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El día del Cervantes

De entre los muchos premios literarios que se conceden en este país (los locales y provinciales, los que organizan las editoriales o las fundaciones privadas, los otorgados a una obra o al recorrido de un autor, los que reconocen el mérito de una primera obra o de un género en particular) el más prestigioso, el que corona la carrera de un escritor español o latinoamericano es el Premio Cervantes.

Es la Asociación de las Academias de la Lengua Española, con la RAE a la cabeza, la que propone al Ministerio de Cultura el nombre del autor que consideran de relevancia. Desde 1976, la primera edición, en que el premio recayó en Jorge Guillén, los autores premiados constituyen parte de la historia de la literatura: Jorge Luis Borges y Torrente Ballester, Mutis y Cela, Vargas Llosa y Delibes. Entre ellos, aún, muy pocas mujeres: María Zambrano, Ana María Matute, Elena Poniatowska y Dulce María Loynaz.

El Preimio se otorga durante un acto institucional en la Universidad de Alcalá de Henares el 23 de abril: con anterioridad, los Reyes convocan a una serie de escritores a una comida en el Palacio Real, y, en el caso de este año, al premiado Sergio Ramírez. Yo he tenido ocasión de acudir en varias ocasiones durante los últimos veinte años. Las ausencias de los más ancianos se notan dolorosamente, aliviadas por las incorporaciones de algunos autores más recientes.

La literatura y lo que le rodea constituye un mundo complejo, difícil y variable, y los premios merecidos nos reconcilian con él. Sergio Ramírez, con quien coincidí el pasado mes de agosto en Panamá Negro, es un autor nicaragüense, premio Alfaguara, entre otros, con una prosa musical y compleja, y unas tramas hermosas. Un magnífico orador, y una gran persona. Forma ya parte de esa de la más callada, más discreta lista de premios prestigiosos; y no puedo alegrarme más.

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Una celebración de este tipo se encuentra a medio camino entre una ceremonia formal de día y la relajación de una comida entre amigos. Para la comida en el Palacio Real elegí un vestido de Nucay, una marca española con unas propuestas para invitada tan interesantes como este vestido de crepe fucsia con mangas acuchilladas y largas, y fos dos flores (en mi vestido las redujimos a una) en los hombros.

El vestido me pareció pearfecto por color y patrón para el entorno, y poco más había que añadir. Unos salones muy sencillos en rojo de Cristina Valdivieso y un clutch de charol nude de Bimba y Lola. En las fotografías lo cambié por un bolso de raso rojo de Shangai Tang, por si os apetece verlo combinado de manera diferente.

Las fotos fueron tomada por Nika Jiménez en Loewe Flower Shop y en la Plaza de Colón de Madrid.

Camelias en el Pazo de la Saleta

Mi primer pez, una pequeña carpa dorada de las que muchos niños de mi edad tuvimos, se llamó Bianca Camelia. Incluso para mí, una intrépida bautista de siete años especializada en rarezas, era un nombre rebuscado. Bianca procedía de la cantante de ópera Bianca Castafiore, el único protagonista femenino de Tintín, que entonces me tenía fascinada. El camelia se lo debía a las flores blancas y rojas que mi abuela cultivaba en Galicia, que florecían en el invierno y no en el verano y que se deshacían en pétalos, como las escamas de un pez. Que un pececito naranja se transformara en una hembra, y además una  flor blanca, se debía exclusivamente a mi voluntad: las palabras cambiaban y subvertían la realidad, y la convertían en lo que yo deseaba.

Muerta lamentablemente joven Bianca Camelia, y sus dos sucesoras, el amor por Tintín y por las camelias ha continuado. A uno le rendí tributo en Angouleme, y las otras me aguardaban en la Ruta de Camelia, un recorrido por los jardines más hermosos de Galicia, a los que estas flores orientales, bautizadas por un sacerdote jesuita, llegaron traídas por los marineros portugueses y gallegos.

La camelia, originaria de Japón y de China, pertenece a la familia del té. Sus hojas coriáceas, brillantes y rígidas, poco tienen que ver con la sedosa delicadeza de sus flores, que no quieren sol ni calor y se derrumban bajo la lluvia o la nieve. En Europa se conoció a partir del siglo XVII por el botánico James Cunnigham.

 La Ruta de la Camelia sugiere un recorrido por pazos y jardines de norte a sur. Muy en consonancia con su origen oriental, lo que se nos propone en esta ruta es la contemplación de estas flores invernales y bellísimas, efímeras, algo que los japoneses llaman Hanami. Literalmente significa “mirar u observar la flor”, y ellos lo llevan a cabo entre finales de marzo y comienzos de abril, las semanas en las que las flores de cerezo florecen y caen. En ese mirar sin aferrarse cabe el aprovecha el momento o collige virgo rosas occidental: no hace reflexionar sobre la brevedad de la vida, y sobre cómo el instante y la belleza de ese momento es lo único eterno.

De los hermosos lugares donde podéis disfrutar de estas camelias, y quizás de un vino blanco y de una conversación interesante, quiero destacar el que por intención e historia se diferencia más de otros. El Pazo de la Saleta, que se encuentra en Meis, Pontevedra, rodeado de pequeños viñedos. Aquí, en torno a la capilla de la Virgen de la Saleta, y de un antiguo pazo de labranza, una pareja inglesa decidió trazar a su manera un jardín sin laberintos ni las estructuras propias de la tradición francesa e italiana de otros pazos. Las camelias crecieron en un falso jardín campestre, perfectamente ordenado y planificado.

Unas décadas más tardes, restaurado el pazo y la capilla y ampliado el jardín con muchas más especies exóticas, algunas de las antípodas, otras parientes de las ya enraizadas, es una familia gallega la que se ocupa de preservar esa tradición y de mimar tanto las flores como a quien las visita. Tan bien lo hacen que acaban de ser nombrados Jardín de Excelencia Internacional, otorgado por la Sociedad Internacional de la Camelia. 

Podría pasarme horas hablando de este precioso jardín y de los árboles y arbustos que lo pueblan; solo con algunas de las centenares de fotos de las camelias que saqué podéis haceros a la idea de la belleza y de la intensa emoción que se respira allí: cuando creemos haber visto la última flor increíble, otra aparece, y otra, en el siguiente arbusto, con otro color… los ojos se llenan de aquello que no volverá a repetirse, porque mañana será diferente y pasado habrá desaparecido.

Este efecto no es solo obra de la naturaleza. Cada pequeño detalle del jardín está cuidadosamente buscado y cuidado. Entre los troncos y el musgo aparece un tocón con flores y piñas, o una virgen de granito, o una antigua cama convertida en un rincón íntimo. Este es un jardín que reconcilia a quien lo visita con el mundo y con lo que quedó fuera de estos muros, que le regala nueva energía, y que ofrece, en la manera generosa y muda de las flores, lo que las flores dan: belleza y esperanza en el futuro.

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Para el Hanami gallego llevé un vestido azul intenso con rayas de HM. Los zapatos rojos eran de Cristina Valdivieso.

Las fotos fueron tomadas en la semana de Pascua en el Pazo de la Saleta. Toda la información de contacto, o para pedir cita para visitarlo la encontráis aquí. Es el lugar perfecto para una ceremonia, o para sesiones de fotos que queréis que sean especiales.

Algunas de las camelias son extraordinarias: la bicolor Mikenjaku, la extraña camelia amarilla Nitidissima, o la pureza nívea de la Montironi White. Contempladlas, si os es posible.

 

Primor

Creo que una de las razones por las que se abandona el cuidado de la piel es muy parecida a por qué descuidamos una dieta saludable: las dos requieren de constancia. En el primer caso, además, el precio de los productos cosméticos es otra razón para no perseverar.  Por mucho que se insista en que la piel es un órgano delicado, que nos protege y se renueva y que necesita de atención, cada cual conoce sus circunstancia y sus prioridades. De manera que me agrada mucho cuando encuentro no una, sino dos gamas adecuada a pieles distintas, con una relación calidad-precio excelente, y además, con productos son fabricados en España,  y libres de crueldad animal (para mí es un punto muy importante). 
El nombre de la  primera gama es Formulathions, y la podéis encontrar en Primor, una perfumería malagueña, de origen familiar, pero que ahora puede encontrarse en toda España y, lo que es aún mejor, trabaja online aquí.  De la Crema Iluminadora Tourmaline me ha gustado la textura, nada grasa, basada en el aceite de almendras dulces y de rosa mosqueta. Se absorbe muy bien, es ligera e hidrata y alivia de inmediato. La sensación de brillo y de buena cara evidente se debe (o eso me dicen, yo me lo creo por el resultado) a la turmalina.
El otro producto que me encantó fue la Dead Sea Mud, una mascarilla facial purificante. Nuevamente, aquí cada cual tiene sus manías: yo prefiero las mascarillas (con ese aspecto de convertirse en un monstruo de otro planeta y luego salir renovada) a las cremas exfoliantes. Esta en concreto tiene de nuevo una base de mosqueta y almendras, a la que se añade sales del Mar Muerto y algas marinas. Muy ligera, algo tensora, aporta mucha luz y va muy bien para poros menudos como los míos, difíciles de limpiar con una textura más gruesa.
 La otra gama, Coolmethics, también en Primor, cubre dos de los productos que a mí me resultan más efectivos, pero que al mismo tiempo más pereza me dan: el Sérum Facial Natural, que reafirma e hidrata inmediatamente, con extracto de arroz y de pomelo. Unas gotas se notan, sobre todo si no usáis base de maquillaje, como suelo hacer yo.
Y el otro cosmético que me es imprescindible, porque es donde más estoy notando los cambios de la edad, es el Contorno de ojos. En este caso combina aceites para nutrir y manzanilla para descongestionar. A la aplicación religiosa del contorno de ojos, añado una dieta baja en sal (sbre todo por la noche), y cuidados exquisitos para esta zona tan delicada, buena rutina de sueño y algún masaje facial drenante.  De estos productos os quería hablar hoy, ahora que el buen tiempo se acerca y la piel reclama atención. Otro día comentaré algo sobre el cuidado del cabello.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Real Jardín Botánico de Madrid, con luz diurna natural, sin focos ni retoques, tras haber usado durante varias semanas estos productos. Y la cara de frío es atribuible a mí, y a que, qué demonios, hacía frío.

El Jardín Secreto

No es la primera vez que hablo de rincones privado en Madrid justo antes de unas vacaciones. La razón: me horrorizan los lugares saturados, ruidosos, o a los que la moda del momento ha impuesto una lista de espera. Eso no significa que haya por qué renunciar al centro de la ciudad, o a una estética cuidada, o condenaros a lugares solitarios.

En otra ocasión os hablé del Invernadero que Salvador Bachiller, una firma que asociamos habitualmente a bolsos, zapatos o maletas, había abierto en Gran Vía. En los últimos años ha incorporado menaje, complementos y tecnología, y, por supuesto, los gastrobares.

En las dos últimas plantas de su edificio de Montera 37 se sitúa su Salón de té y su Jardín Secreto. El Jardín no es ni más ni menos que un invernadero con una terraza que se abre bajo el cielo de Madrid, en su zona más castiza. La decoración, cuidada hasta el extremo, puede comprarse un par de plantas más abajo, y ojo: es difícil evitar la tentación de llevarse a casa la loza, la cubertería, o la cristalería

Respecto a la carta, la componen platos rápidos, pensados para compartir y picotear, y aún así, sorprendentemente sanos. Smoothies y batidos, tés, (servidos en las mismas tazas que tengo en casa), ensaladas, hamburguesas… Compartí unos nachos con crema y una hamburguesa de pescado. Las raciones resultan generosas  (yo no fui capaz de pedir postre) pero no pesadas. Y después queda la tertulia, a la que invitan esos rincones, los columpios o la pérgola, o un paseo; Sol o Gran Vía se encuentran, aunque en esa terraza con flores y gorriones no lo parezca, a un paso.

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El jersey crudo con manga abullonada es de Mango, y podéis encontrar algunos de ese mismo estilo aquí. Los pendientes turquesa son de Tatiana Riego. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Jardin Secreto.

Ningún limón resultó dañado durante la elaboración de este artículo.

Colores elegidos

La naturaleza no cuenta con colores adecuados o prohibidos: el más abundante, el azul, en el cielo y en el agua, resulta escaso en flores o frutos. El verde cubre campos que se convertirán en dorados y ocres, y los púrpuras aparecen en el brezo, las flores de la digital y la buganvilla.

Sin embargo, desde el inicio de la sociedad humana el color se convirtió en un patrimonio de clase: los tejidos para el pueblo llano se teñían con los tintes más baratos, pardos y verdes, que eran, además de fáciles de obtener de cortezas y hierbas, sufridos y fáciles de mantener.  Determinados tejidos con hilos de oro, los rojos intensos, o los violetas quedaban reservados, por ley y por precio, a las clases dirigentes o al emperador.

Resulta curiosamente democrático el que el color escogido este año por Pantone sea el Ultraviolet 18-3838. En tiempos recientes lo asocian a la imaginación, la modernidad y la brillantez. En otro momentos era un color carísimo, que se extraía de las conchas que se recogían en lugares concretos del Mediterráneo: las vulgares cañaíllas que comemos con gusto escondían la púrpura de Tiro, el tinte más caro de la historia, reservado a quienes regían el destino del imperio romano. Incluso cuando se descubrió la anilina, por puro azar, por cierto, y por lo tanto, se abarató significativamente ese tinte, las emperatrices con más influencia del momento, Eugenia de Montijo y Sissi de Austria, que competían en belleza, retomaron el violeta como color de moda, ya teñido con una sustancia sintética.

La última zarina rusa, de la que hablo en Llamadme Alejandra, cosechó todo tipo de críticas por tapizar su gabinete privado con metros y metros de tela en este color. Alejandra, que no atinaba nunca del todo con la moda del momento, fue percibida como anticuada y aburguesada: el violeta había tenido su momento treinta años antes.

Y este año, en el que el feminismo ha gritado alto y al unísono, en el que el color que lo representa ha sido nombrado color del año. El violeta relegado a los nazarenos, al alivio de luto y a la curia eclesiástica regresa a las calles para tomarlas.

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La camisa de lino negro y el pantalón violeta de talle alto son de Mango. Prendas anchas, pero bien estructuradas, que favorecen mucho más de lo que a priori parecería. Podéis encontrar el bolso de charol y terciopelo, con la banda dorada, en Agudiza el ingenio, una marca español que mezcla acción y comunicación. El que yo llevo se llama Afrochic Jirafa Azul. Y los salones negros, con su original estampado de limones, es de mi querido Paco Gil, cuya fantástica colección podéis ver aquí. Las fotos fueron tomadas en Frutas Nieves, en General Díaz Porlier, Madrid, por Nika Jiménez.

La línea roja

Este es uno de los proyectos que me alegra compartir, porque reúne todo lo que me hace feliz: la creación y la belleza, la originalidad y la colaboración, y, por último, el deseo de que todo lo que se piensa, hace y escribe sirva para aportar algo a alguien, no necesariamente un lector.Un proyecto precioso, femenino y que durará lo que una amapola.

Una línea roja une en mi relato el pasado con el presente, el deseo de una niña con el paso de una mujer. Eso, y muchas otras cosas, narra el relato que escribí para la exposición que ha comisariado Kenzo Parfums, cuyas obras se subastarán bajo su cuidado, con un propósito especial: que los beneficios se destinen a Primera Infancia de Cruz Roja Española.

Nueve obras, de nueve mujeres (yo soy la única escritora: entre las artistas se encuentran Brianda Fitzjames Stuart o Lulú Figueroa Domecq, además de María Herreros) que podrán verse en la galería hasta el 11 de marzo, de 11:00h a 19:00 y por las que se podrá pujar aquí.

Las obras celebran la belleza, la alegría, la fuerza, el poder y la serenidad que refleja la amapola, con su labor secreta y callada de embellecer el mundo. La amapola, además de ser la esencia de Flower by Kenzo,  es uno de los símbolos que representan la oposición a la violencia, y el deseo de una realidad mejor.

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El vestido de seda  azul marino, de corte irregular, con el minucioso trabajo de originami en el tejido es de Kenzo, como también el bolsito multicolor Minisailor. Los zapatos de tacón rojo son de Calzado Cristina Valdivieso. Las fotos las tomó Nika Jiménez en Ciento y pico, Velarde 14.

Los zapatos soñados

El placer de hacerse un vestido o un traje a medida ha quedado al alcance de unos pocos, o de ocasiones muy limitadas; y no digamos ya la oportunidad de hacernos unos zapatos exactamente a nuestro gusto. El prêt-à-porter y la producción masiva han logrado que nuestros armarios sean mucho más divertidos, y más democráticos, pero la diferencia con una prenda hecha a medida o bien ajustada es tan abismal que casi hablamos de mundos distintos.

No hay cosa que me devuelva a mi infancia con mayor rapidez que participar en el diseño de una prenda. Me veo de nuevo junto a mi madre, que era modista, con sus patrones, las telas escogidas y la intuición de qué deseaba su clienta antes incluso de que ella lo supiera. A veces esa diminuta clienta era yo, y aunque no le quedaba más remedio que limitar un poco mi fantasía, me acostumbré a que cualquier cosa que deseara pudiera hacerse: y no hablo únicamente de la ropa.

Por eso cuando Lodi me ofreció la posibilidad de personalizar algo que despierta tantos deseos y tantos caprichos como unos zapatos supe que me esperaba una mañana de diversión y de fantasía.

Para quien nunca ha tenido la oportunidad de ver cómo se diseña un zapato, las opciones pueden resultan un poco desconcertantes. La forma, primera, y luego el tacón. ¿Qué forma? ¿Qué altura? Los catálogos de acabados y texturas desconciertan a veces más de lo que resuelven. Si además pueden combinarse da la sensación de que hay tanto por elegir que resulta imposible elegir lo mejor.

Con el tiempo, como le contaba a Miryam Pintado, de Gallery Gallery Room, mi gusto ha cambiado, y desde que cumplí los cuarenta el proceso se ha acelerado aún más. Formas mucho más sencillas, menos complementos y con mayor protagonismoy un atrevimiento mayor, pero reducido a colores y estampados. Me temo que sigo sin ser discreta, y que en mi manera de vestir hay siempre un toque teatral que a saber de quién he heredado. Me hubiera gustado saber cómo hubieran sido mis zapatos hace cinco años, pero ya no puedo saberlo. Mis zapatos soñados, hoy mismo, son unos salones sencillos, con el toque lujoso del plateado, con una textura fragmentada y chispeante, y un tacón alto y negro. La comodidad y la calidad la garantiza esta firma de EldaLodi, que no por casualidad arrastra una legión de #Lodilovers.

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La mañana en la que estuve diseñando los zapatos llevaba unos vaqueros de talle alto y una camisa blanca, de Mango. También unos pendientes de Verdeagua Style, una de mis diseñadoras de joyas preferida.

Y estrené mis zapatos plateados el día en el que se hizo público que había ganado el Premio Letras del Mediterráneo. Las ocasiones especiales se merecen que se acompañen con recuerdos espaciales.

 Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez con MyPen Camera.

Los Viajes de La Flor del Norte y Llamadme Alejandra

Que un libro se parece a un viaje es una imagen que casi todos los lectores reconocemos. Al revés ya no tanto, aunque muchos viajes se inician, precisamente, por haber leído un libro y por el deseo de conocer esos paisajes, o esa época histórica, que aún sigue viva en alguna ciudad, o por vivir una aventura similar a la que cuenta el autor.

La idea de viajar por los territorios de mis libros, y de hacerlo con lectores ha sido algo que me ha perseguido desde hace muchos años, y que por fin se ha hecho realidad de la mano de Viajes El País y de B the Travel Brand. Aquí podéis consultar los viajes y experiencias que ya se encuentran en marcha.

Este año, y después de la experiencia de los dos pasados del Viaje al País de JaneAusten, (que se repetirá el 11 de octubre de 2018, junto con otro viaje a la tierra de las hermanas Brontë) por fin puedo anunciar que los viajeros que lo deseen pueden acompañarme a Noruega con La Flor del Norte y a Rusia con Llamadme Alejandra.

Cuando publiqué mi novela La flor del Norte (Planeta, 2011), la presentación tuvo lugar en Covarrubias, donde se cree que la protagonista de mi historia está encerrada. En esta historia cuento como la princesa Kristina de Noruega dejó su país natal para atravesar el mar, Inglaterra, Francia, el reino de Aragón y, finalmente, llegó a Castilla, donde se casó con un hermano del rey Alfonso X el Sabio. Bella y misteriosa, con una vida breve, falleció sin hijos poco tiempo después, pero su tumba, hallada el siglo pasado, ha seguido inspirando mil especulaciones.

Para seguir el periplo de la Flor del Norte el 27 de abril de 2018 volaremos hasta Bergen; visitaremos el Mont Saint-Michel, y después, para seguir su ruta, el Barrio Gótico de Barcelona. Acabaremos en Covarrubias, Burgos, para rendirle homenaje en la Colegiata que alberga su cuerpo.

Éste será un viaje maravilloso: yo he vivido en Bergen, una ciudad que adoro: ningún viaje recorre estos lugares que, sin embargo, era considerado el más seguro en su época. Como los cortesanos del séquito de Kristina, veremos el contraste entre países y mentalidades, contaremos historias y recordaremos la historia que llevó a una princesa vikinga al sur.

Todos los detalles del viaje (las fechas y el recorrido exacto, el precio y lo que éste incluye) se encuentran aquí.

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Completamente distinto, pero igual de fascinante será el viaje que realizaremos el 15 de julio de 2018 a Rusia, y que nos acercará a la vida de los zares, y en especial, a la de la última zarina, que narro en Llamadme Alejandra. (Planeta, 2017)

Imaginad estar a apenas unos metros del lugar en que fueron fusilados los zares, sus hijos y sus criados, el día en el que se cumplen 100 años de esa noche horrible. Visitaremos Ekaterimburgo, en Siberia, para recorrer luego el camino inverso al corazón de la tradición de los Romanov, Moscú, y finalizar en el esplendor de San Petersburgo, donde podremos ver los canales y los palacios que describo en esta novela, que ganó el Premio Azorín de novela 2017. Toda la información está aquí.

Creo que es una ocasión única, y que la magia del verano ruso puede convertir este viaje en un recuerdo inolvidable. Nunca más se repetirá este momento. Hablaremos del final de una época, seremos testigos del esplendor de esa corte y también de su final, y, a título personal, casi no puedo esperar a que llegue julio para llevarlo a cabo.

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En todos los viajes nos acompaña un guía oficial que se encarga de facilitarnos todos los trámites y asuntos prácticos. La garantía de las compañías con las que viajamos sirven de aval, por si surge algún tipo de problema, aunque hasta la fecha nunca se ha dado. Y, por último, la pregunta que muchos viajeros hacen. ¿Viajo yo con ellos? Sí, desde el primer día al último yo les acompaño en este viaje, doy información y cuento las anécdotas relacionadas con mi libro, o el hecho de escribir, o las curiosidades que los lectores me formulan. Todas las noches nos reunimos, si lo desean, para una tertulia informal en la que se crea una atmósfera muy especial. Como he dicho, hace muchos años que perseguía este tipo de viajes, entre el libro y la realidad. Y estoy encantada de que podáis hacerlos conmigo.

Seda y oro

Uno de los museos más desconocidos de Madrid, incluso para sus habitantes, es el que se encuentra en la Casa de Moneda y Timbre. Muchas personas han descubierto que tal edificio existía por ser el lugar de rodaje de la serie La Casa de Papel. Sin embargo, este museo es uno de los más ricos y completos del mundo en su temática, no hay colas, es gratuito, y su personal destaca por una amabilidad y una disponbilidad extraordinaria.

Quizás ese relativo desconocimiento se deba a que los museos que exhiben arte exijan para disfrutarlos únicamente de los sentidos, mientras que los especializados presuman algunos conocimientos previos, o intereses enfocados de antemano a sus exhibiciones. O quizás influya la conflictiva relación que mantiene este país entre un riquísimo pasado del que se avergüenza constantemente, y de un presente obsesionado por el dinero y la riqueza que a su vez parecen complicados de obtener por medios legítimos.

Sea como sea, el vistazo a las exposicione temporales y a los espléndidos fondos del museo pueden servir para que revisemos esas creencias: ¿sigue siendo el camello, la aguja y el reino de los cielos un consuelo para quienes no serán nunca ricos? ¿Continúa vigente la repugnancia por el trabajo manual y el amor por las apariencias que nos narra el Lazarillo? ¿Nos pesa la creencia de que preocuparse por aquello que resulta sensual y agradable es una señal de decadencia y pecado? ¿Qué nos separa de los países protestantes, que vuelan libres de esos prejuicios, pero acarrean otros?

En los impresionantes paneles que, junto con las cristaleras del techo, identifican este museo a la legua, se narran muchas historias: la evolución de la moneda, los oficios, la acuñación y la impresión. A menudo fueron la sal y las especies, otros metales además del oro, o materiales como la seda, o incluso los bulbos de tulipán, los que sirvieron como patrón de intercambio. Es curioso comprobar cómo le damos valor a lo que  en otro contexto no lo tiene. Es fascinante ver cómo tasamos el tiempo y la vida.

 

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El vestido de seda que llevo es el modelo Lupe de Mamba Soul. Ya hablé de la interesante historia de esta firma española en la entrada Cosas que valen más que el oro, y hoy os muestro un diseño más, de seda negra con un obi rojo de línea muy sencilla, para que que sea la riqueza del tejido lo que destaque y no nos perdamos en mera calderilla. Las fotos fueron tomadas en el Museo Casa de la Moneda de Madrid, por Nika Jiménez.

 

Cosas que valen más que el oro

Admiramos a las personas que se atreven a cumplir sus deseos; vivimos a través de ellas, y en ocasiones, las convertimos en referentes; por desgracia, escasean. No todas esconden una historia fulgurante de éxito, sino una satisfacción personal, una apuesta no saben con quién. Logran aquello que más asusta a una sociedad ordenada y sumisa como la nuestra: un cambio de vida. Una especie de buscadores de oro que, sin saberlo, encuentraran territorios desconocidos y de enorme valor.

No es ningún secreto que siento fascinación por los bordados, los encajes, los tejidos antiguos y los trabajados con esmero; por todo aquello que se escapa de lo convencional, y permite, más allá de la prenda de ropa, una expresión personal, tanto de quien la lleva como de quien la ha concebido. Lo que no esperaba una noche en la que curioseaba en Instagram, y buscaba cuentas y fotos interesantes, era que unos likes dados a la fotografía de un abrigo bordado con un diseño precioso y que no logré identificar me llevaran a conocer a su diseñadora.

Podéis ver ese abrigo bordado en algunas de las fotografías de mi Instagram, en la exposición de Mucha en Madrid. Beatriz García me lo prestó para esa visita, después de conocernos y de contarme la historia de Mamba Soul, la marca de ropa que descubrí en aquel paseo virtual.

Una arquitecta técnica, con un trabajo sólido decide en plena crisis que abandona su trabajo; no es lo más habitual, pero nada en Beatriz lo es. Carismática y apasionada, sí: valiente, con las ideas claras, también. Me hubiera gustado saber cómo dirigía sus proyectos de arquitectura, cómo convertía la nada en algo, pero, al fin y al cabo, es lo mismo que hace con Mamba Soul. Beatriz se instaló en Vietnam, estudió sus diseños tradicionales y sus costumbres, buscó materiales y costureras, y a ello le dio su propio aire y una sistematización occidental. Por eso me fue imposible reconocer la procedencia del bordado. Ella los busca en Laos y en Vietnam, y con las premisas de un pago justo a sus artesanas, de no emplear productos de origen animal ni tintes químicos, ha creado un estilo absolutamente propio.

Los tejidos son fastuosos, con una personalidad muy marcada: sedas livianas, algodones compactos, lino, algodón… tampoco las tallas se limitan a las que encontramos en las marcas convencionales. Ni la producción es amplia. Beatriz piensa en mujeres que desean sentirse cómodas y, en cierto sentido, únicas.

Es sencillo y sentimental hablar de sueños, y más aún de sueños cumplidos. Lo complicado, lo real, resulta mucho más fascinante, pero menos llamativo. La siguiente parada de Beatriz será, quizás, instalarse en Portugal, para continuar con proyectos nuevos y una etapa diferente. De momento podéis encontrarla en su tienda on line.

Tengo la impresión de que seguirá buscando algo, y, quizás sin saberlo, servirá como un ejemplo de entusiasmo y de valor, de otro tipo de triunfo, de cosas que no se ven a simple vista pero infinitamente más valiosas que el oro.

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En las fotografías que Nika Jiménez hizo en la Casa de la Moneda de Madrid llevo el abrigo Osaka.  Está confeccionado con un tejido de espiguilla blanco y negro, con la falda rematada en forma de tulipán, y la manga francesa forrada de seda roja. El cinturón interior permite varias posiciones, y lo convierte en un vestido-abrigo, aunque puede usarse solo como prenda superior. El tejido es de tanta calidad, y el corte, intemporal, de manera que esta prenda que comenzó en la imaginación de Beatriz estará muchos años en mi armario.