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El cuento del lino

Hace años escribí un largo artículo sobre el lino, con motivo de un sonado caso de corrupción en subvenciones europeas, uno más de tantos. Leí entonces mucho sobre esta planta, el Linum Usitatissimum, de la familia Linácea, sobre sus flores azules y sus fibras capaces de repeler y de absorber la humedad. Sobre su historia, que saltaba sobre Europa, pasaba por Egipto, donde las momias de los faraones descansaban entre el más fino lino, y se remontaba a Turquía, 7000 años antes de Cristo.

Como el algodón, esta fibra había acompañado al ser humano desde épocas muy tempranas junto con otras fibras de origen animal, las pieles, o la lana, o la seda; y las historias y los cuentos sobre el duro proceso que conllevaba obtenerlo habían crecido: quizás la más conocida sea el cuento El lino, de Hans Christian Andersen. Una historia muy hermosa, algo melancólica, como todas las del danés, que nos muestra que el lino también se usaba para fabricar papel, sobre el que escribir a su vez las palabras que desafiaran al tiempo. En otras versiones, la niña a la que embauca Rumpelstinkin hila lino, y no paja, para convertirla en oro. Para muchos pueblos era, precisamente, otra forma de oro.

Pero el lino, ay, el suave lino, el fresco y etéreo tejido de reyes se arruga como una pesadilla. Y esa es la razón por la que, por lo general, en una vida presidida por viajes y por maletas y por poca atención a la plancha lo evito. La mezcla con tejidos sintéticos le resta parte de sus virtudes, añade electricidad estática y le quita belleza.

Hasta que llegó el cupro: un tejido ecológico que procede del reciclaje del algodón o del lino, que permite lavado a 40º, que casi no se arruga, y que mezclado con el lino le brinda un brillo similar a la seda. Lo descubrí con la firma María Marenco.  Su diseñadora, Sayo Boyer, toma como referencia los procesos artesanales, lo cual explica ese interés por lo esencial, y la alta costura francesa. Vestidos y prendas muy pensadas que, a mi juicio, comprenderán y apreciarán mejor quizás las mujeres ya no tan jóvenes, porque son sutiles y sin artificios,. El vestido que llevo, el modelo Helena, en crudo, combina la belleza del lino convencional con las ventajas del cupro, y es tan sobrio y femenino como creo que serían las antiguas túnicas de lino. 

El cuento del lino habla de las muchas vidas del lino, y de cómo, en el fondo, la existencia nunca acaba. Es una bonita metáfora del reciclaje, una historia bella sobre la reinvención. Algo de lo que, a estas alturas, casi todas las mujeres sabemos bastante.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el maravilloso Museo Cerralbo. Nunca me canso de recomendar la visita a esta pequeña joya de coleccionista que se encuentra en Madrid, tan abrumador en contenido como hospitalario para el visitante. Los zapatos en oro rosa y bronce son de Lodi.