donde siempreDonde siempre es octubre
Seix Barra, 1999

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Entrevistas:

«ME DIVIERTE QUE PUEDAN PENSAR QUE SOY UN ESCRITOR EN LUGAR DE UNA ESCRITORA»
Por Amaia Fano. Revista DEIA. 19 de Febrero de 1999

Tras el éxito de «Irlanda», la joven escritora llodiotarra publica la próxima semana su segunda novela, «Donde siempre es octubre», un relato coral con más de cincuenta personajes, cuya acción transcurre en una ciudad imaginaria sumida en un otoño perpetuo.

ESPIDO FREIRE PUBLICA “DONDE SIEMPRE ES OCTUBRE”, SU SEGUNDA NOVELA


ESPIDO FREIRE (Llodio,1975) tiene, a simple vista, una complexión frágil y un rostro antiguo, ligeramente pálido, en marcado por una melena ensortijada, a ratos rojiza, que le confiere el aspecto de una Venus de Botticelli con algunos kilos de menos y una que otra ojera de más. Joven aunque sobradamente ilustrada, su impresionante curriculum deja al descubierto una precocidad extrema que en principio no le ha puesto la vida nada fácil y que constituye, sin duda, la esencia íntima de una personalidad compleja, casi renacentista, forjada a base de mucha autodisciplina y buenas dosis de soledad. 

A sus 24 años bien podría pertenecer a esa entelequia que se ha dado en llamar Generación Kronen si no fuera porque, a diferencia de sus coetáneos, ella no viste raro ni reivindica ninguna suerte de rebeldía urbana. Quizá porque vive en el campo, junto a sus padres y a una hermana profesora de piano que, más que ángel de la guarda, ha hecho con ella las veces de Pigmalión, iniciándola primero en la senda de los allegros y pianísimos, para acabar aconsejándole que renunciara a su nombre de pila, y empezara a firmar autógrafos con sus dos apellidos.
“Mucho de lo que soy se lo debo a ella, mi hermana fue quien descubrió mis aptitudes para el canto y es también quien me ha animado a publicar mis libros bajo el nombre de Espido Freire que es sonoro y a la vez ambiguo”, explica la joven autora que esta misma semana verá publicada su segunda novela en Seix Barral.
A pesar de ser la segunda en publicarse, «Donde siempre es octubre» es en realidad la primera novela de Espido Freire que la escritora escribiera, hace más de tres años, pensando ya en una trilogía compleja, plagada de sutilezas y de personajes femeninos a medio camino entre la inocencia y la crueldad,: cuya tercera entrega está aún en proceso de gesta-ción. «Escribí la primera de las historias que componen el argumento de este libro cuando tenía dieciséis años –explica la autora- En principio iba a ser el inicio de una serie de relatos distintos hasta que un día me di cuenta de que, curiosamente, casi todos tenían lugar en una misma ciudad y en la misma estación del año».

DEIA: ¿Oilea es una especie de Macondo universal?
ESPIDO FREIRE: Macondo son palabras mayores. Oilea es tierra de nadie. Un territorio imaginario donde aparentemente nada sucede. Se parece a cualquier ciudad y sin embargo no podría ser ninguna otra, ya que vive en un otoño perpetuo, sumida en el inicio de una decadencia eterna. Hay en ella dos zonas bien diferenciadas, la de los ricos y la de los pobres, lo cual la convierte en un hervidero de conflictos sociales soterrados.

D: Tal como sucedía en «Irlanda» (Ed. PIaneta, 1996) existe en esta novela una constancia al viaje, una sugestiva alusión a destinos remotos.
E. F: En mi opinión, el tópico del viaje está presente desde la Odisea, el poema Itaca nos cuenta que lo importante no es el punto de llegada sino lo que ocurre durante la travesía. En este sentido, la literatura es para mí la mejor evasión porque implica un cierto cambio de estado en el que abandonas por un momento tu propia realidad para vivir en un ámbito totalmente imaginario. Soy consciente de que ello supone un gran esfuerzo para el lector , pero yo únicamente escribo para lectores inteligentes.

D.: Por lo que he podido saber de su biografia es usted una artista de lo más polifacética. A los doce años cursó estudios de bel canto, los 16 realizó una gira por toda Europa acompañando al tenor José Carreras, además escribe sin cesar desde la pubertad y, en sus ratos libres, dibuja. Se dirìa que responde al canon renacentista, según el cual, quien posee talento y sensibilidad para el arte puede expresarlo en cualquiera de sus disciplinas.
E. F: Me encantaría poder decir que tengo talento, pero no sé si sea cierto. En cualquier caso, creo que la especializacion es cosa de insectos. Tengo la sensación de que ésta es una sociedad que al menor descuido nos convierte en expertos en cuestiones ínfimas y al mismo tiempo nos exige que sepamos de todo.

D.: ¿Dónde es más difícil dar el do de pecho: en la ópera en la literatura?
E. F: En la música, sin duda. El mundo de la ópera es un mundo de apariencia en el que no es necesario tener una inteligencia excesiva. Todavía en el renacimiento se consideraba que los ejecutantes eran poco menos que animales de carga, mientras el peso creativo recaía en los compositores, y algo de eso hay todavía. En general existe muy poca formación intelectual, pero es un mundo feroz donde hay una rivalidad tremenda. Y eso me asustó mucho. Ten en cuenta que en el canto tú eres el instrumento, lo que el público adora no es tu habilidad para tocar un violoncelo, sino a ti por tener una voz privilegiada. Así que la vanidad es inmensa. En ningún otro campo del arte se da el fenómeno del divísmo como en la ópera.

D.: Pero entre los escritores hay también grandes divos.
E. F.: Puede ser. Pero entonces yo era sólo una niña. Y ahora, en cambio, soy capaz de distinguir al artista de la obra. Sé que un escritor puede ser una persona indeseable y, sin embargo, escribir divinamente.

D.: Para tener apenas 24 años, se expresa usted de una manera peculíarmente adulta. ¿Ha tenido a menudo la sensación de ser tratada como bicho raro más que como una niña prodigio?
E. F.: Ocurría cuando era mucho más joven. Sucede que, desde pequeña, leía mucho y me expresaba con gran pedantería. Supongo que era una manera de destacar, pero en el instituto vivía en un ambiente de incomprensión total. Encima me dedicaba a la ópera y en esa época lo que estaba de moda era Dincan Dhu. Así que había burlas de todo tipo, creo que en el fondo subyacía una gran envidia pero la sensación que yo tenía era distinta. Ahora ya no, quizá porque cadá vez voy seleccionando más a la gente y he conseguido distintos niveles de conversación.

D. :¿Por qué firma con sus das apellidos y no con su nombre de pila?
E.F.: En parte por una cuestión emotiva. Yo no quería renunciar a ninguno de mis apellidos por lo que, al principio, le propuse a mi agente firmar símplemente Laura, pero ella me dijo, con muy buen tino, que eso sonaba a tienda de medias. Así que estuvimos dándole vueltas y pensamos que Espido Freire sonaba bien y además era un tanto ambiguo.

D.: Un tanto andrógino diría yo.
E. F.: Así es, y eso me gusta. Me divierte que puedan pensar que soy un escritor en lugar de una escritora.

D.: Eso nos lleva a la pregunta del millón. Si reconocemos que existe una psicología femenina ¿por qué nos cuesta tanto reconocer que existe también una literatura femenina?
E.F.: Es evidente que hay un tipo de literatura que le gusta más las mujeres que a los hombres, así como es evidente que hoy en día el público lector es mayoritariamente femenino. En consecuencia, hoy hay autores que escriben de modo y manera que agrade a las mujeres. Pero de ahí a decir que existe una literatura femenina…

D.: Yo me refiero más bien a la literatura hecha por mujeres sobre mujeres; y al hecho de que aún resulte extraño que una escritora adopte una voz masculina.
E.F.: Es que quizá nos interese menos. Durante siglos la única visión de la mujer que nos ha llegado a través de la literatura ha sido escrita por hombres y, si no rompíamos con eso, si no escribíamos desde una perspectiva femenina sobre lo que las mujeres pensábamos de nosotras mismas, no hubiéramos tenido nunca una idea precisa de nuestra propia identidad como mujeres y como escritoras. 

D.: ¿Y a usted qué tipo de mujer le interesa literariamente hablando?
E.F.: Me fascina la mujer fuerte y un tanto malvada. En general, creo que se ha explorado muy poco en la capacidad que tiene la mujer para desarrollar su maldad y en los remordimientos que ello le causa porque, culturalmente, existe aún una evidente fascinación hacia el bien y un rechazo instintivo del mal, es una especie de pena moralizante heredada.

D.: Usted pertenece por edad a eso que se ha dado en llamar la Generación Kronen, se identifica con el resto de escritores que la integran?
E.F.: Para empezar, a nadie le gusta que lo sitúen en una generación determinada, además yo soy tres o cuatro años más joven que José Angel Mañas y la temática que trato es totalmente diferente a la suya, en cuanto a que no aspiro a tocar temas realistas y urbanos que, salvo excepciones, parece ser la tónica dominante.

D.: ¿Cuáles son sus principales referentes literarios?
E.F.: De niña he leído casi todos los cuentos clásicos en sus versiones originales. Esos cuentos y la mitología me introdujeron en un mundo simbólico que después me ha sido muy útil en mis novelas. Además reconozco la influencia de Virginia Woolf, de Cortázar, de Borges, aunque siempre he pensado que mencionar a los autores que te han influido es como hacer una especie de lista de aquellos que aún no has leído.

D.: ¿Qué opina de las fórmulas de promoción que las grandes editoriales emplean para lanzar jóvenes escritores y, sobre todo, escritoras?
E.F.: Si lo que se pretende es vender, todo vale. Ocurre que para mí escribir no es simplemente una cuestión de ventas, ni siquiera de fama. Yo escribo porque tengo una incapacidad notoria para dedicarme a algo que no me gusta y porque me seduce mucho la posibilidad de vivir muchas vidas en una sola y eso es algo que sólo se consigue con la literatua.

D.: Pero no hablamos de escribir sino de publicar, ¿cómo se hace para que las grandes editoriales te tomen en serio a los 22 años?
E.F.: En mi caso publicar no es más que la consecuencia natural de un proceso de creación que arranca cuando tenía menos de 15 años.

D.: Me refería a si tiene usted un agente editorial o si va por libre.
E.F.: Por supuesto que tengo un agente editorial. Pero cuando llegué a él, tenía ya escritos cerca de cien cuentos y tres novelas, y sabía exactamente qué era lo que quería hacer con mi carrera.