejorar mi autoestima, dedícale un poco más de esfuerzo y piensa qué te ayudará a ello. ¿Decirte cada día algo bonito? ¿Perder un exceso de peso? ¿Retomar tus estudios universitarios? Eso divide el propósito en tres más sencillos de abordar y de desmenuzar.

Concretos– Divídelos en áreas. Así puedes ver a qué dedicas demasiada atención o muy poca, y cubrir aspectos distintos. Las áreas principales de la vida son: 

Salud, economía, mente, espíritu, profesión, familia y social. 

Quienes conozcáis el fengshui quizás las dividáis en 9: 

Salud y familia, riqueza y prosperidad, reconocimiento y fama, relaciones y amor, hijos y creatividad, amigos, protectores y viajes, trabajo y carrera, saber y conocimiento y equilibrio.

Yo lo hago en: Salud física, salud mental, proyectos profesionales, literarios, económicos, emocionales, casa, y otros. Otros es mi cajón de sastre, caprichos, o propósitos que no sé muy bien dónde encajan.

Precisos– Define bien qué deseas, y elabora un pequeño plan de acción. Con cada propósito, plantéate cómo lo vas a hacer y quién puede ayudarte. 

P. e: dentro de Saber y conocimiento, puedes plantearte iniciar algo nuevo, como un curso de cocina japonesa. Define los pasos: 

-Busco el curso. Comparo precios. Me matriculo. Hablo con alguien para que recoja a los niños todos los martes. 

-C.- Sé realista. 

-Si has llegado hasta aquí asomarán otros conceptos que te habrán impedido hasta ahora conseguir esos propósitos, además de tu carácter: el tiempo y el dinero. Inclúyelos en tu lista. 

Decirte algo bonito todos los días es rápido y gratis; se trata de modificar un hábito. 

Perder peso supone más reflexión. No es lo mismo perder 3 kilos que 20, hacerlo por primera vez que acumular un historial de oscilaciones, o haber pasado por un trastorno de la alimentación. Si uno de tus propósitos afecta a tu salud, una adicción, una enfermedad mental, o una alteración radical de tu vida, deberías pedir ayuda profesional, y eso supone dedicarle tiempo, y quizás dinero. También demanda energía y esfuerzo, y deberías darle prioridad. A su vez, muchos de los otros propósitos podrían girar en torno a él y ayudarte a conseguirlo: un curso de cocina saludable, salir a caminar, alejarte de ciertas amistades, desayunar siempre en casa… 

Retomar tus estudios universitarios implica a su vez un gran cambio vital. Mide qué tiempo te supondría y a qué deberás renunciar, si tendrás apoyo en tu entorno o debes enfrentarte a ello solo, si puedes pedir una beca…  Como el propósito anterior, no es algo que se consiga de un día para otro, pero los efectos sobre lo que persigue (mejorar tu autoestima) son permanentes y la recompensa será muy grande. 

Fragmenta aquello que te queda grande: conseguir algo de lo que te propones es más eficaz que una mentalidad en blanco y negro (si no puedo conseguirlo todo, ni lo intento). P. e, yo ardía en deseos de reformar toda mi casa, pero me exigiría demasiado tiempo y dinero, buscar un alquiler, mover a las gatitas… por lo tanto, estoy abordando poco a poco el cambio. Sustituir un armario y pintar una habitación es menos emocionante, pero resulta más sensato, asequible y me permitirá, con tiempo, el mismo resultado. Además, me ayuda a educar la constancia y la paciencia, dos de mis puntos débiles. 

Alterna proyectos a corto, medio y largo plazo. Algunos, como un viaje, se consiguen de una vez. Otros, como los buenos hábitos, requieren de mayor disciplina. Hay personas más decididas o más constantes, otras que preferís planificar mucho y os cuesta la acción y otras más impulsivas que actuáis sin pensar en las consecuencias. Es una buena idea que alternes proyectos más afines a ti y otros que te requieran más sacrificio. 

D.- Revisa y supervisa.

Una vez que tengas listados y planificados tus propósitos, revísalos de manera regular. Yo suelo hacerlo cada semana, porque eso corrige mi falta de constancia. Planifico y tacho lo que he logrado en cada objetivo, lo siento en mi mano, marco plazos…

Por ejemplo, en temas de ahorro: si te propones ahorrar al menos 20 euros al mes, mara cada día 1 cuánto has metido en la hucha. Enero, 20 euros. Febrero, 25. Marzo, gané la bonoloto, 100. O si quieres dejar de fumar, en enero voy al médico y abandono el hábito. Febrero, sigo con los parches de nicotina. Marzo, continúo sin fumar…

Esos plazos son importantes, porque el tiempo se escapa muy rápidamente, y hay mil excusas para retrasar lo que no nos gratifica inmediatamente. También me permite ver si no he sido realista cuando los he planteado, o si he perdido interés en uno de ellos. 

Por norma general, en mi cumpleaños, en julio, compruebo a fondo qué tal voy, si algunos propósitos se han cumplido ya, o si van a ser imposibles ese año. O, sencillamente, si ya no lo deseo. Reformulo la lista ligeramente y sigo. 

E.- Trucos que a veces funcionan (y otras no).

-Al principio marcaba en rojo, amarillo y verde la prioridad de mis propósitos. Con el tiempo, he comprobado que se ordenan solos. Ahora comienzo a pensar en ellos en noviembre, y hago el listado poco a poco. A veces me faltan dos o tres a 1 de enero, pero 47 propósitos son tan buenos como 50. También veo que mantengo muchos propósitos del año anterior, lo cual no es muy excitante, pero me indica que son proyectos sólidos y que deseo mantenerlos. 

-Algunos sistemas aconsejan contarle esos planes a vuestro entorno, para conseguir más refuerzo y no arrepentirse. Valorad vuestro entorno y si tenéis un buen grupo de apoyo en ellos. Para mucha gente funciona que se forme un grupo de deporte, aficiones, salidas, estudios… que os animen y acompañen. A mí nunca me ha sido útil, y me ha resultado muy embarazoso dar explicaciones porque, invariablemente, no lo conseguía. El compromiso debe ser conmigo, y la presión social no me afecta demasiado. 

-Otros recomiendan premiaros cada cierto tiempo si conseguís un objetivo. Yo lo probé con libros y con ropa, pero me di cuenta de que hacía trampa: me buscaba excusas para comprarme ese libro, cumpliera la meta o no, porque de verdad lo necesitaba o porque esa falda se iba a agotar. Ahora, lograr mi objetivo es la recompensa en sí misma. 

-A otros les funciona castigarse si no lo cumplen. Cancelar una salida, o una cena familiar, no comprarse algo o incluso donar dinero a una causa que odieis (hay aplicaciones, como Stikk, que permiten eso). A mí es una idea que me horroriza, pero esto tiene mucho que ver con la educación que habéis recibido sobre el premio/castigo. 

-Sed creativos. Si os estancáis con el mismo propósito una y otra vez, hay que revisar qué repetís sin resultado. Hay que formularlo de otra manera, y comenzarlo por otro lado. El problema puede ser el proceso, no el fin. 

Visualizar está muy bien, pero han sido muy pocas las cosas que me han llegado con la simple visualización o deseándolo intensamente. Mis propósitos de Año Nuevo no son una carta de deseos formulados al viento, sino un proyecto vital más amplio y más consecuente. 

-Y, por último, flexibilidad. A veces las circunstancias cambian, a veces la vida se altera, para bien o para mal. Uno de mis propósitos siempre es Aprendo a no exigirme demasiado. Sé que no lo cumpliré nunca por completo, pero es un objetivo que no quiero perder de vista, algo de lo que aprender y que me recuerda que el propósito de este listado es una vida más feliz y más rica, y no la satisfacción superficial y neurótica de conseguir todo lo que me proponga. Os dejo con algunos ejemplos de ese tipo.

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Digo NO sin añadir explicaciones.

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Simplifico: no hago más de lo que puedo hacer, no me cargo de trabajo, no acumulo.

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Cultivo mi intuición, y la escucho en lugar de negarla. 

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Finalizo con mi afán de salvar a la gente. 

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Me comporto como quien soy, y no como a los otros les me gustaría que fuera.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid, Yo llevo abrigo blanco de Mango de la línea Committed, que apuesta por la moda sostenible, confeccionado con lana reciclada, con salones rojos de Cristina Valdivieso

Coco y Kau Pe

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Hacía mucho tiempo que no dedicaba una entrada a la cosmética, y el inicio del invierno me parece un momento idóneo. Como alguien con una piel sensible, reactiva, que tiende a seca, sufro mucho con la calefacción, el frío ambiental y las diferencias de humedad cuando viajo. Además, mi ritmo de vida y la pereza me llevan a productos que sean fáciles de aplicar, con la mejor relación calidad-precio posible y que pueda reponer con facilidad si me los requisan en un aeropuerto, se me olvidan o los acabo fuera de casa. La gama de la que hoy os hablo, Koconoi, puede encontrarse en las Perfumerías Primor, presentes en un gran número de ciudades, además de vender online. Además, han apostado por mi perfume Floral, con lo cual demuestran que saben lo que se hacen. 

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Koconoi y su gama de productos se basa en los principios activos del coco, que es lo que les brinda no solo un aroma como para comerse las cremas en tostadas sino una untuosidad propia. Para mi gusto, el aceite de coco (y todo lo que lo incluye) resulta particularmente eficaz como contorno de ojos (mi caballo de batalla desde la adolescencia), para aportar brillo al rostro y el cuerpo, y como nutriente que deja las zonas más secas (rodillas, codos, antebrazos) sedosas y calmadas. 

El Exfoliante Facial de Arena de Bora Bora es, hasta ahora, lo más cerca que he estado de las playas de Bora Bora. Aunque todo se andará. Cuenta con arena blanca de esas islas Tahitianas, un exfoliante mineral de origen natural muy apreciado. Además del aceite de coco, añade agua de las lagunas de la Polinesia, y extracto de noni, antiinflamatorio. Exfolia con suavidad y se elimina con agua. 

Vamos con la crema antiedad Koconoi Oceania Saffron Antiage Cream. Las que ya no somos unas niñas (yo cumpliré 45 años en julio en 2019) no esperamos milagros de una crema antiedad, pero sí un extra de cuidado para una piel que necesita más hidratación, más antioxidantes, luminosidad, menos manchas. Esta crema se absorbe rápidamente y suaviza sin ser pringosa; aporta la luz que siempre busco, y el azafrán de Oceanía (lo llaman el Oro Rojo) ofrece lo que toda la familia de la cúrcuma y los azafranes, unas moléculas llamadas curcumoides con una alta capacidad antioxidante. 

Y por último, he probado el Koconoi All in One Magic Coconut, es decir, el vale para todo de la marca. ¿Que necesitas una crema hidratante? Koconoi All In One. ¿Mascarilla para el cabello? Lo mismo. ¿Sales de la ducha con la piel como un lagarto? Ya sabes. Tiene tres productos estrellas en nutrición e hidratación: el coco, el cacao y la Manteca de Karité. Fenomenal para las estrías, muy buena para las manos y para zonas muy secas. 

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Recomiendo también el Bora Bora White Sand Face Scrub como exfoliante suave para las manos. 

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La misma marca cuenta con otra gama que, aunque también contiene aceite de coco, presenta como producto estrella la flor del Kau Pe. Como ya sabéis de mi afición a la botánica, me ha vuelto loca buscando referencias sobre el Kau Pe, delicado tesoro vegetal del que yo no había oído hablar jamás, pero que parece ser común como la mala hierba en Hawai. Ahora me decís que todas estábais hartas de saber del Kau Pe y me echo a llorar.

El caso es que al final he comprobado que el Kau Pe es en realidad la Fagraea Berteroana. También se llama Pua Keni Keni, o Pua Lulu, y los famosos collares de flores con los que dan la bienvenida a los visitantes en Hawai se componen de largas tiras de esas flores, por lo general blancas, y de un olor muy delicado.

El Serum Facial Kau Pe Flowers es altamente hidratante, hasta el punto de que no es fácil calcular la cantidad que hace falta: probad con muy poquito producto y luego añadid si no es bastante. Contiene también aceite de Monoï. Perfecto para los días de más frío o cuando podáis dedicarle un rato a la piel. 

Por último, el Coconut Cleansing Oil, o aceite limpiador de coco. Con un masaje circular, al que se le puede añadir un poco de agua para emulsionar, este aceite deja la piel limpia de impurezas, maquillaje o grasa. No resulta nada agresivo, deja la piel limpia, pero hidratada y muy suave, y en este caso el elemento novedoso junto al coco es el aceite de Tamanu, un árbol de la zona del Pacífico Sur (hoy no abandonamos esas tierras paradisíacas) cuyos frutos han sido empleados tradicionalmente para curar heridas y cerrar cicatrices. 

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Recordad, primero el limpiador, luego el sérum.

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Las fotos se tomaron en mi casa con MyPen Camara Olympus de Nika Jiménez. Como para ilustrar los bodegones con flores no encontré Fagraea Berteroanas os tenéis que conformar con unas Phalaenopsis corrientes y molientes, pero de un color poco habitual, y con sal rosa del Himalaya. Que digo yo que tampoco está mal. 

Fiesta Floral

En 1998 publiqué mi primera novela, Irlanda: creía entonces que a esa primera novela le seguirían muchas más, y, en general, imaginaba que ser escritora y dedicarme a la literatura era cosa hecha. Han pasado veinte años desde aquello a una velocidad increíble, y me sorprende la determinación y la energía, pero también la ingenuidad, de aquella joven autora. 

Cuando me planteé cómo quería conmemorar mis veinte años como escritora pensé en una celebración para mis íntimos, una fiesta en la que congratularnos de una carrera ya larga, pese a las dificultades de este oficio, los altibajos de la crisis y los cambios del sistema editorial; pero no podía olvidarme de mis lectores, lectores que me han acompañado desde la primera novela o que se incorporaron con el Premio Planeta, que acaban de descubrirme o que nunca han leído un libro mío pero sí artículos, o han escuchado las intervenciones de la radio, o las conferencias que a lo largo de los años he impartido casi sin descanso. 

Quería entregarles algo que marcara con un gesto festivo el que se ha cruzado este puente simbólico de las dos décadas. En breve se reeditará Irlanda, para quienes deseen algo más clásico. Pero nunca, desde aquel lejano día de 1998, he pretendido ser una autora convencional, ni encerrada en el formato de un libro, y eso lo saben bien quienes me han seguido. Mis microcuentos se han publicado en camisetas, en farolas y cartelería, lo que he escrito ha inspirado zapatos, joyas, obras de teatro, viajes literarios y distintos eventos culturales. Por eso la idea de lanzar un perfume que acompañara una nouvelle, un largo relato de infancia, flores y emociones me pareció el regalo perfecto para mis lectores, y sobre todo, mis lectoras.

Para mí escribir un relato era algo natural, pero ¿cómo acompañarlo de un perfume de calidad y de diseño exquisito, como tenía en mente? Magasalfa fue la encargada de llevar a la realidad este proyecto, y el magnífico perfumista Agustí Vidal quien tradujo lo que anidaba en mi cabeza a una forma física, el perfume Floral. Dentro del frasco azul y negro y dorado hay flores blancas, ciruela, melocotón y cedro, de la misma manera en la que aparecen en la historia. Mi objetivo es que lean, pero que también sientan, un aroma, pero también la capacidad evocadora, tan poderosa, de la narración. Quería que quienes en Navidades compran un libro o un perfume no tuvieran que elegir, y que pudieran obtener Floral más o menos, al precio de uno de mis libros. 

Floral puede encontrarse en las perfumerías físicas de Druni y Gilgo, Primor, Arenal, en Marvimundo, Facial, Sacha Canarias, Carrefour y El Corte Ingles, y en sus webs, cuyos enlaces os dejo. 

También está en la Fnac, en concreto en Madrid en Callao, Plaza Norte, ParqueSur, Vallecas y Majadahonda. En Barcelona, en L’illa, Triagle, Maquinista y Arena. En Asturias, en Donostia, y en Coruña. Y en su web, aquí.  

Y por último, también puede comprarse en mi web, espidofreire.com. Si quieres que sea un regalo en tu empresa, o un detalle para tus invitados o quieres venderlo en tu tienda, librería o tienda cosmética, házmelo saber en info@espidofreire.com.

Solo quedaba celebrarlo con esa fiesta para amigos, rodeada de flores y de aromas, de letras, de gente querida y con la misma sensación de energía e inocencia, de amor por mi oficio y de esperanza de veinte años atrás.

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Agustí Vidal, la nariz y el padre de Floral.

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EspidoFloral2La estrella de la noche fue Valentina, la diminuta perrita de The 2nd Skin.co. También nos alegramos mucho de ver a Antonio Burillo, claro, pero creo que tiene asumido que Valentina le eclipsa siempre. 

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La increíble Aurora Carbonell.

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Fernando Marías, querido amigo y escritor imprescindible.

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El equipo de Magasalfa, los responsables de que Floral llegue a vuestras manos.

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La elegancia y el saber hacer de Nuria March.

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Y una representación de los amigos que vinieron a acompañarme: esa familia elegida.

Las fotos (algunas de Nika Jiménez, otras de The Apartment) fueron tomadas en Margarita se llama mi amor, Madrid, el día de la fiesta. Mi vestido era de Hannibal Laguna Couture, una maravilla de seda floreada con escote palabra de honor y falda con diversas capas. La pulsera con moneda romana es de Fernando Gallego. Y, amigas, amigos, Floral es ahora vuestro.

Lejana y sola.

Las calles de las ciudades tienen otro aspecto cuando se pasea sola. No cuando se va de un lado a otro, con prisa y un objetivo, el trabajo, una cita, unas compras, sino cuando se deambula sin prisa y sin más. Todo desalienta a que una mujer haga algo parecido: el pánico a la soledad que se nos ha inoculado desde pequeños -un individuo es siempre más difícil de manipular, más contradictorio y más crítico-; el miedo a la intimidación física, cuando no a la agresión; la sensación de que no es lo correcto, o de que seremos detectadas o intimidadas.

La relación entre las mujeres y gran parte de los espacios público se lleva a cabo a hurtadillas, a toda velocidad, y, muchas veces, porque no queda más remedio. 

Muchas mujeres desconocen la sensación de felicidad que supone un rato de soledad fuera de su propia casa. Algunas, genuinamente, no pueden sentirlo porque se sienten observadas, inadecuadas o ridículas si están solas. Ir sola de compras, o al cine, o a dar un paseo, a un museo o una exposición, a un parque a leer o a tejer, a tomarse un café o un vino. Nada de esto está prohibido, ni siquiera particularmente mal visto: la mayor parte de esas actividades ni siquiera son peligrosas, pero nunca se alientan. Chicas en grupo, chicas en pareja, amigas, clase, pandilla. No se sabe dónde comienza la percepción real de que algo puede ocurrirles y dónde el muy eficaz control social. Dónde la voluntad y dónde aquello que nos han dicho que debemos sentir. 

Hay redes sociales que favorecen la soledad, y otras que precisan de otros agentes. Las centradas en la palabra tiene que ver con el ingenio individual y el deseo de imponer una opinión a otras. Las que giran en torno a la imagen exigen casi siempre al menos otra persona para tomarlas. Imagenes de diversión o de gamberradas, de parejas idílicas o de amigas sin un roce.

En las otras, las que involucran un espejo o una comida a solas, un paisaje que abruma con su belleza, o una fotografía de indumentaria, planea una sospecha de narcisismo. El ocio y la mujer, la soledad saboreada y la mujer, el poder, en definitiva, de la mujer en solitario, desprovista de apellidos, pareja, o influencias, es otra de las sutiles barreras que aún delimitan el amplio terreno de la libertad. 

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Las calles de Córdoba, como las de muchas otras ciudades, se encuentran cubiertas por un diabólico empedrado que desalienta cualquier zapato de tacón o de suela fina. Años de práctica me han llevado a desarrollar un sistema propio de navegación y de previsión de daños según camino, una habilidad que comparto con muchas otras mujeres y que nos permite ver el suelo como un elemento tridimensional, más que como un plano. Sea como sea, los zapatos son de Sacha London. El vestido de un precioso terciopelo devorado, en tonos azules y granates, lleva la etiqueta de La Fée Maraboutée. El bolso de terciopelo pertenece a mi colección, y tiene los suficientes años como para haberse puesto de moda de nuevo. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en la Judería de Córdoba

Mujeres secretas

El Consejo Europeo ha destinado una suma importante, un millón y medio de euros, para que la investigadora  española Carme Font, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, analice y rescate la huella de las mujeres entre el siglo XV y XVII. Esa ayuda se destinará a un grupo de investigadoras que podrán así recorrer al menos durante cinco años archivos, bibliotecas y legados europeos, y que por lo tanto, los revitalizarán y conservarán.

La noticia no pasaría de ahí, de una inyección económica y de energía a la Universidad, si no fuera porque el proyecto es mucho más ambicioso: intenta cubrir el hueco de pensamiento y de palabras femeninas que se da en esa época, un momento crucial para la consolidación de la historia de Europa. Un porcentaje de mujeres, no muchas del total de la población, escribían anotaciones personales, muchas cartas, poemas o diarios. De los que se conservan, muchos se han descartado por la tradición literaria o filosófica porque sus temas se consideraban irrelevantes, o su estilo presentaba carencias. 

Eso no solo ha llevado a silenciar las vidas y las experiencias de las mujeres, en particular de las que no pertenecían a familias prominentes o no fueran consortes de hombres conocidos, sino que ha sesgado qué se creía transcendental y qué banal. La sexualidad de las mujeres y sus experiencias se han narrado desde la perspectiva masculina. Lo mismo ha ocurrido con sus vidas, sus anhelos o dudas. Salvo las veces en las que sus hijos varones reconocieron la influencia de sus madres, la huella femenina ha quedado en el silencio y la oscuridad. 

El equipo de Font planteará una relectura de la historia más amplia y flexible, en la que exista hueco para lo no narrado, y en la que la visión del mundo, hasta ahora masculina, se complete con la femenina. Hombre y mujeres tendemos a valorar como importante o superficial lo que hemos situado en una escala invisible, pero bien definida, en la que las aficiones, intereses o problemas femeninos se deslizan hacia las capas más bajas. 

En el congreso sobre Voces Femeninas al que asistí hace tres años en Nueva Delhi me mostraron un proyecto similar, que intentaba conservar las voces y las historias de las mujeres hindúes ancianas, muchas de ellas analfabetas, que narraban leyendas, recetas, vivencias o historias familiares. Sin la tecnología, esa tradición oral parecía condenada a desaparecer, y con ellas, la presencia durante generaciones de esas mujeres de las que no quedaba nada, ni el nombre, ni siquiera el apellido, perdido al casarse. 

En eso pensaba el otro día, cuando, a la salida de un encuentro de Mujeres Empresarias, caminaba por la impresionante Mezquita de Córdoba. Cuándo han callado esas mujeres anónimas, qué poco queda de ellas, qué poco sabemos de sus ansias o de su miedo, qué poco nos han dejado las que hace un siglo, cuatro, seis, caminaban ante las mismas puertas que ahora recorro…

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En este caso, todo el look, menos  el cinturón de lunares, que lleva años en mi armario, es de Mango. El vestido camisero negro, de satén, se encuentra aquí. El bolsito de abalorios transparentes, precioso, sirve además como arma de defensa personar, por su peso y contundencia. Los zapatos grises, con estampado de pitón, son estos. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el patio de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Leyendas en Haworth

La leyenda de las Brontë, la leyenda de las tres muchachas que se criaron en Haworth y publicaron varias novelas inolvidables, ha perdurado doscientos años y continúa con una magnífica salud. La casa de la Rectoría donde las hermanas se criaron conserva muchos objetos que usaron o crearon y sobre todo permite que entendamos mejor en qué entorno, bajo qué cielo urdieron sus historias. Mejor, pero no del todo.

Haworth y los páramos se asocian sobre todo a Emily y a sus Cumbres Borrascosas. En parte por las descripciones (emocionales y del paisaje) de la novela, y en parte porque muchas de las películas y series se han rodado en la comarca, este lugar árido de brezo y maleza azotado por el viento, árboles solitarios y lindes de piedra. El silencio, la breve vida de Emily y la construcción posterior de su personaje han contribuido a la costumbre de leer la novela como un código oculto de su vida y de sus pasiones. 

Uno de los temas de conversación frecuentes en el viaje EPV Brontë que organizo con B the Travel Brand y El País Viajes es precisamente el de Emily y su extraordinaria capacidad para plasmar el carácter humano con sus contradicciones y su oscuridad. Hablamos de cómo su experiencia personal se redujo a unos pocos años y a poca gente: Emily, además de en la Rectoría, vivió en una escuela y como institutriz, estudió (muy poco tiempo) en Bélgica con su hermana Charlotte, y regresó a Haworth para hacerse cargo, como ama de casa, de su padre y del manejo del hogar. 

Mientras tomamos el tren de vapor que nos lleva a Haworth, con su carbonilla y su peculiar traqueteo hablamos de cómo fue Elizabeth Gaskell, amiga y biógrafa de Charlotte, quien influyó de manera decisiva en la percepción que tenemos de Emily como alguien incomprensible, cambiante, casi hostil. Un genio que brotara de la nada, muy acorde con la imagen que Charlotte deseaba dar de cada una de sus hermanas y de sí misma. Tampoco debemos olvidar que la época esperaba virtudes y defectos muy concretos de los escritores y de las mujeres, y no digamos ya de las mujeres escritoras.

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Haworth era un lugar aislado, con una enorme mortandad, sobre todo infantil, en la época en la que Emily vivió. Ellas, separadas del resto de los habitantes no solo de una manera física sino por la rigida estructura social de la época, no vivían, de todas maneras, tan aisladas como podría parecer. Las bibliotecas portátiles, el constante intercambio de cartas, los estudios fuera de casa e incluso fuera de Inglaterra les permitieron un conocimiento de su realidad mucho más extenso que la de la mayoría. Emily, por ejemplo, seguía con enorme interés las noticias sobre la reina Victoria, que había nacido el mismo año que ella. La ambición de Charlotte, el auténtico motor para que las hermanas publicaran, no nació de la nada. Su padre había protagonizado una historia personal de superación, y las chicas eran conscientes de su propia inteligencia y de su valía. 

En los poemas y la novela de Emily hay mucho más que la fantasía de una muchacha solitaria: late el talento de un genio que observaba y procesaba lo que le rodeaba, las lecturas de clásicos y de autores de la época, una creatividad y una voz propia originalísima y una delicada decantación del paisaje. Algunas de esas cualidades se entienden mejor allí, en los caminos que ella recorría, pero incluso bajo esos cielos, entre esas callejas, en mitad de los páramos, podemos constatar que hay algo más; era una narradora extraordinaria, y nada tangible explica su historia interior. 

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Es una tentación escarbar en la biografía de Emily. ¿De verdad nunca vivió un apasionante amor como el que describe Cumbres Borrascosas? ¿Puede ser posible que todo naciera de la fabulación? ¿No hay un atajo que nos permita entender el mecanismo de la creación, no hay nada que podamos imitar, ni una realidad paralela en la que adentrarnos para que el encanto de esa novela continúe? Lo cierto es que no hay ninguna teoría sólida que sustente un secreto en la vida de Emily. El encanto de su literatura y el aura de su vida permanecen; el resto solo pasa a engrosar su leyenda. 

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El abrigo gris de borreguito es de Mango. Las botas de agua me las compré de emergencia en una tienda de York, mientras me caía encima toda la furia del cielo en otoño. El vestido gris con estampado Príncipe de Gales es de Compañía Fantástica. El medallón de plata y azabache tiene muchos años, y lo encontré en Estambul, cuando estaba allí con la gira del Premio Planeta. Las fotos las tomó Nika Jiménez en los alrededores de Haworth

En mi casa.

La dirección de mi casa indica que se encuentra en Madrid, pero eso no es del todo cierto. A veces logro que se despegue de sus cimientos y me encuentro en pleno bosque, con la niebla sobre el pelo y gotas en el vello suave del jersey de lana. Otras veces, busco caminos entre los libros, los abiertos y los cerrados. 

 Mi casa es un lugar de calma, pero de vez en cuando debo recordármelo: Estás a salvo, la vida es hermosa, para, respira. Respira.

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Respira, repite Lady Macbeth. Nada es tan importante.

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Mi casa es el lugar en el que me permito todos los pájaros en la cabeza que puedan anidar en ella, todos los vuelos, todas las imaginaciones que cruzan bajo el cielo, todos los errores. Mi casa abre ventanas de papel al aire y tiene paredes que cambian, que se amplían y que se mueven a mi capricho. 

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Mi casa es el lugar en el que las horas muertas pasan vivas, en el que la lectura es una religión y en el que no cambio de postura para no molestar a Rusia cuando duerme. Es lo que he construido y lo que estoy construyendo. Es el lugar en el que hace calor, cuando llueve fuera, y gira el viento fresco, si el sol aprieta. 

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Mi casa se muda a otra ciudad cuando yo lo deseo. Y a otro tiempo, si eso es lo que quiero. Mi casa obedece sin quejarse, como si fuera parte del juego, como si tendiera unas alas invisibles cada vez que quiero volar.

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Mi casa me recuerda que hay que salir de ella para encontrar lo que busco, y regresar para buscar lo que he encontrado. Es donde guardo fotografías y libros, historias y miradas, recuerdos y proyectos. Es donde recomiendo que otros lean, y viajen, y vean, y se atrevan, donde invento mis bodegones y mis relatos. Es algo diferente a un lugar real. 

Mi casa es el lugar que me llevo conmigo.

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Aunque las fotos en las que aparezco fueron tomadas, como es habitual, por Nika Jiménez, todas las fotografías y los marcos expuestos aquí (menos el espejo dorado) son de Desenio. Los dos posters en blanco y negro son el New York City y el Street of New York. El poster de los pájaros voladores es el Bird Sky. Los dos posters sobre la pared verde son Forest  y  Breathe, respectivamente, 

Esta publicación es una colaboración con Desenio, de manera con motivo de ello quiero ofreceros un detalle exclusivo. Con el código»espidofreire» podéis obtener un descuento del 25 % en pósters*, entre el 30 de Octubre-1 de Noviembre .

¡Sigue @desenio e inspírate más!

*El código no es válido para los marcos ni para los pósters «handpicked/colaboración».

 

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