Edicion Espanola Planeta Irlanda
Planeta, 1998

Espido Freire en Irlanda

“La fabulación nos permite compensar el final de la infancia”
Por Yaiza Martínez. TendenciaSXXI, Septiembre 1998

Espido Freire (Bilbao, 1974), ha publicado recientemente la novela Irlanda (Planeta, 1998), en la que se abre un intenso mundo femenino e infantil con sutiles planteamientos acerca del bien y del mal. En entrevista a TendenciaSXXI, esta joven escritora afirma que la novela debe acercarse al desarrollo del tiempo circular o en espiral para estar más acorde con la realidad que refleja, y que la utilización de la simbología en narrativa permite, además de asegurar la pluralidad de lecturas, que los diferentes géneros se toquen, que la novela se acerque a la poesía.

-¿Qué desarrollo le das al tiempo en tu narrativa? ¿Qué posibilidades literarias abre un tiempo no-lineal en la novela?
-Sin ninguna duda, el juego temporal implica, en mi opinión, uno de los desafíos más interesantes a la hora de estructurar una novela. Como elemento narrativo, complica y presta nuevas perspectivas a la historia. Como dimensión en la que los hechos se desarrollan, guía y modela las acciones. Ante la percepción del tiempo en la vida real, o en el recuerdo, que no es lineal, sino que entremezcla retazos y sensaciones ya vividas, o imaginadas para el futuro, la reducción de una historia a un inicio-desarrollo-fin no parece tener mucho sentido. Por esa razón la idea del tiempo circular, instantáneo, o incluso en espiral, con historias que giran produciendo un efecto de lanzadera, me resulta tan atractiva.

-¿Qué relación piensas que existe entre el mundo imaginario de un autor y su cotidianidad, su mundo real?
-Considero la capacidad de fabular, la habilidad de crear mundos o atmósferas propias, como uno de los logros más evidentes de un escritor; es la misma capacidad que poseen los niños, con sus juegos y sus amigos imaginarios, hasta que por una razón u otra se pierde, y supongo que la búsqueda de los lugares mágicos en la literatura trata de compensar esa pérdida. En mi caso, pasé directamente de hablar con mis amigos invisibles a escribir pequeñas historias, de modo que conservo aún gran parte de los elementos que componían las fantasías de mi infancia. Mis historias tratan de relaciones muy estrechas, habitualmente en el seno de la familia, en un paisaje determinado, norteño y húmedo, y en casi ningún caso reflejan hechos autobiográficos. Imagino que al igual que el niño escapa de los deberes, o del castigo, imaginando ser un héroe, o una princesa encantada, yo trato de estructurar el desorden de mi existencia y huir dedos malos momentos en mis historias de ciudades rígidamente planificadas.

-¿De qué manera puede ser llevada a la literatura la visión femenina del mundo? ¿Piensas quee esta visión puede modificar el lenguaje?
-La mujer escritora ha debido vadearse entre una multitud de dificultades, como mujer y como creadora, que, a mi entender, no se reflejan en la mayor parte de las historias que leemos. Al menos en narrativa, la incorporación de la mujer ha supuesto un mayor número de historias protagonizadas por mujeres, pero no un cambio significativo. El mundo femenino en la literatura continúa rigiéndose por las leyes del masculino, y sus personajes apenas poseen otra vida y otro significado que la relación con los hombres. Creo que en el momento en que pueda escribirse de la mujer como tal, sin asexuarla, se estará en la dirección correcta. Sólo una mirada profundamente honesta y nueva, equilibrada, será capaz de encontrar ese enfoque y ese lenguaje que, desde luego, supondrá un cambio importante la literatura. De alguna manera, es necesaria una fuerte carga de androginia para eliminar los prejuicios y las convenciones entre los dos sexos.

-¿Crees que el autor genera conscientemente la relación simbólica dentro de sus novelas o que ésta, por el contrario, se va creando por sí sola? ¿Qué papel podría jugar el lector en esa creación simbólica?
-La gran ventaja de emplear símbolos al contar una historia reside en que, de manera automática, esta gana en sugerencias y lecturas; el autor se asegura prácticamente la pluridad de lecturas. No sé qué sistema emplearán autores más experimentados, pero yo, que consideraba estar al tanto, más o menos, de los elementos que podrían considerarse simbólicos, he comprobado con asombro, al escuchar las opiniones de los lectores, la enorme carga, desconocida e inconsciente que he aportado a Irlanda. Resulta muy difícil definir si la relación simbólica cobra cuerpo al contacto de la novela con el autor o el lector, o al de los dos últimos, precisamente por el carácter subjetivo de su significado. Una codificación simbólica supone un esfuerzo añadido, pero también una recreación, tan cercana a la poesía, que hace sentir la historia como propia

-¿Con qué representas la idea del bien y del mal en la novela?
-La fascinación por el mal, propia de la adolescencia y de la niñez, se contiene tajantemente por la obligación del bien. El deseo de la muerte ajena no es sino la afirmación del propio poder. En Natalia, el íntimo sentimiento de haber hecho algo mal, de haber cometido una acción que los adultos, los jueces, calificarían como malvada, provoca sentimiento de culpa que despierta a todos los fantasmas. Sin embargo, Irlanda ya ha crecido, es una mujer que controla las leyes de los adultos, y que, por tanto, puede destruir a Natalia. El mal, que sería destruir a Irlanda, y el bien propio, el instinto de autoconservación, se confunden. Y la única versión, la de Natalia, nos obliga, con su visión sesgada, a introducirnos en una mente en que la polaridad tradicional bien-mal se halla deformada.

-¿De qué forma tratas los personajes femeninos en tu novela Irlanda?
-Una de las razones por las que comencé a escribir durante mi adolescencia, fue la carencia de personajes femeninos dignos y creíbles. No me atraían las heroínas idealizadas, rubias y sacrificadas, ni las amazonas casi masculinas que devoraban a los hombres con patatas. En consecuencia, he intentado hablar de mujeres, fuertes o débiles, pero con poder sobre su vida, y en las que su relación con el hombre no resultara el eje de su existencia. Su propia visión del mundo resulta lo suficientemente interesante como para que no necesiten ser hermosas, ni extraordinariamente inteligentes, ni ricas. Y sus carencias, o sus virtudes, son empleadas como lo serían por cualquier mujer real. Considero que la diferencia entre lo que las mujeres creen que deben ser y lo que en realidad son ofrece una complejidad extraordinaria y muy atrayente para la narrativa. Natalia, que no destaca en nada, salvo por su meticulosidad, sus conocimientos sobre plantas y su carácter tímido y cariñoso, se enfrenta de pronto a una muchacha que representa lo que una adolescente debe ser: hermosa, inteligente, popular, afectuosa, rica y sensata. Ahí le muestran el camino a seguir, y ella, en un principio, intenta amoldarse. Sólo cuando decide no crecer, no ser otra cosa sino lo que hasta entonces ha sido comprende su poder y hace uso de él.