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Hacer, no hacer.

Durante los últimos meses he trabajado de nuevo las historias del siglo XIX y comienzos del XX; un periodo dorado para la novela en Europa, con personalidades y estilos poderosos y en una sociedad demasiado compleja como para definirla en un par de páginas. 

Las más antiguas de esas novelas hablan, sobre todo, de la acción como una manera de solventar los problemas: historias de héroes en todas sus variantes, figuras históricas, héroes contemporáneos, heroínas que buscan su espacio y su voz, niños que son empujados al mundo de los adultos mucho antes de lo que deberían… hacer, iniciar, construir, los valores preciados en una época de revoluciones y de afirmación de la identidad, primero, y de conquistas y de avances tecnológicos después. 

Sin embargo, según avanza el siglo el héroe cambia: el novelista vacila. La inacción, la duda, hasta entonces reservada a los personajes secundarios, los malvados, o las mujeres se apropia del personaje principal. La parálisis de Ana Ozores o de Emma Bovary salta a Raskolnikov. Mucho más reales, menos estruendosos, los personajes parecen padecer una epidemia hamletiana. Dudan, cuestionan su espacio y su papel, sus razones. 

Frente a la seguridad del hacer se impone la sabiduría del no hacer. 

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Ha transcurrido más de un siglo y la no acción ha vertebrado desde la lucha política a la terapia psicológica. La novela contemporánea copia de manera casi literal las tramas del XIX, pero aligeradas de su complejidad. El lector escoge la literatura como una manera de no hacer, el autor como una forma decidida de acción. Cuando permanecemos inmóviles son otros (personajes de novela, de series o películas, la actualidad y las noticias) los que se mueven por nosotros.

Atrapados en la obligación de hacer constantemente, de producir, de un movimiento que demuestre que somos útiles, no hacer supone una sutil manera de rebelión. Como todas las rebeliones, supone un esfuerzo. La mente galopa, el cuerpo se resiente, todo nos grita que el tiempo se pierde si no está bien empleado. No hay tiempo para nada. 

No hacer, la inmovilidad, el disfrute del momento se confunde con el aburrimiento, con la vejez, con la inutilidad. Sin embargo, nada aparentemente tan sencillo cuesta tanto esfuerzo. Todas las flores parecen la misma. Todos los ruidos se funden en un rumor. Todas las palabras provocan el ruido. La acción ya no se encuentra fuera, como en las aventuras decimonónicas, sino dentro, y el héroe lucha con su propio enemigo en el espejo.El silencio ha dejado de ser sinónimo de paz: ahora lo es de una comunicación constante con la tecnología y un discurso interior imparable. 

Pero a veces sí. A veces, por esfuerzo o azar, el tiempo se convierte en un aliado, la naturaleza en un abrazo, el no hacer en una calma infinita. 

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Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante el viaje EPV Kenia que organizo con Viajes el País y B the travel Brand. El vestido azul, con la espalda al descubierto y estampado de flores blanca es de Wild Pony, Lo acompaño de unas sandalias troqueladas de Pikolinos, y de un bolso cofre de rafia, de Mango, mucho más resistente de lo que parece, por cierto. 

Y todo el suelo se encontraba cubierto de flores de frangipani, y todo el aire de su aroma…

El viaje de «Memorias de África» (2)

Cuando se visita esta zona de África, aparentemente tan alejada de nuestra realidad y de nuestra tradición cultural, sorprende que aparezcan tantos símbolos conocidos, tantas evidencias de que, en realidad, las narraciones e imágenes de Kenia nos resultan mucho más familiares de lo que creíamos antes de iniciar este viaje con B the Travel Brand y El País Viajes

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Los baobabs, por ejemplo, que amenazan con destruir el planeta de El Principito, asoman su cabeza cubierta de nidos en estas latitudes. Los guías nos contaron que se le llama «El árbol al revés», porque sus ramas parecen más bien raíces. 

O las constantes expediciones de animales a las charcas de nuestro campamentos en Tsavo: para una generación que ha crecido con documentales que narraban la vida y muerte de los grandes dueños de la sabana la mezcla de incredulidad y familiaridad con la que los observamos a unos metros de distancia, cebras y facoceros, búfalos y elefantes, alguna jirafa y el más ocasional y esquivo leopardo conlleva un pequeño estremecimiento. 

Las charcas, llenas de vida, reciben varias veces al día las visitas de las distintas clases de animales: los vemos en procesión desde diferentes lugares de pasto, otean en la distancia, se llaman entre ellos. Los elefantes veteranos barritan en advertencia  a los más jóvenes, distraídos, que quieren jugar o bañarse. La luz y el cielo varían de manera dramática a lo largo del día, y basta con una espera no demasiado paciente para entender que hay un orden invisible en todo lo que nos rodea, más urgente y más salvaje que en Europa: aún en un entorno tan controlado y seguro como es este viaje, esa impresión cala poco a poco, y resulta casi adictiva. 

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Denys Finch-Hatton, el gran amor de Karen Blixen, cayó aquí con su avioneta. Hacía tiempo que experimentaba un desengaño cada vez mayor con sus viajes de caza, y en cambio, se estaba interesando por el vuelo como una manera de controlar las manadas, e incluso creía que el futuro tendría más que ver con fotografiar a los animales que con matarlos. Su muerte, en mayo de 1931, nos privó de saber si esa idea se quedaba en uno más de sus proyectos locos o si se abriría paso. 

Sea como sea, leer los textos de los autores de la época que visitaron la zona aquí, frente a esta charca, es una experiencia estéticamente  redonda. Todo cobra mucho más sentido, deja de ser irreal. No se comprende mejor África, pero sí al occidental que escribe sobre ella.

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Y siempre con un ojo atento a los monos, esos ladrones profesionales… 

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Sin embargo, por bien provista que esté nuestra charca, carece de hipopótamos. Si queremos ver a estas enormes bestias de piel delicada, a caballo entre el agua y la tierra firme, debemos acercarnos a Mzima Springs. Aquí conviven monos de culo azul (se puede observar en la fotografía anterior), hipopótamos y cocodrilos, y en un día afortunado pueden observarse dentro del agua desde el mirador de una cabaña. El día que los visitamos se encontraban perezosos;  mucho calor, nada de exhibiciones submarinas. 

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Respecto al resto de los animales, no nos faltarán: elefantes y búfalos, y con eso, completamos tres de los Cinco Grandes, jirafas, con  sus pájaritos a cuestas, picabueyes piquigualdos, que las desparasitan y limpian. Al amanecer salimos para el safari matinal en jeep, con un techo abatible que permite observar con todo detalle lo que nos rodea. No hay carreteras ni casi caminos para el ojo poco entrenado. Los conductores, guías forestales y expertos en animales, saben en todo momento en dónde están. 

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Desde Tsavo, antes de partir para Amboseli, puede observarse una de las vistas más hermosas del Kilimanjaro. Atravesamos las coladas de lava o Tierras del Diablo, producto de una actividad volcánica muy reciente, y en muy poco tiempo el paisaje cambia y se suaviza. 

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Nos han preguntado si querríamos ver un poblado Masái; la respuesta de las viajeras es un entusiasta , porque pese a lo típico de la actividad, no deja de ser una manera de ayudar a las cooperativas de la zona, y de conocer un poco más cómo debió ser en su momento la vida de este pueblo ganadero, nómada y enigmático.  

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Tradicionalmente, la casa Masái se construía con estiércol de vaca, paja y palos, y se protegía con una empalizada de arbustos espinosos. Como la poligamia estaba extendida, cada mujer y sus niños poseían una casa, que se elevaba cuando se casaba, y el marido se turnaba entre ellas, en teoría con una rigurosa alternancia, para dar a todas ellas las mismas oportunidades de concebir, o la misma atención, si eran ya mayores. La oscuridad del interior está pensaba para conseguir un espacio fresco,y los ojos se acostumbran pronto a ella. 

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Además de las danzas de bienvenida y despedida (contagiosas, acrobáticas), nos muestran las técnicas medicinales que empleaban. Al contar con tres doctoras entre las viajeras, todas las partes mostraron mucho interés por esas hierbas y cortezas medicinales, y por si las reconocían. Cómo conseguían encender el fuego con apenas dos troncos, y alguna otra curiosidad más precedieron a la muestra de artesanía; cada mujer mantiene un pequeño puesto con bisutería, llaveros, marcapáginas, esculturas… 

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El regateo, para quien sepa mantenerlo, es costumbre. A mí me supone un enorme esfuerzo, regateo poco, mal, o nada. Compré varias piezas de abalorios, entre ellas un collar con unas preciosas conchas llamadas cauries, o Monetaria Moneta, que, casualidades, están muy de moda esta temporada como bisutería informal. Durante siglos fueron usadas como moneda de cambio. Es extraño encontrarlas aquí, en mitad de este polvo rojo.

Karen Blixen sentía una gran admiración por los Masái, y deja buena prueba de ello en Memorias de África. En realidad, gran parte de los europeos y occidentales vivieron esa fascinación por este pueblo, al que consideraban la aristocracia de la zona, y que, al ser nómadas, convivieron de una manera diferente con los colonos de lo que lo hicieron los agricultores. En la actualidad, si bien los rebaños continúan formando parte de su estilo de vida, el nomadismo ha dejado paso a otro tipo de asentamientos, y las motos son una de las anacrónicas ayudas a su pastoreo. Muchos viven en casas de chapa o cemento, y combinan el pastoreo con otro tipo de trabajos, como el turismo. 

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Amboseli: llanuras casi azuladas en la lejanía, el Kilimanjaro como una presencia constante, y bajo él, enormes mandas de elefantes.  Se ven con tanta claridad, y a tan poca distancia que al poco tiempo parecen presencias tan naturales como las nubes. 

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El Kilimanjaro se encuentra dentro de las fronteras de Tanzania, pero la mirada es libre, y tropieza con él a cada paso. Una montaña que ha obsesionado a soñadores y a extraños, entre ellos Hemingway, que, cuando aún le agradaba cazar, se aventuró por aquí con la guía de… el mundo es extraño… el marido de Karen Blixen, Bror Blixen. Casi tan encantador como Denys Finch-Hatton, y con una enorme experiencia como guía de safaris, llegó a asociarse con el amante de su exmujer para, entre otros, atender al Príncipe de Gales cuando visitó Kenia. Para enredar aún más la cosa, el Príncipe inició un romance con Beryl Markham, a su vez, amante de Denys Finch-Hatton y amiga de Karen. 

Pero volvamos a Hemingway: si no lo han hecho aún, lean (o vean, en su versión de 1952  con Gregory Peck, dirigida por Henry King) este relato. Las nieves del Kilimanjaro. Hemingway lo escribió en 1936, y es una angustiosa mirada, casi premonitoria, a lo que el alcohol, la decadencia y la obsesión pueden causarle a una persona, en este caso, un escritor. Hemingway le dedicó a  Bror Blixen  una semblanza en La breve vida feliz de Francis Macomber. Esa breve amistad fue la que, según él, le hizo ser amable años más tarde con la propia Karen, cuando en 1954 compitieron por el Nobel, y exagerar su admiración por el talento de la danesa. Hemingway era mezquino incluso en su generosidad.

No obstante su brillantez y su inteligencia, ninguno de estos caballeros tuvo un final feliz: Finch-Hatton murió prematuramente, ya lo sabemos, en su avioneta. Hemingway se suicidó con una escopeta de caza en 1961. Bror, también un escritor con talento, que dejó una interesante correspondencia y una autobiografía muy notable, murió en circunstancias poco claras en 1946, desesperado y alcoholizado y sin haberse recuperado de  la muerte de su tercera esposa, Eva Dickson, una pionera de la aviación (y ya llevamos varias en esta historia). Y ya que de antiguas esposas estamos hablando, no se pierdan la obra de Martha Gellhorn, mujer por unos años de Hemingway, reportera de guerra, escritora y otro delicioso personaje. 

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En la siguiente entrega, cambiamos la montaña por el agua, y los elefantes por las criaturas acuáticas. Pero mientras tanto… el vestido camisero marrón que llevo en el safari es de Mango,  como el sombrero de tira y el top blanco. Las sandalias son de Pikolinos, y  el crop top de lunares de Compañía Fantástica. El vestido largo de gasa, de estampado de leopardo, es un vintage de mi propiedad. Nika Jiménez, como suele ser habitual, sacó las fotografías a lo largo del recorrido.

El viaje de «Memorias de África» (1)

Los viajes que organizo con El País Viajes y B the Travel Brand parten siempre de una experiencia literaria: y el que me llevó a Kenia este mes de Abril seguía los pasos de la autora Karen Blixen, que publicó bajo el seudónimo de Isak Dinesen un puñado de obras, entre las cuales están Memorias de África, el canto de amor a los años que vivió en una granja de café al pie de las colinas Ngong. 

Algunos viajeros sienten cierta prevención al oír que el destino se encuentra en África: en realidad, este viaje no requiere vacunas obligatorias, aunque algunos optaron por vacunarse contra la fiebre amarilla y tomar Malarone contra la malaria, y resulta extraordinariamente segura. Una de mis viajeras habituales se atrevió, a sus 72 años y con algunos problemas de movilidad, a acompañarme, y puedo asegurar que no solo no encontró dificultades sino que disfrutó como una niña sobre todo con los elefantes y con el viaje en sí mismo. Es más, se ganó por parte del guía y los conductores el apodo de «Mamá Safari». 

El viaje comenzaba en Nairobi, con la visita al Museo de Karen Blixen. Esta casa era el corazón del cafetal que su marido, Bror Blixen, compró cuando se casaron… con el dinero de su nueva esposa. Karen vivió en ella desde 1914 hasta 1931, pese a la enfermedad, el divorcio y las malas cosechas; entonces la ruina económica y las circunstancias personales la obligaron a venderla y a regresar a Dinamarca, su país de origen. La granja fue el escenario de la película de Sydney Pollack en 1985, que convirtió la vida y los años africanos de Karen en una de las historias de amor más bellas del cine. EspidoKenia1

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El interior de la casa, patrimonio nacional, no puede ser fotografiado. Conserva algunos de los muebles de la autora, su ropa y libros, la vajilla y cristalería que fue su orgullo. Aunque me gustaría que la labor como museo fuera más completa, y la información suministrada más elaborada, nadie puede negar la emoción que produce encontrarse aquí mismo: como si regresáramos a una casa familiar, muchas veces vista, abierta a todos, como ella deseaba. El reloj de cuco, o la máquina de escribir, o los libros de la autora pueden verse en esta casa que conserva el aire colonial de la época, y toda la magia del momento. 

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Los jardines cubiertos de buganvilla, la propia estructura de la casa no ha variado en cien años. En la parte posterior pueden verse las ruedas de molino que, tras un incidente desgraciado, Karen instaló como mesas en la casa. Aquí fumaba con Denys Finch-Hatton, su gran amor, al atardecer, y desde aquí se observan las colinas azuladas por la distancia. 

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La granja no se encontraba en la latitud óptima,y fue siempre escasamente rentable. Kenia, un sueño para muchos europeos, algunos de ellos ovejas negras de familias aristocráticas que habían perdido su lugar en en el mundo, ofrecía promesas que no siempre pudo cumplir. El café, el té, el lino, oscilaban de precio en los mercados internacionales, y el crack del 29 destruyó gran parte de los proyectos iniciados años antes. La maquinaria de Karen oscilaba entre ingenios modernos y la fuerza bruta de bueyes y operarios. En una ocasión, se incendió; pese a todo, su evocación de esos años destila nostalgia y felicidad.  

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Karen se esforzó por mantener parte de la sofisticación de las grandes casas europeas en su propio hogar. En muchos sentidos, se convirtió en una incongruencia (había quien se burlaba de sus aires aristocráticos) pero también en un refugio para los expatriados que buscaban en su casa un eco de lo que habían dejado atrás. El Príncipe de Gales fue uno de sus huéspedes durante una cacería organizada por Finch-Hatton.

En «Memorias de África» dedica una enorme compasión a los bueyes de tiro, un precioso episodio a Lulú, su gacela, y unas palabras hermosas a la gracilidad y la elegancia de las jirafas. Y, al verlas en su entorno, solo podemos admirar la precisión con las que las describe. Aunque las veremos más adelante, cerca, lejos, entre la maleza, en ningún otro lugar más cerca que en este Centro de Conservación, donde podemos alimentar a las Jirafas de Rothschild, glotonas, sociables y exquisitas en comportamiento. Estas jirafas estaban en relativo peligro de extinción hace algunos años, y los esfuerzos por protegerlas han dado sus frutos. Comen pienso de la mano de los visitantes, como si fueran gatitos de cuellos kilométricos, y cada una de ellas tiene un nombre y una historia. 

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Ella era Daisy. Un encanto… aunque solo con adultos. No le gustaban demasiado los niños. 

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El nombre de Karen Blixen ha superado con creces la fama de Denys Finch-Hatton, pero en su momento, cuando este monolito fue erigido en su honor, no era asi. Denys, hijo menor de una familia aristocrática inglesa, gozó de gran popularidad en la colonia durante su vida que, por desgracia, no fue demasiado larga. Denys (y su grupo de amigos) ha supuesto, para mí, el gran descubrimiento de este viaje. Cazador, fotógrafo, emprendedor y hombre de mundo, mantuvo durante años una relación contradictoria, oscilante y difícil con una Karen que ansiaba una estabilidad y un compromiso de los que él siempre huyó. Cuando su avión se estrelló, en 1931, su romance estaba prácticamente acabado: el cuerpo de Denys fue enterrado en esta pequeña colina, donde en ocasiones Karen y él habían disfrutado de las vistas. Su familia, que sigue visitando de vez en cuando la tumba, erigió este monolito. En su obra, Karen elaboró un amor y creó un personaje enteramente suyos, no siempre en correspondencia con la realidad, pero que ha hecho soñar a varias generaciones. 

Volveremos a Denys en otro momento… la tumba se encuentra en una propiedad particular, y todo el entorno ha cambiado muchísimo, pero siempre hay plantas y flores a su alrededor. 

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El vuelo en avioneta gozaba durante los años de juventud de Karen y Denys de un esplendor sin precedentes. No solo era el deporte de moda, sino que se descubrían nuevas aplicaciones: records mundiales, usos bélicos, de exploración, o de cartografía… Denys volaba con cierta frecuencia, se relacionaba (también íntimamente) con otra pionera del vuelo de la colonia, Beryl Markham, y antes de encontrar su fin en aquel desgraciado accidente, llevó a bordo a una fascinada Karen. 

El vuelo que nosotros llevamos a cabo no coincide exactamente con el que Karen Blixen describe en su libro: en realidad, vamos hacia la zona de Tsavo, y atisbamos el Kilimanjaro, que aunque se encuentra en Tanzania ofrece increíbles vistas desde Kenia. También la seguridad es mucho mayor en estos días; pero con todo, es fácil identificarse con qué debieron sentir esos primeros aviadores, con la tierra roja y verde a sus pies, el cielo y el sol muy cerca. Las avionetas maniobran con mayor agilidad que naves más pesadas, todo resulta más cercano e intenso y, sobre todo, más real. En Tsavo comienza una segunda etapa del viaje, la que nos acercará a los safaris, los animales en libertad y su búsqueda.

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Y al llegar, otro paisaje, otro clima, incluso. La sensación que los propios viajeros y cazadores debían experimentar al aterrizar en mitad de la nada, con mil ojos al acecho: el inicio del safari.

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Las fotos de este viaje han sido tomadas por Nika Jiménez. El vestido blanco de lunares de algunas de las fotos es de Wild Pony, perfecto con su corte lencero para este clima y puede encontrarse aquí. las sandalias son de Pikolinos. Y muy pronto continuaré contando cómo fue este viaje… 

Viaje a Rusia»Llamadme Alejandra» 2. Ekaterimburgo

El segundo día de este viaje a Rusia centrado en mi novela Llamadme Alejandra  (podéis leer sobre el primero aquí) tuvimos la oportunidad de conocer algo de esta región de los Urales, puerta hacia Siberia, y con recursos minerales tan ricos que el agua resulta escasamente potable, dado su alto contenido en metal y en sales.

Durante siglos las minas, los minerales preciosos y las diversas maderas atrajeron aquí a empresarios y a emprendedores. Las inmensas llanuras se alternan con bosques de pinos y de abedules, rectos y elevados. En muchas ocasiones eran espacios comunales donde los campesinos podían llevar al ganado, recoger setas, bayas o madera. Rebosaban vida y actividad hasta hace muy poco tiempo. Y, por desgracia, fueron también escenarios de una brutalidad indescriptible. 

De camino hacia Ganina Yama, en las afueras de Ekaterimburgo, nos detuvimos en dos lugares emblemáticos: en uno de ellos se recuerda a las víctimas de las purgas de comunismo, en concreto las realizadas por Stalin. Un equipo de expertos exhumaba en aquellos momentos tumbas en el bosque a nuestras espaldas, porque los fusilamientos clandestinos dejaron un reguero de víctimas aún no localizadas ni identificadas. Nos encontramos allí, donde varios muros recuerdan los nombres de los represaliados y la fecha de su nacimiento y de su muerte, con algunos descendientes que, desde el otro extremo de Rusia, les llevaban flores.

La segunda parada tenía un tono más festivo: nos movemos en la frontera entre Asia y Europa, pero esa línea no es recta ni clara, de manera que se marca mejor con monolitos y marcas que con una barrera. En uno de ellos, monumental, y tallado en el mejor granito uraliano, nos detuvimos, con, literalmente, un pie en un continente y otro en el contiguo.

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He mencionado antes Yanina Gama.¿Qué lugar es ése? Mi novela Llamadme Alejandra comienza en esa aciaga noche del 16 al 17 de Julio en la que los últimos zares y su familia fueron fusilados. Cuando amanecía el 17 de julio, un siglo exacto antes de nuestra llegada allí, todo había acabado, y los asesinos se enfrentaban al problema de cómo librarse de los cadáveres.

Como cuenta el informe Yurovsky que incluyo en la narración, los soldados cargaron los cuerpos en una furgoneta para enterrarlos en el bosque, pero una serie de errores los encontró con el día encima en un bosque lleno de gente, y sin saber qué hacer. Arrojaron los cuerpos a una mina abandonada, que era, en realidad, una especie de fosa poco profunda: Yanina Gama. Las explotaciones mineras se realizaban al aire libre, no bajo tierra, como las extracciones de carbón. 

En Yanina Gama se eleva un monasterio ortodoxo compuesto por diversas capillas de madera, en torno a la fosa donde se libraron de los cuerpos, donde ahora crecen lirios blancos. La bordea un mirador. Los fieles se habían reunido allí, y cantaban la liturgia de esa fecha santa. Fotografías de la familia real, esculturas e iconos presidían el recinto, mucho mayor de lo que yo me imaginaba, y convertían aquel espacio de muerte en uno de culto, con una emoción contenida muy diferente a la experimentada el día anterior en la Catedral del Salvador sobre la Sangre Derramada, más serena, más sencilla. 

Por casualidad nos encontramos allí con una de las descendientes de la familia Romanov, la Gran Duquesa María Vladimírovna Romanova, nacida y residente en Madrid, que había viajado allí para las celebraciones. Muy amablemente nos saludó y dijo unas preciosas palabras: nos recordó que el zar Nicolás II había indicado en una carta que si lo peor ocurría no buscaban otra cosa que no fuera la reconciliación y el perdón. Y que este lugar, tan triste, había logrado convertirse en un símbolo de paz y de espiritualidad. Creo que, pese a las manipulaciones de la memoria, la intención de algunos o la parcialidad de otros, así ha sido. No se respiraba allí horror ni espíritu de venganza. Han construido un espacio para la reflexión y el silencio. 

La última parada de esa etapa tan siniestra era el lugar donde los cuerpos acabaron el 18 de julio, y donde reposaron ocultos por muchos años. Los miembros del Soviet sabían que los cadáveres estaban mal enterrados; durante la siguiente noche los sacaron de la mina e intentaron llevárselo a otro lugar. Los errores llegaron entonces a la categoría de chapuza: dieron con terreno muy blando sobre el que los camiones se hundían, y al final los quemaron parcialmente y los enterraron en dos fosas, lo que luego dio pie a la creencia de que Alexei y una de las niñas quizás hubieran logrado huir, porque sus cuerpos faltaban. A continuación colocaron unas traviesas de tren encima, como si fuera un paso, rodaron varias veces sobre ellas con los vehículos… y allí, en el camino de Koptiaki, se los tragó el olvido.

Ahora una cruz y una pequeña instalación recuerdan la fosa. Tan parecida a las que hemos visto al principio de la ruta en el bosque, zares, campesinos, ricos, pobres, todos asesinados y, si hay suerte, recuperados del silencio tanto tiempo después. 

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Aunque no obedezca a la idea que tenemos de un monasterio, Yanina Gama, abierto al sol y el bosque, lo era. Y en un día de celebración como era éste, nos pidieron que nos cubriéramos la cabeza y que lleváramos falda más o menos larga. Me sorprendió ver a la Gran Duquesa con un velo negro muy sutil, similar a las mantillas españolas, lo que me lleva a pensar que el requerimiento es más simbólico que real.  Algunas de las viajeras vistieron pantalones y nadie comentó nada.

Yo opté por un vestido camisero de Atelier Felicity, con un pañuelo estampado con citas de La caída de la casa Usher, de Poe, y un bolso de Salvador Bachiller de la línea Bowling Enea Hueso.

El regreso a Ekaterimburgo fue breve; en realidad, sorprende ver lo cerca que ocurrió todo de la casa Ipatiev. Los cuerpos de los Romanov reposan ahora en Moscú, los veremos más adelante, pero sus fantasmas continúan por allí, en el bosque. 

La ciudad, por el contrario, muestra una energía y una pujanza que nada tiene que ver con el pasado ni con la tradición. Quedan muy poquitas casas tradicionales, de madera o ladrillo, arrasadas por las necesidades de una población en aumento desmedido. El resto de la ciudad (el museo Yeltsin, el paseo junto al río, donde los jóvenes se dan cita y los niños corren o montan en caballos amaestrados, o se sacan fotografías con muñecos de peluche gigantes) podría pertenecer a cualquier otra urbe moderna. En un recodo del río la casa Sevastyanov saluda ya como una vieja amiga. Los rusos de Ekaterimburgo son muy jóvenes, y les sobra qué hacer: lo ocurrido hace un siglo forma parte de su historia, sí, pero, sumidos en otro mundo y en el desconcierto de cómo leer y reinterpretar a día de hoy esa historia contada de manera muy diferente en pocos años, no parecen demasiado preocupados por ella. 

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El día de viaje y desplazamientos pedía vaqueros, que en este caso combiné con un top de mil rayas y volante asimétrico de Compañía Fantástica. La cesta blanca y los pendientes son de Mango. Las sandalias pertenecen a Pikolinos. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez. Y el viaje continúa…

Caminos que se cruzan

La química no solo se produce entre personas: hay veces en las que algo tan abstracto como una marca, o tan general como una marca representa valores más cercanos que los que otras personas encarnan.

En tiempos de fugacidad y de demanda veloz, con comida rápida, moda de consumo apresurado y ¿por qué no decirlo? de libros de usar y tirar, los vínculos y las conexiones van más allá de los productos y tienen que ver con la filosofía con la que se vive y se elabora algo querido.

Hay siempre un vínculo entre el arte y la artesanía que tiene que ver con el primor, con el deseo de realizar algo único y la relación íntima entre las manos o la mente de quien crea algo y su creación. De eso habla #Craftyourway, la campañana de Pikolinos en la que participo, y en la que varios artistas contamos qué es importante para nosotros.

Yo hablo, por ejemplo, de cómo en lo que hago, sea escribir, o difundir, o impartir una conferencia, me preocupo por el cuidado por la calidad y de cómo  intento, más allá de las modas y de las tendencias, sobrevivir en el tiempo. De cómo se haga lo que se haga, resulta importante  no perder la esencia. De lo esencial (a ellos he dedicado varios libros) de encontrarnos a gusto  y cómodos en nuestra propia piel, en nuestras propias ideas.

Por otro cauce y de otra manera, el fundador de Pikolinos, Juan Perán, se preocupó por lo mismo; desde que era un adolescente que aprendió a cortar las piezas de piel, y decidió que para él, fueran zapatos de mujer o de hombre, lo esencial sería la comodidad, la calidad y un estilo propio. Cualquiera que haya sacado un sueño adelante, sea una empresa o una novela, una oposición o una vocación muy ansiada, sabe que el camino se retuerce, y que se precisa de una voluntad férrea, de muchos años y de mucho trabajo oculto para conseguirlo. De eso se trata en #Craftyourway; de que no hay atajos, de que el sendero es el que es y las recompensas (eso es lo mejor) saben bien precisamente por eso.

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Los zapatos de corte mocasín de las primeras imágenes son el modelo Aragon Ocean. Las sandalias troqueladas que llevo en El Retiro son las Saint Martin Marfil; y las sandalias doradas finales son las Denia Stone. Las fotos fueron tomadas en las distintas localizaciones de Madrid en las que se grabó el spot, (el restaurante Bump Green, el parque de El Retiro y la librería Los Editores) por Nika Jiménez.