Entre olivos

Una visita a Úbeda y a Baeza quedaría incompleta sin un paseo real y literario entre el mar de olivos que determina el paisaje jienense. No puedo imaginarme mejor manera de teletransportarnos que habitar un rato en un poema.

El olivo, la laboriosa y dura recogida de su fruto, su color, el punteado que genera en las colinas han generado e inspirado infinidad de poemas; algunos nacieron de la fascinación de quienes los veían por primera vez y quedaban deslumbrados. En otros casos, era el homenaje a lo cotidiano de los autores andaluces, o mediterráneos; desde los más costumbristas a los más abstractos, la presencia y el símbolo del olivo proviene de los tiempos en los que se comenzó a narrar.

Fue el regalo que Atenea donó a la humanidad, y el que le otorgó el título de protectora de Atenas, frente a Poseidón: el olivo alimentaba, curaba, y lo que era más reconfortante, iluminaba y permitía vencer a las sombras de la noche. Era la recompensa de los atletas olímpicos, una sencilla corona de ramas de olivo. El aceite servía para ungir y preparar a los muertos, como hizo Príamo con su hijo Héctor.

En la Ilíada se nombra como símbolo de resistencia:

Como el frondoso olivo que planta el labrador donde abunda el agua y crece exuberante, siendo mecido por todos los vientos y cubierto de flores blancas, hasta que sopla el huracán y lo descuaja y lo arrastra por la tierra, así dio Menelao muerte a Euforbo.

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¿Y en la Odisea? De olivo es la estaca con la que Odiseo ciega al cíclope; bajo un olivo dejan los feacios al héroe, dormido, cubierto de presentes, cuando lo llevan a Ítaca, y eso es lo primero que ve al llegar a su tierra. Allí, con Minerva, planea su venganza.

Sentáronse después en las raíces del sagrado olivo y deliberaron acerca del exterminio de los orgullosos pretendientes.

Y, por supuesto, la cama del héroe está tallada sobre las raíces de un olivo gigantesco, aún en la tierra, que adornó con piel, oro y marfil, y que representa, mientras no haya sido cortado, la fidelidad y constancia de Penélope.

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Muchos son los poemas que asocian la sensualidad, en especial la femenina, con las olivas, su color, que recuerda a la piel humana, y el hecho de salir al campo a recogerlas. Viene a la mente Las morillas de Jaén, que muchos conocemos en la versión de García Lorca, pero que procede de un zéjel o villancico del Cancionero de Palacio, del siglo XVI. Pobres morillas, que salen a buscar olivas y encuentran que ya no quedan, que alguien se les ha adelantado…

Tres morillas m’enamoran
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

Tres morillas tan garridas
yvan a coger olivas
y hallávanlas cogidas
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

Y hallávanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

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En Olivares de Mancha Real Antonio Gala evoca sus amores entre los olivos que se extienden ante sus ojos.

Cuanto miramos desde arriba es nuestro,
porque nos mira y somos suyos.
Cae el cielo, y tú me amas,
y el olivar nos ama a ti y a mí.

La tormenta muy pronto
restallará sus látigos. ¿Qué importa?:
ya no sueño dormido ni despierto,
ya te tengo entre olivos.
Mi patria sois; me extinguiré en vosotros
para que empiece todo una vez más

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Resulta complicado escoger un único poema de Lorca, pero me parece especialmente evocador el de la joven aceitunera que se deja cortejar por el viento, indiferente ante los mozos que intentan cortejarla.

Cuando la tarde se puso

morada, con luz difusa,

pasó un joven que llevaba

rosas y mirtos de luna.

“Vente a Granada, muchacha.”

Y la niña no lo escucha.

La niña del bello rostro

sigue cogiendo aceituna

con el brazo gris del viento

ceñido por la cintura.

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Un tono muy diferente adopta Antonio Machado cuando, desolado por la viudad y recién llegado a un destino nuevo, el del Instituto de Baeza, camina y descansa la vista en el paisaje. Y complempla después lo que le rodea, dentro y fuera, y su dolor, poco a poco, cede con el tiempo y la resignación.

I
Desde mi ventana,
¡campo de Baeza,
a la luna clara!
¡Montes de Cazorla,
Aznaitín y Mágina!
¡De luna y de piedra
también los cachorros
de Sierra Morena!

IX
Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la calor del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo
de los días malos.

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Miguel Hernández encontrará en estas tierras motivos más que suficientes para llamar a la revolución, a la lucha y a la justicia.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

A veces abandona ese tono reivindicativo y compara lo que dejó atrás con lo que ahora encuentra, entre el pasado y la esperanza, los olivos y el azahar.

Ay, el rincón de tu vientre;
el callejón de tu carne:
el callejón sin salida
donde agonicé una tarde.(…
)

El naranjo sabe a vida
y el olivo a tiempo sabe.
Y entre el clamor de los dos
mis pasiones se debaten.(…
)

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, nadie.

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Por último (la lista sería interminable, y os animo a que la continúeis) Blas de Otero llama a la paz y a la guerra, con el juego constante del olivo como símbolo bíblico de la esperanza y de la paz tras el Diluvio.

Ramo de oliva,

vamos a verdear el aire,
que todo sea ramos
de olivos en el aire.
(…)

Puestos en pie de paz,
unidos, laboramos.
Ramo de oliva, vamos
a verdear el aire.

A verdear el aire.
Que todo sea ramos
de olivos en el aire.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez, en un olivar de Baeza. El vestido bicolor es de Alicia Rueda, con zapatos de Andrea Milián y joyas de Uno de 50 (los pendientes Switch on y el anillo Determination). Mascarilla de Bela. Como ya os he comentado en alguna ocasión, si necesitais más información antes o durante vuestra visita a Úbeda y a Baeza, no dudéis en dirigiros a TUBBA.

Baeza: Teletranspórtate

Nada incita más al deseo como que nos prohíban llevar a cabo aquello que deseamos: y dado que las circunstancias de 2020 nos están dificultando que viajemos, o incluso que salgamos de nuestro hogar, las opciones para que nuestra mente recorra lugares nuevos deben llevarnos allí sin que arriesguemos nada de lo que nos es preciado.

Si en el anterior artículo me desplazaba a la Ciudad Patrimonio de la Humanidad de Úbeda, de la mano de la campaña Teletranspórtate, este se lo dedico a su hermana, cercana y al mismo tiempo muy diferente, que visité cuando eso era posible sin riesgos: Baeza. No en vano el segundo lema de la campaña es Teletranspórtate a Úbeda y Baeza, y quien impulsa esta iniciativa es la Asociación para el desarrollo turístico de Úbeda y Baeza (TUBBA).

¿Qué encontraremos en Baeza? Una historia milenaria, que en 1227 pasa de ser musulmana a cristiana, con la conquista de Fernando III el Santo, y que encuentra un esplendor extraordinario en los siglos XV y XVI, la época en la que se erigen los exepcionales edificios que dan hoy peso y personalidad a la ciudad. La rivalidad entre dos de las familias nobles, los Benavides y los Carvajales, trajo sangre y conflictos, y también un extraordinario deseo de mostrar su poder de la manera más visible a su alcance. 

Los Carvajales, por cierto, descendían que los dos caballeros de Calatrava que, al ser ajusticiados por Fernando IV, auguraron que él mismo moriría antes de treinta días. El rey, obedientemente, murió, es probable de que una embolia, y se ganó para la posteridad el sobrenombre de El Emplazado. Debió mediar la propia Isabel I de Castilla para que finalizaran las disputas entre ambas familias: y tuvo que darse un terremoto, el de Lisboa de 1755, para que se derrumbaran los restos de la gloria de estos señores. 

Mi paseo por Baeza comienza con Dámaso Chicharro como guía. Este licenciado en Historia del Arte ha fundado Turistour, y como hijo de la ciudad intuye rápidamente qué puede interesarle al visitante: yo he estado un buen número de veces en Baeza antes, pero nunca con el tiempo suficiente como para tener una visión general de su historia y de sus espacios. 

Pasamos por el antiguo Hospital e Iglesia de la Purísima Concepción. Eso nos permite recordar la importancia de la asistencia a enfermos y pobres; incluso se encargaban de dar sepultura a los ajusticiados y a quienes no reclamaba nadie. El Hospital estuvo en funcionamiento cuatro siglos, desde 1529 a 1940. En la actualidad es un hotel.

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Muy cerca de allí se alzan las ruinas de la Capilla de los Benavides. No debería despistarnos el nombre: esta poderosísima familia edificó una de las iglesias particulares más hermosas del siglo XVI, dedicada a San Francisco, con una cúpula imponente que se evoca con la reconstrucción contemporánea. Era además su panteón. El terremoto de Lisboa y el saqueo de las tropas francesas durante la invasión napoleónica redujeron esta belleza a su estado actual, pero quedan suficientes testimonios de su grandeza.

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El presbiterio interior es de una rara perfección y originalidad, un modelo de lo que el Renacimiento español adaptó de Italia y convirtió en propio.

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Por desgracia, la piedra de arenisca escogida es muy vulnerable a los cambios de temperatura y a la erosión, y ha sufrido al encontrarse a la intemperie. Los arcos metálicos evocan las dimensiones de la cúpula original,

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El paseo sigue por el Prado de la Cárcel, que con su nombre recuerda que el edificio que es ahora la Casa Consistorial fue en su momento el Palacio del Corregidor… y la cárcel. Con dos entradas bien diferenciadas y una bella fachada plateresca, merece la pena dedicar un rato a su cornisa, con unas ménsulas únicas.

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Frente a este palacio vivió Antonio Machado, con su madre, doña Ana, cuando se instaló en Baeza: pero recordaremos al poeta un poco más tarde.

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Y tras atravesar uno de los bulevares porticados más llamativos de España, llegamos a uno de los ejes de la ciudad: la Plaza del Pópulo. Aunque data también del siglo XVI, aquí se encuentra la fuente de los Leones, de origen íbero; los Juzgados (antes carnicerías), la Puerta de Jaén y el Arco de Villalar. 

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Las callejuelas nos conducen a una de las vistas más hermosas y características de Baeza: aún quedan trazas de las murallas, y los pequeños altares y hornacinas se suceden a lo largo del camino, como huella de la devoción popular, alimentada por particulares y por cofradías. Al fondo despunta la torre de la Capilla de San Juan Evangelista, integrada en el edificio de la universidad.

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Y de ahí, al Instituto Santísima Trinidad, que si bien posee infinitos encantos propios (fue desde 1542 Universidad fundada por San Juan de Ávila, y es uno de los Institutos en activo más bellos en los que he tenido la suerte de encontrarme con alumnos de Secundaria)  es conocido, sobre todo, por tratarse del lugar donde Antonio Machado ostentó su Cátedra de francés de 1912 a 1919.

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El prístino claustro contrasta con la apacible penumbra del Paraninfo, con sus gradas de madera y el artesonado original. Aquí tienen lugar las celebraciones más solemnes, entre ellas las que recuerdan la herencia machadiana.

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El aula del poeta se conserva tal y como debía ser en la época en la que él llegó a Baeza: acababa de enviudar y se encontraba devastado, sin rumbo. Todo le recordaba a Leonor, la pobreza de la zona, con una riqueza mal repartida, le soliviantaba, y solo encontró cierto consuelo en la lectura, el trato con los amigos y algunas excursiones por la zona. Fue una etapa muy próspera en el aspecto literario, que nos dejó como resultado Nuevas Canciones y el encuentro de un jovencísimo Lorca con el ya consagrado maestro. 

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Casi a tiro de piedra del Instituto se encuentra una de las fachadas más bellas de la ciudad, la del Palacio de Jabalquinto, sede Antonio Machado de la Universidad de Andalucía, UNIA. Renacentista, del siglo XV, con una preciosa ornamentación de florones, piñas, flores, y figurillas desnudas, incluye un cambio de estilo en los cuerpos superiores: el palacio pertenecía a la familia Benavides. El señor de Jabalquinto era pariente de Fernando el Católico, y lo sería también del poeta Jorge Manrique, y siguió con entusiasmo la tradición de su familia de demostrar poder y presencia a través de soberbios palacios urbanos.

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Pero antes de continuar en esa acera, volvamos un momento la atención a la iglesia que se encuentra frente a esa impresionante fachada: la Iglesia de la Santa Cruz, del siglo XIII, un raro ejemplar a caballo entre el románico y el arte visigodo.

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Esta pequeña joyita conserva en su interior  algunos frescos que se han recuperado, como este de San Sebastián, del siglo XVI, y otros en el ábside, y una Virgen de la Leche recuperada bajo la cal posterior. Enmarcadas por el arco visigodo del interior se encuentran las imágenes y tallas de las dos cofradías que residen en esta parroquia.

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Una vez fuera nos acercamos a otra de las plazas emblemáticas de la ciudad. Resulta casi abrumadora la cantidad y la suntuosidad de edificios históricos que se encuentran en este centro, tan pequeño, y se corre el riesto de un stendhalazo súbito, de la sensación de atontamiento o incluso ansiedad que generan tan cantidad de estímulos. Contiguo al Palacio de Jabalquinto se encuentra el Antiguo Seminario Conciliar, también hoy sede de la UNIA, del que guardo gratísimos recuerdos.

Hace casi veinte años  impartí aquí mi primer curso de Creación Literaria para la UNIA. Después llegaron más, en las diferentes sedes, pero de ese resulta imposible olvidarme. Fue tan divertido, los alumnos se involucraron tanto, nos lo pasamos tan bien, y acabé tan extenuada entre las clases y las tertulias literarias… o, quieén sabe, a lo mejor solo es que era muy joven. Sea como sea, permanecerá siempre en mi memoria asociado a la hospitalidad de Baeza. 

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La Catedral de la Natividad marca la vertical con su torre-alminar (fue mezquita antes que catedral), y la Fuente de Santa María el centro. Al fondo, los vítores en rojo sobre la pared del Seminario hablan de los éxitos de los estudiantes… y tienen cada cual su peculiar historia.

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La fuente, una obra monumental en sí misma, con el escudo de Baeza y el de Felipe II, evoca un arco de triunfo en miniatura, y muestra a ocho cariátides muy satisfechas de sí mismas. No puede ser más hermosa.

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Es inevitable sentirse pequeña ante tanta grandeza. Y hay un cierto placer en la conciencia de esa pequeñez.

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En otras visitas me hospedé en el hotel Puerta de la Luna, un antiguo palacio del siglo XVI, que merece algo más que un vistazo. El lugar respira paz y buen gusto, y el trato es esmeradísimo.

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Muy cerca de allí se encuentra el taller de Pepa Moreno, en la Calle Alta 10. Pepa estudió Historia de Arte, y su interés por la cerámica del siglo XVII acabó con las manos en el barro, como ceramista. En su búsqueda de la memoria local ha desarrollado conceptos nuevos, con la tradición como base, y con la ambición de ser una ceramista con un estilo reconocible, y que cada pieza cuente su propia historia.

El mundo del barro ha sido durante siglo un entorno masculino: las mujeres se encargaban de tareas puntuales, pero no siempre han tenido acceso al torno o al horno.

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Las piezas de Pepa son muy diferentes a las tradicionales, pero continúan un camino cuyas raíces pueden deducirse. Experimenta con el vidriado, y el resultado es sorprendente. Muy moderno, muy original, de una gran pureza.

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Siempre es fascinante ver el taller de un artesano, y en este caso curiosear entre sus esbozos y el pantone de sus colores y vidriados supone una inyección de creatividad. Pepa me confiesa que al ser la primera generación de ceramistas, se siente en muchos sentidos más libre que otros, con menor peso de una tradición familiar, con más motivos para la experimentación.

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Cuando hace buen tiempo, como el día en que la visité, Pepa trabaja en el patio abierto, bajo el sol. Primero me muestra como lo hace, con una técnica muy diferente a la que había visto hasta entonces (horas y horas de torno, me dice), delicada y limpia.

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Después me invita a que pruebe yo. Cada movimiento alienta o destroza la pieza, y efectivamente, nada puede sustituir las horas y horas de torno y de experiencia. Me consuela el pensamiento de que parte del mérito de la artesanía radica en sus pequeñas imperfecciones. Mirado así, mis intentos están llenos de méritos.

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Llega el momento de recobrar fuerzas: un buen lugar es la Taberna La Barbería.Todo está sabrosísimo, pero la tarta de queso resulta especialmente apetitosa tras cualquiera de los platos que preparan en la barbacoa de madera de olivo. Ecos árabes para una cocina con deuda evidente con el aceite de oliva virgen extra. Tiene un patio interior, y para los amantes de la cerveza, una buena selección de cervezas de grifo.

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Baeza ofrece al curioso calles en las que se sentirá transportado al pasado, o como en un cuento oriental: rincones deliciosos en los que resulta sencillo desorientarse y un placer perderse. Una continuidad entre los distintos periodos que brinda coherencia a una historia larga y compleja, en la que la riqueza y la decadencia se han alternado sin pausa.

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El abrigo rosa de las imágenes es de Laura Bernal, y lo llevo con mocasines de Paco Gil y bolso Daisy Powder Pink de Manila Grace. El vestido bicolor es de Alicia Rueda, con zapatos de Andrea Milián y joyas de Uno de 50 (los pendientes Switch on y el anillo Determination). Mascarilla de Bela. Las fotos son de Nika Jiménez. Si queréis más información para planificar vuestra visita a Úbeda y a Baeza, no dudéis en dirigiros a TUBBA.

Úbeda: Teletranspórtate

Si estuviéramos en un año normal, muchos de nosotros estaríamos planificando escapadas de puente o de fin de semana: como 2020 ha decidido truncar muchas de nuestras expectativas, debemos conformarnos con soñar con esos viajes, o, como nos invita la nueva campaña Teletranspórtate a Úbeda y Baeza, llevarlos a cabo en proximidad y con el más extremo de los cuidados.

Hay tres ejes en esta iniciativa de la Asociación para el desarrollo turístico de Úbeda y Baeza (TUBBA), que nos invita a conocer estas dos ciudades Patrimonio de la Humanidad, y que ofrece experiencias muy especiales hasta el 20 de diciembre: el Oleoturismo, la artesanía y la cultura. En esta entrada me ocuparé de Úbeda, para hablar de Baeza un poco más tarde. He tenido la suerte de visitar ambas ciudades en ocasiones anteriores, y me tenían ya rendida: pero una mirada nueva ofrece descubrimientos nuevos también.

No hay ni siquiera que aclarar la enorme riqueza gastronómica que ofrece esta zona: ecos árabes, tradición y aires nuevos, una materia prima excepcional y mucho cariño. Comencé mi visita en el Restaurante El Seco, que borda la cocina tradicional, y muy en especial los pucheros. En estos momento ofrece la opción de comer en el exterior, y las vistas monumentales invitan a ello. Impresionantes las migas, las albóndigas en salsa de almendras y, por favor, no perdonen el postre. El trato es también familiar, cálido y cercano, un adelanto de lo que encontraré en todas partes.

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Se entiende mucho mejor la exquisitez de la cocina de El Seco si visitamos el origen de unos de sus secretos: el Aceite de Oliva Virgen Extra, AOVE, que mana generoso del mar de olivos de Jaén y que es recogido y tratado con mimo en las almazaras de la zona.

Resulta chocante que en una cultura que ha cultivado olivos desde tiempos inmemoriales y que ha descubierto el placer de la cocina y la gastronomía como obsesión nacional se continúe sabiendo tan poco del aceite: que, como pecado capital, se confunda cualquier aceite con el Virgen Extra, el que atesora todas las virtudes y las propiedades que convierten este zumo de aceitunas en un elixir de vida, sabor y salud.

Conscientes de esas carencias, las rutas y experiencias que muestran al viajero el proceso y la importancia del Aceite Virgen Extra han menudeado en los últimos años, y en este fomento del Oleoturismo la explotación pionera fue Oleícola San Francisco, una empresa familiar en la que su segunda generación ha logrado atraer hasta Begíjar a turistas de todo el mundo. En sus visitas a la almazara y a la fábrica explican con la pasión de quien vive para ello cómo los últimos años han logrado avances impresionantes en todo el proceso de recogida, de prensado y de embotellamiento del aceite. Allí puede verse la huella de lo antiguo entremezclada con la última tecnología.

Si se va con tiempo, se puede compartir con los profesionales la experiencia de varear los olivos, de comer con la familia, y de contrastar los antiguos sistemas casi manuales a la eficiencia y la limpienza del proceso actual: en la cata de aceite, con sus vasos característicos, puede comprobarse que todo ese esfuerzo ha merecido la pena. La decisión de abrir las puertas de las explotaciones, de formar a quienes se dedican a ello y a quienes somos meros aficionados, ha dado sus frutos en premios internacionales, en la fidelidad de quienes conocen su aceite y en una cultura y exigencia mucho mayor.

Y el que todo eso se haya podido llevar a cabo en un periodo de tiempo tan corto indica no solo la curiosidad del nuevo turista, sino también el pulso de los nuevos tiempos: no nos basta con viajar, con comer, con el disfrute. Cada vez más a menudo son los procesos los que nos sorprenden, el saber cómo se hace, de dónde viene, qué sentido tiene aquello que estamos presenciando. El entusiasmo de José Antonio Jiménez es contagioso, y su capacidad didáctica toda una lección.

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Y llega el momento de cenar: ya conocía de otras visitas la Arrocería Quique, que se encuentra en el precioso hotel Alvar Fáñez, y cuyo arroz al Senyoret quita toda pena. Anímense con las croquetas de jamón ibérico, y con la riquísima ensalada de naranja y bacalao si quieren algo más ligero: se sirve al aire libre en el patio del palacete de 1865, con el suelo de mármol y una preciosa galería superior.

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He de confesarles que repetí…

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La herencia literaria de Úbeda ofrece rostros muy diversos; por mencionar a dos contemporáneos, Muñoz Molina y el poeta golfo Joaquín Sabina nacieron aquí. Pero uno de los autores más queridos, al que se le dedica una semana literaria y mística, y del que se conmemora su muerte cada 14 de diciembre, es San Juan de la Cruz. Carmelita Descalzo, cómplice de santa Teresa, poeta excelso, enamorado de lo invisible, tiene en Úbeda su Museo, en el mismo lugar en el que vivió sus últimos meses  y donde murió, mientras tocaban a maitines las campanas de la cercana iglesia de San Salvador.

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Este Museo es interesantísimo para los amantes de la literatura, que conocerán más de uno de los poetas más excelsos de nuestra historia: se conservan primeras ediciones, y los recitales son frecuentes. Pueden además acercarse al hombre, la figura desdibujada por su entrega religiosa, la persecución que sufrió y la presencia de tantos otros genios de la época. Y recuperarán la trascendencia de su obra, la belleza de sus palabras. La iglesia een la que se conservan sus reliquias, el espacio en el que estuvo la celda en la que murió completan ese viaje vital que inició años antes en Ávila este joven enfermizo, pobre, genial, descendiente de judíos.

Pero gustará también a quienes aman la historia: a quienes quieren saber más del patrimonio histórico (el museo conserva una extraordinaria muestra de arte sacro, cada vez mayor), y para quienes tienen una cierta inquietud espiritual: no en vano, el museo es también Casa de Espiritualidad.

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¿Un dato interesante? Este esbozo del propio San Juan, que dibujó tras una visión, y que dio origen, con el tiempo, al más conocido Cristo de Dalí, con su inconfundible escorzo.

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El Museo se encuentra ahora en pleno crecimiento, y nos ofrecerá pronto nuevas actividades, en equilibrio entre la comunidad religiosa que aún vive aquí y la hospitalidad a los visitantes.

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Y de un museo sacro a un santuario del siglo XV, abandonado (llegó a dinamitarse en los años 70 del pasado siglo) y convertido ahora en uno de los espacios más espectaculares de la región: la Ermita Madre de Dios, a tiro de piedra de Úbeda, sobre una colina que ofrece unas vistas preciosas, acaba de abrir, y está pensado para celebraciones y eventos. Y lo cierto es que el respeto máximo al patrimonio que aún estaba en pie y el gusto más exquisito para integrarlo en el diseño contemporáneo le augura un futuro deslumbrante.

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El salón principal permite un vistazo al pasado, al estado en el que se encontraba el santuario hace apenas un par de años.Con fotografías de gran formato, en blanco y negro, el enlace entre pasado y presente se completa armoniosamente.

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Durante años, los dueños se han encargado del cátering de bodas y eventos, y esa experiencia resulta evidente en el Restaurante Sacrum, donde cada plato, que nace de la relación íntima de la gastronomía con el territorio, comienza a disfrutarse con los ojos, y acaba degustándose como un manjar. 

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El AOVE de la zona se incorpora a platos que en ocasiones tienen un giro exótico, entrantes, principales e incluso el postre. ¿Qué tal un algodón de azúcar con helado de violeta? ¿Y unos bombones con crema de aceite de oliva virgen extra? El paso por esta Ermita resultará difícil de olvidar en todos los sentidos, y sin duda no será la última vez que visite el lugar y a sus encantadores dueños.

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Úbeda, donde las iglesias, monasterios y santuarios se integran con naturalidad en el casco urbano, fue reconquistada por Fernando III el Santo: los judíos de la localidad le recibieron con albricias, porque las leyes cristianas resultaban más benignas que las musulmanas. Sin embargo, siglos más tarde la expulsión de esa comunidad borró el rastro hebreo en la ciudad. Quizás por eso sorprenda al viajero el encontrarse con una Sinagoga, la Sinagoga del Agua, en pleno centro urbano. 

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Su historia es fascinante: encontrada por azar cuando se derribó un edificio para construir otro, en un principio ni siquiera se sabía qué restos eran aquellos que ocupaban los bajos y sótanos que durante décadas habían sido una peluquería y un establo. La cuidada labor arqueológica llevó a descubrir que era no solo un edificio de traza judía, sino una sinagoga del siglo XIV, que contaba con una galería de mujeres y un baño ritual o Mikveh, en su corazón oculto. Para más señales, se alzaba junto a la Casa de Inquisidor de Úbeda. ¿Era un desafío? ¿Contaba con una cierta protección de los conversos? Hay aún muchas preguntas en este lugar fascinante, que merece una visita guiada con calma.

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En este lugar, las antiguas cocinas, un cabrero guardó su ganado durante años. El trabajo de reconstrucción y desescombrado ha sido exquisito.

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Varios pozos, algunos aún vivos, dan nombre y sentido a la Sinagoga.

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Cada solsticio de verano un rayo de luz entra por la estratégica abertura que se encuentra en el suelo del patio e inunda de sol el baño ritual, para crear un efecto mágico. Estas fotos han sido cedidas por @Andrea Pezzini

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 Una visita a Úbeda debía incluir una visita a alguno de sus alfareros, que mantienen viva la artesanía local que ha dado fama a la ciudad durante siglos. Cinco generaciones han trabajado el barro en Alfarería Góngora, desde 1846, y su dueño actual, Pedro, mantiene la tradición de hospitalidad, calor y sencillez que han sido su sello de identidad.                                                                                                                            P1011105

Fue aquí donde los medios de comunicación, al tanto de mi visita, se acercaron para tomar unas imágenes. Me acompañó el Diputado Provincial de Promoción y Turismo de Jaén, Francisco Javier Lozano, un entusiasta de su labor. Y, por supuesto, yo hablé de mi propio entusiasmo. De cómo la cultura y el turismo, aliados, pueden suponer una esperanza para el territorio, de la importancia de preservar nuestro legado y patrimonio, de cómo en el pasado se encuentra el futuro. Y de lo bien que me estaban tratando, y lo diferente que se ven las cosas cuando se entienden.

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Y como el objetivo de visitar el taller de Pedro estaba relacionado con el aprendizaje, además de con la admiración que despierta su técnica, allí me puse, manos a la obra en el barro, el torno y el buril.

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No nos engañemos, ni siquiera guiada por un maestro tan paciente y tan generoso como Pedro la cosa es sencilla. Lo que él hace con una facilidad engañosa es fruto de años y años de técnica y habilidad, y así debe ser valorado. Me enseñó luego a realizar los calados en las piezas, antes de que pasen al vidriado. Otra labor de precisión, cuidado y mimo.

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Cuánto trabajo, llevado a cabo en silencio, tierra, agua y fuego, con paciencia y determinación, para darnos los platos, las aceiteras, las tazas que con tanta naturalidad usamos. Fascinado por el aceite de su tierra, Pedro quiso que probara algunas variedades. Y, a esas alturas, ¿cómo decir que no? No se pierdan una visita a este taller: además de la belleza de las piezas, el trato de Pedro y su esposa lo convierten en una casa abierta a amigos. 

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Faltaba aún un restaurante por probar en esta ruta, la Cantina La Estación. Una agradabilísima sorpresa por su propuesta estética (de pronto me vi en un vagón del Orient Express) y por su cuidada cocina de autor, donde nuevamente todo gira en torno al aceite de oliva virgen, hasta los cócteles, y donde cada plato es una experiencia, un desafío y al mismo tiempo un reencuentro con la tradición y el sabor. Increíble su salmorejo, por mencionar uno de los deliciosos platos que probé, fantástico el foie con frutos rojos.

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Con esto acababa mi ruta por Úbeda, mi experimento de teletransporte por un par de días a una tierra de aceite y barro, de profunda espiritualidad y una capacidad de disfrute extraordinara. Los campos de olivos que me habían recibido me despedían, a la espera de una próxima visita para ver más, para aprender más.

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El vestido negro estampado que llevo en el Restaurante El Seco es de Mango. En la visita a Oleícola San Francisco visto abrigo negro de Manila Grace, bolso Daisy de la misma firma, vestido negro de encaje de LolitayL y  mascarilla de Bela. El vestido rojo es de Alicia Rueda. El abrigo-vestido negro de la visita a la Sinagoga forma parte de la colección de Esther Noriega.Joyas de Uno de 50. Por último, el traje camel de la visita a Alfarería Góngora es también de Manila Grace. Los pendientes de cristal son de Mango.

Las fotos son de Nika Jiménez. Entre los agradecimientos pendientes, además de al Parador de Úbeda he de mencionar a Turismo de Úbeda y Baeza.

Irlanda y su Normal People

Irlanda posee un secreto que desde hace siglos han intentado descifrar sus visitantes, y que se filtra a la sangre de quienes allí han nacido como si fuera un hechizo: es la morriña, la necesidad impetuosa de regresar a esa isla y a sus paisajes. Basta un canción, una fotografía, para desencadenarla.

En mi caso ha sido la serie Normal People, que comenzó a emitirse el pasado 16 de julio en la plataforma StarzPlay, y que narra una preciosa historia de amor entre dos jóvenes, Connell y Marianne,interpretados por Paul Mescal y por Daisy Edgar-Jones. La serie cuenta con doce episodios y se basa en la novela de Sally Rooney del mismo título.

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Quien busque el pueblecito en el que los dos jóvenes se crían, Carricklea, no lo encontrará. En la misma tradición de John Ford, se trata de una ubicación imaginaria, aunque fácil de encontrar con otro nombre: hay que desplazarse hasta el condado de Sligo, al Oeste, la tierra que inspiró por su belleza, entre otros, al poeta W. B. Yeats y donde se encuentra su museo.

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Allí, en Tubbercurry (el nombre real de Carricklea), muy cerca de las montañas Ox, y en la playa de Streedagh, nos adentramos en las brumas de la ficción y la realidad.

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En Irlanda el tiempo cambia en cuestión de minutos, y varias veces al día. Ese drama constante influye en cómo el paisaje se percibe. Cambia la luz, los colores. Para un escritor, resulta una tentación incluirlo como una metáfora del carácter de los personajes, de su relación y de la vinculación de cada uno de ellos con la tierra, algo que se ha convertido en un rasgo clásico de los autores irlandeses.

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La cultura de los pubs se muestra también en el Brennan’s Bar, un auténtico pub de Sligo, con un sabor local único, y que el equipo de rodaje no tuvo ni que tocar. Cuando la acción se desplazó a Dublin, los escenarios cambiaron drásticamente: las calles, el reflejo de la animación de su vida nocturna y los lugares más reconocibles de la ciudad arrancarán suspiros de nostalgia a quienes hayan disfrutado de la hospitalidad y la diversión dublinesas.

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Pero si un lugar adquiere el peso de un protagonista, ese es el Trinity College. Universidad y custodio de algunos de los libros más antiguos y venerados de Europa, como el Libro de Kells, se convertirá en el escenario del paso a la madurez de los dos protagonistas de Normal People: Irlanda venera a sus escritores, Dublín fue declarada Ciudad de la Literatura por la UNESCO, ama la música y los libros, y la vida social se entrelaza de manera natural en torno a ello. Se celebra que en un pub o en una biblioteca pasaron su tiempo esos autores, se sigue la ruta de Joyce cada 16 de junio, las librerías continúan siendo un centro de encuentro y diálogo… que continúa luego ante una cerveza en el pub más cercano.

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Qué decir de la Biblioteca del Trinity College: una de las más fotogénicas, mejor conocidas y más fotografiadas del mundo, y con razón. Un paseo por el pasado y el conocimiento, un encuentro con algunas de las mentes más brillantes de la antigüedad.

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¿Y el resto? El sur de Dublín, el Liffey, rincones hermosos y llenos de simbología, un espacio en el que dos jóvenes encuentran su camino, con la que resulta imposible no identificarse, sea cual sea la edad del espectador, y que solo acrecienta los deseos de sentir de nuevo, de viajar de nuevo.

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Si deseas conocer más localizaciones de la serie, puedes visitar este enlace, si quieres descubrir los exteriores irlandeses de Normal People, no te pierdas este corto  y, por supuesto, siempre podrás soñar con Irlanda en www.turismodeirlanda.com

Viaje a la Patagonia V: Isla Magdalena

El viaje por la Patagonia toca a su fin: a través del Estrecho de Magallanes el Ventus Australis se acerca la Isla Magdalena, la llamada «Isla de los Pingüinos». En su momento, la expedición de Magallanes ya arribó a esta islita: Pigafetta, en 1524, hablaba de cómo habían encontrado aquí pájaros y leones marinos cuando habían desembarcado. Gansos extraños, los llamó. Y durante siglos los navegantes hacían una pausa obligada para abastecerse de carne de pingüino y pescado.

En la actualidad, el mayor peligro que deben combatir los pingüinos magallánicos son las agresivas gaviotas; los humanos que los visitan lo hacen en número reducido y con estrictas normas de seguridad y distancia para no perturbarlos. Los pingüinos tienen preferencia de paso, que usan sin rubor, y, animalitos curiosos, observan sin miedo a quienes por allí pasamos. En tierra siempre resultan un poco cómicos, con su andar rígido y solemne. Se siente una simpatía instintiva por ellos; casi inevitable humanizarlos. Además, son hipermétropes, con lo que sabe Dios qué verán cuando nos miran…

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Los pingüinos habrían llegado a la isla un par de meses antes de mi visita, en septiembre, y para octubre llevan a cabo la puesta. Los padres se turnan para incubar los huevos en los nidos, y para pescar. En la cumbre de la isla se alza desde 1902 un pequeño faro rojo, testigo de los amoríos, muy decentes, de los pingüinos, que son monógamos y padres abnegados. Nuevamente en esa humanización desaforada a las que los sometemos, es fácil interpretar sus gestos de acicalamiento como muestras de ternura entre la pareja. Romanticismo avícola magallánico.

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Aquí, muy a  mi pesar, finaliza este viaje: glaciares y bosques, hielos, historia, terribles narraciones de hambre y de miserias, de racismo y de superioridad cultural esgrimida contra los más débiles, pero también investigación, curiosidad, ciencia, conocimiento. Belleza y grandiosidad, y al mismo tiempo una tremenda sensación de pequeñez y vulnerabilidad. Animales, plantas y corrientes con un mensaje claro: la necesidad de preservar un ecosistema en un equilibrio cada vez más precario, de desacelerar esta frenética búsqueda de beneficios a costa de la tierra, la sensatez y la propia salud humana.

Este ha sido, lo he dicho en alguna ocasión, uno de los viajes más hermosos que nunca he llevado a cabo, y he tenido la suerte de repetirlo en dos ocasiones. No solo por el paisaje, no solo por la sensación de soledad real que se produce en un viaje en un barco tan pequeño y con tan pocos pasajeros; es un recorrido que invita a pensar a quienes tienen tendencia a ello, y a sentir sin frenos a quienes se sienten inclinados a ello. Al no existir cobertura, el ritmo de la realidad desaparece: las normas son otras. Ni siquiera controlamos qué podremos ver o no, porque es la climatología y las condiciones del mar quienes lo deciden. Si un viaje supone una entrega, este, sin duda, nos lleva a ese abandono.

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Las fotos, y una interesante conversación que analizaba el futuro, el manera de comunicar y las nuevas formas de trabajo, que poco después se demostró casi profética, se las debo a Nika Jiménez.

Viaje a la Patagonia IV: Glaciares Águila y Cóndor

En la cuarta jornada del viaje a la Patagonia con Cruceros Australis nuestro barquito nos adentra en el Parque Nacional Alberto de Agostini, rodeado de picos majestuosos y recorrido por el Canal Cockburn, se encuentra el Glaciar Águila. A diferencia de otros glaciares menos hospitalarios, al Águila puede llegarse tras un tranquilo paseo a pie, por un camino que bordea una laguna y que limita un bosque primitivo patagonio.

Alberto de Agostini fue un salesiano italiano que además de labores de evangelización documentó de manera exhaustiva la Tierra del Fuego a principios del siglo XX. Explorador, fotógrafo y autor, publicó varias obras que describían la orografía y las costumbres de esa zona. A él se deben también algunos de los registros cinematográficos de la época, los primeros, y a menudo los únicos. Le interesaban genuinamente los pueblos indígenas y, si bien sus observaciones están a menudo sesgadas por la visión occidental imperante, denunció sin tapujos los abusos y la violencia de que los eran víctimas.

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El paseo ribereño permite una visión tanto de la flora marina, los restos de algas, líquenes y madera de deriva, como de la terráquea. El bosque primigenio, en el que podemos adentrarnos con extremo cuidado y sin tocar ni troncos, ni hongos, ni musgos, no se parece a ninguno de los que cubren el hemisferio norte: hay un diferencia sutil para quienes no sabemos gran cosa de botánica, pero evidente y muy desconcertante, como si nos moviéramos en un sueño o en un cuento.

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El Glaciar Águila puede, casi literalmente, tocarse con una mano. Es un gigante amable y accesible, que abraza más que intimida, que parece dispuesto a dar todas las lecciones que se le pidan y a mostrarnos

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Regreso al Ventus Australis con la sensación nueva de navegar sobre un bosque invisible, el que forman las algas responsables de gran parte de la fotosíntesis y de la liberación del oxígeno que salva el planeta a diario.

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Poco tiempo más tarde arribamos a otro glaciar de una morfología y un talante completamente distinto. Al Glaciar Cóndor se arriba a través de las lanchas, de una manera mucho más fugaz y menos estable: una catarata interna desagua en el canal, y sus lenguas azules rozan la superficie. De vez en cuando, una grieta o un movimiento en el hielo nos recuerda la breve tregua que nos da Cóndor. Por hoy nos dejará regresar sanos y salvos. Mañana ya veremos…

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En estas tierras se entiende con nitidez por qué se originan las historias míticas: hay una suerte de personalidad en los montes, en los hielos, o quizás sea nuestro intento por comprenderlos lo que los humaniza y los reduce para perderles el miedo. Todo está vivo aquí: existe una comprensión instintiva de que no hay un solo punto en este mundo que permanezca inmóvil o estático. En su grandeza, contemplan algunas motas de polvo que se desplazan de un lado a lado. Nada más que eso somos.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante los distintos paseos de ese día. La mayoría fueron genuinos robados, y las he descubierto al verlas editadas para el blog.

Viaje a la Patagonia III: Glaciar Pía

No soy muy amiga de las fotografías de libros emplazados en lugares estratégicos, como si fueran un enanito de Amèlie, y mucho menos de los bookfaces, las fotos en las que las cubiertas de los libros forman parte de la composición, que tan de moda están últimamente, pero en este caso me parece que encierra cierta lógica el que De la Melancolía aparezca en este paraje de la Patagonia, el Glaciar Pía

El glaciar remata el fiordo del mismo nombre, al que se accede por el Canal Beagle, y debe su nombre a una princesa italiana, María Pía de Saboya. Con el tiempo, la princesa llegó a ser reina de Portugal, y hermana de un rey español, Amadeo de Saboya: y su vida, no exenta de avatares y de desgracias, algo evoca en este Glaciar que crece y se quiebra, que muestra un dinamismo poco usual y que arrastra piedras, minerales y tiempo hacia el mar. 

Muestra una extrema belleza, que cambia desde dónde se observe: a diferencia de otros, Pía se deja contemplar desde alturas y ángulos diversos, por su posición entre montes que sirven de miradores.

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Hace años, en mi primer viaje a estas tierras, Pía perdió un bloque de hielo de tamaño considerable ante mis ojos. El ruido y la sensación de desgarro bajo los pies me atraparon, aunque ya había visto otros glaciares y otros derrumbres antes. Si los glaciares tienen algo similar a la personalidad, si nuestra capacidad de humanizar los paisajes, y de nombrar dioses, diablos y protectores en la naturaleza ha continuado durante siglos es porque responde a una necesidad innata de abarcar lo infinito. Pía era amable y terrible, curiosa y original. Me quedé con esa sensación y me la llevé. De vez en cuando, como no tenía fotografías de ese momento, lo recordaba, y volvía a relegarlo.

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Tuvieron que pasar muchos años y varias novelas para que encontrara una historia en la que esa imagen encajara, y esa fue De la Melancolía. La protagonista, Elena, define su descenso a la depresión con ese sonido y ese desgarro silencioso que yo le presto, tras tantos años guardados a la espera de algo a lo que mereciera la pena asociarlo. 

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Cuando escribí la novela no sabía que regresaría a allí apenas una semana después de que esta historia fuera publicada. Las casualidades enlazan y crean una historia paralela a la que creemos presenciar o protagonizar. Y bajé conmigo el libro, como un final de círculo, para que aquello que allí había comenzado sin yo saberlo cobrara más sentido. Fueron emociones muy diferentes, pero igualmente intensas y hermosas: la de la primera vez, íntima, profunda y misteriosa. La de la segunda vez, con una creación propia, con una historia que entrelazar a la que se cuenta Pía por las noches, a la que nos transmite con gruñidos y crujidos ininteligibles. 

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Los arañazos y las estrías del hielo han dejado su huella sobre las piedras. Aquí todo cuenta historias, y casi todas son evidencias de un pasado que se desarrolló sin testigos ni notarios.

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Desde el Ventus Australis la lengua de hielo y piedras continúa pareciendo gigantesca e irreal.

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El barquito se convierte, una vez más, en una cáscara de nuez frente a la inmensidad, y el viaje en una antigua metáfora de la insignificancia ante la vida, de lo poco que decidimos o intervenimos en todo esto. Un mensaje para disfrutar y aprender de ese camino, sin que tampoco el ansia por entender nada se interponga.

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La chaqueta de lana trenzada de color granate es de Venca. El vestido de seda estampada pertenece a La Fée Maraboutée.  Los pendientes son de Vickovsky Art.

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Cuando comenzó a refrescar el viento cargado de hielo pedía un plumífero más contundente contra el frío. La diferencia entre disfrutar de un viaje así o padecerlo se encuentra en el calzado y en las prendas de abrigo: y, no lo olvidemos, en eso que parece tan sencillo, y que resulta tan difícil de escoger con acierto: la compañía. 

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Las fotos, como todas las de este viaje en Australis Cruises, fueron tomadas por Nika Jiménez

Viaje a la Patagonia II: Cabo de Hornos y Wulaia

El segundo día de ruta (puedes ver el día anterior del viaje con Cruceros Australis aquí)  no aporta únicamente un recorrido por el canal Murray, o la bahía Nassau, sino un viaje por la historia y por algunos de los descubrimientos geográficos más importantes de varios siglos: el desplazamiento de hoy se salpica de nombres míticos, tan conocidos que parece irreal encontrarlos por el camino. ¿Existe de verdad, más allá de la literatura, de las películas en las que exploradores y piratas lo mencionan, el Cabo de Hornos? Existe, sí. Y, aunque me parezca difícil de creer, yo lo he doblado ya dos veces. Por lo tanto, como manda la tradición marina, tengo derecho a lucir un aro de oro en mi oreja izquierda.

El Cabo, en realidad, se encuentra en el punto más meridional de la Isla Hornos. Al sur de este lugar se extiende el Pasaje de Drake, también llamado el Mar de Hoces, y más allá, la Antártida. En el este bate el Oceáno Atlántico, que se funde por el oeste con el Pacífico. Un fin del mundo, sorprendentemente frecuentado durante siglos, desde comenzó a usarse en el siglo XVII (Francisco de Hoces lo había descubierto en en 1525) hasta que el Canal de Panamá ahorró millas de navegación y peligros de naufragio.

La estrechez de los pasos, la furia de los vientos, que no encuentran obstáculo alguno, y giran sin ningún aviso, las olas, que pueden alcanzar alturas imprevistas, y la presencia de hielos convirtieron estas aguas en un desafío para los marinos. Doblar el Cabo de Hornos continúa siendo un reto aún hoy, y el pequeño Ventus Australis lo afrontó con decisión y valor.

Desembarcamos muy de mañana en la Isla Hornos: el montículo de más de 400 metros de altura no ofrece una playa, sino un embarcadero instalado en un pliegue de las rocas, la Caleta León, y resulta interesante pensar en cómo se decidió en algún momento que ese rinconcito de una isla aparentemente inexpugnable sería el adecuado. Si os apetece ver una buena ficción sobre este tema, os recomiendo la película Master and Commander. El personaje de Aubrey en esta aventura se basa en un marino real, Lord Thomas Cochrane, cuyo periplo es interesantísimo. 

Los yámanas, por supuesto, conocían estas aguas, que recorrían en sus canoas, desde tiempos inmemoriales, pero fue en el siglo XIX cuando Robert Fitz Roy, en el primer viaje del Beagle, desembarcó en la isla. Fitz Roy es otro personaje histórico apasionante, con mal final, pero con una vida realmente increíble.

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Autora española sigue los pasos de Robert Fitz Roy en Isla Hornos un par de siglos más tarde.

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En memoria de todos estos pioneros, y de infinidad de marinos anónimos, se elevan aquí varios monumentos. Uno de ellos se dedica al marineno desconocido. La escultura del albatros, una de las aves de la zona, lleva la firma del artista José Balcells, recuerda a quienes murieron en estas aguas. Y en recuerdo de Fitz Roy hay otro memorial.

Sé lo que estáis pensando. Nada favorece tanto como un chaleco salvavidas.

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La Armada chilena mantiene aquí un faro, una casita para el farero y su familia, y una capillita dedicada a la Estrella de los mares, la Virgen del Carmen (mi patrona: yo nací el 16 de julio). El oficial que está al cargo de la isla vive aquí con su familia, su esposa y una niña. Son amabilísimos, y reciben cálidamente a los viajeros. A su vez, la isla forma parte del Parque Nacional de Cabo de Hornos y ofrece interesante información sobre metereología, flora y fauna.

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Si la mañana se escapa bajo el cielo azul y los vientos gélidos de la Isla, la tarde nos lleva  a la bahía Wulaia; si antes seguíamos los pasos del primer viaje del Beagle, aquí, en el oeste de la isla Navarino,  amarró ese barco mítico en su segundo viaje, en el que un muy joven y muy original Charles Darwin recogía evidencias que le llevarían a esbozar una teoría revolucionaria sobre el origen de la humanidad.

En la caleta se conservan los restos de una vieja granja, uno de los infructuosos intentos de colonizar estas tierras, que durante siglos fueron patrimonio de los yaganes o yaghanes. Apenas quedan los muros que marcaban los establos y el lavadero de lana. El edificio más moderno que se eleva al fondo era una estación de radio, y ahora sirve como un centro de información sobre los pueblos indígenas.

Pese a que ahora nuestra manera de abordar la historia sea ligeramiente distinta, resulta difícil dar un paso sin encontrar las huellas de un pasado colonizador y de una visión parcial del mundo. Para la mentalidad decimonónica, los fueguinos no eran considerados seres humanos completos, sino salvajes que necesitaban de la redención civilizadora. Quizás conozcáis la historia de Jemmy Button, el indígena yagán adolescente que fue llevado a Inglaterra, y presentado ante el rey Guillermo IV. Vestido como un caballero, vacunado, y con un pequeño barniz de modales, Fitz Roy lo devolvió aquí, a su tierra, tres años más tarde. El intento civilizador due un auténtico fracaso, se mire por donde se mire. Uno de los indígenas arrebatados murió de viruela, y cuando el resto regresó no sabían muy bien a qué mundo pertenecían.

En 1855 una misión anglicana intentó radicarse en esta misma bahía. Pretendían implantar la agricultura y evangelizar a los yaganes. Button aún vivía, y cuando los misioneros fueron masacrados y la misión saqueada testificó que no había sido su pueblo, sino los indios ona, los responsables. Las transcripciones del jucio resultan lamentables y vergonzosas.De principio a fin, toda esta iniciativa fue una idea desgraciada tanto para los nativos como para los europeos.

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El ascenso hacia la cumbre nos permite imaginar cómo Darwin debió deslumbrarse ante la riqueza y la variedad de la vegetación: a mi espalda podéis ver un arbol de Pan de Indios. Esas pequeñas bolitas naranjas son comestibles.

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A menudo tengo la sensación de ser observada. Quizás aquí habiten invisibles dragones…

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Los castores, que fueron importados para criarlos por su piel, y que lograron sobrevivir porque la calidad de la misma cayó en picado al llegar aquí (listos animalitos adaptativos) suponen una importante plaga para el entorno: son imparables y muy invasivos. Esta presa ha sido creada por ellos, y en todos los troncos se encuentran evidencias de su afán roedor. 

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Un lugar de belleza serena e infinita, donde la meditación sobre nuestra escasa importancia se impone, queramos o no. Existe una perversa tentación a creer que la naturaleza se rige por normas justas y más compasivas que los humanos. Aquí se pone en evidencia que eso no es así, nunca ha sido así. No hay justicia, ni siquiera orden. Solo una extraña lógica de causa y efecto, y no siempre. Como en la poesía, como en la vida.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez.

Viaje a la Patagonia I: Ushuaia

No se llega al fin del mundo por casualidad, no se alcanza ese límite sin pagar un precio a cambio, no se consigue sin un esfuerzo previo, planificación abundante y a veces varios fracasos anteriores: ninguno de los lugares que claman por convertirse en esos Finis Terrae decepciona, ninguno ofrece un paisaje vulgar o una reflexión superficial: desde el Finisterre gallego, al Finistère francés o a Pembroke, en Gales, cuando el mundo conocido se interpretaba desde Europa, saltamos a los descubrimientos que demostraron que el mundo, lejos de ser plano y de albergar monstruos más allá de las Columnas de Hércules, se contenía en sí mismo, y no se llegaba al fin sin ofrecer otro principio.

Pese a todo, siempre me ha fascinado la idea de llegar a  un confín más allá del cual no hubiera nada: el hielo detenido sobre el agua, el océano con su fantasía de inmensidad, o un límite personal hecho trizas. Hace casi dos décadas viajé por unas tierras extraordinarias, la frontera sur por muchos siglos de allí donde podíamos adentrarnos como humanos. La Tierra del Fuego, custodiada por el hielo, la Patagonia Chilena, cuyos retorcidos dientes salvábamos en un pequeño barquito de Cruceros Australis. Ahora, en mi regreso, he trazado el camino inverso, de Argentina a Chile, que llevé a cabo en el primer viaje: y, antes de embarcar, os invito a que me acompañéis en la jornada previa a la que reclama ser la ciudad más austral del mundo, Ushuaia, en perpetua lucha con Puerto Williams, Chile.

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 En estos años de ausencia, Ushuaia ha crecido y prosperado de manera notable: la Bahía profunda descrita por los primeros pobladores, cazadores nómadas, y que hasta bien avanzado el siglo XIX no ofrecía ningún atractivo al poblador o colono occidental, se ha convertido en un centro turístico y administrativo notable, lleno de color, y con una leve semejanza a los pueblecitos alpinos europeos; pero si nos desprendemos de esa necesidad de comparar todo lo nuevo con aquello que ya conocemos, asoman las huellas de un espíritu propio, irreductible, el de los supervivientes en tierra hostil.

El trazado de las calles, muchas de ellas con una mezcla de grava, cemento y hierba, devorado por la nieve y la sal, sigue vagamente el espacio entre las montañas y el puerto, en una calle larga y estrecha que alterna cafés, tiendas de ropa deportiva y antiguas estructuras de hojalata y madera. Más allá, los Andes Fueguinos la rodean por tres de sus cuatro flancos: desde la ciudad parten excursiones para explorar las sierras contiguas, sus lagos y los saltos de agua de los ríos. Como el turismo ha llegado relativamente tarde a estas tierra, con sus excesos ya asumidos, resulta visible el esfuerzo en la conservación y la sostenibilidad de cada factor implicado: empresas, hotelitos, instituciones, y el propio viajero. 

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Sin embargo, aquello que durante décadas logró que Ushuaia fuera conocida, y lo que le aportó la mayor parte de su población fue el presidio que se comenzó a construir en 1896. La costumbre de enviar a presos a los lugares más alejados de la civilización no era nueva: piensen en Napoleón en Santa Helena, en los condenados enviados al destierro penal en  América, a la Guayana o a Australia. La literatura nos habla del Conde de Montecristo, pero también de Manon Lescaut, desterrada y fallecida en la Luisiana. 

El penal de Ushuaia se establece por razones menos romáticas: el gran número de emigrantes que recibía Argentina en esos años hizo que los índices de criminalidad desbordaran las pequeñas cárceles de Buenos Aires: en 1902 adquirió un carácter de instalación definitiva, y los cinco pabellones, ahora dedicados a diversos museos, se mantuvieron en activo hasta 1947. El aislamiento, el frío, el mar y los uniformes desalentaban que los presos intentaran escapar: no había a dónde. Un pequeño trenecito, el más austral del mundo  servía en su momento para que los presos que demostraban mejor conducta se trasladaran a los campamentos forestales cercanos, donde trabajaban en la tala y la construcción. Aún continúa en funcionamiento, si deseamos hacer el breve recorrido.

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¿Habéis estado alguna vez en una cárcel? Yo he pisado tres, mazmorras aparte; en una ocasión, en España, como parte de un programa que acercaba la literatura a las cárceles, y dos aquí, en Ushuaia. Además de un fascinante Museo Antártico Jose María Sobral, que merecería una musealización mejor, y que se encuentra en el pabellón IV, la visita al Museo del Presidio resulta obligada: escalofriante, heladora, a veces morbosa, pero obligada. 

Los presos destinados a Ushuaria estaban considerados como muy peligros,  reincidentes y, en su mayoría, irrecuperables. Eso abarcaba desde asesinos en serie a presos políticos. Las condiciones de vida, si ya se hacían duras para colonos y guardas, convertían el día a día de los presos en una condena añadida. Los trabajos forzados eran parte de su redención: también se les ofrecía enseñanza primaria, y formación en oficios y talleres. Su conducta determinaba si podrían salir del penal para trabajar al aire libre como leñadores o albañiles, un destino duro, pero muy apreciado: por esos trabajos recibían una pequeña remuneración que podían remitir a sus familiares o rescatar al final de su pena.

Y, por supuesto, las medidas que adoptaba uno u otro director incidirían directamente en el respeto a los derechos humanos mostrado: se constatan los malos tratos y las torturas, en particular durante los años 30. No obstante, basta con pasarse por los pabellones, algunos de los cuales no han sido restaurados, para hacerse a la idea del horror que suponía acabar allí. Durante el mandato de Perón la cárcel fue definitivamente cerrada.

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¿Y quiénes acababan allí? Presos comunes reicidentes, pero con mayor frecuencia asesinos y psicópatas, como el asesino en serie Mateo Banks. El más conocido y quizás el más pertubador de todos ellos fue el Petiso Orejudo, un niño asesino de niños.  Anarquistas, algunos de ellos con delitos de sangre, como Gino Gatti; intelectuales y políticos, como Pedro Bidegain, o Néstor Ignacio Aparicio. Y, aunque no está probado, algunos dicen que el mismo Carlos Gardel pagó pena allí de adolescente, bajo otro nombre.

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El aire vuelve a ser un privilegio tras unas pocas horas en esas celdas y esos pasillos, salpicados con antiguos braseros. Hay un cielo azul sobre las casas de chapa, un horizonte de nieve y de agua, y, muy pronto, la salida a mar abierto, al Canal, luego, y a Cabo de Hornos.

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El paseo marítimo de Ushuaia muestra toda una serie de lápidas, bustos y recuerdos a los pioneros de la exploración ártica, y a las impresionantes expediciones que partían desde esas tierras a lo desconocido. Por suerte, en los últimos años se han reivindicado de nuevo esos nombres, y esos esfuerzos, a veces tan absurdos, pero tan hipnotizantes. y de ahí al barco, al Ventus Australis, y al inicio del viaje por mar.

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Respecto a la indumentaria, estos viajes se llevan a cabo durante la primavera y el verano austral, es decir, el otoño y el invierno en el hemisferio norte. Aún así, nos encontramos muy al sur, rodeados de nieve y hielo. La protección solar y alguna prenda de abrigo resultan imprescindibles. Yo llegué allí a mediados de noviembre, y tuve la suerte de contar con días claros y luminosos, pero frescos. Durante el paseo por Ushuaia bastaba con un vestido kimono, de La Fée Maraboutée. A bordo resultaba ya necesario un plumífero, sobre todo si se deseaba ver el atardecer en esas tierras extrañas. Escogí uno de Henry Arroway, ligero, cálido, y aislante. No es la más barata de las opciones, pero en prendas de abrigo la calidad prima por encima de cualquier otra consideración, y por cierto, ahora podéis comprarlas rebajadas. Del resto del equipaje os hablaré en entregas posteriores.  Las fotos, como siempre, son de Nika Jiménez.

Fiesta

Las fiestas con las que yo soñaba de niña estaban pobladas de vestidos con enormes mangas jamón y faldas parábola que Lagerfeld había diseñado para Chanel y que Inès de la Fressange lucía sobre su elegante estructura. Diana de Gales y Carolina de Mónaco competían en hombreras, lunares y sombreros de vaga inspiración cordobesa, y el maquillaje marcaba los rasgos definidos por cabellos cortos, y capeados, y cardados.

Pasó la moda, como pasa siempre, con la promesa de que regresará y para mi sorpresa este año ha vuelto aquello que del todo el listado expuesto yo creía más y más definitivamente extinto: las mangas de volúmenes exagerados, entre isabelinas y victorianas, con puños ceñidos que exigen movimientos ampulosos y cálculos previos del espacio disponible alrededor. Y, ya que de niña nunca llegué a las minifaldas plisadas ni a los corpiños en forma de corazón, a los satinados combinados con terciopelo ni a las chaquetas bicolores, hoy es el día en el que me desquito de todo ello para desear unos días de felicidad, de descanso, de alegría.

Para eso, en definitiva, son las fiestas. Para vestirse y comer de manera diferente, para ver a los de siempre, para festejar que ha pasado un año más y continuamos vivos. Que ha aparecido un libro nuevo, en mi caso, o niños, o logros, o cambios, en otros. Para recordar a quienes ya no están, para conservar o desechar recuerdos, y para que los nuevos propósitos se esbocen: yo deseo viajes, libros y estudio, nada nuevo, pero todo aquello que me hace feliz.

Y así, desde el camarote y la cubierta del Ventus Australis, en el otro lado del mundo, entre los canales que bordean el Estrecho de Magallanes, os deseo lo mejor. Que se cumpla aquello que nos conviene y no aquello que deseamos. Y que cada día se parezca a como imaginábamos de niños las fiestas, y no a los que de adultos hemos comprobado que son.

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El pantalón palazzo de terciopelo negro es de Mango. De la Melancolía, Ed. Planeta, puede encontrarse en muchos lugares, entre ellos La Casa del Libro, que estos días y hasta el 26 sortea 3 ejemplares en su cuenta de Instagram o en cualquier librería independiente, a las que tanto hay que apoyar, como La puerta de Tannhäusser u 80 Mundos, ambas premiadas por su labor cultural.

Las fotos las sacó Nika Jiménez a bordo del Ventus Australis, la víspera de llegar a la Isla Magdalena, antes de la cena del capitán o la cena de gala del viaje. Pronto os hablaré más de ese viaje de auténtico ensueño entre glaciares, pingüinos y Tierra del Fuego. Hasta entonces, buen viento y mejores noches.