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San Petersburgo: nunca la vida fue tan dulce

Una de las preguntas que me han hecho más a menudo con motivo de Llamadme Alejandra y del centenario del fusilamiento de los últimos zares y su familia es si no lo habían anticipado. Si, desde los despachos y los palacios en los que se movían, nadie les alertó del peligro que corrían y de la revolución que se avecinaba.

La respuesta es ambigua: sí, por supuesto, estaban al tanto de que existía un malestar en algunos sectores de su nación, pero convivían con él desde generaciones atrás. El abuelo de Nicolás II, Alejandro II, había muerto desangrado tras un atentado donde ahora se alza la Iglesia de la Sangre Derramada. Su tío Sergio, que era, además de un apoyo esencial, su cuñado por matrimonio con una hermana de Alix, falleció despedazado por un artefacto en Moscú. Ministros, amigos y familiares habían sido asesinados o escaparon de disntintos intentos.

Pero evaluar el peligro real resulta mucho más complicado, salvo que se haga, como nosotros, a posteriori. Por un lado, contaban con esa consideración casi medieval de monarcas investidos por Dios. Estaban convencidos de la devoción del pueblo, y creían que el problema radicaba en esa clase intermedia, desde la nobleza a los intelectuales, que les separaba de ellos. Midieron lamentablemente mal los riesgos que corrían, y no puede desecharse el dato sorprendente de que su familia, que gobernaba media Europa, tomó la decisión consciente de no auxiliarlos.

Como Europa y Estados Unidos antes de la Gran Recesión que comenzó en 2008, parte de Rusia vivía en una espiral de gasto desenfrenado, de fiestas, lujo y huida hacia el vacío. La I Guerra Mundial apenas habían afectado a las capas altas de la sociedad, más allá de las necesarias declaraciones patrióticas. Los rusos blancos que luego escaparon sobre todo a Francia recordaban con nostalgia que nunca la vida fue tan dulce como en San Petersburgo antes de la Revolución.

Por supuesto que estaban alertados de que un cambio se avecinaba: como lo estuvimos nosotros en una sociedad infinitamente más informada, democrática y alfabetizada. Pero, como nosotros, no podian creer que aquello que pisaban tan firmemente se deshiciera como hielo primaveral. Y, en un paseo por San Petersburgo, por lo que perdura de esa ciudad de canales venecianos y de palacios parisinos, de catedrales romanas y de trazado holandés, se comprende que los rusos que pagaron con su vida ese desconocimiento creyeran que se encontraban amparados por su apellido, por su fortuna o incluso sus criados. Los restos de la pobreza y de la miseria desaparecen. El testimonio de cómo vivieron las clases altas permanece durante generaciones tras su muerte.

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Aunque el evento al que acudí en esta bella ciudad era de carácter privado, me permitió comprobar que pese a la distancia en el tiempo, la capacidad de goce y de disfrutar por todo lo alto continúa intacta, y que a veces esa dulzura de vivir no radica en el nuevo dinero, sino en la compañía y el entorno.  

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Hotel Lotte de San Petersburgo y sus inmediaciones, frente a la catedral de San Isaac. El vestido de estampado de leopardo, con escote en V, es de Dolores Promesas Heaven. El clutch de terciopelo rosa llleva el inconfundible sello de Mibúh.

Viaje a Rusia «Llamadme Alejandra» 6 San Petersburgo

Todo viaje llega a su fin, por mucho que Paul Auster defendiera que los viajeros no saben cuando regresarán a su hogar, y por lo tanto nos redujera a todos a la categoría de turistas. En esta última parte del Viaje a Rusia en el que seguíamos los pasos de mi novela Llamadme Alejandra San Petersburgo nos acoge y nos despide.

 La Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada de San Petersburgo despierta ecos pasados: ya estuvimos en Ekaterimburgo en otra Iglesia sobre la Sangre Derramada (puedes verlo aquí): se alzaron donde hubieran asesinado a un Romanov, y si en los Urales eran Nicolás II, Alejandra y su familia, en San Petersburgo fue su abuelo, Alejandro II. Por otro lado, esta preciosa catedral ecléctica, muy cerca de la Perspectiva Nevski, parece una copia moderna de San Basilio, en Moscú (puedes comprobarlo aquí).

Alejandro II fue asesinado en 1881; paradójicamente, le llamaban El libertador, porque había acabado con la servidumbre en Rusia, pero su pensamiento y sus actuaciones represivas y conservadoras generaron un enorme malestar entre intelectuales y estudiantes. Cuentan que una gitana le había vaticinado que moriría con unas botas rojas, algo que parecía absurdo. ¿Unas botas rojas? Pero, de alguna manera, así fue. El uno de marzo un anarquista arrojó una bomba al paso de su comitiva; el zar resultó ileso, pero quiso comprobar los daños de la explosión y bendecir al conductor, que estaba gravemente herido. En ese momento, un segundo terrorista le lanzó una segunda bomba directamente a los pies. Con las piernas destrozadas y un rastro de sangre que se prolongo hasta el Palacio de Invierno, el zar murió poco desangrado poco después, ante los ojos aterrorizados del pequeño Nicolás II, que recordaba a menudo aquella escena.

La Iglesia se elevó en ese mismo lugar poco tiempo después, y se completó en el reinado de Nicolás II: sus mosaicos se extienden desde el suelo al techo, con escenas religiosas y biográficas. Pese al colorido y las formas bulbosas del exterior, el dorado y la altura de las cúpulas demuestran que buscaban una espiritualidad muy diferente a la de San Basilio, y la estética, mucho más moderna, resulta menos extraña al ojo occidental.

Lo siniestro de su historia no puede ocultar la belleza del edificio, en ese exceso de color y lujo al que creemos que ya casi nos hemos acostumbrado, pero que no deja de sorprendernos en cada edificio.

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El  vestido midi beige que llevo es de Mango, como el bolso con una red de cuerdas trenzadas. Las alpargatas son de Casteller.

Una visita a San Petersburgo no estaría completa sin un recorrido por los canales. Bien en barca o en trineo, cuando estaban congelados, estas vías de agua resultaban más prácticas para desplazarse que los atiborrados puentes y vías. Las fachadas y las dimensiones cobran otro sentido cuando se observan desde el agua; fue una ciudad concebida para la fantasía, el lujo y la navegación.

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Por último, y ya que el palacio de Tsarkoye Selo donde vivieron los últimos zares se encuentra ahora bajo reconstrucción y reforma, deseaba visitar el que muchos consideran el más bello de los palacios de verano, el de Catalina. Si bien lo inició esta zarina, la segunda esposa de Pedro el Grande, quien lo retomó y lo cubrió de oro fue su hija Isabel, la bella, la alegre, la gastadora.

Y gastó, vaya si gastó. Desde el salón de embajadores, que dejaba boquiabiertos a los dignatarios extranjeros (ahora lo logra con los turistas) a sus galerías de tesoros, a los comedores a… Pero si se llama Palacio de Catalina, se debe a que Catalina la Grande, en el siglo XVIII, lo remató y convirtió en su preferido. Ella le dio ese aire rococó que aún hoy conserva, y que ha sobrevivido a dos guerras mundiales.

Es un buen momento para abandonar Rusia con ese mismo aire de irrealidad con el que este viaje comenzó: un mundo ya hueco y casi acabado cuando los ultimos zares vivían en él, aunque no lo supieran aún, y aún así, hermoso, un sueño de lujo que finalizó abruptamente, un país a medio camino entre el pasado y el presente, Occidente y Oriente. Una fascinación que solo aumenta cuanto más se conoce el país y su historia, y que si a mí me acompañó durante los años de la redacción de mi novela, espero que al lector le siga también durante mucho tiempo.

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Un palacio exige un look con un punto regio. El bolso cesta blanco es de Mango. La falda de mil volantes rojos de tul lleva el nombre de Wild Pony, y las cuñas de ante rosa las hizo Kanna. Como las anteriores de Casteller, estoy orgullosa de lucirlas como embajadora del Yute de Caravaca. El top de seda y espejuelos tiene como mil años, lo compré en una tienda de productos hindúes, y lo he llevado en bodas, para salir por la noche con vaqueros, y con todo lo que se me ha ocurrido. Las fotos, como todas las que aparecen en los posts de este viaje organizado por El País Viajes y B the Travel Brand, las ha sacado Nika Jiménez.

Viaje a Rusia «Llamadme Alejandra» 5 San Petersburgo

La manera, rápida y eficaz, que escogimos para viajar de Moscú a San Petersburgo fue el tren de alta velocidad. Las etapas anteriores (puedes leerlas aquí) recorrían la parte tradicional de Rusia: aquello que Alejandra, la última zarina, creía reconocer y entender mejor que las intrigas de la corte moderna. En esta fase llegamos a una capital creada de la nada por el capricho de otro Romanov, Pedro el Grande, que de un plumazo decidió anular las costumbres y los lugares sagrados de sus antepasados y creó en mitad de las marismas norteñas una ciudad de mármol, oro y piedras preciosas con lo mejor de Europa.

Cuando llegamos, la ciudad se estaba preparando para una demostración militar y varios submarinos y acorazados se encontraban en los distintos brazos de agua. Visitamos en primer lugar la Fortaleza de San Pedro y San Pablo; una isla, un bastión, una catedral y una prisión al mismo tiempo. Visible desde el Palacio de Invierno, esta edificación ha protagonizado varios de los momentos más importantes de la historia rusa desde el siglo XVIII. En su catedral se encuentra enterrada la familia real desde Pedro el Grande hasta los últimos zares y sus hijos, en una capilla aparte. En las imágenes puede verse el sepulcro de María Feodorovna, la temible suegra de Alejandra, que tras varias vicisitudes (ella sobrevivió varios años a la masacre y murió en el extranjero) enterraron finalmente con su familia.

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Para la llegada a San Petersburgo llevé un vestido de rayas multicolores de Compañía Fantástica. Como esa mañana llovió, y también por la misma regla de decoro del resto de las iglesias, añadí esta gabardina blanca de Mango.

Cerrado ya el círculo de muerte de los Romanov (el lugar del fusilamiento y las fosas en Ekaterimburgo, las beatificaciones de Moscú y ahora sus tumbas) tocaba dirigirnos a algo menos siniestro; el esplendor y la vida que Alejandra tan mal asumía. Resulta obligado darse un paseo, por rápido que sea, por el Hermitage (o Ermitage, a la francesa), el gigantesco complejo que incluye el Palacio de Invierno frente al Neva, la galería de Arte actual, el pequeño Hermitage, el Gran Hermitage, el… hablamos no solo del lugar donde los actos más solemnes de la dinastía tenían lugar (aunque solían vivir en palacios menores, más manejables y cómodos), sino de uno de los museos más hermosos y amplios del mundo.

La galería de retratos de los zares, la capilla donde Nicolás y Alejandra se casaron, el salón de Malaquita, las escaleras de mármol, las gigantescas arañas de cristal… y oro, oro por todas partes. En las molduras, las manillas, los espejos, los muebles. Aquí resulta más sencillo entender la sensación de angustia y de aislamiento que debió sufrir Alejandra, que provenía de una educación y de una moral luterana, opuesta a todo lo que vemos, y en cambio, lo mucho que debió disfrutar Maria, que fue durante esa época la auténtica reina de ese Palacio de Invierno excesivo, con tantas obras de arte adquiridas a lo largo de los siglos que casi no se sabe dónde mirar.

Todo lo que se pueda ansiar está allí: Leonardo y Zurbarán, Rafael y Rubens. Arqueología y arte moderno; la sensación de repasar de nuevo, página a página, las enciclopedias de arte de la infancia. Pese a las seis horas que le dedicamos, la queja es la misma que en otros museos de primer orden: que haría falta una estancia de días, reposada, destinada únicamente a quedarse inmóvil ante esas obras.

Aún quedaba tiempo para visitar el que fue el palacio preferido del responsable de todo esto, Pedro el Grande: Peterhof. Las fotografías de los jardines y las fuentes fueron tomadas allí.

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Peterhof fue la diversión en muchos sentidos de Pedro el Grande: lo edificó a unos treinta kilómetros de San Petersburgo, es decir, lejos para que le dejaran en paz y cerca por si ocurría alguna emergencia. Frente al Golfo de Finlandia, desde el palacio, que se encuentra en una pequeña colina, se divisa el juego de fuentes, los caminos del jardín y al fondo el mar.

Y sí, es una divertimento: fuentes y glorietas de estilo barroco, chorros de agua que podían activar a voluntad para que el cortesano o la señorita de turno se empapara (para según qué cosas, el zar no era muy sofisticado), sombra, flores, luz, y como casi todos esos grandes monarcas, un pequeño refugio: una casita situada frente al mar donde él descansaba y su segunda esposa, Catalina, la amada, la de origen humilde, cocinaba para él, como ansiaría María Antonieta siglos más tarde.

Idéntica actitud a la de Alejandra en 1900: la nostalgia, no sabemos si sincera o no, de quienes buscan una vida sencilla cuando lo tienen todo, cuando el resto de quienes les rodean se conformarían con una brizna de ese pan de oro, de esas fuentes monumentales, de esas mesas en las que los manjares desaparecían casi sin ser probados… 

Las cómodas sandalias de cuña son de Casteller. Los pendientes, que quedaban perdidos entre tanto oro, de Mango. El bolso de bambú, obligado esta temporada, de Salvador Bachiller. Y la maravilla de vestido artesano es de una marca que acabo de descubrir que se llama Lupitas y que rescata la tradición artesana mexicana. Cada pieza es única. En mi caso sustituyeron los bordados coloridos que identificamos con esas prendas por un color dorado que no podía encajar, ni a propósito, mejor con el entorno.

Las fotos, como siempre, de Nika Jiménez. No tengo que repetir que este viaje se inspira en mi novela Llamadme Alejandra, y que se organiza en colaboración con B the TravelBrand y El País Viajes. Estamos preparando ya los dos siguientes a Inglaterra (Las Hermanas Brontë y Jane Austen) en octubre, y la información para apuntarse está aquí.

 

Los Viajes de La Flor del Norte y Llamadme Alejandra

Que un libro se parece a un viaje es una imagen que casi todos los lectores reconocemos. Al revés ya no tanto, aunque muchos viajes se inician, precisamente, por haber leído un libro y por el deseo de conocer esos paisajes, o esa época histórica, que aún sigue viva en alguna ciudad, o por vivir una aventura similar a la que cuenta el autor.

La idea de viajar por los territorios de mis libros, y de hacerlo con lectores ha sido algo que me ha perseguido desde hace muchos años, y que por fin se ha hecho realidad de la mano de Viajes El País y de B the Travel Brand. Aquí podéis consultar los viajes y experiencias que ya se encuentran en marcha.

Este año, y después de la experiencia de los dos pasados del Viaje al País de JaneAusten, (que se repetirá el 11 de octubre de 2018, junto con otro viaje a la tierra de las hermanas Brontë) por fin puedo anunciar que los viajeros que lo deseen pueden acompañarme a Noruega con La Flor del Norte y a Rusia con Llamadme Alejandra.

Cuando publiqué mi novela La flor del Norte (Planeta, 2011), la presentación tuvo lugar en Covarrubias, donde se cree que la protagonista de mi historia está encerrada. En esta historia cuento como la princesa Kristina de Noruega dejó su país natal para atravesar el mar, Inglaterra, Francia, el reino de Aragón y, finalmente, llegó a Castilla, donde se casó con un hermano del rey Alfonso X el Sabio. Bella y misteriosa, con una vida breve, falleció sin hijos poco tiempo después, pero su tumba, hallada el siglo pasado, ha seguido inspirando mil especulaciones.

Para seguir el periplo de la Flor del Norte el 27 de abril de 2018 volaremos hasta Bergen; visitaremos el Mont Saint-Michel, y después, para seguir su ruta, el Barrio Gótico de Barcelona. Acabaremos en Covarrubias, Burgos, para rendirle homenaje en la Colegiata que alberga su cuerpo.

Éste será un viaje maravilloso: yo he vivido en Bergen, una ciudad que adoro: ningún viaje recorre estos lugares que, sin embargo, era considerado el más seguro en su época. Como los cortesanos del séquito de Kristina, veremos el contraste entre países y mentalidades, contaremos historias y recordaremos la historia que llevó a una princesa vikinga al sur.

Todos los detalles del viaje (las fechas y el recorrido exacto, el precio y lo que éste incluye) se encuentran aquí.

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Completamente distinto, pero igual de fascinante será el viaje que realizaremos el 15 de julio de 2018 a Rusia, y que nos acercará a la vida de los zares, y en especial, a la de la última zarina, que narro en Llamadme Alejandra. (Planeta, 2017)

Imaginad estar a apenas unos metros del lugar en que fueron fusilados los zares, sus hijos y sus criados, el día en el que se cumplen 100 años de esa noche horrible. Visitaremos Ekaterimburgo, en Siberia, para recorrer luego el camino inverso al corazón de la tradición de los Romanov, Moscú, y finalizar en el esplendor de San Petersburgo, donde podremos ver los canales y los palacios que describo en esta novela, que ganó el Premio Azorín de novela 2017. Toda la información está aquí.

Creo que es una ocasión única, y que la magia del verano ruso puede convertir este viaje en un recuerdo inolvidable. Nunca más se repetirá este momento. Hablaremos del final de una época, seremos testigos del esplendor de esa corte y también de su final, y, a título personal, casi no puedo esperar a que llegue julio para llevarlo a cabo.

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En todos los viajes nos acompaña un guía oficial que se encarga de facilitarnos todos los trámites y asuntos prácticos. La garantía de las compañías con las que viajamos sirven de aval, por si surge algún tipo de problema, aunque hasta la fecha nunca se ha dado. Y, por último, la pregunta que muchos viajeros hacen. ¿Viajo yo con ellos? Sí, desde el primer día al último yo les acompaño en este viaje, doy información y cuento las anécdotas relacionadas con mi libro, o el hecho de escribir, o las curiosidades que los lectores me formulan. Todas las noches nos reunimos, si lo desean, para una tertulia informal en la que se crea una atmósfera muy especial. Como he dicho, hace muchos años que perseguía este tipo de viajes, entre el libro y la realidad. Y estoy encantada de que podáis hacerlos conmigo.