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El día del Cervantes

De entre los muchos premios literarios que se conceden en este país (los locales y provinciales, los que organizan las editoriales o las fundaciones privadas, los otorgados a una obra o al recorrido de un autor, los que reconocen el mérito de una primera obra o de un género en particular) el más prestigioso, el que corona la carrera de un escritor español o latinoamericano es el Premio Cervantes.

Es la Asociación de las Academias de la Lengua Española, con la RAE a la cabeza, la que propone al Ministerio de Cultura el nombre del autor que consideran de relevancia. Desde 1976, la primera edición, en que el premio recayó en Jorge Guillén, los autores premiados constituyen parte de la historia de la literatura: Jorge Luis Borges y Torrente Ballester, Mutis y Cela, Vargas Llosa y Delibes. Entre ellos, aún, muy pocas mujeres: María Zambrano, Ana María Matute, Elena Poniatowska y Dulce María Loynaz.

El Preimio se otorga durante un acto institucional en la Universidad de Alcalá de Henares el 23 de abril: con anterioridad, los Reyes convocan a una serie de escritores a una comida en el Palacio Real, y, en el caso de este año, al premiado Sergio Ramírez. Yo he tenido ocasión de acudir en varias ocasiones durante los últimos veinte años. Las ausencias de los más ancianos se notan dolorosamente, aliviadas por las incorporaciones de algunos autores más recientes.

La literatura y lo que le rodea constituye un mundo complejo, difícil y variable, y los premios merecidos nos reconcilian con él. Sergio Ramírez, con quien coincidí el pasado mes de agosto en Panamá Negro, es un autor nicaragüense, premio Alfaguara, entre otros, con una prosa musical y compleja, y unas tramas hermosas. Un magnífico orador, y una gran persona. Forma ya parte de esa de la más callada, más discreta lista de premios prestigiosos; y no puedo alegrarme más.

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Una celebración de este tipo se encuentra a medio camino entre una ceremonia formal de día y la relajación de una comida entre amigos. Para la comida en el Palacio Real elegí un vestido de Nucay, una marca española con unas propuestas para invitada tan interesantes como este vestido de crepe fucsia con mangas acuchilladas y largas, y fos dos flores (en mi vestido las redujimos a una) en los hombros.

El vestido me pareció pearfecto por color y patrón para el entorno, y poco más había que añadir. Unos salones muy sencillos en rojo de Cristina Valdivieso y un clutch de charol nude de Bimba y Lola. En las fotografías lo cambié por un bolso de raso rojo de Shangai Tang, por si os apetece verlo combinado de manera diferente.

Las fotos fueron tomada por Nika Jiménez en Loewe Flower Shop y en la Plaza de Colón de Madrid.