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Las cosas que importan

Estos días, por circunstancias personales, pienso muy a menudo en el paso del tiempo, en la memoria, en lo que queda de nosotros cuando ya no estamos. En los legados invisibles, en lo que hemos heredado, en lo que se va o permanece cuando la gente querida desaparece, se ausenta o muere. 

Hay un poema de Edith Nesbit que lo refleja muy bien. Edith Nesbit fue una autora inglesa, conocida sobre todo por sus obras infantiles, aunque cultivó diversos géneros, y ha sido citada como fuente de inspiración por otros escritores como C.S.Lewis o J.K. Rowling. Vivió entre 1858 y 1924, y además de por una tortuosa historia sentimental con su marido, su vida estuvo presidida por la pertenencia a la Sociedad Fabiana. Esta Sociedad pretendía una reforma progresiva de la ciudad según los principios socialistas, con la extensión del derecho a voto o la sanidad y la educación gratuita. Otros escritores, como G.B.Shaw o H.G.Wells, también fueron fabianos. 

Leí estos versos por primera vez en un libro de inglés, cuando era una adolescente, y el poema me impresionó tanto que lo copié y lo traduje a mi manera. No sé qué era: la resignación, la sencillez, el invencible coraje de la narradora… sea como sea, os lo dejo. Podéis leer el original aquí

Las cosas que importan.

Ahora que mis días casi han acabado

y estoy demasiado agarrotada como para barrer o coser 

me siento y pienso y me asombro

de todas las cosas que sé,

cosas con las que me he topado poco a poco.

Y cuando regrese al barro del que provengo

todas las cosas que sé y cómo se hacen

se perderán y olvidarán.

Hay cosas, ya lo sé, que no,

cosas sobre las que los escritores escriben y hablan:

la forma de proteger las raíces de la escarcha,

y cómo sacar las manchas de tinta.

Qué medicina es buena para las úlceras y los esguinces,

cómo salar la mantequilla,

qué ensalmos curan los diferentes dolores

y qué devolverá el color a tu vestido deslucido.

Pero hay cosas más importantes

que no pueden escribirse en un libro.

Por cuánto tiempo hervir los guisantes y las verduras

y qué pinta debe tener el buen bacon.

el tacto de una prenda buena,

la clase de manzana que puede conservarse,

el aspecto del pan que ya ha subido,

y cómo dormir a un niño.

Si la mermelada está a punto para embotellar,

si va a agriarse la leche,

si una gallina va a poner un huevo,

son cosas que algunos  nunca aprenderán.

Yo conozco el tiempo por la pinta del cielo,

sé qué hierbas crecen en qué camino,

y si los enfermos van a morir

o saldrán de esta.

Las jóvenes casadas van y vienen, serias, 

con secretos que rabian por contar.

Yo sé de cuánto tiempo están

y si tendrán niño o  niña.

Si un mozo es difícil de llevar

o una muchachita complicada;

sé cuándo  hablarles con cariño

o cuando necesitan una bronca.

Yo sé dónde anidan los pájaros 

y cómo son las manchas de la trucha y la liebre.

Y quizás Dios quiera que olvide

cómo colocar un sedal o un cepo,

pero no podré olvidar cómo atar un pollo

o freír un pez, o lardar un filete,

o, cuando alguien enferma,

qué clase de hierba le sentará mejor.

¡Olvidar parece un desperdicio tan tonto!

Yo sé tantas cosas insignificantes…

y ahora los ángeles se apresurarán

a barrerlo todo con sus alas.

Oh, Dios mío, tú que hiciste que me gustara tanto saber,

Tú que mantuviste todo eso en mi cabeza,

por favor, Señor, si esa es tu voluntad,

déjame saber algo aún cuando esté muerta.

Edith Nesbit. 

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Déjame, al menos, recordar algo.

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El maravilloso abrigo estampado es de  TopLove. Con su corte de volúmenes generosos y su manga corta, puede llevarse como pieza única, o sobre el vestido de color magenta de la misma firma, muy sencillo, pero de tejido noble y manga abullonada. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid.

Leyendas en Haworth

La leyenda de las Brontë, la leyenda de las tres muchachas que se criaron en Haworth y publicaron varias novelas inolvidables, ha perdurado doscientos años y continúa con una magnífica salud. La casa de la Rectoría donde las hermanas se criaron conserva muchos objetos que usaron o crearon y sobre todo permite que entendamos mejor en qué entorno, bajo qué cielo urdieron sus historias. Mejor, pero no del todo.

Haworth y los páramos se asocian sobre todo a Emily y a sus Cumbres Borrascosas. En parte por las descripciones (emocionales y del paisaje) de la novela, y en parte porque muchas de las películas y series se han rodado en la comarca, este lugar árido de brezo y maleza azotado por el viento, árboles solitarios y lindes de piedra. El silencio, la breve vida de Emily y la construcción posterior de su personaje han contribuido a la costumbre de leer la novela como un código oculto de su vida y de sus pasiones. 

Uno de los temas de conversación frecuentes en el viaje EPV Brontë que organizo con B the Travel Brand y El País Viajes es precisamente el de Emily y su extraordinaria capacidad para plasmar el carácter humano con sus contradicciones y su oscuridad. Hablamos de cómo su experiencia personal se redujo a unos pocos años y a poca gente: Emily, además de en la Rectoría, vivió en una escuela y como institutriz, estudió (muy poco tiempo) en Bélgica con su hermana Charlotte, y regresó a Haworth para hacerse cargo, como ama de casa, de su padre y del manejo del hogar. 

Mientras tomamos el tren de vapor que nos lleva a Haworth, con su carbonilla y su peculiar traqueteo hablamos de cómo fue Elizabeth Gaskell, amiga y biógrafa de Charlotte, quien influyó de manera decisiva en la percepción que tenemos de Emily como alguien incomprensible, cambiante, casi hostil. Un genio que brotara de la nada, muy acorde con la imagen que Charlotte deseaba dar de cada una de sus hermanas y de sí misma. Tampoco debemos olvidar que la época esperaba virtudes y defectos muy concretos de los escritores y de las mujeres, y no digamos ya de las mujeres escritoras.

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Haworth era un lugar aislado, con una enorme mortandad, sobre todo infantil, en la época en la que Emily vivió. Ellas, separadas del resto de los habitantes no solo de una manera física sino por la rigida estructura social de la época, no vivían, de todas maneras, tan aisladas como podría parecer. Las bibliotecas portátiles, el constante intercambio de cartas, los estudios fuera de casa e incluso fuera de Inglaterra les permitieron un conocimiento de su realidad mucho más extenso que la de la mayoría. Emily, por ejemplo, seguía con enorme interés las noticias sobre la reina Victoria, que había nacido el mismo año que ella. La ambición de Charlotte, el auténtico motor para que las hermanas publicaran, no nació de la nada. Su padre había protagonizado una historia personal de superación, y las chicas eran conscientes de su propia inteligencia y de su valía. 

En los poemas y la novela de Emily hay mucho más que la fantasía de una muchacha solitaria: late el talento de un genio que observaba y procesaba lo que le rodeaba, las lecturas de clásicos y de autores de la época, una creatividad y una voz propia originalísima y una delicada decantación del paisaje. Algunas de esas cualidades se entienden mejor allí, en los caminos que ella recorría, pero incluso bajo esos cielos, entre esas callejas, en mitad de los páramos, podemos constatar que hay algo más; era una narradora extraordinaria, y nada tangible explica su historia interior. 

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Es una tentación escarbar en la biografía de Emily. ¿De verdad nunca vivió un apasionante amor como el que describe Cumbres Borrascosas? ¿Puede ser posible que todo naciera de la fabulación? ¿No hay un atajo que nos permita entender el mecanismo de la creación, no hay nada que podamos imitar, ni una realidad paralela en la que adentrarnos para que el encanto de esa novela continúe? Lo cierto es que no hay ninguna teoría sólida que sustente un secreto en la vida de Emily. El encanto de su literatura y el aura de su vida permanecen; el resto solo pasa a engrosar su leyenda. 

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El abrigo gris de borreguito es de Mango. Las botas de agua me las compré de emergencia en una tienda de York, mientras me caía encima toda la furia del cielo en otoño. El vestido gris con estampado Príncipe de Gales es de Compañía Fantástica. El medallón de plata y azabache tiene muchos años, y lo encontré en Estambul, cuando estaba allí con la gira del Premio Planeta. Las fotos las tomó Nika Jiménez en los alrededores de Haworth