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Melocotones Helados. 

Planeta, 1999.

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La búsqueda de la identidad femenina.

Reseñas:

Planeta celebra la XLVIII edición de su premio, Espido Freire, novelista precoz. Epoca.

En ÉPOCA
1 de Novembre de 1999
Por M. I. Hernando

Planeta se ha enmendado y en su XLVIII edición el jurado ha elegido como ganadora a una escritora, joven pero ya con dos títulos publicados, Espido Freire y como finalista a una periodista de reconocido prestigio, Nativel Preciado. Aunque los nombres andaban en lenguas desde al menos veinticuatro horas antes del fallo, éste fue mejor recibido que otros años, cuando se inclinaba abiertamente a caras de la televisión o del mundo rosa. La elegida, además, había incurrido en otro detalle estimulante: se había presentado con su propio nombre, sin esconderse bajo discretos seudónimos. Ese fue el primer dato favorable. El segundo era su obra anterior: dos novelas -Irlanda (Planeta) y Donde siempre es octubre (Seix Barral)- en las que se advertía una formación, una preocupación y un estilo literarios. Allí estaba, con su premio de cincuenta millones, esta decidida novelista de 25 años.

Ofrecía una imagen muy moderna: coletilla mínima enmarcando una cara que parecía salida del kabuki, maquillaje muy blanco, junto a una melena planchada, con cierto aire lánguido. Junto a ella, su hermana mayor y su agente literaria, Angeles Martín.

Alta bota de cuero, media de malla, chaqueta de cuero negro, la coletita… Pero que no haya equívocos. Ese atuendo se corresponde con una persona controlada, moderada, amable, lista en sus respuestas, sin estridencias, sin ningún deseo de escandalizar, toda una profesional seria. Nacida en Bilbao, hija de padres gallegos (….) Estudió Filología Inglesa y estuvo a punto de dedicarse al Canto – (su hermana es profesora de música).

Tiene condiciones e incluso llegó a acompañar a Carreras en un coro. Su vocación por la literatura es precoz. Parece que se inició en el relato como una terapia para sus sueños infantiles. Titubeó, entre el Conservatorio con Derecho y Bellas Artes y terminó metiéndose en un «taller de literatura” de donde salió lo que es hoy. Y de ahí en adelante hasta el Planeta, después de haber pasado por esos dos libros previos, algunas columnas en periódicos y, lo que es más interesante, muchas lecturas. Citó a cuatro mujeres entre sus autores favoritos: Virginia Wolf, las Bronte y Jane Austen. «Cuando cumplí cinco años mi hermana me llevó a una biblioteca y todavía no he salido de ella», afirmó en la primera rueda de prensa post-premio. Dijo además que tenía una concepción mística de la vida y que trataba de crear su propio mundo en los relatos.

Se reconoció vasca -aunque para opinar sobre política aseguró que le «faltaban matices» y edad- pero afirmó que para ella Galicia es su paraíso perdido y que su «magdalena de Proust» eran dos: «las tartas de moka que hace mi madre y el olor a estiércol en el campo que me lleva a antiguos paseos con mi padre y la casa de mis abuelos de Galicia». Esta querencia gallega la estimula su gusto no por lo mágico, sino lo fantástico, estilo de literatura en cuyo futuro ella cree por encima de otros.
La novela premiada tiene un buen título Melocotones helados. En ella Espido Freire cuenta la historia de tres generaciones de la misma familia – el título es el de un postre que le gusta mucho al abuelo- unidas por el hilo conductor de tres mujeres, cada una de una época, que llevan el mismo nombre. «Una historia de búsqueda y pérdida de raíces», en sus propias palabras. La novela que quedó finalista El egoísta iba firmada con seudónimo, Baltasar Orellana y su autora, Nativel Preciado tiene años de brillante curriculum como periodista. Es autora de dos libros, uno -El sentir de las mujeres- en el que reunió una serie de entrevistas a personajes femeninos y otro -Amigos íntimos- está compuesto de semblanzas de hombres y mujeres a los que conoció a lo largo de su vida. Nativel nació en Madrid, en 1947, y su buen estilo literario unido a la ponderación de su criterio, le han creado el justo cartel de que disfruta. Con esta primera novela Nativel Preciado entra con aplomo en el mundo de la literatura de creación.

Una joven escritora fruto de los talleres literarios y una avezada periodista van a coincidir en la promoción de esta XLVIII edición del Planeta. Ambas celebraron mutuamente su reunión. Espido Freire aseguró que iba a preguntarle a Nativel Preciado muchas cosas y la periodista, por su parte, dijo que iba a aprender mucho de su joven compañera. Cortesía y buenos modales obligan. Un dato más para felicitarse por la rectificación de rumbo que parece haber hecho el jurado del Planeta.

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La perversión de la inocencia.

Diario de Teruel
9 de Marzo de 2000
Por Aurora Sánchez

Espido Freire ha atravesado el espejo y en recuerdo de esa inocencia no del todo perdida se ha convertido en una contadora de historias, con las que invita al lector a internarse también en el bosque de lo misterioso y lo fantástico. Invitada por el programa de “Invitación a la Lectura”, la última revelación de las letras españolas acude mañana a Teruel: una oportunidad para estudiantes y lectores.

Carta al Observer

Estimado Señor,

¿Ha señalado alguno de sis lectores la escasez de mariposas este año?
En esta región habitualmente prolífica casi no las he visto, a excepción de algunos enjambres de papilios. Desde marzo sólo he observado hasta ahora un Cigeno, ninguna Etérea, muy pocas Teclas, una Quelonia, ningún Ojo de Pavorreal, ninguna Catocala, y ni siquiera un Almirante Rojo en mi jardín, que el verano pasado estaba lleno de mariposas.

Me pregunto si esta escasez es general, y en caso afirmativo, ¿a qué se debe?

M. Washbourn

Esta joven escritora nació en Bilbao en 1974. aunque desde pequeña ha estado vinculada al mundo de la música, la pintura y la escritura, decidió ser escritora. Me gusta imaginar a la niña Espido atesorando y coleccionando las historias que leía en los viejos cuentos o le contaba su abuela. Según confiesa Espido Freire, escribe desde siempre, para ella es algo natural y placentero, una forma privilegiada del recuerdo. La música y la pintura le sirben para crear una determinada atmósfera o como inspiración para dibujar un determinado personaje.

Estudió canto y completó su formación académica con Filología Inglesa en la Universidad de Deusto donde fundó dos revistas de opinión y creación literaria. Hoy sigue colaborando como articulista en varios periódicos y revistas, pero se siente más cómoda en el terreno de la ficción pura.

Su obra ha tenido buena aceptación tanto por parte del público como de la crítica y está considerada como una de las escritoras más prometedoras de la narrativa hispánica.

En 1998 publicó Irlanda, una historia de terror narrada por la protagonista, una muchacha cuya alma se debate entre la luz y las tinieblas. A Natalia la existencia le es extraña y se refugia en un mundo de sueños y de sombras. Las relaciones que establece con sus hermanas y su prima son intensas y crueles. Expulsada de los ritos de la vida, se instala en los territorios de la muerte. Se niega a crecer y a abandonar el tiempo de las historias.

En febrero de 1999 apareció la primera entrega de una trilogía, Donde siempre es octubre, una novela fantástica que transcurre en Oilea, otoñal ciudad provinciana que se va convirtiendo en un espacio mítico a lo largo de los veinticinco capítulos que la componen. Cada capítulo va precedido de un título y se puede leer como un cuento aislado. Son historias que desvelan los encuentros y desencuentros de una amplia variedad de personajes. En Oilea nada es lo que parece y al lector le aguardan algunas sorpresas mientras reconoce a la última hada o se deja fascinar por las notas tristes de un violoncelo.

 

PREMIO PLANETA

En 1999 gana el Premio Planeta con Melocotones Helados y se convierte en la galardonada más joven. En esta novela se cuentan, de forma entrecruzada, las vidas de los miembros de tres generaciones de una familia. La rivalidad y la dificultad para comunicarse con los otros marcan las relaciones familiares y amorosas. La fuerza del olvido y el acecho de la mierte persiguen a las tres mujeres que comparten un mismo nombre. A pesar de que esta es su novela más realista, y trata en ella alguno de los problemas de nuestra sociedad actual, no abandona del todo la fantasía y recurre a los cuentos para explicar lo que allí sucede:

“En los cuentos siempre había tres príncipes, tres princesas. Tres prendas, tres peligros, tres castigos. Tres enigmas, tres historias.”

Uno de los personajes, Blaca, la amiga de la protagonista, seduce contando cuentos y la niña Elsa se confunde con sus amigos invisibles.

 

PAPEL DE LA FANTASIA

Leyendo las novelas de Espido Freire, recordaba el hermoso discurso que pronunció Ana María Matute, tanbién Premio Planeta en 1954, cuando fue nombrada académica de la Lengua. Con él hizo un elogio y una defensa del papel tan fundamental que la fantasía y la imaginación desempeñan en la literatura. En un momento del mismo decía: “…En aquellos “cuentos para niños” se mostraban sion hipócritas pudores las infinitas gamas de que se compone la naturaleza humana y se reflejaban en pequeñas y aparentemente sencillas historias toda la nobleza y la miseria del ser humano… La crueldad, la ambición, la fragilidad del hombre, todo se revela en esos cuentos simples e indudablemente inocentes, con toda la crueldad y cinismo de la inocencia que no juzga sino que se limita a constatar que las cosas son así y no de otro modo”.

Esta visión de los cuentos de hadas podría aplicarse a las novelas de Espido Freire ya que en ellas se nos presentan las múltiples caras de la fragilidad humana desde un punto de vista distante y frío que evita todo juicio de valor. Lo mágico y lo misterioso conviven con la realidad de nuestras sueños, nuestros deseos y nuestra memoria.

Desordenando las palabras de una famosa cita latina – Vinci, vini, vidi -, Delian, uno de los personajes de Donde siempre es octubre dice:

“Triunfaré, regresaré, os veré”. Esta frase me parece a mí una premonición de los que le ha ocurrido a su creadora; por eso, como lectora, deseo que, tras los triunfos, regrese de nuevo a casa y escriba esas historias que aún no han sido contadas.

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Los helados somos nosotros. Revista Qué Leer.

Con la consoladora excepción de la atmosféricamente subyugante pluma de Juan Manuel de Prada en La Tempestad, escarmentado andaba que esto escribe con unos últimos planetas tan sometidos a la dictadura de las audiencias que, en un acto de suprema coherencia y pachanguero desenmascaramiento, entregó su lozana bolsa a dos espontáneos de naturaleza mediática y a una refinada representante de la beautiful people. Siervos los primeros de las 625 líneas y carne de la prensa rosa la segunda, se entiende que un iluso depositara esperanzas en alguien con un currículum de auténtica escritora como el de Espido Freire, autora de dos novelas -Irlanda (Planeta) y Donde siempre es octubre- recibidas con alentador alborozo. Pero ya se sabe que la máxima de Lope de Vega sobre el gusto del vulgo morirá junto con la civilización y que un fajín que da fe de una primera edición de 210.000 ejemplares obliga a tomar pocos riesgos si se confia en recuperar la inversión.

Es sintomático de la esclerosis múltiple que aqueja a esta aséptica novela el que en ella nos hable Freire de desgracias familiares, de perturbaciones psicológicas, de la insatisfacción y resignación de los humildes, de cancerosos rencores e imperdonables olvidos, de suicidios y desapariciones infantiles… sin conseguir estremecernos o conmovernos en lo más mínimo con su narración inerte y desapasionada y su pulso adormecedor. Partiendo de un maleficio onomástico que arranca con la desaparición de una niña en los años de la postguerra civil y que heredan casi medio siglo después las dos antagónicas y tocayas sobrinas que nunca conoció, Melocotones helados naufraga por medio de divagaciones y reiteraciones vacuas en su descenso a las espinas del corazón humano, destacando solo por el trabajado engaste de los distintos tiempos narrativos. Sin que ninguno de sus personajes adquiera personalidad, sin rastro de enriquecedora ironía ni atisbos de un mensaje que invite a la reflexión, con esporádicas caídas en el folletín o en el tópico (léanse como ejemplos de este último la descripción de los entresijos y métodos de la secta o el proceso de decadencia de la ciudad de Desrein), ofreciendo una visión carea y superficial de la postguerra y lanzando al vacío sentenciosas frases que chirrían como quicios oxidados, puede decirse que a la tercera le ha llegado la vencida económica a Espido Freire mas no la profesional. Excusaríamos una principiante que nos dejara tan helados como los melocotones que emplea a modo de símbolo de los sueños rotos o de las prosas incumplidas, pero no en alguien que va a vender a destajo sin necesidad de lucir palmito en los escaparates públicos.

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La ciudad de las estrellas. La Razón.

La Razón, 6 de Noviembre de 1999.

Ya en Irlanda, Espido Freire había optado con cierta inteligencia por la parábola, de tal manera que este artificio, aunado a una rara cualidad por la evocación lírica, dio como resultado una de las novelas más celebradas del pasado año. Ahora, con Melocotones Helado, Espido Freire retoma el mismo tono, hace de la memoria el territorio de la fraternidad, del amor, y reúne, junto a una concepción eficaz de la narrativa, eso de que cada acción debe llevar en consecuencia a la siguiente, un equilibrio en la estructura que hacen de esta novela la digna sucesora de aquellaprimera que causó cierta expectación.

Comieza Melocotones Helados con una evocación lírica, pero muy ajustada, con ese minimalismo obsesivo de que hace gala Espido Freire, de un territorio que pronto se revelará como el paraíso perdido, Duino, en clara contraposición con Desrein, la otra ciudad, la grande, la que siempre está evuelta en brumas, y es brutal y activa a la vez, la capital , donde la vida es imposible de ser vivida. Conviene fijarse en esa dualidad entre las dos ciudades, lo que cada una de ellas representa, porque en esta novela esa dualidad se revelará esencial. Hay así una Duino que siempre será contrapuesta a una Desrein, pero hay también en los personajes de esta novela una suerte de equilibrio de contraposición en los caracteres que, curiosamente, llevará a un desenlace dramático, la de la pérdida de la seguridad, de ese paraíso ya perdido para siempre y, lo que es peor, esa pérdida se deberá a un malentendido, que añade al drama la sensación del absurdo.

No conviene extrapolar intenciones sociales y políticas referentes a la España de hoy en esta novela. Espido Freire se sienta e a sus anchas en la parábola, al fin y al cabo es un modo de controlar el mundo, no puede escapársele, y es en ese territorio donde ocurren las historias que se nos describen. Quien quiera ver en los Caballeros del Grial alguna correspondencia con bandas armadas, o en la Hermandad de Excombatientes del río Besra reminescencias de los que lucharon en el Ebro, o incluso en la misma Desrein descripciones que semejarían un Bilbao desesperado se equivocan: el territorio inventado por Espido Freire funciona en su propia coherencia y es en ella donde conviene fijarse para destacar los defectos o los aciertos literarios. Dijimos antes que la estructura de la novela se revelaba en la dualidad: dos es el número de las ciudades; al abuelo, en realidad el personaje principal del libro, se le contrapone un Melchor Arana como símbolo de la maldad; a una Elsa grande le corresponde, asimismo, una Elsa chica quer en la narración ocupará el lugar del destino, aquello a lo que uno no puede escapar. El desenlace de la novela, pues, estará enmarcado por esa dualidad, desenlace que marcará para siempre a Elsa grande.

Pero ese sentido tiene también una correspondencia en el tiempo. Una de las cualidades más notables de la novela consiste en establecer ese paralelismo entre le destino del abuelo en su juventud y el de su nieta Elsa muchos años después y en unas circunstancias políticas y sociales distintas. Ambos se refugian en Duino como el recurso último de la supervivencia y a ambos el destino les persigue hasta allí.

Las cualidades de esta novela están reflejadas en lo hasta ahora dicho. Espido Freire acierta siempre cuando escribe el peculiar mundo de la famlia. Quizá el personaje de Rodrigo, el novio de Elsa, esté deslavazado en aras de una eficacia que tiene también sus vicios, el de restar complejidada los personajes, pero lo que realmente importa, el mundo íntimo familiar, el que resta como Paraíso Perdido, está narrado con una intensidad que es el verdadero logro de la novela.

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La imaginación y sus límites. ABC

Aunque el Premio Planeta sea siempre imprevisible, pues anda ya desde hace cuarenta y siete años dando fructíferos bandazos, su desconcierto mismo tiene algo que lo hace previsible, bien que de distintas maneras. Su éxito -su mayor y mejor constante- está siempre asegurado, aunque nos llegue por caminos muy diferentes, algunos de ellos literarios, otros no, y en su mayor parte mezclando la literatura y el comercio en dosis más o menos dispares. Este año se ha inclinado más por lo primero, lo que es una suerte para la premiada, para la literatura misma, para los lectores preocupados por ella, y es de esperar que para el propio premio. Pues si hay una constante en la recién iniciada obra de Espido Freire es la de su «voluntad literaria», ampliamente demostrada en las tres novelas que nos ha concedido en año y medio, mientras iba cumpliendo además el primer cuarto de siglo de su edad.

Alguno de estos caracteres están demasiado de acuerdo con lo que el Premio Planeta exige, pues es joven y mujer, datos que el mercado adora y potencia cada vez más. Y hay otro, el de haber publicado sus dos novelas anteriores en el mismo grupo, como si la empresa premiara a alguien de la casa, pero no creo que este dato sea significativo sino casual, pues tampoco ha agotado aquellas primeras ediciones, aunque fueran en su día bien recibidas por una crítica que siempre se le ha mostrado inicialmente favorable. Porque además es imposible pasar por alto sus raras cualidades, dejar de apreciarlas y estimarlas, lo que sin duda habrá influido también en la concesión de un premio, que pese a todo no creo que en su caso haya sido dado de antemano, dado el leve retraso en su publicación con relación a lo sucedido en otras más expeditivas ocasiones.

Tanto mejor para Espido Freire, que parece haber ganado en buena lid, pese a ser joven, mujer, autora de la casa y aun así no haber perecido en el intento. Una escritora jovencísima que empezó con Irlanda (Planeta, marzo de 1998), narración sugestiva, prometedora y bastante original, tanto por su escritura como por el trasfondo que revelaba, la historia de una adolescente perseguida por unos mortales fantasmas familiares no exenta de detalles terrestres y perversos, y que iba «aprendiendo» a odiar, hasta llegar al asesinato. Era más una novela de ambiente que de personajes, y su extraño argumento se sostenía en un misterioso y vago lenguaje, más apto para lo fantástico que para las historias familiares al uso. Su siguiente novela nos llegó meses después – Seix Barral, en febrero de 1999-, Donde siempre es octubre, que era mucho más ambiciosa y hasta casi rozaba el hermetismo, pues parecía como si la escritora se hubiera liberado ya de todos sus corsés más o menos adolescentes, hubiera hecho estallar todas las costuras de la historia hasta dispersarla en una serie de relatos breves tan inquietantes como misteriosos, donde se abandonaba a su propia suerte al lector para que recompusiera una novela quizás imposible. Y donde, por cierto, algunos de sus capítulos son espléndidos como cuentos aislados, como el 8 («Ratas en el espejo»), el 10 («Samael») o el 17 («Natillas»). Sin embargo, en este libro fundamentalmente destrozado en sus distintos relatos -aunque unidos por su fuerte, denso y personal estilo y por el mágico y telúrico ambiente en el que se inscriben- el arte de Espido Freire alcanzaba frágilmente sus mejores cotas, aunque el resultado fuera de menor entidad cara al mercado, y quizá por ello este mismo grupo editorial la publicó en su sello más prestigioso y elitista.

Y ahora nos llega esta tercera novela ocho meses después, lo que indica con toda claridad que Espido Freire puede ser una potencia narrativa de primera magnitud, pues o bien escribe a una velocidad bastante vertiginosa, o bien tenía ya redactadas estas novelas con anterioridad en mayor o menor medida, y en este caso, ¿cuántas más tendrá ya a punto de terminar? Melocotones Helados -título sólo parcial y que no me gusta- supone otra vuelta de tuerca en la legítima búsqueda literaria de Espido Freire, su argumento viene mejor trabado, los personajes son más consistentes, como si la escritora se hubiese forzado a bajar a la tierra desde las demasiado aéreas cumbres de sus fantasías. Bien es cierto que no prescinde de sus habituales recursos al misterio, aquí encontramos una «Elsa» originaria que se pierde de niña en el bosque -por su afición a atarse los pies, qué extraña manía- cuyo destino ensombrece el de dos sobrinas póstumas bautizadas con su mismo nombre y que se distinguen como «la grande» y «la pequeña», todos descendientes de unos abuelos pasteleros de los que el hombre -que hizo una guerra cruel y abandonó en su día la tentación de la aventura- está mucho mejor trazado que la mujer.

He aquí de nuevo otra saga familiar, en este caso discontinuamente narrada, aunque bien realzada por su inserción en un misterioso y cruel contexto espacial, formado por tres ciudades norteñas, más centradas que la vigorosa «Oilea» de la novela anterior y también extrañamente bautizadas -«Desrein», «Virto» o «Duino» con las referencias literarias a las que tan aficionada parece tantas veces la escritora. Algunas historias colaterales se insertan mal en la saga central, como la expulsión de la Elsa «grande» de su ciudad, o la de la Elsa «pequeña» con la secta criminal que terminará asesinándola, aunque su potencia es tan fuerte que las legitima de por sí. Y éste es el problema de la novela, el de la multiplicidad de elementos manejados, todos ellos tan poderosos que se estorban unos a otros y van confundiendo una temática general que hubiera merecido una mayor claridad. ¿Es una historia sobre las traiciones de la postguerra, sobre la violencia en las ciudades, sobre las sectas, sobre la formación de los artistas, sobre los amores platónicos, sobre los adulterios, sobre las expulsiones? Cada uno de estos temas justificaría una novela, es interesante en sí mismo, pero al juntarse todos es como si la razón entera de la novela desapareciera ante la avalancha de sus intereses parciales, como si fuera una novela «porque sí» y ya está.

Pues bien, no: no está todavía, no creo que eso baste, los intereses parciales se acumulan y perjudican al interés general, desvían la atención, y siempre nuestra escritora confía en un lenguaje fantástico sobre todo, siendo así que su fondo apela más a la imaginación que a la fantasía propiamente dicha. La imaginación representa lo posible, la fantasía lo imposible (según los tratadistas de hoy, no los diccionarios «usuales» que suelen ir en estos casos manga por hombro), la fantasía puede desbordarse hasta lo más ineficaz, mientras que la imaginación es más real, requiere más límites y mejores controles para proyectarse como es debido en la obra de arte. Creo que Espido Freire es una escritora más imaginativa que formalista y que sus recursos «fantásticos» son más verbales que esenciales. Por eso se puede seguir creyendo en -y apostando por- su literatura.

Rafael Conte