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Bradford y Branwell

En el último viaje EPV Brontë que organicé con El País Viajes y con B the Travel Brand pasamos por Bradford, una ciudad que suele pasar inadvertida entre las bellezas de la zona de York. Para mí se encuentra inexorablemente unida al hermano varón de las Brontë, Branwell

A mediados del siglo XIX Bradford se había convertido en la capital de la lana: su tradición de centro textil, que se remontaba hasta la Edad Media, y la facilidad para obtener arenisca, hierro, carbón y agua, los cuatro elementos necesarios para que los molinos de hilaturas procesaran la lana, la transformaron en una ciudad dinámica, una de las más modernas de Reino Unido. Allí se daban cita la mano de obra procedente del campo, muchas veces con unas condiciones de vida lamentables, y la burguesía emergente, que comenzaba a enriquecerse con la alpaca

Entre 1838 y 1839 Branwell Brontë se mudó a Bradford para iniciar una carrera como pintor profesional. La ciudad parecía el lugar perfecto para un joven ambicioso, con cierto talento, pero que al mismo tiempo se sentía abrumado ante los retos reales. La historia de Branwell es la de una eterna promesa incumplida. Mientras sus hermanas acudían a un internado para niñas pobres, él se educó en casa, con su padre, quien le dio una esmerada formación clásica. Mostraba rapidez y originalidad, escribía muy bien y quería comerse el mundo: la familia esperaba mucho de él. 

Quienes le conocieron lo definían como un niño grande, un fanfarrón cuyas mentiras y exageraciones se convertían en increíbles a medida de que bebía. Por edad se encontraba entre Charlotte y Emily, y para 1838, a sus 21 años, había vivido ya varios rechazos; las revistas no querían sus colaboraciones, y la Academia de Arte de Londres no le había aceptado. Branwell no soportaba bien ni la crítica ni la espera; cada revés le llevaba a escaparse a mundos imaginarios que, si en el caso de sus hermanas dieron como resultado obras literarias geniales, en el suyo le llevaron a serias adicciones y a una constante inadecuación. 

Aquí, en Bradford, entre los edificios victorianos que se estaban construyendo (el Ayuntamiento, la catedral, el barrio de los alemanes, llamado así por los emigrantes que atraía la ciudad), Branwell intentó hacerse con una clientela deseosa de ser inmmortalizada, nuevos burgueses y familias que comprarían paisajes y óleos. No le fue bien. Le faltaba fuerza y gracia en la pincelada, y no se relacionaba. Regresó a la casa de su padre arruinado y con otro fracaso más a las espaldas, y allí planificaron que sería preceptor: no ya un artista, no un escritor, sino la versión masculina de lo que esperaba a sus hermanas, un intelectual domesticado que educara niños ricos. 

Aún no sabían que los escasos nueve años de vida que le quedaban serían un vertiginoso descenso hacia la muerte, una sucesión de escándalos, de vergüenza y de escenas, hasta el punto de que sus hermanas y su padre debían inmovilizarlo o encerrarlo en casa para evitar que se escapara al pub The Black Bull para otra dosis de morfina o de alcohol. Esa realidad, que por desgracia conocen bien las familias de los adictos de cualquier siglo, condicionó no solo su existencia, sino la de sus tres hermanas, que reflejarían en sus novelas ese dolor y esa desesperación. Branwell murió, y dejó una brecha de aire frío por la que en pocos meses se colarían sus dos hermanas menores: Emily y Anne

Mientras paseo por las calles de Bradford prefiero imaginarlo aún joven y esperanzado, con su levita y su camisa a la moda, los anteojos y el perfil de ardilla tan parecido al de Charlotte, su andar de bajito chulesco, y con las cartas que enviaba a sus amigos de juergas en Haworth contándoles una vida que no tenía pero que le hubiera encantado tener. Bradford ha soportado mal la crisis, y por sus calles pasean muchos chicos ociosos, con aire de no soportar la menor provocación, a la espera del viernes por la noche y de su promesa de diversiones. No sé si han oído hablar de Branwell Brontë. A veces no aprendemos nada de la historia. 

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Para el paseo por Bradford llevé un look total de Mango: falda pareo de lana negra, camisa verde, americana  de cuadros, pendientes de aro dorados, salones de piel de pitón (amortizadísimos a estas alturas). Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez; y el viaje de EPVBrontë de 2019 puede contratarse aquí (la salida es el 3 de octubre de 2019). 

Leyendas en Haworth

La leyenda de las Brontë, la leyenda de las tres muchachas que se criaron en Haworth y publicaron varias novelas inolvidables, ha perdurado doscientos años y continúa con una magnífica salud. La casa de la Rectoría donde las hermanas se criaron conserva muchos objetos que usaron o crearon y sobre todo permite que entendamos mejor en qué entorno, bajo qué cielo urdieron sus historias. Mejor, pero no del todo.

Haworth y los páramos se asocian sobre todo a Emily y a sus Cumbres Borrascosas. En parte por las descripciones (emocionales y del paisaje) de la novela, y en parte porque muchas de las películas y series se han rodado en la comarca, este lugar árido de brezo y maleza azotado por el viento, árboles solitarios y lindes de piedra. El silencio, la breve vida de Emily y la construcción posterior de su personaje han contribuido a la costumbre de leer la novela como un código oculto de su vida y de sus pasiones. 

Uno de los temas de conversación frecuentes en el viaje EPV Brontë que organizo con B the Travel Brand y El País Viajes es precisamente el de Emily y su extraordinaria capacidad para plasmar el carácter humano con sus contradicciones y su oscuridad. Hablamos de cómo su experiencia personal se redujo a unos pocos años y a poca gente: Emily, además de en la Rectoría, vivió en una escuela y como institutriz, estudió (muy poco tiempo) en Bélgica con su hermana Charlotte, y regresó a Haworth para hacerse cargo, como ama de casa, de su padre y del manejo del hogar. 

Mientras tomamos el tren de vapor que nos lleva a Haworth, con su carbonilla y su peculiar traqueteo hablamos de cómo fue Elizabeth Gaskell, amiga y biógrafa de Charlotte, quien influyó de manera decisiva en la percepción que tenemos de Emily como alguien incomprensible, cambiante, casi hostil. Un genio que brotara de la nada, muy acorde con la imagen que Charlotte deseaba dar de cada una de sus hermanas y de sí misma. Tampoco debemos olvidar que la época esperaba virtudes y defectos muy concretos de los escritores y de las mujeres, y no digamos ya de las mujeres escritoras.

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Haworth era un lugar aislado, con una enorme mortandad, sobre todo infantil, en la época en la que Emily vivió. Ellas, separadas del resto de los habitantes no solo de una manera física sino por la rigida estructura social de la época, no vivían, de todas maneras, tan aisladas como podría parecer. Las bibliotecas portátiles, el constante intercambio de cartas, los estudios fuera de casa e incluso fuera de Inglaterra les permitieron un conocimiento de su realidad mucho más extenso que la de la mayoría. Emily, por ejemplo, seguía con enorme interés las noticias sobre la reina Victoria, que había nacido el mismo año que ella. La ambición de Charlotte, el auténtico motor para que las hermanas publicaran, no nació de la nada. Su padre había protagonizado una historia personal de superación, y las chicas eran conscientes de su propia inteligencia y de su valía. 

En los poemas y la novela de Emily hay mucho más que la fantasía de una muchacha solitaria: late el talento de un genio que observaba y procesaba lo que le rodeaba, las lecturas de clásicos y de autores de la época, una creatividad y una voz propia originalísima y una delicada decantación del paisaje. Algunas de esas cualidades se entienden mejor allí, en los caminos que ella recorría, pero incluso bajo esos cielos, entre esas callejas, en mitad de los páramos, podemos constatar que hay algo más; era una narradora extraordinaria, y nada tangible explica su historia interior. 

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Es una tentación escarbar en la biografía de Emily. ¿De verdad nunca vivió un apasionante amor como el que describe Cumbres Borrascosas? ¿Puede ser posible que todo naciera de la fabulación? ¿No hay un atajo que nos permita entender el mecanismo de la creación, no hay nada que podamos imitar, ni una realidad paralela en la que adentrarnos para que el encanto de esa novela continúe? Lo cierto es que no hay ninguna teoría sólida que sustente un secreto en la vida de Emily. El encanto de su literatura y el aura de su vida permanecen; el resto solo pasa a engrosar su leyenda. 

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El abrigo gris de borreguito es de Mango. Las botas de agua me las compré de emergencia en una tienda de York, mientras me caía encima toda la furia del cielo en otoño. El vestido gris con estampado Príncipe de Gales es de Compañía Fantástica. El medallón de plata y azabache tiene muchos años, y lo encontré en Estambul, cuando estaba allí con la gira del Premio Planeta. Las fotos las tomó Nika Jiménez en los alrededores de Haworth