Entrevista con los Vampiros

Alfredo Valenzuela
RD Editores. Sevilla, 2004.

ESPIDO FREIRE

Espido Freire (…) firma con los apellidos, lo que traslada a su nombre ese aire de misterio que poseen sus ojos. Fue la ganadora más joven del Premio Planeta.
-Este año no corrió los San Fermines?

-Los San Fermines me encontraron este año (2001) en Oslo, un sábado aburrido y medio nublado, sentada en el puerto deportivo, con una Coca-Cola light en la mano, un vago sentimiento de inadecuación y un esfuerzo sincero por no cuestionarme qué demonios hacía yo viviendo en Noruega mientras cinco horas más al sur la juerga comenzaba.

-Qué consecuencias ha tenido la cornada que le dio el Premio Planeta?

-Cuando se es joven y se está en forma, una se recupera pronto de las cornadas. Posiblemente, antes que cualquier otra persona menos acostumbrada a ellas. Lo importante es no dejar de torear, continuar en activo, tentar los toros, mantener ágiles las muñecas. Y hay que saber que cuando se elige una pasión, hay que aceptar con ella las consecuencias.

(…).

-Usted fue la escritora más joven que ganó el Planeta ¿en qué otras cosas ha sido precoz?

-En poca cosa más… mal asunto cuando se recoge la fruta aún verde; por más que intenten convencernos de que sabe igual, cada cosa requiere maduración y reposo.

-¿Nunca se le ha pasado por la cabeza que todo esto de los libros y la literatura sea una pérdida de tiempo?

-No. He estado siempre demasiado ocupada convenciendo a quienes me rodeaban de lo contrario. Y, créame, la empresa requiere una voluntad de hierro, una seguridad y una buena salud que ríase usted de los deportistas de élite.

-¿Cuál ha sido su última batalla?

-Fue contra Iberia, que se empeña, por razones desconocidas, en destrozarme todas las maletas que encuentra a mi nombre. Ya conozco todas las variedades de destrucción: ruedas, asas, refuerzos internos… No hace falta añadir que, por supuesto, perdí.

-Le he leído en una entrevista que usted cree en el «amor verdadero» ¿es cierto?

-Sí. Imagino que llegando a los cuarenta, mi visión y mi experiencia se asentarán y comenzaré a expresarme con más propiedad y menos cursilería. Pero qué le vamos a hacer, demasiadas películas, demasiadas novelas, demasiadas canciones. Estoy perdida para la causa. Creo en el amor sincero y auténtico, y creo que perdura a lo largo de los años. Creo en los finales hermosos, que no siempre son felices. Y creo que el amor anula el tiempo.

-¿Qué es más llevadero, el sexo sin amor o el amor sin sexo?

-El sexo sin amor. Siempre que sea consentido. Incluye una parte física que, por así decirlo, distrae más, entretiene, da qué hacer. El amor sin sexo conlleva una buena cantidad de suspiros, no siempre recomendables. Lo positivo es que amar sin sexo de por medio no requiere consentimiento ajeno. Cuestión de comodidad.

-¿La gente que se opone a que los homosexuales adopten niños es porque creen que los niños están mejor en orfanatos?

-Posiblemente consideran que esos niños han de educarse en los mismos valores morales y familiares en los que ellos creen, enfrentados directamente a los que defienden los homosexuales. Es una lástima, sin embargo, que esas personas que se oponen no se hagan cargo de unos niños que otras personas desean atender.

-¿Es más vasca que gallega?

-Tras pasar temporadas prolongadas en el extranjero he llegado a la conclusión de que pertenezco a una comunidad lingüística, antes que a una geográfica. Mi patria es mi idioma. Y yo siempre he pensado y escrito en castellano.

-¿Quién le parece más literario monseñor Milingo o su despechada esposa?

-Hmmm. Demasiados elementos extraños, demasiado ruido. Resultaría muy complicado extraer una historia literaria creíble de dos personajes así. La literatura tiende a resultar verosímil por su sencillez y su capacidad de abstracción. Para colmo, ninguno de ellos me resulta especialmente atractivo. Qué le vamos a hacer.

-¿Cuándo empieza el curso para usted?

-Este año, a principios de octubre, con la aparición de mi nueva novela, Diabulus in musica. En un buen mes para que las cosas comiencen. El verano rebosa vida, demasiada agitación. En invierno se paralizan los movimientos. La primavera nunca me ha traído buenos recuerdos: alergias y exámenes. El otoño se tolera. Caen las hojas de los árboles y se abren las de los libros.

-¿Cuál es el último libro que se arrepiente de haber leído o de haberlo intentado?

-The Blind Assassin, de M. Atwood. Me desconcertó, me fascinó. Ahora sólo puedo escribir en un estilo similar, con lo que debo aguardar un par de semanas a que el impacto se atenúe. Es fastidiosillo encontrar obras que conecten tan profundamente con la parte oculta de cada uno.

-A Koplowitz le han robado los cuadros ¿qué es lo más valioso que le pueden robar a usted?

-El ordenador portátil. La verdad es que si me sentara a hacer cálculos, sería mi nevera, una mole de acero, gigantesca y con tantos botones como una nave espacial, de la que estoy absurdamente orgullosa, pero vistos los sudores que costó meterla en casa, no creo que nadie sea tan osado como para atreverse a moverla de lugar.

-Un día de estos le voy a hacer una entrevista a Leopoldo María Panero ¿Quiere que le haga alguna pregunta de su parte?

-No creo que yo le hiciera ninguna pregunta. Me limitaría a escucharle. Al fin y al cabo, es lo que hago cuando leo su poesía. «Cuentan que la Bella Durmiente nunca despertó de su sueño». Nadie podría fundir mejor en una frase la muerte, la leyenda y el misterio…