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Viaje a la Patagonia III: Glaciar Pía

No soy muy amiga de las fotografías de libros emplazados en lugares estratégicos, como si fueran un enanito de Amèlie, y mucho menos de los bookfaces, las fotos en las que las cubiertas de los libros forman parte de la composición, que tan de moda están últimamente, pero en este caso me parece que encierra cierta lógica el que De la Melancolía aparezca en este paraje de la Patagonia, el Glaciar Pía

El glaciar remata el fiordo del mismo nombre, al que se accede por el Canal Beagle, y debe su nombre a una princesa italiana, María Pía de Saboya. Con el tiempo, la princesa llegó a ser reina de Portugal, y hermana de un rey español, Amadeo de Saboya: y su vida, no exenta de avatares y de desgracias, algo evoca en este Glaciar que crece y se quiebra, que muestra un dinamismo poco usual y que arrastra piedras, minerales y tiempo hacia el mar. 

Muestra una extrema belleza, que cambia desde dónde se observe: a diferencia de otros, Pía se deja contemplar desde alturas y ángulos diversos, por su posición entre montes que sirven de miradores.

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Hace años, en mi primer viaje a estas tierras, Pía perdió un bloque de hielo de tamaño considerable ante mis ojos. El ruido y la sensación de desgarro bajo los pies me atraparon, aunque ya había visto otros glaciares y otros derrumbres antes. Si los glaciares tienen algo similar a la personalidad, si nuestra capacidad de humanizar los paisajes, y de nombrar dioses, diablos y protectores en la naturaleza ha continuado durante siglos es porque responde a una necesidad innata de abarcar lo infinito. Pía era amable y terrible, curiosa y original. Me quedé con esa sensación y me la llevé. De vez en cuando, como no tenía fotografías de ese momento, lo recordaba, y volvía a relegarlo.

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Tuvieron que pasar muchos años y varias novelas para que encontrara una historia en la que esa imagen encajara, y esa fue De la Melancolía. La protagonista, Elena, define su descenso a la depresión con ese sonido y ese desgarro silencioso que yo le presto, tras tantos años guardados a la espera de algo a lo que mereciera la pena asociarlo. 

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Cuando escribí la novela no sabía que regresaría a allí apenas una semana después de que esta historia fuera publicada. Las casualidades enlazan y crean una historia paralela a la que creemos presenciar o protagonizar. Y bajé conmigo el libro, como un final de círculo, para que aquello que allí había comenzado sin yo saberlo cobrara más sentido. Fueron emociones muy diferentes, pero igualmente intensas y hermosas: la de la primera vez, íntima, profunda y misteriosa. La de la segunda vez, con una creación propia, con una historia que entrelazar a la que se cuenta Pía por las noches, a la que nos transmite con gruñidos y crujidos ininteligibles. 

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Los arañazos y las estrías del hielo han dejado su huella sobre las piedras. Aquí todo cuenta historias, y casi todas son evidencias de un pasado que se desarrolló sin testigos ni notarios.

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Desde el Ventus Australis la lengua de hielo y piedras continúa pareciendo gigantesca e irreal.

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El barquito se convierte, una vez más, en una cáscara de nuez frente a la inmensidad, y el viaje en una antigua metáfora de la insignificancia ante la vida, de lo poco que decidimos o intervenimos en todo esto. Un mensaje para disfrutar y aprender de ese camino, sin que tampoco el ansia por entender nada se interponga.

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La chaqueta de lana trenzada de color granate es de Venca. El vestido de seda estampada pertenece a La Fée Maraboutée.  Los pendientes son de Vickovsky Art.

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Cuando comenzó a refrescar el viento cargado de hielo pedía un plumífero más contundente contra el frío. La diferencia entre disfrutar de un viaje así o padecerlo se encuentra en el calzado y en las prendas de abrigo: y, no lo olvidemos, en eso que parece tan sencillo, y que resulta tan difícil de escoger con acierto: la compañía. 

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Las fotos, como todas las de este viaje en Australis Cruises, fueron tomadas por Nika Jiménez

Mes de causas

Acaba marzo, un mes rico en celebraciones que reivindican el papel y las dificultades de la mujer, que ha visto libros y documentales, artículos, polémicas. El feminismo ha pasado a figurar en la agenda política, y el anti-feminismo, en los programas de otros políticos. La negación de lo evidente, la generalización de las experiencias particulares y las extrapolaciones de situaciones continúan tiñendo las mejillas de vergüenza ajena. 

Pero día a día de este mes ha aparecido también un motivo de esperanza: en los institutos que he recorrido en un intento de acercar la lectura a los adolescentes, he visto murales, trabajos en grupo y obras de teatro teñidos de morado. Quizás demasiado morado y demasiados nombres repetidos, pero, al fin y al cabo, bien está que se repitan las consignas hasta que no sea necesario repetirlas más. También he visto como algunos muchachitos torcían el gesto, aburridos de todo lo que les suene a femenino. Ya aprenderán, espero. O quizás no. Sería ideal poder contar con todos ellos, pero parece que, pese a todo lo avanzado, no será así. 

Acaba marzo y aguarda otra causa, quizás la del libro, porque el 23 de abril así lo pide, y porque parece que nuestra capacidad de saturación no soporta una idea más de un mes. Yo seguiré hablando de mujeres y de lo que somos y de lo que no hemos llegado a ser aún. De libros, también, por supuesto, de libros que narren lo esencial. De ejemplos, porque seguimos necesitando referentes distintos e ilustrativos, de diferentes edades, oficios, razas y actitudes. De todo lo que necesité cuando era una adolescente y creía que la igualdad era cuestión de un mes, de años, quizás, no de toda una vida.

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La camisa de gasa y volantes es de Venca, Vaqueros de Mango, salones de Unisa y bolso trapecio de Bimba y Lola, regalo del Colegio Buen Pastor de Sevilla, cuando lo visité la última vez. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Palacio de Cibeles de Madrid.