mileuristas IILa generación de las mil emociones. 

Mileuristas II.  
Ariel, 2008.

Sinopsis:

Después de su aplaudido ensayo Mileuristas. Retrato de la generación de los mil euros, Espido Freire continúa su reflexión sobre las realidades, los sueños y las pesadillas de esta generación.

En este nuevo libro la autora se centra en temas como el amor, el deseo, el cuerpo o la familia, para profundizar en el completo retrato de esta generación rebosante de inquietudes, perplejidades y contradicciones, y responde a preguntas como estas: ¿Son los mileuristas una generación de Peter Panes que se niegan a crecer? ¿O es la sociedad la que, al convertir la adolescencia en objeto del deseo de la publicidad y el consumo, les fuerza a ser adolescentes eternos? ¿Cómo ha evolucionado el canon de belleza en las últimas décadas, y cómo vive esta generación la obsesión por la delgadez femenina, la redefinición de la masculinidad, el auge de lo gay? ¿Qué influencia tienen en ella nuevas modas y hábitos, como el auge de lo orgánico y lo ecológico? ¿Cómo viven los mileuristas las relaciones familiares? ¿Cómo se han redefinido en los últimos años los conceptos de pareja, soltería, infidelidad…? ¿Cuáles son los miedos que más acosan a esta generación? ¿Cuál es su relación con temas como la pornografía infantil o la violencia de género?¿Cuáles son sus sueños y esperanzas?

El libro se completa con unos «ejercicios de nostalgia», en los que todo mileurista recordará con una sonrisa su infacia. 

¿Cómo viven y piensan los mileuristas? El retrato de la intimidad de una generación: su visión del amor, la pareja, el cuerpo, la familia, el deseo…

Presentación del libro en pdf 
Bookcrossing del libro en pdf 
Presentación a sus alumnos 
Presentación audiovisual del libro

Prólogo:

Freud no hubiera entendido en absoluto a los mileuristas. En realidad, resulta mucho más sencillo obedecer al padre que matarlo. Cuando la vida va mal, pero no tanto, la vía de la resignación resulta menos dolorosa que la de la rebelión natural; la resistencia pasiva puede acabar con la generación anterior con tanta eficacia como una oposición declarada, y si se piensa a medio plazo, con mucho menos esfuerzo. Es posible que bajo los adoquines asome la arena de la playa. Los mileuristas, acostumbrados a que las playas se encuentren circundadas por una severa línea de adoquines y bloques de pisos, no ven para qué perder el tiempo levantándolos.

En mi ensayo anterior, Mileuristas: retrato de la generación de los mil euros, abordaba el modo en el que la mente y el alma se han moldeado a imagen y necesidad de la generación que nació entre los setenta y los ochenta, y que a raíz del término ideado por Carolina Alguacil ha dado en denominarse mileurista. Desde su publicación hasta ahora, la palabra mileurista ha asediado al ciudadano: independientemente de la edad del trabajador, los sueldos bajos se han denominado mileuristas. La generación posterior, la de los Y, también ha aparecido confundida con ésta. Se habla de los mileuristas sin conocerlos, pero con la conciencia de que yacen cerca, en las casas, en los trabajos, cerca de las inmobiliarias y los festivales de música, en los bares y los cibercafés, una fuerza intelectual desperdiciada y discreta que mira con ojos lastimeros a la generación anterior, tan distinta y poderosa.

No ha sido éste un libro fácil. Si en el prólogo de Mileuristas: retrato de la generación de los mil euros, me disculpaba por mi posible parcialidad en el análisis social y económico de mi generación, ¿qué no ocurriría con una parcela tan privada, exclusiva y cambiante como son el cuerpo y las emociones? Cada caso parece único, y, sin embargo, cuando se observa desde cierta distancia, qué ¬similares resultan todos. La frase que más se repetía entre los lectores que se han dirigido a mí era: has descrito mi vida. Diera la sensación de que espiaras mi diario cuando escribía. Esa que has contado es mi realidad.

Homogéneos, integrados y un poco apocalípticos, irónicos y menos cultos de lo que nos creemos, los mileuristas sentimos la compulsiva necesidad de la unicidad y el protagonismo. Y, sin embargo, en muchos aspectos, no nos diferenciamos más que lo que la mala suerte ha dictaminado.

Me temo que este libro no guste tanto a los mileuristas como el anterior. Si en ése la responsabilidad de nuestra desdicha cotidiana recaía sobre los hombros de los Baby Boomers, padres, jefes y autoridades, en éste analizo circunstancias privadas que, como generación, hemos elegido. Es posible que no pudiéramos escoger el sistema político, educativo o económico en el que vivimos. Nos fue dado. Sin embargo, el peso de lo que decidimos hacer con nuestros cuerpos y con nuestras emociones nos pertenece. El dinero y el poder corresponden a los Baby Boomers, pero nuestra sexualidad y nuestra piel es enteramente nuestra.

Nadie a quien culpar, salvo a nosotros mismos. Nuestra fobia al compromiso, el machismo nunca derrotado, la autodestrucción, el egoísmo, los miedos, la construcción de una identidad propia, incluso la previsión de nuestra muerte se encuentra en nuestras manos. Para una generación aterrada ante la madurez, el odio hacia esos padres ficticios resulta ambivalente y confuso. Ojalá desaparezcan, pero ¿qué ocurrirá cuando no estén?

Que a un día monótono le siga otro invariable puede resultar aburrido, pero ha sido el aburrimiento y la seguridad lo que ha caracterizado a los jóvenes mileuristas. Si el futuro cambia, si la apacible nostalgia del ayer desaparece, ¿qué nos queda? No hemos sido educados para el riesgo, ni el peligro, ni los retos importantes. Esas cosas, creemos, ya no pueden rozarnos. Y por lo tanto, buscamos conflictos en lo pequeño: nuestra apariencia, el último romance truncado, las expectativas torcidas.

Freud tampoco hubiera comprendido que en el seno de una generación que se ha relacionado de manera más o menos natural con su cuerpo, y con una tolerancia amplia hacia su sexualidad, pudieran darse tantos conflictos. Los mileuristas fijan su mirada en él, y de paso en el resto de los Baby Boomers, y sonríen. Les gustaría decir lo mismo que J. Eugenides, en su novela Las vírgenes suicidas, expresa a través de Cecilia Lisbon, una adolescente que ha intentado suicidarse. Su psiquiatra, con tono bondadoso, le pregunta: ¿Qué haces aquí, cariño? Aún no puedes saber lo mala que es la vida. Cecilia, con sus muñecas vendadas, responde: Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una niña de trece años.