La producción de audiolibros en español por fin ha explotado, y es una buena noticia para todos

La producción de audiolibros en español por fin ha explotado, y es una buena noticia para todos.

Articulo escrito por Espido Freire en The Conversation 

 

 

Hace solo unos meses el que un autor se planteara publicar su libro en formato de audio dependía más de la voluntad de su editorial que de una decisión consciente. Se observaba con cierta distancia la evolución del mercado, que se adivinaba muy lenta. España, con un 3% de consumo de los lectores mayores de 14 años (según el estudio de 2020 ‘Hábitos de lectura y compra de libros en España’ de la Federación de Gremios de Editores) se encontraba particularmente desconectada de esta tendencia, en aumento constante en otros países.

La pandemia que llevó a un confinamiento general en marzo de 2020 ha cambiado de manera radical y súbita esa actitud hacia el audiolibro, algo que no puede desligarse de la evolución de los hábitos lectores durante este periodo. Por un lado, las ventajas clásicas de este formato adquirieron un particular atractivo: el precio, sensiblemente más barato que el impreso, la facilidad de almacenamiento, la drástica familiaridad con la tecnología a la que las circunstancias obligaron jugaron a su favor.

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Cada novela posee una historia pública, su recorrido con lectores, con críticos, librerías y bibliotecas, y una privada que los escritores suelen narrar con silencios o con exageraciones que embellecen el proceso. Después de eso lo habitual es que la novela caiga en el olvido o que llegue el estudio de los expertos que la interpreten de una manera nueva años más tarde.

Sin embargo, hay novelas que corren otra suerte, y eso ha ocurrido con mi novela Diabulus in musica. Casi veinte años tras su publicación en septiembre de 2001 ha vuelto al lector con otra imagen, con una revisión y corrección a fondo, rejuvenecida y, a mi juicio, con mayor intensidad.

Diabulus in musica era mi cuarta novela: como Irlanda, una nouvelle, una novela corta. A diferencia de Melocotones Helados, que acababa de ganar el premio Planeta, contaba una historia de amor. Y se adentraba en la literatura fantástica, en un mundo a medio camino entre la oscuridad y la luz. Una narradora sin nombre contaba su historia de amor con dos hombres que, en realidad, no existían del todo.

Uno de ellos era Christopher Random, un actor acostumbrado a ser muchas personas: el otro, Balder Goinuri, un joven que hasta su muerte solo quiso imitar a Christopher Random. Y mi protagonista los amó a los dos, a uno en un Bilbao en el que solo había entonces calles grises y lluviosas, y al otro en un Londres que ya no era lo que fue. Y la novela habla de cómo es posible buscar a alguien durante años y solo encontrar mentiras.

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Eran los años del hiperrealismo urbano, y Diabulus in musica apareció como una rara avis en un panorama literario en el que los autores jóvenes hablaban de otros temas y, sobre todo, en otro tono. Muchos lectores aguardaban un Melocotones II, que, sin ser una novela completamente constumbrista, describía un universo en el que podían reconocer una guerra, una secta, unos personajes.

A muchos no les gustó. A algunos les irritó el que no supieran qué era realidad y qué mentira. Como la novela arrancaba en Bilbao, y yo había reconocido que mi experiencia musical era un préstamo a la protagonista, quisieron ver una narración autobiográfica. Pero el desarrollo de la novela, a medio camino entre Londres y ninguna parte, quebraba esa lectura. Diabulus in musica era algo diferente, disonante, como su título, con personajes perdidos y disociados, desconcertados y sin identidad.

Pero a otros les gustó. Mucho. Muchísimo. Hasta el punto de que para un puñado de lectores Diabulus se convirtió en una novela de referencia. No solo en su novela preferida entre las mías, sino en su novela predilecta en general. Y eso era muy inquietante.

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Por supuesto, no intento culpar a los lectores o a los críticos: yo sabía qué riesgos asumía al publicarla. Tras el Premio Planeta, y el mío fue particularmente sonado, cualquier novela posterior parecería un fracaso de ventas. De manera que me planteé publicar lo que deseaba, sin presiones; sería Diabulus, y reservaría Nos espera la noche, ya escrita, para un poco más adelante. Con la perspectiva de la edad, veo que si bien la forma de contar la historia se encontraba perfectamente definida, la trama en sí misma no lo estaba tanto. 

Para colmo, fue una etapa de enorme ajetreo: tras la gira del Planeta me mudé a Noruega, y durante el breve tiempo entre una novela y otra, por reestructuración interna de Planeta, tuve tres editores, hasta acabar con la excelente y añorada Ana D’Atri. Yo tenía 27 años, y entonces dos años me parecían mucho tiempo.

En ese intervalo publiqué un libro de poemas, una novela juvenil y el ensayo Primer amor. Mis virtudes  y defectos como autora (polifacética y dispersa, prolífica y excesiva, inconstante, curiosa e impulsiva) se encontraban entonces en su punto álgido. En la actualidad hubiera dedicado dos años más a separar las subtramas de esa novela, y quizás de ella hubiera surgido otra historia.

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Sea como sea, Diabulus apareció, y yo alenté, desde el mismo momento de su aparición, con una sensación extraña que no me evocaban otras novelas: como si los fantamas de sus páginas me dijeran, una y otra vez, que debía regresar a esa historia. Han pasado veinte años, pero al final he regresado al lugar desolado en el que la novela comienza para darle un aire nuevo.

No lo hubiera hecho si no tuviera la certeza de que esa novela apareció antes de tiempo. El género fantástico ha crecido de manera insospechada durante estas dos décadas. Muchos lectores aprecian ahora un cierto aire gótico en lo que leen, están aburridos del costumbrismo o, sencillamente, se han acostumbrado a percibir realidades menos literales. Lo que en 2001 era una excepción se ha convertido ahora en algo mucho más extendido. Y creo que Diabulus in musica, cribado de todos los errores y las debilidades que durante los años he detectado, puede encantarles.

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Cada página habla de pasión y de pérdida, de equívocos, de apariencias y de los errores que nos han marcado pero por los que, pese a todo, merece la pena vivir. Y con la nueva edición estoy tan contenta como si hubiera recuperado la voz tras un largo silencio.

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Diabulus in musica está ya a la venta en la editorial Booket, de Planeta, que edita en formato bolsillo, y que puede encontrarse en casi todas las librerías y puntos de venta Podéis comprarla online aquí, y en las librerías de Todostuslibros.com. Puedes también encontrarlo en Casa del Libro y en la Fnac.

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Siempre que podáis, apoyad a las librerías y a los pequeños comercios… Si no lo tienen, encárgadselo.

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Esto es lo que os quería contar sobre este nuevo libro, tan viejo. Ojalá os guste mucho.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Parque del Retiro, Madrid, un nublado día de noviembre.

Irlanda y su Normal People

Irlanda posee un secreto que desde hace siglos han intentado descifrar sus visitantes, y que se filtra a la sangre de quienes allí han nacido como si fuera un hechizo: es la morriña, la necesidad impetuosa de regresar a esa isla y a sus paisajes. Basta un canción, una fotografía, para desencadenarla.

En mi caso ha sido la serie Normal People, que comenzó a emitirse el pasado 16 de julio en la plataforma StarzPlay, y que narra una preciosa historia de amor entre dos jóvenes, Connell y Marianne,interpretados por Paul Mescal y por Daisy Edgar-Jones. La serie cuenta con doce episodios y se basa en la novela de Sally Rooney del mismo título.

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Quien busque el pueblecito en el que los dos jóvenes se crían, Carricklea, no lo encontrará. En la misma tradición de John Ford, se trata de una ubicación imaginaria, aunque fácil de encontrar con otro nombre: hay que desplazarse hasta el condado de Sligo, al Oeste, la tierra que inspiró por su belleza, entre otros, al poeta W. B. Yeats y donde se encuentra su museo.

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Allí, en Tubbercurry (el nombre real de Carricklea), muy cerca de las montañas Ox, y en la playa de Streedagh, nos adentramos en las brumas de la ficción y la realidad.

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En Irlanda el tiempo cambia en cuestión de minutos, y varias veces al día. Ese drama constante influye en cómo el paisaje se percibe. Cambia la luz, los colores. Para un escritor, resulta una tentación incluirlo como una metáfora del carácter de los personajes, de su relación y de la vinculación de cada uno de ellos con la tierra, algo que se ha convertido en un rasgo clásico de los autores irlandeses.

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La cultura de los pubs se muestra también en el Brennan’s Bar, un auténtico pub de Sligo, con un sabor local único, y que el equipo de rodaje no tuvo ni que tocar. Cuando la acción se desplazó a Dublin, los escenarios cambiaron drásticamente: las calles, el reflejo de la animación de su vida nocturna y los lugares más reconocibles de la ciudad arrancarán suspiros de nostalgia a quienes hayan disfrutado de la hospitalidad y la diversión dublinesas.

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Pero si un lugar adquiere el peso de un protagonista, ese es el Trinity College. Universidad y custodio de algunos de los libros más antiguos y venerados de Europa, como el Libro de Kells, se convertirá en el escenario del paso a la madurez de los dos protagonistas de Normal People: Irlanda venera a sus escritores, Dublín fue declarada Ciudad de la Literatura por la UNESCO, ama la música y los libros, y la vida social se entrelaza de manera natural en torno a ello. Se celebra que en un pub o en una biblioteca pasaron su tiempo esos autores, se sigue la ruta de Joyce cada 16 de junio, las librerías continúan siendo un centro de encuentro y diálogo… que continúa luego ante una cerveza en el pub más cercano.

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Qué decir de la Biblioteca del Trinity College: una de las más fotogénicas, mejor conocidas y más fotografiadas del mundo, y con razón. Un paseo por el pasado y el conocimiento, un encuentro con algunas de las mentes más brillantes de la antigüedad.

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¿Y el resto? El sur de Dublín, el Liffey, rincones hermosos y llenos de simbología, un espacio en el que dos jóvenes encuentran su camino, con la que resulta imposible no identificarse, sea cual sea la edad del espectador, y que solo acrecienta los deseos de sentir de nuevo, de viajar de nuevo.

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Si deseas conocer más localizaciones de la serie, puedes visitar este enlace, si quieres descubrir los exteriores irlandeses de Normal People, no te pierdas este corto  y, por supuesto, siempre podrás soñar con Irlanda en www.turismodeirlanda.com

Mirar más allá

Para quienes hemos vivido tanto a través de la literatura como de la vida real, estos días nos devuelven al antiguo hábito de escapar de la realidad con historias nuevas o viejas  narraciones, con libros, con películas que nos hablan precisamente de esos libros. Las historias ofrecen esa oportunidad, cálida y permanente: nos acogen sin pedir gran cosa a cambio, y enseñan, repiten, ilustran con enorme paciencia. Ahora que no podemos ver más que lo inmediato, unos pocos días o unas pocas horas de futuro, los libros nos animan a mirar más allá, a suspender el tiempo, el espacio, el miedo y la preocupación, y sustituirlo por aventuras, romances, saltos en el tiempo y enseñanzas eternas.

Un ser humano puede enamorarse de un libro con la misma intensidad que de una persona real: hay quien ha dedicado su vida a estudiar y a comprender sus secretos, y quien los enseña, una y otra vez, para que su memoria se extienda por una generación más, por siempre. Mis amores se encuentran más repartidos: literatura inglesa y española, poesía medieval, ensayo y las historias clásicas destinadas a los niños; y les soy escrupulosamente fiel. Algunos de los momentos más felices de mi vida han tenido lugar con mis ojos fijos en las páginas, mientras oscurecía fuera, o bajo una manta, con una lucecita, o hasta que la biblioteca cerraba y tenía que marcharme. Mi madre me perseguía para encenderme otra lámpara: ahí no ves (esa frase que lleva implícito el título de madre),  tienes que cuidar la vista.

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No le faltaba razón: para quien se queda atrapado en un libro ese es uno de los pocos peligros. No el que acechaba a Quijote, el perder el juicio, sino el que persiguió a Borges, que se oscureciera la vista. Yo he sido miope y astigmática, y la única señal inevitable que percibido de que el tiempo huye es que la vista cansada comienza a asomar entre las letras. En su momento abracé con entusiasmo las lentillas (las gafas me parecían una tortura física y estética) y pocas cosas cuido y valoro más que la salud ocular: hago descansos frecuentes, para que la vista descanse (otra manera de mirar más allá). Cuido  que el parpadeo no se reduzca. Un poco de lágrima artificial, para que el ojo esté bien hidratado y la tensión, que a veces acumulo sin sentir, no ascienda.

Las gatitas ayudan, claro está: han establecido turnos, y cada cierto tiempo una de ellas viene a demandar atención a su manera. Rusia exige, Ofelia me mira con sus enormes ojos verdes y parpadea, Lady Macbeth me recuerda que ella sin amor constante muere. Por si acaso se despistan, cada veinte minutos suena una alarma. Cierro los ojos, hago un par de ejercicio visuales, miro al otro lado de la calle por una ventana abierta.

Recuerdo, de jovencita, mi desesperación cada vez que una lentilla se caía o se perdía, el grito de alarma, ¡Que no se mueva nadie!, el alivio si aparecía en el suelo, o prendida en cualquier sitio extraño, y la ceguera en la que me quedaba si no la encontraba, hasta que se reemplazaba. La idea de que las lentes de contacto pudieran ser desechables era de una modernidad casi enloquecida. ¿Lentillas de colores? Sin duda aquello estaba solo al alcance de las estrellas de cine. Que corrigieran defectos de visión, o que pudieran ser progresivas se veía muy lejos. Que además, llegara el tiempo de los precios baratos en lentillas parecía un sueño, como el de los coches voladores. Pero en fin, en esos tiempos estamos, en los que vemos aquello que nunca creímos ver, y en que encontramos esperanza en lugares insospechados. 

Leo tanto como de niña, o quizás más, en estos días en los que me resulta más sencillo que escribir. Cada cierto tiempo, levanto los ojos, vuelvo un poco a a realidad. Me enciendo mi propia luz, si lo necesito. Me digo: Ahí no ves. Me río de mí misma, acaricio a una de las gatitas. La vida es esto, aquí, esto que tenemos, esto que vemos.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez, en mi casa, antes de que comenzáramos el confinamiento. Lady Macbeth, como siempre, ayudó en todo lo que pudo.

Viaje a la Patagonia III: Glaciar Pía

No soy muy amiga de las fotografías de libros emplazados en lugares estratégicos, como si fueran un enanito de Amèlie, y mucho menos de los bookfaces, las fotos en las que las cubiertas de los libros forman parte de la composición, que tan de moda están últimamente, pero en este caso me parece que encierra cierta lógica el que De la Melancolía aparezca en este paraje de la Patagonia, el Glaciar Pía

El glaciar remata el fiordo del mismo nombre, al que se accede por el Canal Beagle, y debe su nombre a una princesa italiana, María Pía de Saboya. Con el tiempo, la princesa llegó a ser reina de Portugal, y hermana de un rey español, Amadeo de Saboya: y su vida, no exenta de avatares y de desgracias, algo evoca en este Glaciar que crece y se quiebra, que muestra un dinamismo poco usual y que arrastra piedras, minerales y tiempo hacia el mar. 

Muestra una extrema belleza, que cambia desde dónde se observe: a diferencia de otros, Pía se deja contemplar desde alturas y ángulos diversos, por su posición entre montes que sirven de miradores.

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Hace años, en mi primer viaje a estas tierras, Pía perdió un bloque de hielo de tamaño considerable ante mis ojos. El ruido y la sensación de desgarro bajo los pies me atraparon, aunque ya había visto otros glaciares y otros derrumbres antes. Si los glaciares tienen algo similar a la personalidad, si nuestra capacidad de humanizar los paisajes, y de nombrar dioses, diablos y protectores en la naturaleza ha continuado durante siglos es porque responde a una necesidad innata de abarcar lo infinito. Pía era amable y terrible, curiosa y original. Me quedé con esa sensación y me la llevé. De vez en cuando, como no tenía fotografías de ese momento, lo recordaba, y volvía a relegarlo.

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Tuvieron que pasar muchos años y varias novelas para que encontrara una historia en la que esa imagen encajara, y esa fue De la Melancolía. La protagonista, Elena, define su descenso a la depresión con ese sonido y ese desgarro silencioso que yo le presto, tras tantos años guardados a la espera de algo a lo que mereciera la pena asociarlo. 

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Cuando escribí la novela no sabía que regresaría a allí apenas una semana después de que esta historia fuera publicada. Las casualidades enlazan y crean una historia paralela a la que creemos presenciar o protagonizar. Y bajé conmigo el libro, como un final de círculo, para que aquello que allí había comenzado sin yo saberlo cobrara más sentido. Fueron emociones muy diferentes, pero igualmente intensas y hermosas: la de la primera vez, íntima, profunda y misteriosa. La de la segunda vez, con una creación propia, con una historia que entrelazar a la que se cuenta Pía por las noches, a la que nos transmite con gruñidos y crujidos ininteligibles. 

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Los arañazos y las estrías del hielo han dejado su huella sobre las piedras. Aquí todo cuenta historias, y casi todas son evidencias de un pasado que se desarrolló sin testigos ni notarios.

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Desde el Ventus Australis la lengua de hielo y piedras continúa pareciendo gigantesca e irreal.

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El barquito se convierte, una vez más, en una cáscara de nuez frente a la inmensidad, y el viaje en una antigua metáfora de la insignificancia ante la vida, de lo poco que decidimos o intervenimos en todo esto. Un mensaje para disfrutar y aprender de ese camino, sin que tampoco el ansia por entender nada se interponga.

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La chaqueta de lana trenzada de color granate es de Venca. El vestido de seda estampada pertenece a La Fée Maraboutée.  Los pendientes son de Vickovsky Art.

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Cuando comenzó a refrescar el viento cargado de hielo pedía un plumífero más contundente contra el frío. La diferencia entre disfrutar de un viaje así o padecerlo se encuentra en el calzado y en las prendas de abrigo: y, no lo olvidemos, en eso que parece tan sencillo, y que resulta tan difícil de escoger con acierto: la compañía. 

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Las fotos, como todas las de este viaje en Australis Cruises, fueron tomadas por Nika Jiménez

Una aventura en las tierras del norte

Visité Bath por primera vez en 2001 porque uno de mis libros así lo requería. Estaba documentándome para Querida Jane, querida Charlotte, (sí, sé que está agotado y que alcanza cifras astronómicas en reventa, pero lo reeditaré ampliado y corregido muy pronto) y era imposible hablar de Jane Austen sin una mención a esta preciosa ciudad. 

Quise entonces escribir sobre ella con alguna otra excusa. Sus calles doradas, las aguas cobrizas que se convierten en un verde sólido, la luz que emana de la arenisca y su gracilidad la convierten en una ciudad única. Sin embargo, no sospechaba entonces que la visitaría en tantas ocasiones en las siguientes décadas, y mucho menos acompañada de viajeros apasionados de la Austen, como ahora hago con B the Travel Brand y Viajes El País. El siguiente está planeado para el 9 de octubre de 2020, y como se llena muy rápidamente puede ya reservarse aquí.

Sin embargo, seguía queriendo escribir sobre Bath, y sobre la impresión que viví aquella primera vez. Y entonces encontré la manera perfecta para hacerlo.

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Aunque en estos viajes asociamos Bath a su esplendor en el siglo XVIII y XIX como resort y balneario de moda, impulsado por los arquitectos Wood padre e hijo y el árbitro de la moda Beau Nash, su historia se remonta a tiempos mucho más remotos. Los celtas ya conocían los beneficios de las aguas de este lugar rodeado de suaves colinas y surcado por el río Avon. En este mismo sitio en el que me encuentro, muy cerca del manantial de aguas termales, erigieron un templo en honor a la diosa Sulis

Sulis era una diosa muy particular: por un lado, encontramos una diosa del inframundo, protectora de las aguas que manaban del interior de la tierra, y que facilitaba que los ofendidos, que le dejaban las maldiciones para sus enemigos, consiguieran su venganza. Por otro lado, se la consideraba una diosa que alimentaba y daba vida y que devolvía la salud a los enfermos.

Los romanos, con su habitual eclecticismo, asociaron a Sulis con Minerva, otra diosa virgen, sanadora y capaz de empuñar las armas. Y  retomaron  la tradición de los baños, que se construyeron en torno al templo bajo el reinado del emperador Claudio. 

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Por lo tanto, ¿cómo no hacer que Marco, mi joven héroe protagonista de El chico de la flecha, y El misterio del arca visite Aquae Sulis, esa ciudad en el remoto norte famosa por sus sanaciones y sus aguas milagrosas? Así nace La suerte está echada, Una aventura en las tierras del norte, Anaya Infantil y juvenil, la tercera (y última) parte de esta trilogía para jóvenes ambientada en la Hispania Romana del siglo I. D.C. 

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No todos los editores hubieran apostado por una novela histórica romana para adolescentes, pero Pablo Cruz lo hizo. Y la acogida de los profesores de clásicas, de historia, de lengua, literatura… ha sido desbordante. El chico de la flecha se encuentra en la prestigiosa Lista de Honor OEPLI 2017, y El misterio del arca obtuvo el Premio Letras del Mediterráneo 2018. A principios de 2020 retomaré los encuentros con institutos y colegios para seguir hablando de Marco, de Junia y de Aselo.

Después del inesperado éxtio del que las entregas anteriores han gozado (he perdido la cuenta de cuántas ediciones llevamos de El chico de la flecha) quería poner fin a la trilogía por todo lo alto. Marco ha crecido, y en esta ocasión el enemigo al que se enfrenta es mucho más poderoso que él y que su tío Julio, tan sabio y calmado. Y esta aventura no solo le llevará a ese norte britano desconocido, sino a otro lugar que me ha fascinado desde niña y en el que la faz de la tierra cambió en el 79 D.C…

Podéis leer la introducción y el primer capítulo de esta novela aquí. Si trabajas en un instituto o colegio con Anaya, pregúntale al comercial que te visita. Y podéis también hacer la prerreserva en vuestra librería habitual, porque La suerte está echada salé estos días a la venta, o comprarlo en los enlaces que te indican aquí.

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Para las fotos de Nika Jiménez en los Baños Romanos llevaba jersey y chaqueta blanca de Mango, falda plisada de tul y pendientes de Luxenter. El bolso es de una pasada edición de Salvador Bachiller. Había llovido durante todo el día, pero aún así parecía adecuado llevar algo blanco y luminoso bajo ese cielo. Es la sensación que tengo siempre antes de que salga un nuevo libro.

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Hace ya quince años decidí publicar mi primer libro sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria o TCAs, entre los que se encuentran la anorexia y la bulimia. Una de las cuestiones que más me preocupó entonces fue lo fácilmente que esos problemas pasaban inadvertidos para los padres  y para el resto de la sociedad. Yo, que había estado enferma en mi adolescencia, me decidí a hablar sobre este tema cuando descubrí que existían páginas web que incitaban a las chicas a enfermar y a continuar enfermas.

La soledad en la que habíamos vivido los TCAs las mujeres de mi generación había cambiado. Las enfermas (entre ocho y nueve de cada diez de los afectados son chicas) continuaban viviendo con vergüenza y en secreto su sufrimiento, pero internet primero y las redes sociales después se han convertido en una de las maneras en las que se obtiene información y refuerzo para el adelgazamiento y las conductas perjudiciales.

Para mí el camino hacia la recuperación fue tan duro y tan solitario que me juré que si podía evitarlo nadie pasaría por ello así. Ese compromiso llega hasta el día de hoy. Por eso he escrito tres ensayos sobre el tema y participo regularmente en Congresos con Psiquiatras y expertos en conducta alimentaria que me ayudan a comunicar los mensajes correctos. Siempre que puedo intento romper con los tópicos y el desconocimiento sobre los TCAs.

Por normal general los TCAs se manifiestan en la adolescencia, pero algunas señales se pueden descubrir ya en la infancia. No esperen a que sus hijos sean adolescentes para transmitirles una imagen positiva de su cuerpo: la idea de si alguien es bello o feo, adecuado o no se forma mucho antes.

Lo primero que querría decirles a esos padres es que por muy preocupados que estén, por muy buenos progenitores que hayan sido, por muy amigos que crean que son de sus hijas, parte del trastorno incluye el ocultamiento, las pequeñas mentiras, la negación. Dos consejos que les valdrán más que el oro: uno, que en esos casos intenten no enfadarse y cuando se les acabe la paciencia,  compren una tonelada más. Dos, que no centren el problema en la comida: los TCAs son principalmente cuestiones emocionales que se expresan a través del cuerpo. El problema con los TCAs no es la comida, son las emociones.

Si la niña mantiene una autoestima alta, se muestra feliz, ocupada, asume que puede cometer errores y no se presiona demasiado (o no la presionan) eso siempre servirá como elemento protector. Mucho antes de comiencen a alterar su relación con la comida verán otras señales: cambios de humor, sensación de tristeza o de no estar a la altura, obsesión por las notas, el físico o el deporte. Sé que resulta complicado distinguir esas señales de las de la adolescencia, pero no las menosprecien. Hablen, pregunten, sean pesados.

En la actualidad una de las huellas más claras se deja en la tecnología: generalmente es un lugar que a los padres les impone, que no manejan con la misma facilidad que sus hijas, y que se resisten a controlar por respeto a la intimidad de las niñas. Por eso deberían saber que muchas redes sociales prohíben usar las palabras anorexia o bulimia, pero que a cambio se usan Ana y Mía o Mia. Mi amiga Ana o Mi amiga Mia son dos frases que conviene retener.

Las búsquedas relacionadas con estos términos se han disparado un 470% en los últimos años. No está de más que los padres saquen el tema de vez en cuando, que sepan si entre los amigos o las compañeras se tratan estos temas, si han detectado casos, y cuáles son las reacciones de los propios adolescentes. No es una manía, no es una dieta, no es un estilo de vida. Los TCAs son trastornos peligrosos que deben ser tratados y detectados a tiempo.

Las redes sociales favorecen la difusión de contenidos y conversaciones muchas veces muy poco constructivos sobre ese tema. Por suerte, también nos sirven para difundir y prevenir. Y esta es una muestra.

 Por favor, vean este vídeo. Orange ha lanzado la Campaña  “Trastornos Alimentarios y RRSS dentro del marco “Por un uso Love de la Tecnología”. Los padres y madres interesados encontrarán esta y otras temáticas relacionadas aquí:

https://usolovedelatecnologia.com/  

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 Existen 2 millones y medio de publicaciones etiquetadas con #Anorexia y casi cuatro con #ana #mia. Además, otros términos que deben alertar a los padres son palabras como “princesa”, “hada” “mariposa” y su combinación con “ana”, “mía”, “tristeza”, “soledad” o “lágrimas”.

Como bien saben los expertos, el 60% de los pacientes con trastornos alimentarios buscan contenidos en internet que ponen en riesgo su salud. Eso incluye dietas, recetas bajas en calorías, ejercicios y tablas de ejercicios y muy en especial, trucos o “tips” para adelgazar. También buscan otros contenidos como los trucos de belleza o de alimentación de sus famosas preferidas, cantantes, actrices, influencers, instagrammers particularmente delgadas o especializadas en ejercicios o dietas.

 El 85% de los pacientes comienzan a teclear estos términos cuando son menores de edad y 1 de cada 4 siguen haciéndolo cuando son adultos. Como eso suele llevarse a cabo en soledad, en su ordenador o su móvil, el 87% de la familia desconoce este problema, y solo un 40% se acaba enterando con el tiempo.

 Volvamos a ver el vídeo y analicemos algunos aspectos que los padres y madres pueden comentar en casa.

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– El lenguaje tranquilizador de los cuentos de hadas es una trampa: las niñas se convierten en princesas que deben esforzarse por ser hermosas para que el espejito mágico les devuelva la respuesta correcta. (Otras ideas erróneas son “Para presumir hay que sufrir” o “Nada sabe tan bien como estar delgada”).

– Cuando se observa por demasiado tiempo imágenes de mujeres excesivamente delgadas, bien reales o retocadas, se distorsiona la percepción del cuerpo. El peso sano se sustituye por el “peso ideal” que es siempre muy inferior a lo recomendable. Muchas mujeres relatan que después de observar ese tipo de fotografías se sienten inferiores, deprimidas y poco valiosas. Entonces comienza la segunda parte de la trampa: quizás no puedas cambiar tu vida, pero sí puedes cambiar tu cuerpo. Se confunde la obsesión con la fuerza de voluntad.

– Y ahí se inician las conductas de ocultación de comida, de cambio de hábitos y la red de mentiras…

– Los padres pueden sospechar y preguntar, pero lo normal suele ser la negación por parte de las niñas. Este es uno de los pocos casos en los no deben fiarse únicamente de su palabra, sino de los hechos. Como repito, parte del trastorno conlleva las mentiras e incluso la manipulación emocional.

– A menudo los padres no se dan cuenta de hasta qué punto esto condiciona la vida de sus hijas hasta que la joven cae, literalmente. Se desmaya, se desploman sus notas, la pillan o no puede ocultarse la variación de peso. 

– Si descubren algunos indicios de un TCA o su hija enferma los padres no deben sentirse avergonzados ni culpables, pero tampoco quitarle importancia. Es un trastorno muy grave, que tiende a cronificarse si no se trata de la manera adecuada. Por favor, acudan a un profesional especializado o a las asociaciones de familiares. La detección precoz es la mejor manera de ayudar a sus hijas. No crean que pueden solventarlo en casa, o con el paso del tiempo. Intenten mandar un mensaje saludable y positivo sobre los distintos cuerpos, procuren transmitir que el aspecto físico solo es una parte de la persona, y que la felicidad se encuentra por encima de la apariencia.

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¿Las buenas noticias? Hay salida, hay curación, y la mayor parte de los casos tienen un buen pronóstico. Las pacientes de TCAs aprenden a madurar durante la curación, y se convierten en adultos que llevan vidas absolutamente normales. Pero antes de llegar a ese consuelo, hablen con sus hijas, compartan lo que ven, lo que buscan en redes sociales, a quienes siguen, a quienes admiran. Las RRSS pueden ser espacios de creación, de comunicación, fuentes que inspiren y motiven, lugares de belleza y de conocimiento. Hagamos lo posible para mantenerlas así.

Madrid en agosto

Se dice que fue Francisco Silvela, Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de la Gobernación y notable intelectual de finales del siglo XIX el que acuñó la frase: Madrid, en agosto, con dinero y sin familia, Baden-Baden. No sabemos qué opinaría de ello su mujer, Amalia Loring, ni sus hijos, pero no debía ser el único que pensara así, porque la frase ha llegado hasta hoy. 

Cosas por hacer en Madrid hay siempre; pese a ser una ciudad que prefiere perseguir el futuro, por escurridizo que sea, a dotar de dignidad el pasado, como le ocurre a muchas capitales, aún quedan un puñado de comercios centenarios (por cierto, me desconcierta mucho la actual campaña de publicidad que intenta darlos a conocer… sin mencionar el nombre de la tienda ni su ubicación). Y perduran muchas huellas castizas, incluso tradicionales, de una ciudad que siempre se ha le quedado pequeña a quienes la habitan. 

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Uno de ellos que visito y en el que compro a menudo es la Droguería Manuel Riesgo, que abrió como herboristería en 1866 y en la que desde 1926 se puede encontrar todo tipo de materiales químicos, muchos de ellos usados en Bellas Artes. Su tienda de la calle Desengaño conserva el mostrador de madera y los cajones con nombres exóticos, el suelo  de mosaico y el escaparate abombado. Sirven también online, pero claro, no es lo mismo. Sus dependientes son amabilísimos, y saben asesorar en temas tan variados como la fabricación de jabones o cosmética, el mejor producto para acabar con una plaga o cómo cuidar y restaurar los muebles de madera. 

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En un momento en que los cines cierran y sus impresionantes locales pertenecen a multinacionales o, en el mejor de los casos, programan  musicales de éxito probado, agosto no es mal momento para refugiarse del calor en las salas de los que perduran: se encontrarán casi en solitario. Si echan de menos las multitudes, las encontrarán en los cines de verano: en la comunidad, la oferta puede consultarse aquí

Si quieren venir al centro, la oferta se diversifica. Por ejemplo, el Palacio de Cibeles, con su cúpula bajo las estrellas, albergará no solo cine, sino también celebraciones temáticas asociadas a las películas en Cibeles de Cine hasta el 12 de septiembre. Además, si no quieren cumplir al pie de la letra el «sin familia», hay actividades para niños y mayores. El más popular cine al aire libre del Parque de la Bombilla también abre este año. Toda la información sobre el resto de los cines de verano está aquí. Yo aprovecho estos días para ver los estrenos que se me escaparon durante el año, o para entregarme a algunos clásicos en pantalla grande, uno de los lujos que nos hemos dejado por el camino de la programación individualizada. 

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Si  quieren pasar por el Museo Chicote, por eso del agasajo postinero con la crema de la intelectualidad, háganlo mejor cuando cae la tarde. Eso no lo indica el chotis de Agustín Lara, pero ya saben que él lo escribió sin conocer Madrid, de manera que no se fíen. No les garantizo que se encuentran con la intelectualidad, pero el lugar es una delicia, saben la medida exacta de los cócteles, y conserva un pedazo de historia de la ciudad, de la cual solo parte se narra en Arde Madrid. Para hacer tiempo hasta entonces, la Gran Vía ofrece una cara bonita recién restaurada, y desde Chicote se puede seguir la huella de Hemingway (más bien, de la estancia de Hemingway en 1937 y 1938) y de Martha Gellhorn hasta el Tryp Gran Vía y el desaparecido Hotel Florida… aunque de eso hablaremos en otra ocasión.  

Hoy recomiendo tomar algo en otra bonita terraza antes de llegar a Callao, la del hotel Hyatt Centric Gran Vía Madrid: la Diana Cazadora que la protege la convierte en una parada obligatoria para quienes buscamos rastros de un Madrid Mitológico, pero hay otro recordatorio del pasado: la viga atravesada por un obús que buscaba alcanzar el cercano Edificio Telefónica durante la Guerra Civil, y que ha sido conservada e intervenida tras la última restauración del hotel. No será la copa más barata del verano, («con dinero, Baden-Baden») pero las vistas y la ocasión merecen la pena. Disfruten, hagan de este agosto un mes muy largo, muy lento, inolvidable.

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 El vestido de lino es de Mango, y puede comprarse aquí. El bolso de bambú, inspirado en las cestas de picnic japonesas tradicionales que se usan durante el Hanami, es de Salvador Bachiller. Los pendientes de perlas podéis encontrarlos aquí, en Tatiana Riego. Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante un paseo por Madrid