Viaje a Rusia»Llamadme Alejandra» 2. Ekaterimburgo

El segundo día de este viaje a Rusia centrado en mi novela Llamadme Alejandra  (podéis leer sobre el primero aquí) tuvimos la oportunidad de conocer algo de esta región de los Urales, puerta hacia Siberia, y con recursos minerales tan ricos que el agua resulta escasamente potable, dado su alto contenido en metal y en sales.

Durante siglos las minas, los minerales preciosos y las diversas maderas atrajeron aquí a empresarios y a emprendedores. Las inmensas llanuras se alternan con bosques de pinos y de abedules, rectos y elevados. En muchas ocasiones eran espacios comunales donde los campesinos podían llevar al ganado, recoger setas, bayas o madera. Rebosaban vida y actividad hasta hace muy poco tiempo. Y, por desgracia, fueron también escenarios de una brutalidad indescriptible. 

De camino hacia Ganina Yama, en las afueras de Ekaterimburgo, nos detuvimos en dos lugares emblemáticos: en uno de ellos se recuerda a las víctimas de las purgas de comunismo, en concreto las realizadas por Stalin. Un equipo de expertos exhumaba en aquellos momentos tumbas en el bosque a nuestras espaldas, porque los fusilamientos clandestinos dejaron un reguero de víctimas aún no localizadas ni identificadas. Nos encontramos allí, donde varios muros recuerdan los nombres de los represaliados y la fecha de su nacimiento y de su muerte, con algunos descendientes que, desde el otro extremo de Rusia, les llevaban flores.

La segunda parada tenía un tono más festivo: nos movemos en la frontera entre Asia y Europa, pero esa línea no es recta ni clara, de manera que se marca mejor con monolitos y marcas que con una barrera. En uno de ellos, monumental, y tallado en el mejor granito uraliano, nos detuvimos, con, literalmente, un pie en un continente y otro en el contiguo.

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He mencionado antes Yanina Gama.¿Qué lugar es ése? Mi novela Llamadme Alejandra comienza en esa aciaga noche del 16 al 17 de Julio en la que los últimos zares y su familia fueron fusilados. Cuando amanecía el 17 de julio, un siglo exacto antes de nuestra llegada allí, todo había acabado, y los asesinos se enfrentaban al problema de cómo librarse de los cadáveres.

Como cuenta el informe Yurovsky que incluyo en la narración, los soldados cargaron los cuerpos en una furgoneta para enterrarlos en el bosque, pero una serie de errores los encontró con el día encima en un bosque lleno de gente, y sin saber qué hacer. Arrojaron los cuerpos a una mina abandonada, que era, en realidad, una especie de fosa poco profunda: Yanina Gama. Las explotaciones mineras se realizaban al aire libre, no bajo tierra, como las extracciones de carbón. 

En Yanina Gama se eleva un monasterio ortodoxo compuesto por diversas capillas de madera, en torno a la fosa donde se libraron de los cuerpos, donde ahora crecen lirios blancos. La bordea un mirador. Los fieles se habían reunido allí, y cantaban la liturgia de esa fecha santa. Fotografías de la familia real, esculturas e iconos presidían el recinto, mucho mayor de lo que yo me imaginaba, y convertían aquel espacio de muerte en uno de culto, con una emoción contenida muy diferente a la experimentada el día anterior en la Catedral del Salvador sobre la Sangre Derramada, más serena, más sencilla. 

Por casualidad nos encontramos allí con una de las descendientes de la familia Romanov, la Gran Duquesa María Vladimírovna Romanova, nacida y residente en Madrid, que había viajado allí para las celebraciones. Muy amablemente nos saludó y dijo unas preciosas palabras: nos recordó que el zar Nicolás II había indicado en una carta que si lo peor ocurría no buscaban otra cosa que no fuera la reconciliación y el perdón. Y que este lugar, tan triste, había logrado convertirse en un símbolo de paz y de espiritualidad. Creo que, pese a las manipulaciones de la memoria, la intención de algunos o la parcialidad de otros, así ha sido. No se respiraba allí horror ni espíritu de venganza. Han construido un espacio para la reflexión y el silencio. 

La última parada de esa etapa tan siniestra era el lugar donde los cuerpos acabaron el 18 de julio, y donde reposaron ocultos por muchos años. Los miembros del Soviet sabían que los cadáveres estaban mal enterrados; durante la siguiente noche los sacaron de la mina e intentaron llevárselo a otro lugar. Los errores llegaron entonces a la categoría de chapuza: dieron con terreno muy blando sobre el que los camiones se hundían, y al final los quemaron parcialmente y los enterraron en dos fosas, lo que luego dio pie a la creencia de que Alexei y una de las niñas quizás hubieran logrado huir, porque sus cuerpos faltaban. A continuación colocaron unas traviesas de tren encima, como si fuera un paso, rodaron varias veces sobre ellas con los vehículos… y allí, en el camino de Koptiaki, se los tragó el olvido.

Ahora una cruz y una pequeña instalación recuerdan la fosa. Tan parecida a las que hemos visto al principio de la ruta en el bosque, zares, campesinos, ricos, pobres, todos asesinados y, si hay suerte, recuperados del silencio tanto tiempo después. 

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Aunque no obedezca a la idea que tenemos de un monasterio, Yanina Gama, abierto al sol y el bosque, lo era. Y en un día de celebración como era éste, nos pidieron que nos cubriéramos la cabeza y que lleváramos falda más o menos larga. Me sorprendió ver a la Gran Duquesa con un velo negro muy sutil, similar a las mantillas españolas, lo que me lleva a pensar que el requerimiento es más simbólico que real.  Algunas de las viajeras vistieron pantalones y nadie comentó nada.

Yo opté por un vestido camisero de Atelier Felicity, con un pañuelo estampado con citas de La caída de la casa Usher, de Poe, y un bolso de Salvador Bachiller de la línea Bowling Enea Hueso.

El regreso a Ekaterimburgo fue breve; en realidad, sorprende ver lo cerca que ocurrió todo de la casa Ipatiev. Los cuerpos de los Romanov reposan ahora en Moscú, los veremos más adelante, pero sus fantasmas continúan por allí, en el bosque. 

La ciudad, por el contrario, muestra una energía y una pujanza que nada tiene que ver con el pasado ni con la tradición. Quedan muy poquitas casas tradicionales, de madera o ladrillo, arrasadas por las necesidades de una población en aumento desmedido. El resto de la ciudad (el museo Yeltsin, el paseo junto al río, donde los jóvenes se dan cita y los niños corren o montan en caballos amaestrados, o se sacan fotografías con muñecos de peluche gigantes) podría pertenecer a cualquier otra urbe moderna. En un recodo del río la casa Sevastyanov saluda ya como una vieja amiga. Los rusos de Ekaterimburgo son muy jóvenes, y les sobra qué hacer: lo ocurrido hace un siglo forma parte de su historia, sí, pero, sumidos en otro mundo y en el desconcierto de cómo leer y reinterpretar a día de hoy esa historia contada de manera muy diferente en pocos años, no parecen demasiado preocupados por ella. 

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El día de viaje y desplazamientos pedía vaqueros, que en este caso combiné con un top de mil rayas y volante asimétrico de Compañía Fantástica. La cesta blanca y los pendientes son de Mango. Las sandalias pertenecen a Pikolinos. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez. Y el viaje continúa…

Viaje a Rusia «Llamadme Alejandra» 1. Ekaterimburgo

De todos los viajes organizados con El País Viajes y B the Travel Brand, el que me ha llevado a Rusia (#EPVRusia) con un grupo de viajeros quizás sea el más especial e irrepetible: desde luego, habrá más ocasiones para seguir los pasos de los zares, tal y como narro en  mi novela Llamadme Alejandra, pero no viviremos otro centenario del fusilamiento de los zares allí, camino a Siberia, en Ekaterimburgo, en el mismo lugar en el que se despertaron en mitad de la noche convencidos de que los llevaban a otra casa más segura, la tercera o cuarta del recorrido demencial en el que se habían sumido.

 El 16 de julio de 2018 me encontraba en esa ciudad rusa en pleno crecimiento, la tercera en tamaño de Rusia, con sus sorprendentes rascacielos en construcción. Limítrofe entre Asia y Europa, esos días se convertía en el centro de la peregrinación nacional de fieles ortodoxos que se convocaban en la Catedral sobre la Sangre Derramada. En el país existen tres iglesias con ese nombre, las tres erigidas donde asesinaron a un Romanov: y en los sótanos, ahora cripta, de esta delicada edificación blanca y dorada murieron siete de ellos: un dictador, su ambiciosa mujer y sus cinco hijos. O, según otras versiones, un padre de familia, débil, incapaz de afrontar la inmensa tarea a la que estaba destinado, su esposa, sobreprotectora e insegura y cinco adolescentes indefensos. Y, según otra más (las visiones sobre los últimos Romanov son infinitas), siete mártires ejemplares y venerables.

En 1918, cuando la familia imperial y unos pocos criados llegaron a esta ciudad en los Urales los encerraron en la casa Ipatiev, bajo la custodia del soviet de la zona. Vista como una enorme zona de explotación de minerales, piedras semipreciosas y madera, a la provincia uraliana no solo viajaban los desterrados y criminales (que, en todo caso, continuarían aún más hacia el este), sino también comerciantes, ingenieros y ambiciosos hombres de negocios que se alimentaban de la incesante ansia de lujo de la Rusia más occidental.

La casa Ipátiev era una de las mejores de aquella ciudad relativamente joven, y en la que solo destacaban el teatro y un par de edificios públicos: construida en 1880, había pertenecido a varios notables de Ekaterimburgo: un funcionario de altas miras, Redikortsev, un comerciante de oro, Sharáviev, y finalmente el ingeniero Ipatiev, a quien se la incautaron los soviéticos.

La casa, de dos pisos y un semisótano, como es aquí costumbre, fue amueblada con gusto, las paredes cubiertas de papel pintado, y un huerto interior tras la valla. Ya no existe: Boris Yeltsin, que nació en Ekaterimburgo, y que goza de una controvertida populalidad aún hoy día, ordenó que la derruyeran en 1977, quizás en un intento porque el creciente culto a los Romanov perdiera intensidad. No lo consiguió, como se puede ver en las últimas fotos que acompañan este texto.

Como la casa Ipatiev no se conserva, salvo por algunas fotografías, lo más cercano a una mansión de época que podemos visitar en la ciudad es la casa Sevastiánov. No esperen una reproducción exacta: la deslumbrante casa Sevastiánov es anterior y más ambiciosa. Su estilo, llamado «ecléctico» por no llamarlo «póngame un poco de todo y ya iremos viendo» se ha convertido en algo único, y al mismo tiempo, típicamente ruso. Paseamos por la obra de un narcisista millonario, que llenó su casa de hermosos suelos y de verjas de hierro forjado, que la pintó para que fuera vista desde la distancia y que, como los nobles, incluyó un pequeño teatro para sus representaciones privadas. La casa, que cumple ahora funciones públicas, se encuentra en un lugar privilegiado junto al río, y al cabo de un par de días en Ekaterimburgo parece menos llamativa, incluso entrañable en su extravagancia.

Las leyendas sobre Sevastiánov (y hay muchas) dicen que quiso dorar la cúpula de su casa, y que se lo prohibieron esgrimiendo que era un derecho reservado a las iglesias, en las que se usaba el oro para atraer la mirada de Dios.

La Catedral Sobre la Sangre Derramada goza de ese privilegio, y deslumbra bajo el sol de julio por fuera… y por dentro. La noche en la que se cumple el centenario, los campamentos anexos se encuentran ya llenos: miles de personas, muchas de ellas mujeres, se congregan en los alrededores de ese lugar, a la espera de las Vísperas y del resto de las celebraciones.

No hay turistas: somos casi los únicos extranjeros que se mezclan con las peregrinas, que, con atuendo muy humilde, largas faldas, camisetas y pañuelo en la cabeza, rezan y cantan, mientras diferentes autoridades eclesiáticas se turnan para salmodiar los nombres de los Romanov, cuyas fotos rodean la iglesia en enormes paneles. Al sol, en fila en los jardines, los sacerdotes confiesan a los fieles. De vez en cuando llega un grupo nuevo de peregrinos, con sus iconos y banderines. El resto les hace sitio.

La iglesia se divide en dos partes: la superior, de cúpulas y paredes muy altas, se encuentra adornada con frescos religiosos, mezclados con escenas de la familia Romanov recreadas a partir de fotografías o de grabaciones. La mezcla entre la realidad y el culto, la historia y el misticismo apabulla y desconcierta a la vez. Para los educados en la religión católica todo despierta un eco familiar y al mismo tiempo exótico, primitivo. No parece que en este lugar haya transcurrido cien años desde la matanza, y mucho menos de brutales cambios sociales.

En la cripta inferior parece que la cabeza casi roce el techo; el olor a cera quemada y a incienso se mezcla con el sudor humano y la humedad del lugar. Allí, frente al iconostasio, alzado donde el muro del sótano sirvió como paredón, los sacerdotes continúan cantando y pasando el relevo al siguiente grupo. Las miradas de la familia más fotografiada de su época (la preciosa Tatiana, los ojos insondables de Alexei) vigilan desde las paredes. Esto no es Europa. No es Asia, tampoco. Entramos en otro lugar, en otra época, en este primer día del viaje, en el que yo cumplo 44 años.

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Descartad todo tópico sobre el frío siberiano: la temperatura era muy agradable, menos a mediodía, cuando el sol caía a plomo. Los peregrinos aprovechaban esos momentos asfixiantes para caminar y mortificar así más el cuerpo.

Escogí un vestido ligero, pero de manga larga, que permitiera protegerse del sol, y fuera lo suficientemente recatado para la iglesia. No me cubrí el cabello con un pañuelo porque las normas no eran tan estrictas aquí, pero sí con un canotier. Los pendientes largsa y asimetricos son de Mango, y el bolso de bambú, de absoluta tendencia, puede comprarse en varios acabados diferentes en Salvador Bachiller.

Las cuñas son de yute de Caravaca de la Cruz, de la marca María Victoria. Y las fotos fueron tomadas en las diferentes localizaciones por Nika Jiménez.

Menorca, un paseo

A Menorca los romanos la llamaron la menor, Minórica, para distinguirla de Mallorca, la mayor, y esa sensación de isla pequeña, la que se encuentra más al norte y más al este, permanece en esta tierra, a la que el turismo, por fortuna, llegó tarde y con menor ímpetu que en las otras Baleares. Eso no significa que no se encuentren en ella el clima, el mar, la gastronomía o los planes que atraen de las otras islas: pero, a su manera, más discreta, menos explosiva, ha sabido mantener precisamente esa gastronomía (quesos y embutidos con los que se saltan las lágrimas), su cultura (una floreciente sociedad megalítica salpicó de dólmenes y construcciones prehistóricas el terreno) e incluso imponer su moda. Las abarcas menorquinas se exportan a medio mundo, y cuando hablo de ellas me acuerdo con especial afecto de Ría, que el año pasado celebró su 50 aniversario con una abarca diseñada por mí.

Este año, en el mes de Mayo, el evento Hats and Horses, que recogía la tradición isleña de las carreras de caballos, y el espíritu internacional que siempre ha tenido, me pidió que fuera su madrina en esa primera edición, de manera que fue una excusa perfecta para pasear primero por el hipódromo y luego por la isla. Me alegra mucho saber que en 2019 Hats and Horses regresará de nuevo. El empeño de Ari Vilalta, que une a un trabajo incesante una manera distinta de entender la comunicación y la difusión de los valores de un territorio ha logrado que eso sea así: de manera que si podés escaparos por un fin de semana a Menorca, no os lo perdais.

Un paseo por el centro de Mahón despierta ecos del Mediterráneo y de su esencia, de los colores desvaídos de otras islas que acumularon invasiones e historia, y de palacios de corte sobrio e impresionante. En las bajada y las cuestas, de repente, aparece, al fondo, el mar, entre matas de buganvillas y de capuchinas, iglesias, balconadas y callejuelas. Muros muy gruesos que aseguran el frescor y el silencio, calles adoquinadas y una oferta hotelera cuidosa, que mima y mira más al viajero que al turista. El hotel que os recomiendo es el Hotel Boutique Sant Roc, que es también Spa. Recién inaugurado en el centro de la ciudad, con un gusto exquisito que mezcla la tradición de un venerable edificio con el diseño, la última fotografía está tomada allí, en mi habitación.

Un paseo por Menorca invita a terrazas y a sentarse a ver anochecer en un banco, en una plaza, mientras los pájaros bajan y se deshacen en cantos. Es una tierra vieja, para la que el tiempo no posee la menor importancia, y tiene mucho por enseñarnos.

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Para las fotos de Nika Jiménez llevé un vestido de lino floreado, de tirante fino, de Mango, y una gabardina de verano de la misma firma, que me ha acompañado en todos mis viajes estos tres pasados meses. El bolso de mimbre es de Salvador Bachiller, el collar de piedras naturales y perlas de Verdeagua Style, y la peluquería y el maquillaje se la debo a Tacha. Para el resto bastó la luz de la tarde, el aire y el mar de la isla.

La extravagancia del rojo

Los sueños siempre tienen algo de extravagancia. La infancia, que es el espacio en el que se originan la mayoría de ellos, también ofrece ese momento de juego y de posibilidades, de desear que lo de arriba esté abajo y lo de abajo arriba, y que no exista nada serio, que la ropa sea una mezcla de prendas mágicas y de disfraz.
No sabía qué me esperaba en el evento de Hats and Horses en Menorca, salvo que si lo organizaba Ari Vilalta me lo pasaría bien. No imaginaba que tendría ese ligero sabor británico, algo que por otra parte podría haberme supuesto, si mezclábamos caballos y sombreros.
El programa Flash Moda, de RTVE, que ayer cubría en su programa este evento, me preguntaba qué encontraba de especial en este tipo de celebraciones. Mi respuesta es la misma que daba en el primer párrafo: que me permiten convertirme en otra persona, jugar en otro ambientes, vestirme como no suelo hacerlo. En un país en el que todo nos define (las marcas que usamos, nuestra ciudad de nacimiento, nuestros estudios), un país con un eterno miedo al ridículo y al qué dirán, a mí me permiten escaparme a un terreno imaginario en el que puedo tomar el té vestida de rojo con un caballo que habla y que tiene que dejarme porque corre en unos minutos su carrera. Y entonces las plumas de mi sombrero me advierten de que ya he echado azúcar al té, y el pez de mi collar me riñe y me dice que más me vale estar más atenta, que la vida se escapa a toda prisa y no voy a ser una niña para siempre.
 
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El precioso vestido rojo que inspira este texto es de Wild Pony, y su fruncido y tejido ligero lo convierten en perfecto para un día un poco especial, o para convertirlo solo con lucirlo. Las sandalias metalizadas son de Mango.
El clutch lo compré en Nueva Delhi, en un viaje, y el collar de vidrio balear lleva también muchos años conmigo. El sombrero que luzcoo más correctamente, la pamela, de rafia y plumas negras, lleva la firma de Eflamencas, y la peluquería y la belleza ese día fueron responsabilidad de Tacha Beauty . Las fotos las tomó Nika Jiménez en el Hipódromo de Menorca.

Hats & Horses en Menorca

Las islas son lugares especiales, donde las normas de tierra firma quedan olvidadas y donde las costumbres y tradiciones conviven con lo que trae el mar. Solo una isla podría haber inventado la extravagancia de las carreras de Ascot, caballos, pamelas y chaqués, fresas y cotilleos, y haberlos convertido en una marca de estilo.

El 12 de mayo, en el hipódromo de Mahón, en Menorca, veremos algo parecido: Menorca mantiene esa relación con los caballos tan antigua y tan íntima propia del Mediterráneo, y una fluida conversación con Inglaterra. La comunidad extranjera se encuentra bien asentada en esta isla de un carácter peculiar, con una gastronomía excepcional, sol y grandes posibilidades de inversión y de emprender ideas nuevas. De manera que tendré el placer de ser la madrina de un evento absolutamente excepcional, Hats&Horses, que nace de la mente inquieta de mi amiga Ariadna Vilalta y que  recordaremos por mucho tiempo.

Al fin y al cabo, la prima hermana de la creatividad siempre ha sido la originalidad, y se avecinan tiempos de  propuestas insólitas, de mezclar conceptos y de crear lo nuevo de lo ya agotado. Eso ha sido siempre lo que hemos tenido en común Ari y yo, y lo que nos ha enseñado esa libertad de pensamiento de los ingleses, y la visión única de los isleños.

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Estoy ya preparando los diseños para Hats&Horses, que no son en absoluto sencillos, dado que requiere un sombrero o similar. El tocado que da vida a este look lo firma de María Ramírez, la diseñadora de Y si fuera ella. María ha sido el alma de  EFlamencas, y ahora ha ampliado su línea a sombreros, pamelas y tocados, además de vestidos de fiesta. El resto, un vestido de flecos y un kimono con bordado de Mantón de Manila. Y los demás looks os los enseñaré en una semana. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Jardín Botánico de Madrid.

Camelias en el Pazo de la Saleta

Mi primer pez, una pequeña carpa dorada de las que muchos niños de mi edad tuvimos, se llamó Bianca Camelia. Incluso para mí, una intrépida bautista de siete años especializada en rarezas, era un nombre rebuscado. Bianca procedía de la cantante de ópera Bianca Castafiore, el único protagonista femenino de Tintín, que entonces me tenía fascinada. El camelia se lo debía a las flores blancas y rojas que mi abuela cultivaba en Galicia, que florecían en el invierno y no en el verano y que se deshacían en pétalos, como las escamas de un pez. Que un pececito naranja se transformara en una hembra, y además una  flor blanca, se debía exclusivamente a mi voluntad: las palabras cambiaban y subvertían la realidad, y la convertían en lo que yo deseaba.

Muerta lamentablemente joven Bianca Camelia, y sus dos sucesoras, el amor por Tintín y por las camelias ha continuado. A uno le rendí tributo en Angouleme, y las otras me aguardaban en la Ruta de Camelia, un recorrido por los jardines más hermosos de Galicia, a los que estas flores orientales, bautizadas por un sacerdote jesuita, llegaron traídas por los marineros portugueses y gallegos.

La camelia, originaria de Japón y de China, pertenece a la familia del té. Sus hojas coriáceas, brillantes y rígidas, poco tienen que ver con la sedosa delicadeza de sus flores, que no quieren sol ni calor y se derrumban bajo la lluvia o la nieve. En Europa se conoció a partir del siglo XVII por el botánico James Cunnigham.

 La Ruta de la Camelia sugiere un recorrido por pazos y jardines de norte a sur. Muy en consonancia con su origen oriental, lo que se nos propone en esta ruta es la contemplación de estas flores invernales y bellísimas, efímeras, algo que los japoneses llaman Hanami. Literalmente significa “mirar u observar la flor”, y ellos lo llevan a cabo entre finales de marzo y comienzos de abril, las semanas en las que las flores de cerezo florecen y caen. En ese mirar sin aferrarse cabe el aprovecha el momento o collige virgo rosas occidental: no hace reflexionar sobre la brevedad de la vida, y sobre cómo el instante y la belleza de ese momento es lo único eterno.

De los hermosos lugares donde podéis disfrutar de estas camelias, y quizás de un vino blanco y de una conversación interesante, quiero destacar el que por intención e historia se diferencia más de otros. El Pazo de la Saleta, que se encuentra en Meis, Pontevedra, rodeado de pequeños viñedos. Aquí, en torno a la capilla de la Virgen de la Saleta, y de un antiguo pazo de labranza, una pareja inglesa decidió trazar a su manera un jardín sin laberintos ni las estructuras propias de la tradición francesa e italiana de otros pazos. Las camelias crecieron en un falso jardín campestre, perfectamente ordenado y planificado.

Unas décadas más tardes, restaurado el pazo y la capilla y ampliado el jardín con muchas más especies exóticas, algunas de las antípodas, otras parientes de las ya enraizadas, es una familia gallega la que se ocupa de preservar esa tradición y de mimar tanto las flores como a quien las visita. Tan bien lo hacen que acaban de ser nombrados Jardín de Excelencia Internacional, otorgado por la Sociedad Internacional de la Camelia. 

Podría pasarme horas hablando de este precioso jardín y de los árboles y arbustos que lo pueblan; solo con algunas de las centenares de fotos de las camelias que saqué podéis haceros a la idea de la belleza y de la intensa emoción que se respira allí: cuando creemos haber visto la última flor increíble, otra aparece, y otra, en el siguiente arbusto, con otro color… los ojos se llenan de aquello que no volverá a repetirse, porque mañana será diferente y pasado habrá desaparecido.

Este efecto no es solo obra de la naturaleza. Cada pequeño detalle del jardín está cuidadosamente buscado y cuidado. Entre los troncos y el musgo aparece un tocón con flores y piñas, o una virgen de granito, o una antigua cama convertida en un rincón íntimo. Este es un jardín que reconcilia a quien lo visita con el mundo y con lo que quedó fuera de estos muros, que le regala nueva energía, y que ofrece, en la manera generosa y muda de las flores, lo que las flores dan: belleza y esperanza en el futuro.

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Para el Hanami gallego llevé un vestido azul intenso con rayas de HM. Los zapatos rojos eran de Cristina Valdivieso.

Las fotos fueron tomadas en la semana de Pascua en el Pazo de la Saleta. Toda la información de contacto, o para pedir cita para visitarlo la encontráis aquí. Es el lugar perfecto para una ceremonia, o para sesiones de fotos que queréis que sean especiales.

Algunas de las camelias son extraordinarias: la bicolor Mikenjaku, la extraña camelia amarilla Nitidissima, o la pureza nívea de la Montironi White. Contempladlas, si os es posible.

 

Los Viajes de La Flor del Norte y Llamadme Alejandra

Que un libro se parece a un viaje es una imagen que casi todos los lectores reconocemos. Al revés ya no tanto, aunque muchos viajes se inician, precisamente, por haber leído un libro y por el deseo de conocer esos paisajes, o esa época histórica, que aún sigue viva en alguna ciudad, o por vivir una aventura similar a la que cuenta el autor.

La idea de viajar por los territorios de mis libros, y de hacerlo con lectores ha sido algo que me ha perseguido desde hace muchos años, y que por fin se ha hecho realidad de la mano de Viajes El País y de B the Travel Brand. Aquí podéis consultar los viajes y experiencias que ya se encuentran en marcha.

Este año, y después de la experiencia de los dos pasados del Viaje al País de JaneAusten, (que se repetirá el 11 de octubre de 2018, junto con otro viaje a la tierra de las hermanas Brontë) por fin puedo anunciar que los viajeros que lo deseen pueden acompañarme a Noruega con La Flor del Norte y a Rusia con Llamadme Alejandra.

Cuando publiqué mi novela La flor del Norte (Planeta, 2011), la presentación tuvo lugar en Covarrubias, donde se cree que la protagonista de mi historia está encerrada. En esta historia cuento como la princesa Kristina de Noruega dejó su país natal para atravesar el mar, Inglaterra, Francia, el reino de Aragón y, finalmente, llegó a Castilla, donde se casó con un hermano del rey Alfonso X el Sabio. Bella y misteriosa, con una vida breve, falleció sin hijos poco tiempo después, pero su tumba, hallada el siglo pasado, ha seguido inspirando mil especulaciones.

Para seguir el periplo de la Flor del Norte el 27 de abril de 2018 volaremos hasta Bergen; visitaremos el Mont Saint-Michel, y después, para seguir su ruta, el Barrio Gótico de Barcelona. Acabaremos en Covarrubias, Burgos, para rendirle homenaje en la Colegiata que alberga su cuerpo.

Éste será un viaje maravilloso: yo he vivido en Bergen, una ciudad que adoro: ningún viaje recorre estos lugares que, sin embargo, era considerado el más seguro en su época. Como los cortesanos del séquito de Kristina, veremos el contraste entre países y mentalidades, contaremos historias y recordaremos la historia que llevó a una princesa vikinga al sur.

Todos los detalles del viaje (las fechas y el recorrido exacto, el precio y lo que éste incluye) se encuentran aquí.

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Completamente distinto, pero igual de fascinante será el viaje que realizaremos el 15 de julio de 2018 a Rusia, y que nos acercará a la vida de los zares, y en especial, a la de la última zarina, que narro en Llamadme Alejandra. (Planeta, 2017)

Imaginad estar a apenas unos metros del lugar en que fueron fusilados los zares, sus hijos y sus criados, el día en el que se cumplen 100 años de esa noche horrible. Visitaremos Ekaterimburgo, en Siberia, para recorrer luego el camino inverso al corazón de la tradición de los Romanov, Moscú, y finalizar en el esplendor de San Petersburgo, donde podremos ver los canales y los palacios que describo en esta novela, que ganó el Premio Azorín de novela 2017. Toda la información está aquí.

Creo que es una ocasión única, y que la magia del verano ruso puede convertir este viaje en un recuerdo inolvidable. Nunca más se repetirá este momento. Hablaremos del final de una época, seremos testigos del esplendor de esa corte y también de su final, y, a título personal, casi no puedo esperar a que llegue julio para llevarlo a cabo.

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En todos los viajes nos acompaña un guía oficial que se encarga de facilitarnos todos los trámites y asuntos prácticos. La garantía de las compañías con las que viajamos sirven de aval, por si surge algún tipo de problema, aunque hasta la fecha nunca se ha dado. Y, por último, la pregunta que muchos viajeros hacen. ¿Viajo yo con ellos? Sí, desde el primer día al último yo les acompaño en este viaje, doy información y cuento las anécdotas relacionadas con mi libro, o el hecho de escribir, o las curiosidades que los lectores me formulan. Todas las noches nos reunimos, si lo desean, para una tertulia informal en la que se crea una atmósfera muy especial. Como he dicho, hace muchos años que perseguía este tipo de viajes, entre el libro y la realidad. Y estoy encantada de que podáis hacerlos conmigo.

Hablan las piedras

A menudo el objetivo de un viaje no es divertirse, ni conocer otro lugar, ni siquiera salir del lugar que en el que todos los días madrugamos, y salimos de casa, y trabajamos, y de nuevo, cuando la noche llega, nos encuentra agotados y sin ganas de casi nada. Con frecuencia, con un viaje pretendemos vernos en lugares que hemos imaginado o soñado.

Inglaterra ha logrado convertir un paisaje, la campiña, en un estado de ánimo. A ello han contribuido novelas y películas, y un interés en conservar ese entorno sin alteraciones, sin verse tentado por la modernidad ni los cambios. Las piedras hablan, los árboles gritan, dicen. Algunas de las piedras más reconocibles del mundo son las de Stonehenge, el misterio megalítico que se alza a escasos kilómetros de donde vivió Jane Austen. Otras son las del empedrado de la famosa cuesta de Shaftesbury, uno de los pueblos más reconocibles del país, un recuerdo de una manera de vida más tranquila, más sencilla, que muchos anhelan.

Las piedras hablan si guardamos silencio para escucharlas, o quizás seamos nosotros los que hablamos, si callamos. Luego, en el regreso cotidiano a los madrugones, a nuestra casa y nuestra rutina, repiten en la distancia sus mensajes.

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El jersey que llevo entre las piedras, y el bolso bordado son de Mango, y se encuentran aquí y aquí. Si quieres acompañarme en este viaje el fin de semana del 11 de octubre de 2018, la información está en B the travel Brand y El País Viajes. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez.

 

Querida Jane, querida Emily.

Si en 2017 celebramos el 200 aniversario de la muerte de Jane Austen y yo, por mi parte, lo hice con artículos, dos viajes a los lugares en los que nació y murió, y un número que ya no recuerdo sobre ella y sus obras, 2018 me trae otro aniversario y otra escritora a la que adoro: hace 200 años nació Emily Brontë, poeta, leyenda literaria y autora de la genial Cumbres Borrascosas.

Eso supondrá, por mi parte, nuevos retos. Un viaje, al menos, a su casa y sus tierras con B the travel brand, y Viajes El País. anunciaré con suficiente tiempo para que quien desee acompañarme , lo haga. La reedición (ya sé que muy solicitada, pero no llego a todo) de Querida Jane, Querida Charlotte, mi libro de viajes sobre esas tierras, casi imposible de encontrar. Y más artículos, más conferencias, más difusión, porque parte de la labor ética del escritor es hablar de la literatura y no solo de lo que uno escribe y de su propio ego. Algo que, al parecer, más de una y más de uno olvida.

No puedo tampoco olvidarme de que el 17 de julio se cumplirán 100 años del fusilamiento de los zares de Rusia, algo de lo que hablo también en Llamadme Alejandra. Premio Azorín 2017, se encuentra en Planeta. Tendremos aún zarina para rato.

Por último, este año será para mí el del regreso al mundo clásico, para enseñarles a los chavales, a través de la novela juvenil, lo interesante que puede ser aprender historia, y sobre todo, viajar a través del imperio romano. Lo haré con Anaya infantil, con El chico de la flecha y su segunda parte.

Y espero poder compartir todo esto con vosotros.

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En los Baños Romanos de Bathcon la luz dorada del atardecerNika Jiménez me tomó estas fotos. Ella insiste en que en este lugar no hay ni que editar luego las sombras de las imágenes, y yo debo darle la razón. Elegí un vestido del tejido de este año, el terciopeloen uno de los colores del Pantone de este invierno, el granate de toda la vida, sofisticado ahora bajo el nombre Tawny PortLlevo el anillo de serpiente de AristocrazyLa cámara, como siempres, es My Pen Camera.

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Espido Freire en los Baños romanos de Bath

 

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