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Tiempo perdido

Agosto brinda siempre la sensación de que es un mes de tiempo detenido: perdido, para quienes continúan trabajando, con llamadas sin respuesta y la sensación de ser los únicos habitantes del planeta. Ganado para quienes toman vacaciones y dejan que el tiempo se pierda minuciosamente entre los dedos, hora a hora, quejas por el calor o por la lluvia, siesta, excursiones, helados.

Era así, al menos. Este agosto, como los meses anteriores, se ha trastocado, y el tiempo posee un valor diferente para quienes lo vivimos. Supone una tregua, por esa inercia de que las noticias, en particular las negativas, lo son menos durante las vacaciones. Supone un descanso, para algunos, y un paréntesis ante lo desconocido para muchos otros. Un paseo en una ciudad vacía, o un regreso a los paisajes de la infancia.

Este mes, esta temporada, nos marca con una crudeza descarnada que lo que creíamos seguro no era más que una colección de rutinas para domar la incertidumbre. Continuamos en un periodo de improvisación y de cambios imprevistos, de vivir un hoy y ya veremos.

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De aprender de la historia, la personal y la colectiva.

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De revisión de modelos de conducta, y de comprender, no sin dolor, que la tensión convierte a los seres cercanos en desconocidos. De agradables sorpresas, a veces, en quienes no lo esperábamos.

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Se avecinan momentos para que cada segundo perdido lo sea en algo importante, algo que nos ha hecho felices a nosotros o a los nuestros. Un pacto con la vida, revisado hora a hora. Porque todo el tiempo perdido, el dedicado a la nada, a aburrirse, a aprender, a disfrutar, al descanso, a la búsqueda de algo, se convierte en lo único que tenemos en nuestro haber.

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El top de gasa con lazo al cuello es de Mango, y lo encuentras rebajado aquí. Las alpargatas de Casteller son el modelo 324, y pueden comprarse, aquí. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en la Plaza de Colón de Madrid.

Fiesta

Las fiestas con las que yo soñaba de niña estaban pobladas de vestidos con enormes mangas jamón y faldas parábola que Lagerfeld había diseñado para Chanel y que Inès de la Fressange lucía sobre su elegante estructura. Diana de Gales y Carolina de Mónaco competían en hombreras, lunares y sombreros de vaga inspiración cordobesa, y el maquillaje marcaba los rasgos definidos por cabellos cortos, y capeados, y cardados.

Pasó la moda, como pasa siempre, con la promesa de que regresará y para mi sorpresa este año ha vuelto aquello que del todo el listado expuesto yo creía más y más definitivamente extinto: las mangas de volúmenes exagerados, entre isabelinas y victorianas, con puños ceñidos que exigen movimientos ampulosos y cálculos previos del espacio disponible alrededor. Y, ya que de niña nunca llegué a las minifaldas plisadas ni a los corpiños en forma de corazón, a los satinados combinados con terciopelo ni a las chaquetas bicolores, hoy es el día en el que me desquito de todo ello para desear unos días de felicidad, de descanso, de alegría.

Para eso, en definitiva, son las fiestas. Para vestirse y comer de manera diferente, para ver a los de siempre, para festejar que ha pasado un año más y continuamos vivos. Que ha aparecido un libro nuevo, en mi caso, o niños, o logros, o cambios, en otros. Para recordar a quienes ya no están, para conservar o desechar recuerdos, y para que los nuevos propósitos se esbocen: yo deseo viajes, libros y estudio, nada nuevo, pero todo aquello que me hace feliz.

Y así, desde el camarote y la cubierta del Ventus Australis, en el otro lado del mundo, entre los canales que bordean el Estrecho de Magallanes, os deseo lo mejor. Que se cumpla aquello que nos conviene y no aquello que deseamos. Y que cada día se parezca a como imaginábamos de niños las fiestas, y no a los que de adultos hemos comprobado que son.

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El pantalón palazzo de terciopelo negro es de Mango. De la Melancolía, Ed. Planeta, puede encontrarse en muchos lugares, entre ellos La Casa del Libro, que estos días y hasta el 26 sortea 3 ejemplares en su cuenta de Instagram o en cualquier librería independiente, a las que tanto hay que apoyar, como La puerta de Tannhäusser u 80 Mundos, ambas premiadas por su labor cultural.

Las fotos las sacó Nika Jiménez a bordo del Ventus Australis, la víspera de llegar a la Isla Magdalena, antes de la cena del capitán o la cena de gala del viaje. Pronto os hablaré más de ese viaje de auténtico ensueño entre glaciares, pingüinos y Tierra del Fuego. Hasta entonces, buen viento y mejores noches.

Hats&Horses Mallorca

La semana pasada se celebró la primera jornada de Hats&Horses en Mallorca: fui la madrina del evento en la primera edición de Menorca, y como parece que les traje suerte, me pidieron que lo fuera también en esta, algo a lo que accedí encantada.

A menudo se malinterpreta las razones por las que aparezco en eventos no literarios: sigue imperando el prejuicio de que un escritor debe vivir entregado a su arte, y alejado del mundo. Sin entrar en que grandes autores han sido (y son) auténticas mariposas sociales, en mi caso si doy visibilidad a algo ajeno a mi trabajo o para lo que no trabajo se debe a razones bien meditadas.

Así es con Hats&Horses, una idea que Ari Vilalta, muy querida y antigua amiga  y fundadora de Driven se trajo de Ascot. ¿Qué me encajó de esta propuesta, que está en pleno crecimiento?

-La lleva a cabo un equipo pequeño, mayoritariamente femenino, que cree que la creatividad es una clave importante para cambiar la comunicación.

-Se trata de una iniciativa que se aleja de la promoción turística convencional en las islas. Es un sector con el que trabajo a menudo, en un intento de dotar de contenido cultural al turismo de sol y playa.

-Recoge el legado antiquísimo de la relación entre los caballos y el Mediterráneo, en particular con lo balear, algo por lo general poco conocido y que el viajero convencional no asocia a las islas.

-Potencia los productos locales, y es una fantástica plataforma para que pequeñas marcas artesanales y exquisitas, como pueden ser Rita Zaid o Montesinos Vilar, puedan darse a conocer. Ambas (y otras) son emprendedoras que persiguen un sueño y a las que me parece importantísimo apoyar. Por otro lado, en un entorno con invitados y asistentes internacionales, yo visto y muestro siempre marcas españolas.

-Nos propone un día diferente, una fiesta en la que la fantasía, la elegancia (o lo que cada uno considera como tal) encuentra un espacio. Por elitista que pueda parecer, la entrada a Hats&Horses se pone a la venta para todo tipo de públicos, y se encuentra en el rango de otro tipo de festivales o eventos populares.

-Y es tan, tan divertido, el tiempo y el cielo resultan siempre tan luminosos, me permite olvidarme de tan manera de problemas y de la rutina que no necesito ni excusas, ni explicaciones, ni que me animen mucho. Si alguna vez podéis encajarlo en vuestras escapadas o vacaciones, probadlo: no me cabe duda de que repetiréis.

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Presenciamos varias modalidades de deporte hípico; las carreras como tal, la doma clásica, los ejercicios de exhibición de la Real Federación Hípica de las Islas Baleares… Pude acercarme a los caballos y acariciarlos, y hablar con los dueños, que es la mejor parte de este día.

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No todo son caballos… un invitado inesperado intentó colarse en mi bolso.

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Ya conocía este tipo de carreras del Hats&Horses de Menorca. Y aunque no disfruto apostando, me gusta mucho ver la pericia y la habilidad con la que corren estos trotones.

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Aunque no formé parte del jurado, me encomendaron que entregara el premio a los más elegantes de la jornada, que recayó sobre Ilona Novackova y Esteban Mercer, respectivamente.

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Los créditos, en esta ocasión, son muy extensos. Comienzan por el precioso vestido de The 2nd Skin Co, de la colección invierno 19/20 Lucky 27. Muy armado, pero cómodo, con un estampado de loros en tonos de lo más apropiado para esta época, es también ligero. Lo combiné con las sandalias de tiras Yuriko X de Lodi y el exclusivo clutch Aisha de Rita Zaid, con los apliques de rubí, y un anillo de la misma firma a juego. Todos los bolsos joya de Rita Zaid pueden personalizarse en acabados y apliques intercambiables. La pamela, espectacular, era obra de Montesinos Vilar, que la confeccionó especialmente para mí. El maquillaje corrió a cargo de Xisca Boch, y las fotografías, como suele ser habitual, son de Nika Jiménez.

Este sol de la infancia

Estos días azules y este sol de la infancia fue el último verso que, al parecer, escribió Antonio Machado. Apareció en un bolsillo del viejo abrigo del poeta, tras su muerte, en Collioure. Unas circunstancias desgraciadísimas, pero aún así fue capaz de evocar la luz que le había acompañado siempre, la de la Sevilla de su infancia que serpenta en varios poemas a lo largo de su vida. Ese verso me ha parecido siempre una declaración de belleza y luminosidad frente a lo terrible, y lo recuerdo a menudo. 

No he sido bendecida con una gran memoria literal: me cuesta recordar los rostros, y altero a mi capricho citas y fragmentos literarios, aunque tengo habilidad para recordar personajes, para relacionar hechos y datos y una buena y tiquismiquis memoria emocional. Quizás por eso, o a pesar de eso, recuerdo de manera aleatoria versos y frases en lugares concretos y en días en los que se nos describe, por ejemplo, que el tiempo cambia pero permanecen dorados los días, o que el mar bate azul y verde las rocas. 

Tras los grises días pasados en York y las oscuras tierras cubiertas de brezo de las Brontë, Madrid parece aún más claro y ajeno al invierno. Dorados días de sol y noche, como ha titulado Luis Antonio de Villena su segundo tomo de memorias. Creo en las noches, añade Rilke, creo en lo que aún no se ha dicho.Saltan los versos en la memoria como caen las hojas, con parsimonia pero certeras. 

Recuerdo, por ejemplo, que Dámaso Alonso, menos optimista, aterrado ante la indiferencia de Madrid y del mundo ante los horrores de la guerra, le preguntaba a Dios, mientras observaba la ciudad: ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,/ las tristes azucenas letales de tus noches? O a Cernuda, que me asalta a veces con una voz calmada: Junto a las aguas quietas / sueño y pienso que vivo.

Eso es, en fin, para mí, el otoño y la poesía: un continuo en el que me muevo y que me envuelve, no un paso de cebra a mis pies. Un estado de ánimo compartido desde hace siglos con otras voces, un sol, una infancia, un aire claro.

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Siempre hay una pequeña hoja pionera que nos marca el camino.

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El vestido de rayas es de Mango, y su color mostaza lo hace perfecto para estos días aún cálidos, pero no veraniegos. El bolso pertenece a la misma marca. Los zapatos destalonados, combinan dos colores en ante y son de Dchicas. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid

Sostenible

Mi generación creció con una cierta conciencia ecológica: las campañas contra los incendios (Si el bosque se quema, algo tuyo se quema), la incorporación del reciclaje (vidrio primero, luego papel), la reforestación o la limpieza de los espacios naturales nos resultaban familiares: aún así con el tiempo hemos desarrollado una conciencia culpable. Algo, por cierto, muy característico de esta franja de edad, más cómoda cuando aceptamos responsabilidades que cuando marcamos límites. Hemos incorporado la creciente preocupación por la invasión de plástico, el calentamiento global y la contaminación de los océanos, por citar solo las tres últimas tendencias en comunicación ecológica, con la misma angustia y con idéntica impotencia que en la infancia. 

Y sin embargo, muchas cosas han cambiado: si hace un par de décadas el cuidado del planeta parecía relacionarse directamente con la conservación de la naturaleza, en la actualidad son nuestros hábitos de consumo urbanos los que pueden marcar una diferencia. La destrucción del medio ambiente no ocurre lejos, sino que se produce con nuestras elecciones de consumo y el estilo de vida elegido: desde el uso de una toallita desechable al rechazo de las bolsas de supermercado, la educación para la preservación de la Tierra se está llevando a cabo de manera veloz y muchas veces ineficaz. Sobre la marcha y sin un destinatario claro.

¿Cómo generar y beneficiarse de un consumo que no sea devastador, pero que genere ganancias? ¿Cómo proteger nuestro patrimonio de un turismo voraz, ignorante y barato? ¿Cómo puede combinarse una vida contemporánea, en un sistema capitalista aliado con la obsesión española por las apariencias y las muestras de estatus? Los cambios radicales que resultarían imprescindibles no van a darse. No hay tiempo, ni ganas, ni empeño. Mientras gobiernos e instituciones hacen poco, o nada, la presión para que como consumidores sustituyamos aquello que no nos permiten conseguir como ciudadanos aumenta. Hay al menos algo bueno en esta política de ojos cerrados y de profunda hipocresía social: la sensación de que algo está en nuestra mano, de que una elección pequeña (qué comprar, que reciclar, que reutilizar) contribuye a construir o a contaminar. Frente a nuestra pequeñez ante la inmensidad de la destrucción, frente al egoísmo legítimo de vivir de acuerdo a lo que nos han enseñado que es lo correcto tenemos esa libertad: la de comportarnos de la manera más coherente posible, con la certeza de que incurrimos constantemente en contradicciones, y de que el ejemplo y la acción común son muchas veces las semillas de acciones mayores. 

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Ciertos sectores se encuentran bajo sospecha de manera habitual: los libros y la prensa, que han pasado a imprimirse en papel reciclable, y que conviven con el invisible formato digital. La moda y el calzado, con la descentralización, los tintes, el sistema de producción, los bajos salarios y la materia prima. No son las empresas más contaminantes, pero carecen del peso de otras, o sencillamente, concitan más interés que los grandes monstruos transversales e intocables. La alimentación genera también fricciones y conflictos. Ecológica u orgánica, de proximidad, de temporada o, por desgracia, la más barata. La vida sostenible resulta, en ocasiones, un privilegio. Una dictadura más, que, con una innegable buena causa, arroja un peso mayor sobre quienes menos deberían llevarlo. Se acercan tiempos interesantes: intentemos mantener una cierta cordura orientada hacia la dirección correcta. 

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Llevo una túnica de la colección Committed by Mango; Commited es la apuesta de la marca por crear una moda más sostenible, con una estética atemporal y modelos como Vivien Solari que no obedecen en la tendencia de extrema juventud habitual. Algodón reciclado y ligero que encaja bien con el bolso de rafia en apariencia delicado pero de una resistencia mayor que la sospechada. Llevo unos pendientes dorados con una concha, también de Mango.  A su vez, las cuñas verdes son de factura española, de Kanna, una marca que conocí como Embajadora del Yute de Caravaca. Todos sus procesos de fabricación, y en el caso del calzado, son muchos, se llevan a cabo de manera local, y con artesanos de la zona que dominan el punto de ojal, clave para estas cuñas inspiradas en las alpargatas.  

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez

 

Hacer, no hacer.

Durante los últimos meses he trabajado de nuevo las historias del siglo XIX y comienzos del XX; un periodo dorado para la novela en Europa, con personalidades y estilos poderosos y en una sociedad demasiado compleja como para definirla en un par de páginas. 

Las más antiguas de esas novelas hablan, sobre todo, de la acción como una manera de solventar los problemas: historias de héroes en todas sus variantes, figuras históricas, héroes contemporáneos, heroínas que buscan su espacio y su voz, niños que son empujados al mundo de los adultos mucho antes de lo que deberían… hacer, iniciar, construir, los valores preciados en una época de revoluciones y de afirmación de la identidad, primero, y de conquistas y de avances tecnológicos después. 

Sin embargo, según avanza el siglo el héroe cambia: el novelista vacila. La inacción, la duda, hasta entonces reservada a los personajes secundarios, los malvados, o las mujeres se apropia del personaje principal. La parálisis de Ana Ozores o de Emma Bovary salta a Raskolnikov. Mucho más reales, menos estruendosos, los personajes parecen padecer una epidemia hamletiana. Dudan, cuestionan su espacio y su papel, sus razones. 

Frente a la seguridad del hacer se impone la sabiduría del no hacer. 

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Ha transcurrido más de un siglo y la no acción ha vertebrado desde la lucha política a la terapia psicológica. La novela contemporánea copia de manera casi literal las tramas del XIX, pero aligeradas de su complejidad. El lector escoge la literatura como una manera de no hacer, el autor como una forma decidida de acción. Cuando permanecemos inmóviles son otros (personajes de novela, de series o películas, la actualidad y las noticias) los que se mueven por nosotros.

Atrapados en la obligación de hacer constantemente, de producir, de un movimiento que demuestre que somos útiles, no hacer supone una sutil manera de rebelión. Como todas las rebeliones, supone un esfuerzo. La mente galopa, el cuerpo se resiente, todo nos grita que el tiempo se pierde si no está bien empleado. No hay tiempo para nada. 

No hacer, la inmovilidad, el disfrute del momento se confunde con el aburrimiento, con la vejez, con la inutilidad. Sin embargo, nada aparentemente tan sencillo cuesta tanto esfuerzo. Todas las flores parecen la misma. Todos los ruidos se funden en un rumor. Todas las palabras provocan el ruido. La acción ya no se encuentra fuera, como en las aventuras decimonónicas, sino dentro, y el héroe lucha con su propio enemigo en el espejo.El silencio ha dejado de ser sinónimo de paz: ahora lo es de una comunicación constante con la tecnología y un discurso interior imparable. 

Pero a veces sí. A veces, por esfuerzo o azar, el tiempo se convierte en un aliado, la naturaleza en un abrazo, el no hacer en una calma infinita. 

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Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante el viaje EPV Kenia que organizo con Viajes el País y B the travel Brand. El vestido azul, con la espalda al descubierto y estampado de flores blanca es de Wild Pony, Lo acompaño de unas sandalias troqueladas de Pikolinos, y de un bolso cofre de rafia, de Mango, mucho más resistente de lo que parece, por cierto. 

Y todo el suelo se encontraba cubierto de flores de frangipani, y todo el aire de su aroma…

Floral Fresca

Hace unos meses  apareció Floral; era una idea diferente, la de un perfume y una nouvelle, una novela corta, en el mismo envoltorio, con los que celebraba mis veinte años como escritora. La historia y la fragancia se complementaban una a otra. La segunda llevaba a la práctica, sobre la piel, el jardín y la atmósfera que imaginaba en el texto. Desde el inicio de mi carrera he querido experimentar con formatos y maneras diferentes de narrar un universo propio, y Floral formaba parte de ese proyecto vital. 

No sabía qué acogida tendría mi apuesta y la de Magasalfa por una autora y su historia; eso es parte del encanto de narrar algo nuevo, el malabarismo que se genera. Unos meses más tarde tengo la respuesta: las lectoras (y algunos lectores, picados porque el perfume sea femenino) me han pedido que reeditemos Floral. Y así lo hemos hecho. Por un lado, el perfume aparecerá sin la novela, para quienes hayan comprado el pack inicial y quieran renovar únicamente la fragancia. Y por otro, hemos creado una versión más ligera y veraniega de Floral, Floral Fresca, con una imagen ligeramente reinterpretada y con una variación de su cata aromática más adecuada para el calor y la luz. 

La historia en la que se basa continúa siendo la misma: un jardín, el recuerdo de una infancia feliz en un jardín, y la necesidad de crecer sin que perdamos los mensajes importantes. Flores, un poco de madera

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¿Qué flores? Jazmín, ylang-ylang, lirio de los valles en el corazón. En las notas de salida tenemos hojas verdes y plantas silvestres. 

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Como notas de madera, palisandro, y como fondo, cedro, sándalo y almizcle. Ah, ese olor a madera y resina bajo el sol del verano, cuando cae la tarde…

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Y las humildes plantas silvestres, esas sobre las que nos tumbamos para una siesta, supervivientes entre las rocas.  

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El cambio de imagen vira del azul más intenso a un turquesa muy claro, como el agua o como algunas flores. Y, como curiosidad, aunque para Floral el nariz Agustí Vidal y yo nos entendimos muy rápidamente, para Floral Fresca sufrimos más. No encontrábamos exactamente una interpretación más leve que mantuviera la esencia de lo que queríamos contar. Fueron necesarias varias versiones para que los dos quedáramos satisfechos; ha sido de nuevo un privilegio ver cómo se interpreta una emoción con notas y olores, y formar parte de este proceso misterioso y evanescente. Y quisiera transmitiros con toda exactitud la satisfaccion que produce ese diálogo y este nuevo perfume.  

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De momento Floral Fresca se venderá en Carrefour, y muy pronto a través de Amazon. Añadiremos también un punto de venta en mi web, y no dudéis en poneros en contacto si no lo encontrais. La distribución, exactamente igual que con los libros, queda fuera de mi alcance, aunque sea tantas veces el eslabón más importante para unirme con el público, pero intentaremos satisfacer cualquier demanda. Por mi parte, continuaré contando historias de todas las maneras posibles, de la forma más original que se me ocurra. Muchas gracias por vuestro apoyo, por vuestra mirada y oído. Sé que estáis ahí a cada paso. 

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en uno de mis lugares predilectos de Madrid,  el Real Jardín Botánico, con sus responsables siempre tan profesionales y amables conmigo. Llevo el vestido Elsa, de Mango y alpargatas de Casteller

El viaje de «Memorias de África» (3)

Una de las constantes que he encontrado en este viaje que intenta aproximarse a Karen Blixen ha sido la dificultad para separar lo que narra la película Memorias de África del libro en el que está inspirada (dos libros, en realidad, Out of África y Sombras en la hierba), y el libro de los hechos históricos y documentales probados. De hecho, ese nombre evoca inmediatamente una atmósfera y un estilo mucho más populares de lo que pensaba, y que desde 1985 no han perdidoi vigencia. Si en su momento arrasó en los Oscars, condicionó la moda durante varias temporadas y consagró a los actores, en la actualidad se encuentra sólidamente implantada como un recuerdo colectivo.

Es más, durante el viaje muchas de las alusiones y de las explicaciones que nos ofrecen parten directamente de la ficción cinematográfica, que se da por cierta; olvidamos de esa manera que la propia autora narra en primera persona una visión muy sesgada y particular de los hechos, con el foco tercamente colocado donde desea. Es su privilegio como autora, pero no significa que sea la verdad, ni siquiera que se acerque a ella. Otra capa de distancia y de interpretación subjetiva se debe añadir cuando hablamos de la película, a su vez condicionada por la mirada de un gran director.

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Las vistas de esta jornada se nos harán particularmente familiares por la película de Sydney Pollack, y los amantes del cine la reconocerán: vuelvan a mirar el cartel de la película. O, si lo desean, repasen determinadas escenas. 

La camisa amarilla, las gafas y los pendientes son de Mango. Las sandalias de tiras, de Pikolinos. Las fotografías, de Nika Jiménez.

Nos estamos acercando a la Laguna Naivasha, donde habitan hipopótamos y otras criaturas acuáticas. La alerta por estos animales condiciona nuestros movimientos: cuando cae la tarde no podemos salir del recinto del hotel bajo ninguna condición, y un guarda nos escolta hasta nuestras habitaciones, que se encuentran en cabañas, tanto al anochecer como al amanecer. 

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Como curioso contraste, a unos metros de nuestras ventanas las cebras pastan con la confianza de quien se sabe a salvo.

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Y unos metros más allá se encuentra el Lago Naivasha, de cuyo fondo surgen árboles como en un escenario lunar. Los bultos de los hipopótamos, ya aletargados, oscilan entre nuestras barcas: continúan con su oscilación entre el agua y la superficie. Navegamos entre ellos y por las aguas tranquilas, muy azules, hasta Crescent Island. El paseo nos permite ver águilas pescadoras, pájaros diversos, y, en la distancia, el perfil de algunas jirafas en la orilla. 

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¿Por qué incluyo Crescent Island, tan alejada geográficamente del área donde vivió Karen,  en este viaje? Precisamente como concesión al universo visual que sobre ella creó Pollack: fue aquí donde Robert Redford y Meryl Streep rodaron gran parte de las escenas que han condicionado nuestra visión de Kenia, y, por supuesto, del romance entre Blixen y Finch-Hatton. En este territorio acotado y seguro el equipo no sufriría ningún peligro, ni  se dispararían los seguro de las estrellas. Aquí se rodaron, por ejemplo, las escenas en las que Karen corre al encuentro de la avioneta de su amante.

El islote, una penísula, en realidad, se encuentra libre de carnívoros. En nuestro paseo por tierra firme vemos algún facocero, cebras, impalas y el esbelto perfil de las jirafas: algunos de estos animales fueron traídos a la isla precisamente para el rodaje. Después los dejaron vivir aquí, y la falta de amenazas y el tránsito los humanos los han vuelto apacibles y poco impresionables.  

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Véase, por ejemplo, lo escasamente impresionada que se siente esta preciosa jirafa por mi interés. Estaba a tres metros de mí, me miró, y continuó pastando con olímpico desdén.

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Pero dejémoslos comer tranquilos (en realidad, ellos marcan el punto en el que se sienten incómodos y se alejan, sin aspavientos), y continuemos el paseo por este lugar, uno de los pocos donde podremos caminar, en lugar de trasladarnos en un coche o supervisados. 

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Por cierto, esta tierra ha visto también rodajes diversos; quienes gocen ya de cierta edad recordarán a Elsa, la leona de Nacida libre. Pues bien, su autora, la naturalista Joy Adamson, se construyó una casa precisamente aquí. Aunque esa mujer, su obra y su vida bien merecen más espacio, quizás no sepáis que en 1980 murió por el ataque de un león en Samburu.  

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Unas horas de mala carretera nos separan de la que será el último territorio que veremos en este viaje, Masái Mara. La gran reserva de vida animal de Kenia, la que nos han mostrado infinidad de documentales, salpicada de acacias y con ríos y bebederos que atraen a hervívoros… y a sus depredadores. La caza furtiva sigue siendo una plaga en esta tierra, pese al control generalizado. Aquí viven elefantes, leones, leopardos, búfalos e hipopótamos, es decir, los cinco grandes: comparten el terreno con los Masáis y sus rebaños. En algunos de los tramos, llevamos a bordo del coche a un guarda forestal que indica las rutas en mitad de la nada, y que, sobre todo, vigila que no abramos nuevos senderos sobre la hierba o que nos acerquemos demasiado a los animales, mucho más asalvajados que en Crescent Island, y siempre alerta, porque aquí la amenaza resulta diaria. Algún ñú joven, observa a los humanos con aire desafiante, para correr luego repartiendo cornadas al aire, a algún enemigo invisible. 

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Y en un momento determinado, nos cruzamos con este magnífico animal, recién duchado en barro, que no parece molesto por nuestra presencia. Es más, rodea el coche, saluda  y continúa, a paso lento, su camino hacia la nada. 

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Pero la sorpresa llega cuando nos encontramos con una familia de leones: dos machos jóvenes, dos hembras, posiblemente hermanos. Están atiborrados y perezosos, y nos permiten observarlos a corta distancia todo el tiempo que deseemos. Al cabo de un rato, su desmoronamiento es contagioso. Nada descansa con tanta dedicación como un felino, no importa cual sea tu tamaño.

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Aunque  hay preferencias diversas entre las viajeras, las hienas provocan un rechazo generalizado.   Y verlas tan de cerca no mejora su imagen.EspidoMasaiMara38

La luna, casi llena, comienza a alumbrar en el cielo, entre las extrañas estrellas del hemisferio sur. El sol cae en picado pero, en cambio, la luz se mantiene durante mucho más tiempo en torno a la luna, como una luciérnaga movediza. El viaje inicia su tramo final.

Si queréis realizar este u otro viaje conmigo, la información y la inscripción se encuentra aquí, o en las tiendas B the Travel Brand

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El viaje de «Memorias de África» (2)

Cuando se visita esta zona de África, aparentemente tan alejada de nuestra realidad y de nuestra tradición cultural, sorprende que aparezcan tantos símbolos conocidos, tantas evidencias de que, en realidad, las narraciones e imágenes de Kenia nos resultan mucho más familiares de lo que creíamos antes de iniciar este viaje con B the Travel Brand y El País Viajes

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Los baobabs, por ejemplo, que amenazan con destruir el planeta de El Principito, asoman su cabeza cubierta de nidos en estas latitudes. Los guías nos contaron que se le llama «El árbol al revés», porque sus ramas parecen más bien raíces. 

O las constantes expediciones de animales a las charcas de nuestro campamentos en Tsavo: para una generación que ha crecido con documentales que narraban la vida y muerte de los grandes dueños de la sabana la mezcla de incredulidad y familiaridad con la que los observamos a unos metros de distancia, cebras y facoceros, búfalos y elefantes, alguna jirafa y el más ocasional y esquivo leopardo conlleva un pequeño estremecimiento. 

Las charcas, llenas de vida, reciben varias veces al día las visitas de las distintas clases de animales: los vemos en procesión desde diferentes lugares de pasto, otean en la distancia, se llaman entre ellos. Los elefantes veteranos barritan en advertencia  a los más jóvenes, distraídos, que quieren jugar o bañarse. La luz y el cielo varían de manera dramática a lo largo del día, y basta con una espera no demasiado paciente para entender que hay un orden invisible en todo lo que nos rodea, más urgente y más salvaje que en Europa: aún en un entorno tan controlado y seguro como es este viaje, esa impresión cala poco a poco, y resulta casi adictiva. 

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Denys Finch-Hatton, el gran amor de Karen Blixen, cayó aquí con su avioneta. Hacía tiempo que experimentaba un desengaño cada vez mayor con sus viajes de caza, y en cambio, se estaba interesando por el vuelo como una manera de controlar las manadas, e incluso creía que el futuro tendría más que ver con fotografiar a los animales que con matarlos. Su muerte, en mayo de 1931, nos privó de saber si esa idea se quedaba en uno más de sus proyectos locos o si se abriría paso. 

Sea como sea, leer los textos de los autores de la época que visitaron la zona aquí, frente a esta charca, es una experiencia estéticamente  redonda. Todo cobra mucho más sentido, deja de ser irreal. No se comprende mejor África, pero sí al occidental que escribe sobre ella.

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Y siempre con un ojo atento a los monos, esos ladrones profesionales… 

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Sin embargo, por bien provista que esté nuestra charca, carece de hipopótamos. Si queremos ver a estas enormes bestias de piel delicada, a caballo entre el agua y la tierra firme, debemos acercarnos a Mzima Springs. Aquí conviven monos de culo azul (se puede observar en la fotografía anterior), hipopótamos y cocodrilos, y en un día afortunado pueden observarse dentro del agua desde el mirador de una cabaña. El día que los visitamos se encontraban perezosos;  mucho calor, nada de exhibiciones submarinas. 

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Respecto al resto de los animales, no nos faltarán: elefantes y búfalos, y con eso, completamos tres de los Cinco Grandes, jirafas, con  sus pájaritos a cuestas, picabueyes piquigualdos, que las desparasitan y limpian. Al amanecer salimos para el safari matinal en jeep, con un techo abatible que permite observar con todo detalle lo que nos rodea. No hay carreteras ni casi caminos para el ojo poco entrenado. Los conductores, guías forestales y expertos en animales, saben en todo momento en dónde están. 

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Desde Tsavo, antes de partir para Amboseli, puede observarse una de las vistas más hermosas del Kilimanjaro. Atravesamos las coladas de lava o Tierras del Diablo, producto de una actividad volcánica muy reciente, y en muy poco tiempo el paisaje cambia y se suaviza. 

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Nos han preguntado si querríamos ver un poblado Masái; la respuesta de las viajeras es un entusiasta , porque pese a lo típico de la actividad, no deja de ser una manera de ayudar a las cooperativas de la zona, y de conocer un poco más cómo debió ser en su momento la vida de este pueblo ganadero, nómada y enigmático.  

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Tradicionalmente, la casa Masái se construía con estiércol de vaca, paja y palos, y se protegía con una empalizada de arbustos espinosos. Como la poligamia estaba extendida, cada mujer y sus niños poseían una casa, que se elevaba cuando se casaba, y el marido se turnaba entre ellas, en teoría con una rigurosa alternancia, para dar a todas ellas las mismas oportunidades de concebir, o la misma atención, si eran ya mayores. La oscuridad del interior está pensaba para conseguir un espacio fresco,y los ojos se acostumbran pronto a ella. 

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Además de las danzas de bienvenida y despedida (contagiosas, acrobáticas), nos muestran las técnicas medicinales que empleaban. Al contar con tres doctoras entre las viajeras, todas las partes mostraron mucho interés por esas hierbas y cortezas medicinales, y por si las reconocían. Cómo conseguían encender el fuego con apenas dos troncos, y alguna otra curiosidad más precedieron a la muestra de artesanía; cada mujer mantiene un pequeño puesto con bisutería, llaveros, marcapáginas, esculturas… 

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El regateo, para quien sepa mantenerlo, es costumbre. A mí me supone un enorme esfuerzo, regateo poco, mal, o nada. Compré varias piezas de abalorios, entre ellas un collar con unas preciosas conchas llamadas cauries, o Monetaria Moneta, que, casualidades, están muy de moda esta temporada como bisutería informal. Durante siglos fueron usadas como moneda de cambio. Es extraño encontrarlas aquí, en mitad de este polvo rojo.

Karen Blixen sentía una gran admiración por los Masái, y deja buena prueba de ello en Memorias de África. En realidad, gran parte de los europeos y occidentales vivieron esa fascinación por este pueblo, al que consideraban la aristocracia de la zona, y que, al ser nómadas, convivieron de una manera diferente con los colonos de lo que lo hicieron los agricultores. En la actualidad, si bien los rebaños continúan formando parte de su estilo de vida, el nomadismo ha dejado paso a otro tipo de asentamientos, y las motos son una de las anacrónicas ayudas a su pastoreo. Muchos viven en casas de chapa o cemento, y combinan el pastoreo con otro tipo de trabajos, como el turismo. 

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Amboseli: llanuras casi azuladas en la lejanía, el Kilimanjaro como una presencia constante, y bajo él, enormes mandas de elefantes.  Se ven con tanta claridad, y a tan poca distancia que al poco tiempo parecen presencias tan naturales como las nubes. 

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El Kilimanjaro se encuentra dentro de las fronteras de Tanzania, pero la mirada es libre, y tropieza con él a cada paso. Una montaña que ha obsesionado a soñadores y a extraños, entre ellos Hemingway, que, cuando aún le agradaba cazar, se aventuró por aquí con la guía de… el mundo es extraño… el marido de Karen Blixen, Bror Blixen. Casi tan encantador como Denys Finch-Hatton, y con una enorme experiencia como guía de safaris, llegó a asociarse con el amante de su exmujer para, entre otros, atender al Príncipe de Gales cuando visitó Kenia. Para enredar aún más la cosa, el Príncipe inició un romance con Beryl Markham, a su vez, amante de Denys Finch-Hatton y amiga de Karen. 

Pero volvamos a Hemingway: si no lo han hecho aún, lean (o vean, en su versión de 1952  con Gregory Peck, dirigida por Henry King) este relato. Las nieves del Kilimanjaro. Hemingway lo escribió en 1936, y es una angustiosa mirada, casi premonitoria, a lo que el alcohol, la decadencia y la obsesión pueden causarle a una persona, en este caso, un escritor. Hemingway le dedicó a  Bror Blixen  una semblanza en La breve vida feliz de Francis Macomber. Esa breve amistad fue la que, según él, le hizo ser amable años más tarde con la propia Karen, cuando en 1954 compitieron por el Nobel, y exagerar su admiración por el talento de la danesa. Hemingway era mezquino incluso en su generosidad.

No obstante su brillantez y su inteligencia, ninguno de estos caballeros tuvo un final feliz: Finch-Hatton murió prematuramente, ya lo sabemos, en su avioneta. Hemingway se suicidó con una escopeta de caza en 1961. Bror, también un escritor con talento, que dejó una interesante correspondencia y una autobiografía muy notable, murió en circunstancias poco claras en 1946, desesperado y alcoholizado y sin haberse recuperado de  la muerte de su tercera esposa, Eva Dickson, una pionera de la aviación (y ya llevamos varias en esta historia). Y ya que de antiguas esposas estamos hablando, no se pierdan la obra de Martha Gellhorn, mujer por unos años de Hemingway, reportera de guerra, escritora y otro delicioso personaje. 

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En la siguiente entrega, cambiamos la montaña por el agua, y los elefantes por las criaturas acuáticas. Pero mientras tanto… el vestido camisero marrón que llevo en el safari es de Mango,  como el sombrero de tira y el top blanco. Las sandalias son de Pikolinos, y  el crop top de lunares de Compañía Fantástica. El vestido largo de gasa, de estampado de leopardo, es un vintage de mi propiedad. Nika Jiménez, como suele ser habitual, sacó las fotografías a lo largo del recorrido.

El viaje de «Memorias de África» (1)

Los viajes que organizo con El País Viajes y B the Travel Brand parten siempre de una experiencia literaria: y el que me llevó a Kenia este mes de Abril seguía los pasos de la autora Karen Blixen, que publicó bajo el seudónimo de Isak Dinesen un puñado de obras, entre las cuales están Memorias de África, el canto de amor a los años que vivió en una granja de café al pie de las colinas Ngong. 

Algunos viajeros sienten cierta prevención al oír que el destino se encuentra en África: en realidad, este viaje no requiere vacunas obligatorias, aunque algunos optaron por vacunarse contra la fiebre amarilla y tomar Malarone contra la malaria, y resulta extraordinariamente segura. Una de mis viajeras habituales se atrevió, a sus 72 años y con algunos problemas de movilidad, a acompañarme, y puedo asegurar que no solo no encontró dificultades sino que disfrutó como una niña sobre todo con los elefantes y con el viaje en sí mismo. Es más, se ganó por parte del guía y los conductores el apodo de «Mamá Safari». 

El viaje comenzaba en Nairobi, con la visita al Museo de Karen Blixen. Esta casa era el corazón del cafetal que su marido, Bror Blixen, compró cuando se casaron… con el dinero de su nueva esposa. Karen vivió en ella desde 1914 hasta 1931, pese a la enfermedad, el divorcio y las malas cosechas; entonces la ruina económica y las circunstancias personales la obligaron a venderla y a regresar a Dinamarca, su país de origen. La granja fue el escenario de la película de Sydney Pollack en 1985, que convirtió la vida y los años africanos de Karen en una de las historias de amor más bellas del cine. EspidoKenia1

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El interior de la casa, patrimonio nacional, no puede ser fotografiado. Conserva algunos de los muebles de la autora, su ropa y libros, la vajilla y cristalería que fue su orgullo. Aunque me gustaría que la labor como museo fuera más completa, y la información suministrada más elaborada, nadie puede negar la emoción que produce encontrarse aquí mismo: como si regresáramos a una casa familiar, muchas veces vista, abierta a todos, como ella deseaba. El reloj de cuco, o la máquina de escribir, o los libros de la autora pueden verse en esta casa que conserva el aire colonial de la época, y toda la magia del momento. 

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Los jardines cubiertos de buganvilla, la propia estructura de la casa no ha variado en cien años. En la parte posterior pueden verse las ruedas de molino que, tras un incidente desgraciado, Karen instaló como mesas en la casa. Aquí fumaba con Denys Finch-Hatton, su gran amor, al atardecer, y desde aquí se observan las colinas azuladas por la distancia. 

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La granja no se encontraba en la latitud óptima,y fue siempre escasamente rentable. Kenia, un sueño para muchos europeos, algunos de ellos ovejas negras de familias aristocráticas que habían perdido su lugar en en el mundo, ofrecía promesas que no siempre pudo cumplir. El café, el té, el lino, oscilaban de precio en los mercados internacionales, y el crack del 29 destruyó gran parte de los proyectos iniciados años antes. La maquinaria de Karen oscilaba entre ingenios modernos y la fuerza bruta de bueyes y operarios. En una ocasión, se incendió; pese a todo, su evocación de esos años destila nostalgia y felicidad.  

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Karen se esforzó por mantener parte de la sofisticación de las grandes casas europeas en su propio hogar. En muchos sentidos, se convirtió en una incongruencia (había quien se burlaba de sus aires aristocráticos) pero también en un refugio para los expatriados que buscaban en su casa un eco de lo que habían dejado atrás. El Príncipe de Gales fue uno de sus huéspedes durante una cacería organizada por Finch-Hatton.

En «Memorias de África» dedica una enorme compasión a los bueyes de tiro, un precioso episodio a Lulú, su gacela, y unas palabras hermosas a la gracilidad y la elegancia de las jirafas. Y, al verlas en su entorno, solo podemos admirar la precisión con las que las describe. Aunque las veremos más adelante, cerca, lejos, entre la maleza, en ningún otro lugar más cerca que en este Centro de Conservación, donde podemos alimentar a las Jirafas de Rothschild, glotonas, sociables y exquisitas en comportamiento. Estas jirafas estaban en relativo peligro de extinción hace algunos años, y los esfuerzos por protegerlas han dado sus frutos. Comen pienso de la mano de los visitantes, como si fueran gatitos de cuellos kilométricos, y cada una de ellas tiene un nombre y una historia. 

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Ella era Daisy. Un encanto… aunque solo con adultos. No le gustaban demasiado los niños. 

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El nombre de Karen Blixen ha superado con creces la fama de Denys Finch-Hatton, pero en su momento, cuando este monolito fue erigido en su honor, no era asi. Denys, hijo menor de una familia aristocrática inglesa, gozó de gran popularidad en la colonia durante su vida que, por desgracia, no fue demasiado larga. Denys (y su grupo de amigos) ha supuesto, para mí, el gran descubrimiento de este viaje. Cazador, fotógrafo, emprendedor y hombre de mundo, mantuvo durante años una relación contradictoria, oscilante y difícil con una Karen que ansiaba una estabilidad y un compromiso de los que él siempre huyó. Cuando su avión se estrelló, en 1931, su romance estaba prácticamente acabado: el cuerpo de Denys fue enterrado en esta pequeña colina, donde en ocasiones Karen y él habían disfrutado de las vistas. Su familia, que sigue visitando de vez en cuando la tumba, erigió este monolito. En su obra, Karen elaboró un amor y creó un personaje enteramente suyos, no siempre en correspondencia con la realidad, pero que ha hecho soñar a varias generaciones. 

Volveremos a Denys en otro momento… la tumba se encuentra en una propiedad particular, y todo el entorno ha cambiado muchísimo, pero siempre hay plantas y flores a su alrededor. 

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El vuelo en avioneta gozaba durante los años de juventud de Karen y Denys de un esplendor sin precedentes. No solo era el deporte de moda, sino que se descubrían nuevas aplicaciones: records mundiales, usos bélicos, de exploración, o de cartografía… Denys volaba con cierta frecuencia, se relacionaba (también íntimamente) con otra pionera del vuelo de la colonia, Beryl Markham, y antes de encontrar su fin en aquel desgraciado accidente, llevó a bordo a una fascinada Karen. 

El vuelo que nosotros llevamos a cabo no coincide exactamente con el que Karen Blixen describe en su libro: en realidad, vamos hacia la zona de Tsavo, y atisbamos el Kilimanjaro, que aunque se encuentra en Tanzania ofrece increíbles vistas desde Kenia. También la seguridad es mucho mayor en estos días; pero con todo, es fácil identificarse con qué debieron sentir esos primeros aviadores, con la tierra roja y verde a sus pies, el cielo y el sol muy cerca. Las avionetas maniobran con mayor agilidad que naves más pesadas, todo resulta más cercano e intenso y, sobre todo, más real. En Tsavo comienza una segunda etapa del viaje, la que nos acercará a los safaris, los animales en libertad y su búsqueda.

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Y al llegar, otro paisaje, otro clima, incluso. La sensación que los propios viajeros y cazadores debían experimentar al aterrizar en mitad de la nada, con mil ojos al acecho: el inicio del safari.

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Las fotos de este viaje han sido tomadas por Nika Jiménez. El vestido blanco de lunares de algunas de las fotos es de Wild Pony, perfecto con su corte lencero para este clima y puede encontrarse aquí. las sandalias son de Pikolinos. Y muy pronto continuaré contando cómo fue este viaje…