Los viajes que organizo con El País Viajes y B the Travel Brand parten siempre de una experiencia literaria: y el que me llevó a Kenia este mes de Abril seguía los pasos de la autora Karen Blixen, que publicó bajo el seudónimo de Isak Dinesen un puñado de obras, entre las cuales están Memorias de África, el canto de amor a los años que vivió en una granja de café al pie de las colinas Ngong.
Algunos viajeros sienten cierta prevención al oír que el destino se encuentra en África: en realidad, este viaje no requiere vacunas obligatorias, aunque algunos optaron por vacunarse contra la fiebre amarilla y tomar Malarone contra la malaria, y resulta extraordinariamente segura. Una de mis viajeras habituales se atrevió, a sus 72 años y con algunos problemas de movilidad, a acompañarme, y puedo asegurar que no solo no encontró dificultades sino que disfrutó como una niña sobre todo con los elefantes y con el viaje en sí mismo. Es más, se ganó por parte del guía y los conductores el apodo de «Mamá Safari».
El viaje comenzaba en Nairobi, con la visita al Museo de Karen Blixen. Esta casa era el corazón del cafetal que su marido, Bror Blixen, compró cuando se casaron… con el dinero de su nueva esposa. Karen vivió en ella desde 1914 hasta 1931, pese a la enfermedad, el divorcio y las malas cosechas; entonces la ruina económica y las circunstancias personales la obligaron a venderla y a regresar a Dinamarca, su país de origen. La granja fue el escenario de la película de Sydney Pollack en 1985, que convirtió la vida y los años africanos de Karen en una de las historias de amor más bellas del cine.
El interior de la casa, patrimonio nacional, no puede ser fotografiado. Conserva algunos de los muebles de la autora, su ropa y libros, la vajilla y cristalería que fue su orgullo. Aunque me gustaría que la labor como museo fuera más completa, y la información suministrada más elaborada, nadie puede negar la emoción que produce encontrarse aquí mismo: como si regresáramos a una casa familiar, muchas veces vista, abierta a todos, como ella deseaba. El reloj de cuco, o la máquina de escribir, o los libros de la autora pueden verse en esta casa que conserva el aire colonial de la época, y toda la magia del momento.
Los jardines cubiertos de buganvilla, la propia estructura de la casa no ha variado en cien años. En la parte posterior pueden verse las ruedas de molino que, tras un incidente desgraciado, Karen instaló como mesas en la casa. Aquí fumaba con Denys Finch-Hatton, su gran amor, al atardecer, y desde aquí se observan las colinas azuladas por la distancia.
La granja no se encontraba en la latitud óptima,y fue siempre escasamente rentable. Kenia, un sueño para muchos europeos, algunos de ellos ovejas negras de familias aristocráticas que habían perdido su lugar en en el mundo, ofrecía promesas que no siempre pudo cumplir. El café, el té, el lino, oscilaban de precio en los mercados internacionales, y el crack del 29 destruyó gran parte de los proyectos iniciados años antes. La maquinaria de Karen oscilaba entre ingenios modernos y la fuerza bruta de bueyes y operarios. En una ocasión, se incendió; pese a todo, su evocación de esos años destila nostalgia y felicidad.
Karen se esforzó por mantener parte de la sofisticación de las grandes casas europeas en su propio hogar. En muchos sentidos, se convirtió en una incongruencia (había quien se burlaba de sus aires aristocráticos) pero también en un refugio para los expatriados que buscaban en su casa un eco de lo que habían dejado atrás. El Príncipe de Gales fue uno de sus huéspedes durante una cacería organizada por Finch-Hatton.
En «Memorias de África» dedica una enorme compasión a los bueyes de tiro, un precioso episodio a Lulú, su gacela, y unas palabras hermosas a la gracilidad y la elegancia de las jirafas. Y, al verlas en su entorno, solo podemos admirar la precisión con las que las describe. Aunque las veremos más adelante, cerca, lejos, entre la maleza, en ningún otro lugar más cerca que en este Centro de Conservación, donde podemos alimentar a las Jirafas de Rothschild, glotonas, sociables y exquisitas en comportamiento. Estas jirafas estaban en relativo peligro de extinción hace algunos años, y los esfuerzos por protegerlas han dado sus frutos. Comen pienso de la mano de los visitantes, como si fueran gatitos de cuellos kilométricos, y cada una de ellas tiene un nombre y una historia.
Ella era Daisy. Un encanto… aunque solo con adultos. No le gustaban demasiado los niños.
El nombre de Karen Blixen ha superado con creces la fama de Denys Finch-Hatton, pero en su momento, cuando este monolito fue erigido en su honor, no era asi. Denys, hijo menor de una familia aristocrática inglesa, gozó de gran popularidad en la colonia durante su vida que, por desgracia, no fue demasiado larga. Denys (y su grupo de amigos) ha supuesto, para mí, el gran descubrimiento de este viaje. Cazador, fotógrafo, emprendedor y hombre de mundo, mantuvo durante años una relación contradictoria, oscilante y difícil con una Karen que ansiaba una estabilidad y un compromiso de los que él siempre huyó. Cuando su avión se estrelló, en 1931, su romance estaba prácticamente acabado: el cuerpo de Denys fue enterrado en esta pequeña colina, donde en ocasiones Karen y él habían disfrutado de las vistas. Su familia, que sigue visitando de vez en cuando la tumba, erigió este monolito. En su obra, Karen elaboró un amor y creó un personaje enteramente suyos, no siempre en correspondencia con la realidad, pero que ha hecho soñar a varias generaciones.
Volveremos a Denys en otro momento… la tumba se encuentra en una propiedad particular, y todo el entorno ha cambiado muchísimo, pero siempre hay plantas y flores a su alrededor.
El vuelo en avioneta gozaba durante los años de juventud de Karen y Denys de un esplendor sin precedentes. No solo era el deporte de moda, sino que se descubrían nuevas aplicaciones: records mundiales, usos bélicos, de exploración, o de cartografía… Denys volaba con cierta frecuencia, se relacionaba (también íntimamente) con otra pionera del vuelo de la colonia, Beryl Markham, y antes de encontrar su fin en aquel desgraciado accidente, llevó a bordo a una fascinada Karen.
El vuelo que nosotros llevamos a cabo no coincide exactamente con el que Karen Blixen describe en su libro: en realidad, vamos hacia la zona de Tsavo, y atisbamos el Kilimanjaro, que aunque se encuentra en Tanzania ofrece increíbles vistas desde Kenia. También la seguridad es mucho mayor en estos días; pero con todo, es fácil identificarse con qué debieron sentir esos primeros aviadores, con la tierra roja y verde a sus pies, el cielo y el sol muy cerca. Las avionetas maniobran con mayor agilidad que naves más pesadas, todo resulta más cercano e intenso y, sobre todo, más real. En Tsavo comienza una segunda etapa del viaje, la que nos acercará a los safaris, los animales en libertad y su búsqueda.
Y al llegar, otro paisaje, otro clima, incluso. La sensación que los propios viajeros y cazadores debían experimentar al aterrizar en mitad de la nada, con mil ojos al acecho: el inicio del safari.
Las fotos de este viaje han sido tomadas por Nika Jiménez. El vestido blanco de lunares de algunas de las fotos es de Wild Pony, perfecto con su corte lencero para este clima y puede encontrarse aquí. las sandalias son de Pikolinos. Y muy pronto continuaré contando cómo fue este viaje…