malvadosCuentos malvados

Punto de lectura, 2003

 

 

 

 

 

 

Reseñas:

Literaturas.com:

Cuentos malvados, reúne 99 aciertos, “ramalazos breves en palabras de la autora”, Espido Freire, que respetan por igual las estrictas reglas del relato hiperbreve, uno de los géneros más difíciles de cuantos podemos encontrar en la actualidad. No en vano, como en poesía, fueron muchos autores los que se acercaron a él, pero pocos los que lo consiguieron dominar. Inteligentemente encadenados, sorprende en estos Cuentos malvados la frescura de los mismos que en nada desmerecen a los de los grandes, Monterroso, Torri o Arreola. Pero son la secuencia que conforman la denominada Dentro del laberinto la que despierta por igual estupor y respeto por una autora, joven, de quien sólo cabe esperar que continúe en el futuro ofreciéndonos perlas como estas.

Tan hermosos que dan miedo, Por Alba Carbajal. 3 de Agosto de 2005

Tenía algo más que 20 años de edad cuando comenzó a experimentar -con la sinceridad que es propia de quien escribe para sí mismo- su don de letras. Con su pequeño cuaderno siempre con ella, iba dando a luz sus brevísimos relatos que posteriormente bautizó como Cuentos malvados. Se trata de Espido Freire. 
Según sus propias palabras, «comenzaba el verano de 1997 cuando un centenar de ideas malvadas, 99 ramalazos breves, se vieron cristalizados en cuentos de apenas unas líneas. Los temas elegidos se escurrían, viscosos y huidizos, y reptaban sobre el papel (…) Ahora abro la caja de estos cuentos para que escapen y muerdan y arañen.

Son cuentos malvados a conciencia, porque mueven un resorte que obliga a plantearse qué es el mal y qué es el bien, «siempre me ha interesado subvertir el orden», dice la escritora, quien también define estos cuentos como «pequeñas ventanas donde el lector puede atisbar otras realidades». 
Divididos en siete apartados temáticos (El agua, Ángeles, Las voces, Arañas y mariposas, El espejo, Los cuentos y Dentro del laberinto), la también autora de Melocotones helados juega con «princesas o ranas que se niegan a cumplir su destino», con «ángeles que pueden ser vampiros» o con «voces que son ese personaje interior que de vez en cuando asalta con una idea». 
Belleza y sencillez.

«Medio ahogado, vio cómo una sirena nadaba hacia él y tendió sus manos hacia ella. La sirena no se acercó más. Con su hermoso rostro sereno contempló cómo el príncipe se hundía lentamente. Cuando dejó de respirar, ella se aburrió, y abandonó el lugar envuelta en un remolino de espuma».

A lo largo del pequeño libro no se puede evitar la evocación a la niñez en esa época en la que de a poco se va perdiendo la inocencia, cuando nos vemos sorprendidos por pensamientos malsanos y, a veces, tan destructivos que nos dan miedo. 
La autora prefirió, en vez de olvidarlos, plasmarlos con las lágrimas coloridas de su bolígrafo en el blanco vacío del papel… Breves fotografías imaginarias de susurros en la oscuridad, centelleos que revelan figuras espeluznantes, la muerte muy de cerca, un poco de sangre, dolor, arañas, mariposas, hadas, hombres, en fin, fantasías que se tornan tan voluntarias e imperceptibles en nuestro interior que se adhieren a nuestra forma de ser.

Apariencias que engañan.

«Apareció súbitamente, caído de la nada, en medio del camino. Los habitantes de la zona se lo llevaron a casa, creyendo, al ver sus alas, que era un mensajero del cielo. A partir de entonces, cada noche, una doncella fue encontrada muerta con dos cicatrices bermejas en su cuello».

Espido Freire publica sus “Cuentos malvados” en edición de bolsillo. 30 de Mayo del 2003.

Con poco más de 20 años, y antes de que empezara a ser conocida, Espido Freire (Bilbao, 1974) experimentaba sin tapujos su vocación literaria escribiendo brevísimas historias en un pequeño cuadernito, unos relatos que ahora ven la luz en un libro titulado Cuentos malvados.

«Hace ocho, o diez años experimentaba con más facilidad porque no sabía lo que quería hacer. Sabía menos de literatura, y todo estaba más abierto, más libre», contaba ayer Espido Freire en la presentación en Madrid de este libro, que se edita por primera vez en edición de bolsillo en Punto de Lectura.

Espido Freire, que publicó su primera novela Irlanda en 1998, con 23 años, y que un año después, en 1999, se convirtió con Melocotones helados en la escritora más joven que ganaba el Premio Planeta, jugaba con lo que después se convertirían en sus obsesiones literarias (los cuentos de hadas, las voces, la muerte) en unos relatos de apenas unas líneas, unos «ramalazos breves», según los define ella misma, en los que se ejercitaba en el «malabarismo» de «crear un universo para y por el cuento».

«Son cuentos malvados a conciencia, porque mueven un resorte que obliga a plantearse qué es el mal y qué es el bien, siempre me ha interesado subvertir el orden», dice la escritora, quien también define estos cuentos como «pequeñas ventanas donde el lector puede atisbar otras realidades».

Divididos en siete apartados temáticos (El agua, Ángeles, Las voces, Arañas y mariposas, El espejo, Los cuentos y Dentro del laberinto), Espido Freire juega con «princesas o ranas que se niegan a cumplir su destino», con «ángeles que pueden ser vampiros» o con «voces que son ese personaje interior que de vez en cuando asalta con una idea».

La escritora, que dice que el relato es el género en el que «más cómoda» se siente, explica que aún tiene «bastante» material guardado de aquella época, antes de que empezara a publicar, en que «escribía como una loca». «Sobre todo relatos, hay también un par de novelas que he desechado porque no me convencen, pero tengo también varios proyectos», cuenta la escritora mientras confiesa con ciertos nervios que «me voy acercando peligrosamente a los treinta».

De aquella época, el inicio de sus veinte, cuando era una aspirante a escritora, a la actual, en la que es una autora conocida con todas las ventajas comerciales que ello conlleva, dice que, en lo literario, ha ganado «herramientas técnicas» a costa de espontaneidad, y en lo personal, que ha perdido «dosis de arrogancia» y ha ganado «serenidad». También que antes procuraba que «nada de la realidad me absorbiera» y en los últimos años se siente más cercana a lo que ocurre a su alrededor. «Quizá esto ha cambiado a raíz de que empezara a escribir artículos para la prensa».