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El viaje de «Memorias de África» (3)

Una de las constantes que he encontrado en este viaje que intenta aproximarse a Karen Blixen ha sido la dificultad para separar lo que narra la película Memorias de África del libro en el que está inspirada (dos libros, en realidad, Out of África y Sombras en la hierba), y el libro de los hechos históricos y documentales probados. De hecho, ese nombre evoca inmediatamente una atmósfera y un estilo mucho más populares de lo que pensaba, y que desde 1985 no han perdidoi vigencia. Si en su momento arrasó en los Oscars, condicionó la moda durante varias temporadas y consagró a los actores, en la actualidad se encuentra sólidamente implantada como un recuerdo colectivo.

Es más, durante el viaje muchas de las alusiones y de las explicaciones que nos ofrecen parten directamente de la ficción cinematográfica, que se da por cierta; olvidamos de esa manera que la propia autora narra en primera persona una visión muy sesgada y particular de los hechos, con el foco tercamente colocado donde desea. Es su privilegio como autora, pero no significa que sea la verdad, ni siquiera que se acerque a ella. Otra capa de distancia y de interpretación subjetiva se debe añadir cuando hablamos de la película, a su vez condicionada por la mirada de un gran director.

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Las vistas de esta jornada se nos harán particularmente familiares por la película de Sydney Pollack, y los amantes del cine la reconocerán: vuelvan a mirar el cartel de la película. O, si lo desean, repasen determinadas escenas. 

La camisa amarilla, las gafas y los pendientes son de Mango. Las sandalias de tiras, de Pikolinos. Las fotografías, de Nika Jiménez.

Nos estamos acercando a la Laguna Naivasha, donde habitan hipopótamos y otras criaturas acuáticas. La alerta por estos animales condiciona nuestros movimientos: cuando cae la tarde no podemos salir del recinto del hotel bajo ninguna condición, y un guarda nos escolta hasta nuestras habitaciones, que se encuentran en cabañas, tanto al anochecer como al amanecer. 

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Como curioso contraste, a unos metros de nuestras ventanas las cebras pastan con la confianza de quien se sabe a salvo.

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Y unos metros más allá se encuentra el Lago Naivasha, de cuyo fondo surgen árboles como en un escenario lunar. Los bultos de los hipopótamos, ya aletargados, oscilan entre nuestras barcas: continúan con su oscilación entre el agua y la superficie. Navegamos entre ellos y por las aguas tranquilas, muy azules, hasta Crescent Island. El paseo nos permite ver águilas pescadoras, pájaros diversos, y, en la distancia, el perfil de algunas jirafas en la orilla. 

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¿Por qué incluyo Crescent Island, tan alejada geográficamente del área donde vivió Karen,  en este viaje? Precisamente como concesión al universo visual que sobre ella creó Pollack: fue aquí donde Robert Redford y Meryl Streep rodaron gran parte de las escenas que han condicionado nuestra visión de Kenia, y, por supuesto, del romance entre Blixen y Finch-Hatton. En este territorio acotado y seguro el equipo no sufriría ningún peligro, ni  se dispararían los seguro de las estrellas. Aquí se rodaron, por ejemplo, las escenas en las que Karen corre al encuentro de la avioneta de su amante.

El islote, una penísula, en realidad, se encuentra libre de carnívoros. En nuestro paseo por tierra firme vemos algún facocero, cebras, impalas y el esbelto perfil de las jirafas: algunos de estos animales fueron traídos a la isla precisamente para el rodaje. Después los dejaron vivir aquí, y la falta de amenazas y el tránsito los humanos los han vuelto apacibles y poco impresionables.  

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Véase, por ejemplo, lo escasamente impresionada que se siente esta preciosa jirafa por mi interés. Estaba a tres metros de mí, me miró, y continuó pastando con olímpico desdén.

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Pero dejémoslos comer tranquilos (en realidad, ellos marcan el punto en el que se sienten incómodos y se alejan, sin aspavientos), y continuemos el paseo por este lugar, uno de los pocos donde podremos caminar, en lugar de trasladarnos en un coche o supervisados. 

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Por cierto, esta tierra ha visto también rodajes diversos; quienes gocen ya de cierta edad recordarán a Elsa, la leona de Nacida libre. Pues bien, su autora, la naturalista Joy Adamson, se construyó una casa precisamente aquí. Aunque esa mujer, su obra y su vida bien merecen más espacio, quizás no sepáis que en 1980 murió por el ataque de un león en Samburu.  

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Unas horas de mala carretera nos separan de la que será el último territorio que veremos en este viaje, Masái Mara. La gran reserva de vida animal de Kenia, la que nos han mostrado infinidad de documentales, salpicada de acacias y con ríos y bebederos que atraen a hervívoros… y a sus depredadores. La caza furtiva sigue siendo una plaga en esta tierra, pese al control generalizado. Aquí viven elefantes, leones, leopardos, búfalos e hipopótamos, es decir, los cinco grandes: comparten el terreno con los Masáis y sus rebaños. En algunos de los tramos, llevamos a bordo del coche a un guarda forestal que indica las rutas en mitad de la nada, y que, sobre todo, vigila que no abramos nuevos senderos sobre la hierba o que nos acerquemos demasiado a los animales, mucho más asalvajados que en Crescent Island, y siempre alerta, porque aquí la amenaza resulta diaria. Algún ñú joven, observa a los humanos con aire desafiante, para correr luego repartiendo cornadas al aire, a algún enemigo invisible. 

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Y en un momento determinado, nos cruzamos con este magnífico animal, recién duchado en barro, que no parece molesto por nuestra presencia. Es más, rodea el coche, saluda  y continúa, a paso lento, su camino hacia la nada. 

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Pero la sorpresa llega cuando nos encontramos con una familia de leones: dos machos jóvenes, dos hembras, posiblemente hermanos. Están atiborrados y perezosos, y nos permiten observarlos a corta distancia todo el tiempo que deseemos. Al cabo de un rato, su desmoronamiento es contagioso. Nada descansa con tanta dedicación como un felino, no importa cual sea tu tamaño.

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Aunque  hay preferencias diversas entre las viajeras, las hienas provocan un rechazo generalizado.   Y verlas tan de cerca no mejora su imagen.EspidoMasaiMara38

La luna, casi llena, comienza a alumbrar en el cielo, entre las extrañas estrellas del hemisferio sur. El sol cae en picado pero, en cambio, la luz se mantiene durante mucho más tiempo en torno a la luna, como una luciérnaga movediza. El viaje inicia su tramo final.

Si queréis realizar este u otro viaje conmigo, la información y la inscripción se encuentra aquí, o en las tiendas B the Travel Brand

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El viaje de «Memorias de África» (2)

Cuando se visita esta zona de África, aparentemente tan alejada de nuestra realidad y de nuestra tradición cultural, sorprende que aparezcan tantos símbolos conocidos, tantas evidencias de que, en realidad, las narraciones e imágenes de Kenia nos resultan mucho más familiares de lo que creíamos antes de iniciar este viaje con B the Travel Brand y El País Viajes

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Los baobabs, por ejemplo, que amenazan con destruir el planeta de El Principito, asoman su cabeza cubierta de nidos en estas latitudes. Los guías nos contaron que se le llama «El árbol al revés», porque sus ramas parecen más bien raíces. 

O las constantes expediciones de animales a las charcas de nuestro campamentos en Tsavo: para una generación que ha crecido con documentales que narraban la vida y muerte de los grandes dueños de la sabana la mezcla de incredulidad y familiaridad con la que los observamos a unos metros de distancia, cebras y facoceros, búfalos y elefantes, alguna jirafa y el más ocasional y esquivo leopardo conlleva un pequeño estremecimiento. 

Las charcas, llenas de vida, reciben varias veces al día las visitas de las distintas clases de animales: los vemos en procesión desde diferentes lugares de pasto, otean en la distancia, se llaman entre ellos. Los elefantes veteranos barritan en advertencia  a los más jóvenes, distraídos, que quieren jugar o bañarse. La luz y el cielo varían de manera dramática a lo largo del día, y basta con una espera no demasiado paciente para entender que hay un orden invisible en todo lo que nos rodea, más urgente y más salvaje que en Europa: aún en un entorno tan controlado y seguro como es este viaje, esa impresión cala poco a poco, y resulta casi adictiva. 

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Denys Finch-Hatton, el gran amor de Karen Blixen, cayó aquí con su avioneta. Hacía tiempo que experimentaba un desengaño cada vez mayor con sus viajes de caza, y en cambio, se estaba interesando por el vuelo como una manera de controlar las manadas, e incluso creía que el futuro tendría más que ver con fotografiar a los animales que con matarlos. Su muerte, en mayo de 1931, nos privó de saber si esa idea se quedaba en uno más de sus proyectos locos o si se abriría paso. 

Sea como sea, leer los textos de los autores de la época que visitaron la zona aquí, frente a esta charca, es una experiencia estéticamente  redonda. Todo cobra mucho más sentido, deja de ser irreal. No se comprende mejor África, pero sí al occidental que escribe sobre ella.

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Y siempre con un ojo atento a los monos, esos ladrones profesionales… 

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Sin embargo, por bien provista que esté nuestra charca, carece de hipopótamos. Si queremos ver a estas enormes bestias de piel delicada, a caballo entre el agua y la tierra firme, debemos acercarnos a Mzima Springs. Aquí conviven monos de culo azul (se puede observar en la fotografía anterior), hipopótamos y cocodrilos, y en un día afortunado pueden observarse dentro del agua desde el mirador de una cabaña. El día que los visitamos se encontraban perezosos;  mucho calor, nada de exhibiciones submarinas. 

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Respecto al resto de los animales, no nos faltarán: elefantes y búfalos, y con eso, completamos tres de los Cinco Grandes, jirafas, con  sus pájaritos a cuestas, picabueyes piquigualdos, que las desparasitan y limpian. Al amanecer salimos para el safari matinal en jeep, con un techo abatible que permite observar con todo detalle lo que nos rodea. No hay carreteras ni casi caminos para el ojo poco entrenado. Los conductores, guías forestales y expertos en animales, saben en todo momento en dónde están. 

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Desde Tsavo, antes de partir para Amboseli, puede observarse una de las vistas más hermosas del Kilimanjaro. Atravesamos las coladas de lava o Tierras del Diablo, producto de una actividad volcánica muy reciente, y en muy poco tiempo el paisaje cambia y se suaviza. 

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Nos han preguntado si querríamos ver un poblado Masái; la respuesta de las viajeras es un entusiasta , porque pese a lo típico de la actividad, no deja de ser una manera de ayudar a las cooperativas de la zona, y de conocer un poco más cómo debió ser en su momento la vida de este pueblo ganadero, nómada y enigmático.  

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Tradicionalmente, la casa Masái se construía con estiércol de vaca, paja y palos, y se protegía con una empalizada de arbustos espinosos. Como la poligamia estaba extendida, cada mujer y sus niños poseían una casa, que se elevaba cuando se casaba, y el marido se turnaba entre ellas, en teoría con una rigurosa alternancia, para dar a todas ellas las mismas oportunidades de concebir, o la misma atención, si eran ya mayores. La oscuridad del interior está pensaba para conseguir un espacio fresco,y los ojos se acostumbran pronto a ella. 

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Además de las danzas de bienvenida y despedida (contagiosas, acrobáticas), nos muestran las técnicas medicinales que empleaban. Al contar con tres doctoras entre las viajeras, todas las partes mostraron mucho interés por esas hierbas y cortezas medicinales, y por si las reconocían. Cómo conseguían encender el fuego con apenas dos troncos, y alguna otra curiosidad más precedieron a la muestra de artesanía; cada mujer mantiene un pequeño puesto con bisutería, llaveros, marcapáginas, esculturas… 

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El regateo, para quien sepa mantenerlo, es costumbre. A mí me supone un enorme esfuerzo, regateo poco, mal, o nada. Compré varias piezas de abalorios, entre ellas un collar con unas preciosas conchas llamadas cauries, o Monetaria Moneta, que, casualidades, están muy de moda esta temporada como bisutería informal. Durante siglos fueron usadas como moneda de cambio. Es extraño encontrarlas aquí, en mitad de este polvo rojo.

Karen Blixen sentía una gran admiración por los Masái, y deja buena prueba de ello en Memorias de África. En realidad, gran parte de los europeos y occidentales vivieron esa fascinación por este pueblo, al que consideraban la aristocracia de la zona, y que, al ser nómadas, convivieron de una manera diferente con los colonos de lo que lo hicieron los agricultores. En la actualidad, si bien los rebaños continúan formando parte de su estilo de vida, el nomadismo ha dejado paso a otro tipo de asentamientos, y las motos son una de las anacrónicas ayudas a su pastoreo. Muchos viven en casas de chapa o cemento, y combinan el pastoreo con otro tipo de trabajos, como el turismo. 

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Amboseli: llanuras casi azuladas en la lejanía, el Kilimanjaro como una presencia constante, y bajo él, enormes mandas de elefantes.  Se ven con tanta claridad, y a tan poca distancia que al poco tiempo parecen presencias tan naturales como las nubes. 

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El Kilimanjaro se encuentra dentro de las fronteras de Tanzania, pero la mirada es libre, y tropieza con él a cada paso. Una montaña que ha obsesionado a soñadores y a extraños, entre ellos Hemingway, que, cuando aún le agradaba cazar, se aventuró por aquí con la guía de… el mundo es extraño… el marido de Karen Blixen, Bror Blixen. Casi tan encantador como Denys Finch-Hatton, y con una enorme experiencia como guía de safaris, llegó a asociarse con el amante de su exmujer para, entre otros, atender al Príncipe de Gales cuando visitó Kenia. Para enredar aún más la cosa, el Príncipe inició un romance con Beryl Markham, a su vez, amante de Denys Finch-Hatton y amiga de Karen. 

Pero volvamos a Hemingway: si no lo han hecho aún, lean (o vean, en su versión de 1952  con Gregory Peck, dirigida por Henry King) este relato. Las nieves del Kilimanjaro. Hemingway lo escribió en 1936, y es una angustiosa mirada, casi premonitoria, a lo que el alcohol, la decadencia y la obsesión pueden causarle a una persona, en este caso, un escritor. Hemingway le dedicó a  Bror Blixen  una semblanza en La breve vida feliz de Francis Macomber. Esa breve amistad fue la que, según él, le hizo ser amable años más tarde con la propia Karen, cuando en 1954 compitieron por el Nobel, y exagerar su admiración por el talento de la danesa. Hemingway era mezquino incluso en su generosidad.

No obstante su brillantez y su inteligencia, ninguno de estos caballeros tuvo un final feliz: Finch-Hatton murió prematuramente, ya lo sabemos, en su avioneta. Hemingway se suicidó con una escopeta de caza en 1961. Bror, también un escritor con talento, que dejó una interesante correspondencia y una autobiografía muy notable, murió en circunstancias poco claras en 1946, desesperado y alcoholizado y sin haberse recuperado de  la muerte de su tercera esposa, Eva Dickson, una pionera de la aviación (y ya llevamos varias en esta historia). Y ya que de antiguas esposas estamos hablando, no se pierdan la obra de Martha Gellhorn, mujer por unos años de Hemingway, reportera de guerra, escritora y otro delicioso personaje. 

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En la siguiente entrega, cambiamos la montaña por el agua, y los elefantes por las criaturas acuáticas. Pero mientras tanto… el vestido camisero marrón que llevo en el safari es de Mango,  como el sombrero de tira y el top blanco. Las sandalias son de Pikolinos, y  el crop top de lunares de Compañía Fantástica. El vestido largo de gasa, de estampado de leopardo, es un vintage de mi propiedad. Nika Jiménez, como suele ser habitual, sacó las fotografías a lo largo del recorrido.

El viaje de «Memorias de África» (1)

Los viajes que organizo con El País Viajes y B the Travel Brand parten siempre de una experiencia literaria: y el que me llevó a Kenia este mes de Abril seguía los pasos de la autora Karen Blixen, que publicó bajo el seudónimo de Isak Dinesen un puñado de obras, entre las cuales están Memorias de África, el canto de amor a los años que vivió en una granja de café al pie de las colinas Ngong. 

Algunos viajeros sienten cierta prevención al oír que el destino se encuentra en África: en realidad, este viaje no requiere vacunas obligatorias, aunque algunos optaron por vacunarse contra la fiebre amarilla y tomar Malarone contra la malaria, y resulta extraordinariamente segura. Una de mis viajeras habituales se atrevió, a sus 72 años y con algunos problemas de movilidad, a acompañarme, y puedo asegurar que no solo no encontró dificultades sino que disfrutó como una niña sobre todo con los elefantes y con el viaje en sí mismo. Es más, se ganó por parte del guía y los conductores el apodo de «Mamá Safari». 

El viaje comenzaba en Nairobi, con la visita al Museo de Karen Blixen. Esta casa era el corazón del cafetal que su marido, Bror Blixen, compró cuando se casaron… con el dinero de su nueva esposa. Karen vivió en ella desde 1914 hasta 1931, pese a la enfermedad, el divorcio y las malas cosechas; entonces la ruina económica y las circunstancias personales la obligaron a venderla y a regresar a Dinamarca, su país de origen. La granja fue el escenario de la película de Sydney Pollack en 1985, que convirtió la vida y los años africanos de Karen en una de las historias de amor más bellas del cine. EspidoKenia1

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El interior de la casa, patrimonio nacional, no puede ser fotografiado. Conserva algunos de los muebles de la autora, su ropa y libros, la vajilla y cristalería que fue su orgullo. Aunque me gustaría que la labor como museo fuera más completa, y la información suministrada más elaborada, nadie puede negar la emoción que produce encontrarse aquí mismo: como si regresáramos a una casa familiar, muchas veces vista, abierta a todos, como ella deseaba. El reloj de cuco, o la máquina de escribir, o los libros de la autora pueden verse en esta casa que conserva el aire colonial de la época, y toda la magia del momento. 

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Los jardines cubiertos de buganvilla, la propia estructura de la casa no ha variado en cien años. En la parte posterior pueden verse las ruedas de molino que, tras un incidente desgraciado, Karen instaló como mesas en la casa. Aquí fumaba con Denys Finch-Hatton, su gran amor, al atardecer, y desde aquí se observan las colinas azuladas por la distancia. 

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La granja no se encontraba en la latitud óptima,y fue siempre escasamente rentable. Kenia, un sueño para muchos europeos, algunos de ellos ovejas negras de familias aristocráticas que habían perdido su lugar en en el mundo, ofrecía promesas que no siempre pudo cumplir. El café, el té, el lino, oscilaban de precio en los mercados internacionales, y el crack del 29 destruyó gran parte de los proyectos iniciados años antes. La maquinaria de Karen oscilaba entre ingenios modernos y la fuerza bruta de bueyes y operarios. En una ocasión, se incendió; pese a todo, su evocación de esos años destila nostalgia y felicidad.  

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Karen se esforzó por mantener parte de la sofisticación de las grandes casas europeas en su propio hogar. En muchos sentidos, se convirtió en una incongruencia (había quien se burlaba de sus aires aristocráticos) pero también en un refugio para los expatriados que buscaban en su casa un eco de lo que habían dejado atrás. El Príncipe de Gales fue uno de sus huéspedes durante una cacería organizada por Finch-Hatton.

En «Memorias de África» dedica una enorme compasión a los bueyes de tiro, un precioso episodio a Lulú, su gacela, y unas palabras hermosas a la gracilidad y la elegancia de las jirafas. Y, al verlas en su entorno, solo podemos admirar la precisión con las que las describe. Aunque las veremos más adelante, cerca, lejos, entre la maleza, en ningún otro lugar más cerca que en este Centro de Conservación, donde podemos alimentar a las Jirafas de Rothschild, glotonas, sociables y exquisitas en comportamiento. Estas jirafas estaban en relativo peligro de extinción hace algunos años, y los esfuerzos por protegerlas han dado sus frutos. Comen pienso de la mano de los visitantes, como si fueran gatitos de cuellos kilométricos, y cada una de ellas tiene un nombre y una historia. 

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Ella era Daisy. Un encanto… aunque solo con adultos. No le gustaban demasiado los niños. 

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El nombre de Karen Blixen ha superado con creces la fama de Denys Finch-Hatton, pero en su momento, cuando este monolito fue erigido en su honor, no era asi. Denys, hijo menor de una familia aristocrática inglesa, gozó de gran popularidad en la colonia durante su vida que, por desgracia, no fue demasiado larga. Denys (y su grupo de amigos) ha supuesto, para mí, el gran descubrimiento de este viaje. Cazador, fotógrafo, emprendedor y hombre de mundo, mantuvo durante años una relación contradictoria, oscilante y difícil con una Karen que ansiaba una estabilidad y un compromiso de los que él siempre huyó. Cuando su avión se estrelló, en 1931, su romance estaba prácticamente acabado: el cuerpo de Denys fue enterrado en esta pequeña colina, donde en ocasiones Karen y él habían disfrutado de las vistas. Su familia, que sigue visitando de vez en cuando la tumba, erigió este monolito. En su obra, Karen elaboró un amor y creó un personaje enteramente suyos, no siempre en correspondencia con la realidad, pero que ha hecho soñar a varias generaciones. 

Volveremos a Denys en otro momento… la tumba se encuentra en una propiedad particular, y todo el entorno ha cambiado muchísimo, pero siempre hay plantas y flores a su alrededor. 

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El vuelo en avioneta gozaba durante los años de juventud de Karen y Denys de un esplendor sin precedentes. No solo era el deporte de moda, sino que se descubrían nuevas aplicaciones: records mundiales, usos bélicos, de exploración, o de cartografía… Denys volaba con cierta frecuencia, se relacionaba (también íntimamente) con otra pionera del vuelo de la colonia, Beryl Markham, y antes de encontrar su fin en aquel desgraciado accidente, llevó a bordo a una fascinada Karen. 

El vuelo que nosotros llevamos a cabo no coincide exactamente con el que Karen Blixen describe en su libro: en realidad, vamos hacia la zona de Tsavo, y atisbamos el Kilimanjaro, que aunque se encuentra en Tanzania ofrece increíbles vistas desde Kenia. También la seguridad es mucho mayor en estos días; pero con todo, es fácil identificarse con qué debieron sentir esos primeros aviadores, con la tierra roja y verde a sus pies, el cielo y el sol muy cerca. Las avionetas maniobran con mayor agilidad que naves más pesadas, todo resulta más cercano e intenso y, sobre todo, más real. En Tsavo comienza una segunda etapa del viaje, la que nos acercará a los safaris, los animales en libertad y su búsqueda.

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Y al llegar, otro paisaje, otro clima, incluso. La sensación que los propios viajeros y cazadores debían experimentar al aterrizar en mitad de la nada, con mil ojos al acecho: el inicio del safari.

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Las fotos de este viaje han sido tomadas por Nika Jiménez. El vestido blanco de lunares de algunas de las fotos es de Wild Pony, perfecto con su corte lencero para este clima y puede encontrarse aquí. las sandalias son de Pikolinos. Y muy pronto continuaré contando cómo fue este viaje… 

Mes de causas

Acaba marzo, un mes rico en celebraciones que reivindican el papel y las dificultades de la mujer, que ha visto libros y documentales, artículos, polémicas. El feminismo ha pasado a figurar en la agenda política, y el anti-feminismo, en los programas de otros políticos. La negación de lo evidente, la generalización de las experiencias particulares y las extrapolaciones de situaciones continúan tiñendo las mejillas de vergüenza ajena. 

Pero día a día de este mes ha aparecido también un motivo de esperanza: en los institutos que he recorrido en un intento de acercar la lectura a los adolescentes, he visto murales, trabajos en grupo y obras de teatro teñidos de morado. Quizás demasiado morado y demasiados nombres repetidos, pero, al fin y al cabo, bien está que se repitan las consignas hasta que no sea necesario repetirlas más. También he visto como algunos muchachitos torcían el gesto, aburridos de todo lo que les suene a femenino. Ya aprenderán, espero. O quizás no. Sería ideal poder contar con todos ellos, pero parece que, pese a todo lo avanzado, no será así. 

Acaba marzo y aguarda otra causa, quizás la del libro, porque el 23 de abril así lo pide, y porque parece que nuestra capacidad de saturación no soporta una idea más de un mes. Yo seguiré hablando de mujeres y de lo que somos y de lo que no hemos llegado a ser aún. De libros, también, por supuesto, de libros que narren lo esencial. De ejemplos, porque seguimos necesitando referentes distintos e ilustrativos, de diferentes edades, oficios, razas y actitudes. De todo lo que necesité cuando era una adolescente y creía que la igualdad era cuestión de un mes, de años, quizás, no de toda una vida.

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La camisa de gasa y volantes es de Venca, Vaqueros de Mango, salones de Unisa y bolso trapecio de Bimba y Lola, regalo del Colegio Buen Pastor de Sevilla, cuando lo visité la última vez. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Palacio de Cibeles de Madrid.

Ha vuelto

Ha vuelto el buen tiempo, y la campaña electoral, ha vuelto el mismo viejo debate sobre la memoria histórica y la tumba de Franco, ha vuelto la utilización de las palabras de los poetas y las figuras de los artistas, ha vuelto todo, exactamente igual que la primera vez que yo acudí a votar, y todo parecía nuevo, aunque otros ya me decían «El tiempo no avanza, todo vuelve». 

Ha vuelto la desconfianza por la ciencia y la nostalgia por un campo idealizado, como los romanos imaginaban, sin quemaduras de sol ni callos en las manos. Ha regresado el deseo de comer algo estrictamente natural y sus riesgos, y el afán por proteger a la tierra de los peligros del hombre, su voracidad, sus plásticos, su avance. Ha vuelto el miedo que sentían los luditas porque las máquinas les arrebataran aquellos trabajos, casi todos miserables.   

Ha vuelto una lucha que creíamos ya casi, casi, innecesaria, pero que ha sacado a miles de mujeres a la calle porque, en realidad, casi nada ha cambiado. Como en la Biblia, otras mujeres dan a luz a los hijos de otras. Ha vuelto la sensación de seguridad tras la crisis, quebradiza como una capa de hielo en estas fechas, y con ella, poco a poco, la certeza de que somos invulnerables y de que eso no volverá a ocurrir. 

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Ha vuelto la educación en casa y la negativa a las vacunas, los rumores dados por cierto y la propaganda en todos los campos. Ha vuelto también el amor por las historias contadas en imágenes, aunque ahora tengan lugar en una pantalla diferente, ha regresado la preocupación porque la cultura clásica se extinga y la misma indiferencia general porque eso ocurra. 

Ha vuelto lo serio y lo divertido, lo banal y lo profundamente alarmante, porque así, al parecer, es como avanzamos; en bucles pequeños o más amplios, con la certeza de ser los primeros en todo y la decepción al comprobar que no hemos descubierto nada. Pero también  el consuelo de que las soluciones se encuentran ahí, que han funcionado y han sido repetidas en muchas ocasiones, y que quizás esta vez también nos sacarán de los apuros. 

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Ha vuelto la camisa blanca de toda la vida, y el vaquero ligeramente acampanado de los 70, los dos de Mango. Ha regresado la chaqueta de cuadros, oversize, de botonadura cruzada y con los hombros bien marcados, que arrasó en los 80 y que ahora reinterpreta La Fée Maraboutée, Y para compensar, los ligerísimos pendientes Hex de Miss Coconut se han realizado con material y técnicas absolutamente contemporáneas. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez cerca de Núnez de Balboa, Madrid. 

Despierta

Para ser la estación predilecta de los poetas, para haber sido cantada, ansiada y representada por artistas durante siglos, resulta curioso constatar que no existe acuerdo sobre qué diosa representa la primavera. Casi todas las mitologías le asignan una mujer, muchas veces joven y hermosa, encargada de devolver la vida a la tierra, pero sus atribuciones varían. 

El mito más conocido es el de Deméter y Perséfone, madre e hija. Démeter, la diosa de la agricultura y la que trae las estaciones, va por libre en la mitología griega, quizás por suponer un eco de una diosa anterior y más abstracta que sus hermanos del Olimpo, o por confundirse con una madre primigenia, como su madre, Rea, y su abuela, Gea. El caso es que su hija, Perséfone, fue raptada por el dios de los Infiernos, Hades. El rapto de doncellas no nos suena a nuevo en la mitología, pero no con la hija de una diosa. Para empeorar el tema, Hades era hermano de Deméter. La madre, desesperada, buscó a su hija por toda la tierra, y descuidó sus labores con la naturaleza. Todo marchitó y murió, mientras Hades se negaba a devolver a la jovencita. Cruce de acusaciones, malas palabras, la crisis entre dioses se agravaba a cada día. Finalmente, se llegó a un pacto; Perséfone pasaría la mitad del año bajo tierra, con su esposo, y la otra mitad en la superficie, junto a su madre. 

De manera que Perséfono, sin ser exactamente la diosa de la primavera, la trae con ella cada vez que abandona su reino. En realidad, como huella de su estancia en los infiernos, se convierte en una diosa bastante oscura y misteriosa, que preside, mano a mano con su madre, los ritos eleusinos. Sus nombres equivalentes en la mitología romana son Ceres y Proserpina

Quizás entonces sea más adecuada como diosa primaveral… 

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Cloris, la diosa de los jardines y de las flores. Y, por asociación, se le ha asignado también la primavera. Casada con el viento más amable, el Céfiro, Cloris nunca envejecía: En Roma, aunque perdió gran parte de su importancia, se le llamaba Flora, y se le dedicaban las fiestas Floriales, a finales de abril, que tenían fama de ser bastante divertidas y muy excesivas. 

Pero cuidado, porque en mayo… 

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… los honores se rendían a la diosa Maya, las mayor de las siete estrellas Pléyades. Maya, que tuvo sus más y sus menos con Zeus (tampoco es algo que nos extrañe) fue la madre de Hermes, y tanto en Grecia como en Roma, (Maia), las festividades del mes de mayo y de la primavera se le dedicaban a esta diosa muy bella y muy tímida. Pero, cuidado… 

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…porque gran parte de las celebraciones primaverales se llevaban a cabo bajo los árboles florecidos, prunos, almendros, manzanos o cerezos, y eso era jurisdicción de Carpo, la diosa de los frutos (hermana de Cloris), que sería llamada Pomona en roma. Aunque sus celebraciones se reservaban para el otoño, era la responsable de que las flores de los árboles dieran jugosos frutos meses más tarde. Pomona era una loca de la botánica que no mostraba demasiado interés en nada, salvo en su trabajo, y que desesperaba a los dioses masculinos, que la cortejaban sin gran éxito. Un poco más al norte… 

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EspidoWildPony4Ostara, o Eostre, regía sobre la primavera entre los germánicos. Pero también se encargaba de la aurora, y del advenimiento de la luz (de su nombre se deriva Easter, periodo de Pascua en inglés). La misión de todas esas diosas, en realidad, es la de ser las que traen algo nuevo, las que despiertan, las que obligan a la tierra, quiera o no, a crecer y a transformarse, a menudo a través de un sacrificio. Otro día hablaremos de Balder, el dios nórdico del Sol del Verano, que debe morir para que el ciclo de la luz y la vida continúe. Y si queréis saber más… 

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… el 26 de mayo organizo un Madrid Mitólogico con B the Travel Brand y Viajes El  País. Un recorrido por Madrid, para descubrir sus secretos con Dioses y mitos en fachadas, estatuas y jardines. Tienes toda la información aquí

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Pese a lo que yo misma creía al llegar a Madrid hace años, en la ciudad es posible encontrar un espacio verde y vivo. Si me sorprendió por la aridez y la invisibilidad de su primavera, comparada con la del norte de donde yo procedía, ahora me es fácil apreciar sus jardines. Estas fotos fueron tomadas en El Retiro por Nika Jiménez a principios de marzo. El mono de satén, con estampado de peonías es de Wild Pony. Se conoce como una de las marcas preferidas para eventos e invitadas, pero casi todas sus prendas permiten una versatilidad que las hace perfectas para el día. 

Para rebajar el impacto de las flores, tan protagonistas en el look, lo combiné con un abrigo liso, de un fucsia intenso, perfecto para entretiempo; cuando lo vi en Mango me encapriché de él. Hay varios abrigos fucsias esta temporada, pero el que yo llevo, el de color más saturado, es éste. Para romper con el toque más romántico, unas botas de estampado de pitón, también de Mango, mucho más cómodas que los salones para un paseo largo en los jardines. 

Los pendientes de nácar y plata fueron un regalo del I.E.S. Beatriz de Suabia de Sevilla, que son siempre amabilísimos conmigo. 

Sin prisa

Quería hoy hablaros de los temas en los que pienso durante los últimas semanas: el ritmo y la prisa, sobre todo. Paradójicamente, estos días es la prisa la que me puede, y me limitaré a algunos apuntes: cómo un paso de cebra es la metáfora diaria y cotidiana de que debemos mirar antes de cualquier decisión sea tomada. Cómo los muros de ladrillo solo nos protegen hasta que nos atrapan, y es entonces cuando conviene atravesarlos, derruirlos o derribarlos. 

Quería hoy hablar de cómo para engañar al invierno basta vestirse un poco de verano, y cómo el amarillo, con su cuchillo de claridad, lo ilumina todo. De esa frase tan veraz de Leonard Cohen que indica: Hay una grieta en todo: así es como entra la luz

Quería hablar de la belleza de la geometría (las rayas, los cuadros, las líneas apiladas, los triángulos) y de cómo calma ese orden en un mundo caótico. Quería tratar muchas cosas, hoy, pero será otro día; un libro espera, con su exigente aliento sobre la nuca. Otro día vendrá, otros momentos para hablar y leer. Sin prisa. 

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Las prendas de ropa que llevo hoy son de Mango, tanto la falda azul de estampado sedoso, como el top negro de terciopelo y encaje y la americana. Los pendientes y el colgante geométrico de plata y cristal son de la talentosa joyera Vickowski, Los salones con estampado de limones son de Paco Gil. El bolso es vintage, Las fotos las tomó Nika Jiménez en Madrid.

De dónde vengo, a dónde voy.

Todos los artistas que alguna vez me han interesado han invertido gran parte de su tiempo en plantearse no solo quiénes son, sino cómo experimentan  cambios a lo largo del tiempo. Quizás por eso siempre me he sentido más cercana a los individuos que a los grupos o a los colectivos, donde me parece imposible encontrar un consenso identitario. Soy una escritora sin generación, una vasca sin cuadrilla. 

Así, he sentido debilidad por quienes debían estudiarse por etapas más que por características, por quienes cubrían áreas amplias en perjuicio de especializarse. Desde un Shakespeare capaz de saltar de la comedia a la tragedia, a un Lope de Vega en plena manía, un Picasso cuya evolución resulta mareante o una Margaret Atwood poeta, novelista y visionaria, o una Ana María Matute que irrumpió con Olvidado Rey Gudú cuando se había decidido que era inequívocamente realista. Un Bowie o un Bunbury, un Leonard Cohen o un Franco Battiatto o, aunque no me apasione tanto, Lady Gaga. Tilda Swinton o Helena Bonhan-Carter. 

Hay mucho valor en el atrevimiento de iniciar algo que se desvíe de lo ya esperado, un desprecio por el sonrojo que producen las antiguas fotografías, o los trabajos de los que nos desprendemos como de camisas de serpientes. La insatisfacción es un reconocimiento explícito al constante cambio en el que nos encontramos, un pulso  a la vejez y la estabilidad. Si, como Punset repetía hasta la extenuación, lo único seguro en la vida humana es el cambio y a la vez, es lo que más temor le inspira, las preguntas que aseguran un avance artístico son las esenciales. 

Pero el cambio se resiste a las etiquetas, y el éxito se basa hoy en día en resúmenes previsibles, en saber de antemano qué se consume, en leer aquello que nos da la razón y en una evasión inmediata. Eso ocurre en lo más sencillo y básico, en el consumo inmediato, pero se extiende también a lo que debería proteger el pensamiento: la política, la literatura, el periodismo. No hay espacios grises, no hay matices. Blanco, negro, la nada. Una línea recta de pensamiento que se pierde en el infinito, sin cambios ni alteraciones. 

Cada cierto tiempo noto que la piel se me ha quedado pequeña. Es una sensación desagradable al principio, y muy inquietante después. Lo que antes me satisfacía ya no basta, yo misma no me reconozco en lo que antes me producía alegría. Salgo a caminar y descubro detalles nuevos en las calles que conozco, como si hubiera atravesado un nivel superior del juego. Deja de interesarme lo que antes me parecía importante, y aunque tengo confianza en que vendrá algo nuevo no sé qué llegará, ni cuándo. 

En esos momentos leo a quienes sé que experimentaron procesos parecidos, escucho su música, intento encontrar espejos en la nada. Nos sobran los genios para darnos ejemplo; Orson Welles y Scorsese, Von Tries o Francis Picabia. Ferrán Adriá.  Intento tener paciencia, aprendo, una vez más, una lección de humildad ante todo lo que no sé y todo aquello que nunca sabré. Confío en que pasará, como otras veces, y que mi intuición tiene algo que decir, aunque sean balbuceos. El hielo frágil da miedo. Cuando estoy a punto de dar un salto nuevo y arriesgado sé que hay vuelta atrás, claro, siempre, la hay; pero poco aprenderé de ese retroceso. Imagino que entenderéis mejor por qué hablo de esto cuando aparezca mi próximo libro en unos meses: pero quizás sirva de algo a alquien leerlo ahora. 

Al menos, a mí me sirve escribirlo. 

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Ya me habéis visto el bolso de bambú de Salvador Bachiller, pero continuará siendo un básico durante los siguientes meses. No lo veo en la web, pero sin duda lo repondrán de cara al buen tiempo. La falda negra es de Mango, como la chaqueta. A mi entender, las chaquetas blancas con absolutamente traicioneras, porque crean un efecto óptico de ensanchar y acortar, a diferencia de los abrigos, que al menos, no achatan la figura. Pero son preciosas, y la tendencia oversize actual da mucho juego. Hay que tomarse, eso sí, un poco de tiempo para comprobar cuál es la más favorecedora. 

Rompo esa monotonía bicolor con una blusa estampada, color caldera, de Anonyme Designers. He descubierto hace poco esta marca, y me encanta la calidad de los tejijdos, y el patronaje, muy preciso. La blusa es de las llamadas bow neck, las de lazo de toda la vida. No permite mucha alegría en collares, pero casa muy bien con los pendientes de Uno de 50 en forma de pluma de la colección Phases of Love. Los zapatos son el modelo Nieves de Tine-Tess, una firma española que sigue mantiendo gran parte del proceso artesanal (y se nota). La gargantilla de plata la compré en Noruega hace casi 20 años, pero llevo aún una prenda más antigua: un cinturón de ante con dibujos tribales que se remonta a 1989, cuando estaba en el instituto…  Viejo, nuevo. lo que descubro, lo que fui. Las fotos las sacó Nika Jiménez en la calle Serrano de Madrid

Bradford y Branwell

En el último viaje EPV Brontë que organicé con El País Viajes y con B the Travel Brand pasamos por Bradford, una ciudad que suele pasar inadvertida entre las bellezas de la zona de York. Para mí se encuentra inexorablemente unida al hermano varón de las Brontë, Branwell

A mediados del siglo XIX Bradford se había convertido en la capital de la lana: su tradición de centro textil, que se remontaba hasta la Edad Media, y la facilidad para obtener arenisca, hierro, carbón y agua, los cuatro elementos necesarios para que los molinos de hilaturas procesaran la lana, la transformaron en una ciudad dinámica, una de las más modernas de Reino Unido. Allí se daban cita la mano de obra procedente del campo, muchas veces con unas condiciones de vida lamentables, y la burguesía emergente, que comenzaba a enriquecerse con la alpaca

Entre 1838 y 1839 Branwell Brontë se mudó a Bradford para iniciar una carrera como pintor profesional. La ciudad parecía el lugar perfecto para un joven ambicioso, con cierto talento, pero que al mismo tiempo se sentía abrumado ante los retos reales. La historia de Branwell es la de una eterna promesa incumplida. Mientras sus hermanas acudían a un internado para niñas pobres, él se educó en casa, con su padre, quien le dio una esmerada formación clásica. Mostraba rapidez y originalidad, escribía muy bien y quería comerse el mundo: la familia esperaba mucho de él. 

Quienes le conocieron lo definían como un niño grande, un fanfarrón cuyas mentiras y exageraciones se convertían en increíbles a medida de que bebía. Por edad se encontraba entre Charlotte y Emily, y para 1838, a sus 21 años, había vivido ya varios rechazos; las revistas no querían sus colaboraciones, y la Academia de Arte de Londres no le había aceptado. Branwell no soportaba bien ni la crítica ni la espera; cada revés le llevaba a escaparse a mundos imaginarios que, si en el caso de sus hermanas dieron como resultado obras literarias geniales, en el suyo le llevaron a serias adicciones y a una constante inadecuación. 

Aquí, en Bradford, entre los edificios victorianos que se estaban construyendo (el Ayuntamiento, la catedral, el barrio de los alemanes, llamado así por los emigrantes que atraía la ciudad), Branwell intentó hacerse con una clientela deseosa de ser inmmortalizada, nuevos burgueses y familias que comprarían paisajes y óleos. No le fue bien. Le faltaba fuerza y gracia en la pincelada, y no se relacionaba. Regresó a la casa de su padre arruinado y con otro fracaso más a las espaldas, y allí planificaron que sería preceptor: no ya un artista, no un escritor, sino la versión masculina de lo que esperaba a sus hermanas, un intelectual domesticado que educara niños ricos. 

Aún no sabían que los escasos nueve años de vida que le quedaban serían un vertiginoso descenso hacia la muerte, una sucesión de escándalos, de vergüenza y de escenas, hasta el punto de que sus hermanas y su padre debían inmovilizarlo o encerrarlo en casa para evitar que se escapara al pub The Black Bull para otra dosis de morfina o de alcohol. Esa realidad, que por desgracia conocen bien las familias de los adictos de cualquier siglo, condicionó no solo su existencia, sino la de sus tres hermanas, que reflejarían en sus novelas ese dolor y esa desesperación. Branwell murió, y dejó una brecha de aire frío por la que en pocos meses se colarían sus dos hermanas menores: Emily y Anne

Mientras paseo por las calles de Bradford prefiero imaginarlo aún joven y esperanzado, con su levita y su camisa a la moda, los anteojos y el perfil de ardilla tan parecido al de Charlotte, su andar de bajito chulesco, y con las cartas que enviaba a sus amigos de juergas en Haworth contándoles una vida que no tenía pero que le hubiera encantado tener. Bradford ha soportado mal la crisis, y por sus calles pasean muchos chicos ociosos, con aire de no soportar la menor provocación, a la espera del viernes por la noche y de su promesa de diversiones. No sé si han oído hablar de Branwell Brontë. A veces no aprendemos nada de la historia. 

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Para el paseo por Bradford llevé un look total de Mango: falda pareo de lana negra, camisa verde, americana  de cuadros, pendientes de aro dorados, salones de piel de pitón (amortizadísimos a estas alturas). Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez; y el viaje de EPVBrontë de 2019 puede contratarse aquí (la salida es el 3 de octubre de 2019). 

Llevar los pantalones

Se olvida con lamentable frecuencia lo que debemos a quienes nos precedieron. Asumimos con vergonzosa naturalidad que nuestras circunstancias han sido siempre las existentes, y eso nos lleva a repetir errores y a negar el trabajo que otros realizaron para que disfrutemos de derechos, de privilegios o de libertades. 

En el caso de las mujeres, la tentación de afirmar que todo está ya logrado es peligrosísima. Esa misma frase fue algo que escuché ya de jovencita: las mujeres habíamos alcanzado la igualdad real, ¿qué más queríamos? Podría hablar de violencia de género, de discriminación laboral o del peso invisible de responsabilidad, de cuidado y de organización que las mujeres arrastramos; pero quizás no sea este el espacio para ello; tomemos un ejemplo mucho menos comprometido, pero igualmente representivo.

Hace solo unas décadas me estaría prohibido lucir en público la ropa que llevo en las fotografías que acompañan este texto; en algunos países, y para algunas religiones aún lo está. Una mujer en pantalones, y no digamos ya con un traje equiparable al masculino resultaba un desafío al orden y a la decencia fuertemente penado. No importa que no se viera un centímetro de piel: la moralidad no solo pena la impudicia, sino también el reto al poder. 

De hecho, el control social resultaba tan férreo que una simple frase como demostrar quién llevaba los pantalones en una casa recordaba que había determinados roles que no podían subvertirse. La excusa habitual para mantener el status quo era reconocer que quien realmente mandaba en casa era la mujer, la madre o la abuela: por supuesto, siempre ha habido excepciones a la regla, y familias en las que la capacidad de liderazgo, de decisión o incluso el dinero pertenecían a una de las mujeres. Pero lo cierto es que en el plano social todo ello le estaba vetado. 

Cuando Concepción Arenal se vistió de hombre para acudir a las clases de Derecho en 1842, el escándalo fue mayúsculo. Se le permitió, tras un exámen, ser alumna, siempre que acudiera custodiada, se sentara aparte, y, por supuesto, vistiera como correspondía. Las mineras de Wigan, una localidad minera de Manchester, escandalizaron a la sociedad victoriana no por bajar a las minas de carbón, sino por hacerlo con pantalones. Los bombachos, un invento feminista, recibieron la crítica más efectiva que una sociedad puede ejercer, la de la ridiculización.  

Mi generación recuerda las historias de sus madres, tías o abuelas cuando decidieron llevar pantalones (no digamos ya si eran vaqueros), pintarse las uñas o lucir falda corta. Una cosa era que divas como Marlene Dietrich o Katherine Hepburn los llevaran, firmados por Chanel, en la pantalla, y otra muy diferente que en una ciudad provinciana o en un pueblo del interior una joven local llamara la atención de esa manera. Yves Saint Laurent podía dictaminar lo que deseara respecto al esmoquin femenino, o Courrèges marcar una línea nueva que coincidiría con una sociedad en cambio: ni todas las sociedades cambian al mismo ritmo ni todas las mujeres pueden o quieren pagar el precio que supone la modernidad. 

Nos repiten por múltiples frentes ahora que está todo conseguido. Yo misma lo creía de veinteañera, antes de comprender del todo las oscilaciones históricas, antes de ver las fotografías de las  mujeres en los países árabes en los años sesenta o setenta, antes ser consciente de que hubo mundo antes de mí y lo habrá cuando yo desaparezca y que nada es permanente, antes de comprender que lo normal no había sido nunca que las mujeres fuéramos mayoría en los estudios universitarios, o de comprobar que continuábamos con el acceso vetado a los puestos de poder. Antes de sufrir miradas condescendientes, críticas misóginas o, directamente, la invisilibilidad. 

No hay nada que no sea importante. No hay gesto inocente. Y nada puede darse por logrado. Eso conviene también que no lo olvidemos.

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El traje de terciopelo se compone de una chaqueta esmoquin y unos pantalones palazzo  de Mango. Llevo también una blusa blanca de crêpe con lazado al cuello y un bolso de mano de Gucci. La pulsera de plata se llama Cita, y es de Uno de 50. Botines de terciopelo también de Mango. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el exterior de la Biblioteca Nacional, donde Teresa de Jesús es la única escritora representada en la fachada. El resto de las mujeres representadas son figuras alegóricas.