Espido Freire
José A. Barrueco
La Opinión de Zamora, 2002
5 de Noviembre de 2002
ESPIDO FREIRE
Ayer estuvo Espido Freire en los encuentros literarios de la Biblioteca Pública. La habrán visto en la prensa de hoy. Fue a hablarles de literatura a los alumnos de la Enseñanza Secundaria. Vino y contó un cuento: el cuento de su vida, y mantuvo a toda la audiencia muda, hechizada. Porque su biografía es una especie de relato mágico aunque sin elementos mágicos, en el que la vocación gana al destino que le eligen a uno desde la adolescencia. Quizá los muchachos esperaban a alguien que les aburriera y se encontraron con una persona amena y cercana a ellos, con más años encima, pero rodeada de las mismas inquietudes. Relataba Espido Freire su experiencia desde que decidió dedicarse a la escritura en secreto, que es como se empieza siempre: en secreto y casi con verguenza. Sus primeros pasos, sus titubeos, sus esperanzas y sus francasos, sus espectativas y sus triunfos. Anécdotas que fue hilando de una a otra, igual que un libro lleva a otro.
Pero también tocó otros temas muy de actualidad: la influencia del mito en la novela, los modelos de mujer estereotipada que nos imponen la publicidad y algunos medios de comunicación, el hecho de sentirse un ejemplar raro en los años de formación adolescente, la anorexia y la bulimia y su manera de obtener documentos de primera mano para uno de sos libros y sus artículos sobre estas enfermedades. Tal vez me equivoque, pero olí en el ambiente del salón de actos que las alumnas allí congregadas para escuchar a la escritora la vieron como un modelo a imitar: dedicada por completo a escribir, hecha a sí misma, superviviente del éxito y la fama, atractiva y de ojos enormes e inteligentes, preocupada por la igualdad entre los sexos. Imagino que los muchachos saldrían desarmados: se encontraros con una chica fuerte, que no se deja vencer ni arrastrar por los tópicos, con alguien que rehúsa las influencias pijas y tiene la mirada árabe de las princesas antiguas.
Durante su carrera, muy prolífica en escritos y publicaciones, ha tenido que soportar la vieja etiqueta de la juventud, que es un arma de doble filo en la literatura: por un lado, quienes niegan las plumas jóvenes y las arrastran con críticas de acero; por el otro, quienes ven en la frescura de lo nuevo un valos en alza. Sin emabrgo, creo que ha logrado que la respeten en la literatura, salvo excepciones. Hacia el final de la charla, Espido Freire contó algunas anécdotas de la noche en que le dieron el Premio Planeta por Melocotones Helados: tuvieron el tono justo de quien continúa con los pies en el suelo, de quien relata un acontecimiento tan atosigado por las cámaras y los focos con una naturalidad envidiable, igual que si llegara de un mundo ajeno a ella, el de los fastos y las entrevistas huecas. Confieso que no he leído aún una novela de Espido Freire, aunque sí algunos de sus cuentos y de sus artículos para diversos medios. Pero para eso sirven este tipo de encuentros: para saber si el autor logrará, al término de su charla, que te lances a una biblioteca a rescatar parte de su obra. Si uno conociera al milímetro el universo de un escritor, no sería imprescindible que acudiera a verlo. Creo que los alumnos salieron satisfechos del encuentro y con ganas, sobre todo, de leer. Les habló, desde su visión de mujer cercana a los treinta, de los problemas que acucian a los adolescentes, uniendo de ese modo du presente con su pasado más inmediato. He encontrado por ahí algunas frases de ella que podrían cerrar este artículo. Me quedo con ésta: “Si fuéramos conscientes fr todas las barbaridades que cometemos a lo largo del día, jamás tendríamos la oportunidad de convertirnos en héroes”.