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Viaje a la Patagonia III: Glaciar Pía

No soy muy amiga de las fotografías de libros emplazados en lugares estratégicos, como si fueran un enanito de Amèlie, y mucho menos de los bookfaces, las fotos en las que las cubiertas de los libros forman parte de la composición, que tan de moda están últimamente, pero en este caso me parece que encierra cierta lógica el que De la Melancolía aparezca en este paraje de la Patagonia, el Glaciar Pía

El glaciar remata el fiordo del mismo nombre, al que se accede por el Canal Beagle, y debe su nombre a una princesa italiana, María Pía de Saboya. Con el tiempo, la princesa llegó a ser reina de Portugal, y hermana de un rey español, Amadeo de Saboya: y su vida, no exenta de avatares y de desgracias, algo evoca en este Glaciar que crece y se quiebra, que muestra un dinamismo poco usual y que arrastra piedras, minerales y tiempo hacia el mar. 

Muestra una extrema belleza, que cambia desde dónde se observe: a diferencia de otros, Pía se deja contemplar desde alturas y ángulos diversos, por su posición entre montes que sirven de miradores.

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Hace años, en mi primer viaje a estas tierras, Pía perdió un bloque de hielo de tamaño considerable ante mis ojos. El ruido y la sensación de desgarro bajo los pies me atraparon, aunque ya había visto otros glaciares y otros derrumbres antes. Si los glaciares tienen algo similar a la personalidad, si nuestra capacidad de humanizar los paisajes, y de nombrar dioses, diablos y protectores en la naturaleza ha continuado durante siglos es porque responde a una necesidad innata de abarcar lo infinito. Pía era amable y terrible, curiosa y original. Me quedé con esa sensación y me la llevé. De vez en cuando, como no tenía fotografías de ese momento, lo recordaba, y volvía a relegarlo.

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Tuvieron que pasar muchos años y varias novelas para que encontrara una historia en la que esa imagen encajara, y esa fue De la Melancolía. La protagonista, Elena, define su descenso a la depresión con ese sonido y ese desgarro silencioso que yo le presto, tras tantos años guardados a la espera de algo a lo que mereciera la pena asociarlo. 

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Cuando escribí la novela no sabía que regresaría a allí apenas una semana después de que esta historia fuera publicada. Las casualidades enlazan y crean una historia paralela a la que creemos presenciar o protagonizar. Y bajé conmigo el libro, como un final de círculo, para que aquello que allí había comenzado sin yo saberlo cobrara más sentido. Fueron emociones muy diferentes, pero igualmente intensas y hermosas: la de la primera vez, íntima, profunda y misteriosa. La de la segunda vez, con una creación propia, con una historia que entrelazar a la que se cuenta Pía por las noches, a la que nos transmite con gruñidos y crujidos ininteligibles. 

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Los arañazos y las estrías del hielo han dejado su huella sobre las piedras. Aquí todo cuenta historias, y casi todas son evidencias de un pasado que se desarrolló sin testigos ni notarios.

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Desde el Ventus Australis la lengua de hielo y piedras continúa pareciendo gigantesca e irreal.

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El barquito se convierte, una vez más, en una cáscara de nuez frente a la inmensidad, y el viaje en una antigua metáfora de la insignificancia ante la vida, de lo poco que decidimos o intervenimos en todo esto. Un mensaje para disfrutar y aprender de ese camino, sin que tampoco el ansia por entender nada se interponga.

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La chaqueta de lana trenzada de color granate es de Venca. El vestido de seda estampada pertenece a La Fée Maraboutée.  Los pendientes son de Vickovsky Art.

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Cuando comenzó a refrescar el viento cargado de hielo pedía un plumífero más contundente contra el frío. La diferencia entre disfrutar de un viaje así o padecerlo se encuentra en el calzado y en las prendas de abrigo: y, no lo olvidemos, en eso que parece tan sencillo, y que resulta tan difícil de escoger con acierto: la compañía. 

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Las fotos, como todas las de este viaje en Australis Cruises, fueron tomadas por Nika Jiménez

Viaje a la Patagonia II: Cabo de Hornos y Wulaia

El segundo día de ruta (puedes ver el día anterior del viaje con Cruceros Australis aquí)  no aporta únicamente un recorrido por el canal Murray, o la bahía Nassau, sino un viaje por la historia y por algunos de los descubrimientos geográficos más importantes de varios siglos: el desplazamiento de hoy se salpica de nombres míticos, tan conocidos que parece irreal encontrarlos por el camino. ¿Existe de verdad, más allá de la literatura, de las películas en las que exploradores y piratas lo mencionan, el Cabo de Hornos? Existe, sí. Y, aunque me parezca difícil de creer, yo lo he doblado ya dos veces. Por lo tanto, como manda la tradición marina, tengo derecho a lucir un aro de oro en mi oreja izquierda.

El Cabo, en realidad, se encuentra en el punto más meridional de la Isla Hornos. Al sur de este lugar se extiende el Pasaje de Drake, también llamado el Mar de Hoces, y más allá, la Antártida. En el este bate el Oceáno Atlántico, que se funde por el oeste con el Pacífico. Un fin del mundo, sorprendentemente frecuentado durante siglos, desde comenzó a usarse en el siglo XVII (Francisco de Hoces lo había descubierto en en 1525) hasta que el Canal de Panamá ahorró millas de navegación y peligros de naufragio.

La estrechez de los pasos, la furia de los vientos, que no encuentran obstáculo alguno, y giran sin ningún aviso, las olas, que pueden alcanzar alturas imprevistas, y la presencia de hielos convirtieron estas aguas en un desafío para los marinos. Doblar el Cabo de Hornos continúa siendo un reto aún hoy, y el pequeño Ventus Australis lo afrontó con decisión y valor.

Desembarcamos muy de mañana en la Isla Hornos: el montículo de más de 400 metros de altura no ofrece una playa, sino un embarcadero instalado en un pliegue de las rocas, la Caleta León, y resulta interesante pensar en cómo se decidió en algún momento que ese rinconcito de una isla aparentemente inexpugnable sería el adecuado. Si os apetece ver una buena ficción sobre este tema, os recomiendo la película Master and Commander. El personaje de Aubrey en esta aventura se basa en un marino real, Lord Thomas Cochrane, cuyo periplo es interesantísimo. 

Los yámanas, por supuesto, conocían estas aguas, que recorrían en sus canoas, desde tiempos inmemoriales, pero fue en el siglo XIX cuando Robert Fitz Roy, en el primer viaje del Beagle, desembarcó en la isla. Fitz Roy es otro personaje histórico apasionante, con mal final, pero con una vida realmente increíble.

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Autora española sigue los pasos de Robert Fitz Roy en Isla Hornos un par de siglos más tarde.

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En memoria de todos estos pioneros, y de infinidad de marinos anónimos, se elevan aquí varios monumentos. Uno de ellos se dedica al marineno desconocido. La escultura del albatros, una de las aves de la zona, lleva la firma del artista José Balcells, recuerda a quienes murieron en estas aguas. Y en recuerdo de Fitz Roy hay otro memorial.

Sé lo que estáis pensando. Nada favorece tanto como un chaleco salvavidas.

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La Armada chilena mantiene aquí un faro, una casita para el farero y su familia, y una capillita dedicada a la Estrella de los mares, la Virgen del Carmen (mi patrona: yo nací el 16 de julio). El oficial que está al cargo de la isla vive aquí con su familia, su esposa y una niña. Son amabilísimos, y reciben cálidamente a los viajeros. A su vez, la isla forma parte del Parque Nacional de Cabo de Hornos y ofrece interesante información sobre metereología, flora y fauna.

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Si la mañana se escapa bajo el cielo azul y los vientos gélidos de la Isla, la tarde nos lleva  a la bahía Wulaia; si antes seguíamos los pasos del primer viaje del Beagle, aquí, en el oeste de la isla Navarino,  amarró ese barco mítico en su segundo viaje, en el que un muy joven y muy original Charles Darwin recogía evidencias que le llevarían a esbozar una teoría revolucionaria sobre el origen de la humanidad.

En la caleta se conservan los restos de una vieja granja, uno de los infructuosos intentos de colonizar estas tierras, que durante siglos fueron patrimonio de los yaganes o yaghanes. Apenas quedan los muros que marcaban los establos y el lavadero de lana. El edificio más moderno que se eleva al fondo era una estación de radio, y ahora sirve como un centro de información sobre los pueblos indígenas.

Pese a que ahora nuestra manera de abordar la historia sea ligeramiente distinta, resulta difícil dar un paso sin encontrar las huellas de un pasado colonizador y de una visión parcial del mundo. Para la mentalidad decimonónica, los fueguinos no eran considerados seres humanos completos, sino salvajes que necesitaban de la redención civilizadora. Quizás conozcáis la historia de Jemmy Button, el indígena yagán adolescente que fue llevado a Inglaterra, y presentado ante el rey Guillermo IV. Vestido como un caballero, vacunado, y con un pequeño barniz de modales, Fitz Roy lo devolvió aquí, a su tierra, tres años más tarde. El intento civilizador due un auténtico fracaso, se mire por donde se mire. Uno de los indígenas arrebatados murió de viruela, y cuando el resto regresó no sabían muy bien a qué mundo pertenecían.

En 1855 una misión anglicana intentó radicarse en esta misma bahía. Pretendían implantar la agricultura y evangelizar a los yaganes. Button aún vivía, y cuando los misioneros fueron masacrados y la misión saqueada testificó que no había sido su pueblo, sino los indios ona, los responsables. Las transcripciones del jucio resultan lamentables y vergonzosas.De principio a fin, toda esta iniciativa fue una idea desgraciada tanto para los nativos como para los europeos.

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El ascenso hacia la cumbre nos permite imaginar cómo Darwin debió deslumbrarse ante la riqueza y la variedad de la vegetación: a mi espalda podéis ver un arbol de Pan de Indios. Esas pequeñas bolitas naranjas son comestibles.

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A menudo tengo la sensación de ser observada. Quizás aquí habiten invisibles dragones…

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Los castores, que fueron importados para criarlos por su piel, y que lograron sobrevivir porque la calidad de la misma cayó en picado al llegar aquí (listos animalitos adaptativos) suponen una importante plaga para el entorno: son imparables y muy invasivos. Esta presa ha sido creada por ellos, y en todos los troncos se encuentran evidencias de su afán roedor. 

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Un lugar de belleza serena e infinita, donde la meditación sobre nuestra escasa importancia se impone, queramos o no. Existe una perversa tentación a creer que la naturaleza se rige por normas justas y más compasivas que los humanos. Aquí se pone en evidencia que eso no es así, nunca ha sido así. No hay justicia, ni siquiera orden. Solo una extraña lógica de causa y efecto, y no siempre. Como en la poesía, como en la vida.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez.

Viaje a la Patagonia I: Ushuaia

No se llega al fin del mundo por casualidad, no se alcanza ese límite sin pagar un precio a cambio, no se consigue sin un esfuerzo previo, planificación abundante y a veces varios fracasos anteriores: ninguno de los lugares que claman por convertirse en esos Finis Terrae decepciona, ninguno ofrece un paisaje vulgar o una reflexión superficial: desde el Finisterre gallego, al Finistère francés o a Pembroke, en Gales, cuando el mundo conocido se interpretaba desde Europa, saltamos a los descubrimientos que demostraron que el mundo, lejos de ser plano y de albergar monstruos más allá de las Columnas de Hércules, se contenía en sí mismo, y no se llegaba al fin sin ofrecer otro principio.

Pese a todo, siempre me ha fascinado la idea de llegar a  un confín más allá del cual no hubiera nada: el hielo detenido sobre el agua, el océano con su fantasía de inmensidad, o un límite personal hecho trizas. Hace casi dos décadas viajé por unas tierras extraordinarias, la frontera sur por muchos siglos de allí donde podíamos adentrarnos como humanos. La Tierra del Fuego, custodiada por el hielo, la Patagonia Chilena, cuyos retorcidos dientes salvábamos en un pequeño barquito de Cruceros Australis. Ahora, en mi regreso, he trazado el camino inverso, de Argentina a Chile, que llevé a cabo en el primer viaje: y, antes de embarcar, os invito a que me acompañéis en la jornada previa a la que reclama ser la ciudad más austral del mundo, Ushuaia, en perpetua lucha con Puerto Williams, Chile.

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 En estos años de ausencia, Ushuaia ha crecido y prosperado de manera notable: la Bahía profunda descrita por los primeros pobladores, cazadores nómadas, y que hasta bien avanzado el siglo XIX no ofrecía ningún atractivo al poblador o colono occidental, se ha convertido en un centro turístico y administrativo notable, lleno de color, y con una leve semejanza a los pueblecitos alpinos europeos; pero si nos desprendemos de esa necesidad de comparar todo lo nuevo con aquello que ya conocemos, asoman las huellas de un espíritu propio, irreductible, el de los supervivientes en tierra hostil.

El trazado de las calles, muchas de ellas con una mezcla de grava, cemento y hierba, devorado por la nieve y la sal, sigue vagamente el espacio entre las montañas y el puerto, en una calle larga y estrecha que alterna cafés, tiendas de ropa deportiva y antiguas estructuras de hojalata y madera. Más allá, los Andes Fueguinos la rodean por tres de sus cuatro flancos: desde la ciudad parten excursiones para explorar las sierras contiguas, sus lagos y los saltos de agua de los ríos. Como el turismo ha llegado relativamente tarde a estas tierra, con sus excesos ya asumidos, resulta visible el esfuerzo en la conservación y la sostenibilidad de cada factor implicado: empresas, hotelitos, instituciones, y el propio viajero. 

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Sin embargo, aquello que durante décadas logró que Ushuaia fuera conocida, y lo que le aportó la mayor parte de su población fue el presidio que se comenzó a construir en 1896. La costumbre de enviar a presos a los lugares más alejados de la civilización no era nueva: piensen en Napoleón en Santa Helena, en los condenados enviados al destierro penal en  América, a la Guayana o a Australia. La literatura nos habla del Conde de Montecristo, pero también de Manon Lescaut, desterrada y fallecida en la Luisiana. 

El penal de Ushuaia se establece por razones menos romáticas: el gran número de emigrantes que recibía Argentina en esos años hizo que los índices de criminalidad desbordaran las pequeñas cárceles de Buenos Aires: en 1902 adquirió un carácter de instalación definitiva, y los cinco pabellones, ahora dedicados a diversos museos, se mantuvieron en activo hasta 1947. El aislamiento, el frío, el mar y los uniformes desalentaban que los presos intentaran escapar: no había a dónde. Un pequeño trenecito, el más austral del mundo  servía en su momento para que los presos que demostraban mejor conducta se trasladaran a los campamentos forestales cercanos, donde trabajaban en la tala y la construcción. Aún continúa en funcionamiento, si deseamos hacer el breve recorrido.

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¿Habéis estado alguna vez en una cárcel? Yo he pisado tres, mazmorras aparte; en una ocasión, en España, como parte de un programa que acercaba la literatura a las cárceles, y dos aquí, en Ushuaia. Además de un fascinante Museo Antártico Jose María Sobral, que merecería una musealización mejor, y que se encuentra en el pabellón IV, la visita al Museo del Presidio resulta obligada: escalofriante, heladora, a veces morbosa, pero obligada. 

Los presos destinados a Ushuaria estaban considerados como muy peligros,  reincidentes y, en su mayoría, irrecuperables. Eso abarcaba desde asesinos en serie a presos políticos. Las condiciones de vida, si ya se hacían duras para colonos y guardas, convertían el día a día de los presos en una condena añadida. Los trabajos forzados eran parte de su redención: también se les ofrecía enseñanza primaria, y formación en oficios y talleres. Su conducta determinaba si podrían salir del penal para trabajar al aire libre como leñadores o albañiles, un destino duro, pero muy apreciado: por esos trabajos recibían una pequeña remuneración que podían remitir a sus familiares o rescatar al final de su pena.

Y, por supuesto, las medidas que adoptaba uno u otro director incidirían directamente en el respeto a los derechos humanos mostrado: se constatan los malos tratos y las torturas, en particular durante los años 30. No obstante, basta con pasarse por los pabellones, algunos de los cuales no han sido restaurados, para hacerse a la idea del horror que suponía acabar allí. Durante el mandato de Perón la cárcel fue definitivamente cerrada.

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¿Y quiénes acababan allí? Presos comunes reicidentes, pero con mayor frecuencia asesinos y psicópatas, como el asesino en serie Mateo Banks. El más conocido y quizás el más pertubador de todos ellos fue el Petiso Orejudo, un niño asesino de niños.  Anarquistas, algunos de ellos con delitos de sangre, como Gino Gatti; intelectuales y políticos, como Pedro Bidegain, o Néstor Ignacio Aparicio. Y, aunque no está probado, algunos dicen que el mismo Carlos Gardel pagó pena allí de adolescente, bajo otro nombre.

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El aire vuelve a ser un privilegio tras unas pocas horas en esas celdas y esos pasillos, salpicados con antiguos braseros. Hay un cielo azul sobre las casas de chapa, un horizonte de nieve y de agua, y, muy pronto, la salida a mar abierto, al Canal, luego, y a Cabo de Hornos.

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El paseo marítimo de Ushuaia muestra toda una serie de lápidas, bustos y recuerdos a los pioneros de la exploración ártica, y a las impresionantes expediciones que partían desde esas tierras a lo desconocido. Por suerte, en los últimos años se han reivindicado de nuevo esos nombres, y esos esfuerzos, a veces tan absurdos, pero tan hipnotizantes. y de ahí al barco, al Ventus Australis, y al inicio del viaje por mar.

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Respecto a la indumentaria, estos viajes se llevan a cabo durante la primavera y el verano austral, es decir, el otoño y el invierno en el hemisferio norte. Aún así, nos encontramos muy al sur, rodeados de nieve y hielo. La protección solar y alguna prenda de abrigo resultan imprescindibles. Yo llegué allí a mediados de noviembre, y tuve la suerte de contar con días claros y luminosos, pero frescos. Durante el paseo por Ushuaia bastaba con un vestido kimono, de La Fée Maraboutée. A bordo resultaba ya necesario un plumífero, sobre todo si se deseaba ver el atardecer en esas tierras extrañas. Escogí uno de Henry Arroway, ligero, cálido, y aislante. No es la más barata de las opciones, pero en prendas de abrigo la calidad prima por encima de cualquier otra consideración, y por cierto, ahora podéis comprarlas rebajadas. Del resto del equipaje os hablaré en entregas posteriores.  Las fotos, como siempre, son de Nika Jiménez.

Fiesta

Las fiestas con las que yo soñaba de niña estaban pobladas de vestidos con enormes mangas jamón y faldas parábola que Lagerfeld había diseñado para Chanel y que Inès de la Fressange lucía sobre su elegante estructura. Diana de Gales y Carolina de Mónaco competían en hombreras, lunares y sombreros de vaga inspiración cordobesa, y el maquillaje marcaba los rasgos definidos por cabellos cortos, y capeados, y cardados.

Pasó la moda, como pasa siempre, con la promesa de que regresará y para mi sorpresa este año ha vuelto aquello que del todo el listado expuesto yo creía más y más definitivamente extinto: las mangas de volúmenes exagerados, entre isabelinas y victorianas, con puños ceñidos que exigen movimientos ampulosos y cálculos previos del espacio disponible alrededor. Y, ya que de niña nunca llegué a las minifaldas plisadas ni a los corpiños en forma de corazón, a los satinados combinados con terciopelo ni a las chaquetas bicolores, hoy es el día en el que me desquito de todo ello para desear unos días de felicidad, de descanso, de alegría.

Para eso, en definitiva, son las fiestas. Para vestirse y comer de manera diferente, para ver a los de siempre, para festejar que ha pasado un año más y continuamos vivos. Que ha aparecido un libro nuevo, en mi caso, o niños, o logros, o cambios, en otros. Para recordar a quienes ya no están, para conservar o desechar recuerdos, y para que los nuevos propósitos se esbocen: yo deseo viajes, libros y estudio, nada nuevo, pero todo aquello que me hace feliz.

Y así, desde el camarote y la cubierta del Ventus Australis, en el otro lado del mundo, entre los canales que bordean el Estrecho de Magallanes, os deseo lo mejor. Que se cumpla aquello que nos conviene y no aquello que deseamos. Y que cada día se parezca a como imaginábamos de niños las fiestas, y no a los que de adultos hemos comprobado que son.

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El pantalón palazzo de terciopelo negro es de Mango. De la Melancolía, Ed. Planeta, puede encontrarse en muchos lugares, entre ellos La Casa del Libro, que estos días y hasta el 26 sortea 3 ejemplares en su cuenta de Instagram o en cualquier librería independiente, a las que tanto hay que apoyar, como La puerta de Tannhäusser u 80 Mundos, ambas premiadas por su labor cultural.

Las fotos las sacó Nika Jiménez a bordo del Ventus Australis, la víspera de llegar a la Isla Magdalena, antes de la cena del capitán o la cena de gala del viaje. Pronto os hablaré más de ese viaje de auténtico ensueño entre glaciares, pingüinos y Tierra del Fuego. Hasta entonces, buen viento y mejores noches.

Cuentos de hadas

No sé en qué lugar de nuestra cabeza se almacena el lugar de los sueños, el de las fiestas en las que brillamos como si no hubiera ninguna otra, en palacios que nunca hemos visto o imaginado. Posiblemente comiencen con los cuentos de hadas, que poseen la capacidad de colarse entre los recuerdos como si los niños fueran Pulgarcitos y las niñas Cenicientas, independientemente de la edad que tengamos.

No sé cómo se inventaron, ni qué forma extraña y atemporal adoptaron durante siglos, antes de que Disney los homogeneizara. Los vestidos de color de cielo, de luna y de sol que Cenicienta lleva las tres noches del baile han inspirado centenares de bailes reales: algunos de disfraces, otros con la misma intención y propósito que los del cuento.

No sé qué magia tiene cada vestido nuevo para convertirse en una vieja historia. Las mansiones y los jardines, los bailes y los zapatitos perdidos. Supongo que eso es lo que prende la mecha de una historia, esa chispa de trama inmortal. No conozco a un escritor que no diera algo muy valioso con tal de escribir una historia así, una que se convirtiera en una leyenda, en una superviviente tras centenares de generaciones; un cuento casi inmortal, una invitación a los sueños.

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El vestido de lentejuelas metalizadas es de Mango, y puede comprarse aquí. Los pendientes en forma de sol son de Luxenter. Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez frente al museo Holburne, durante el EPV Austen que organizo cada año a Bath con B the Travel Brand. Ya están anunciados algunos de los que tendrán lugar en 2020 y puedes consultarlos aquí.

Hats&Horses Mallorca

La semana pasada se celebró la primera jornada de Hats&Horses en Mallorca: fui la madrina del evento en la primera edición de Menorca, y como parece que les traje suerte, me pidieron que lo fuera también en esta, algo a lo que accedí encantada.

A menudo se malinterpreta las razones por las que aparezco en eventos no literarios: sigue imperando el prejuicio de que un escritor debe vivir entregado a su arte, y alejado del mundo. Sin entrar en que grandes autores han sido (y son) auténticas mariposas sociales, en mi caso si doy visibilidad a algo ajeno a mi trabajo o para lo que no trabajo se debe a razones bien meditadas.

Así es con Hats&Horses, una idea que Ari Vilalta, muy querida y antigua amiga  y fundadora de Driven se trajo de Ascot. ¿Qué me encajó de esta propuesta, que está en pleno crecimiento?

-La lleva a cabo un equipo pequeño, mayoritariamente femenino, que cree que la creatividad es una clave importante para cambiar la comunicación.

-Se trata de una iniciativa que se aleja de la promoción turística convencional en las islas. Es un sector con el que trabajo a menudo, en un intento de dotar de contenido cultural al turismo de sol y playa.

-Recoge el legado antiquísimo de la relación entre los caballos y el Mediterráneo, en particular con lo balear, algo por lo general poco conocido y que el viajero convencional no asocia a las islas.

-Potencia los productos locales, y es una fantástica plataforma para que pequeñas marcas artesanales y exquisitas, como pueden ser Rita Zaid o Montesinos Vilar, puedan darse a conocer. Ambas (y otras) son emprendedoras que persiguen un sueño y a las que me parece importantísimo apoyar. Por otro lado, en un entorno con invitados y asistentes internacionales, yo visto y muestro siempre marcas españolas.

-Nos propone un día diferente, una fiesta en la que la fantasía, la elegancia (o lo que cada uno considera como tal) encuentra un espacio. Por elitista que pueda parecer, la entrada a Hats&Horses se pone a la venta para todo tipo de públicos, y se encuentra en el rango de otro tipo de festivales o eventos populares.

-Y es tan, tan divertido, el tiempo y el cielo resultan siempre tan luminosos, me permite olvidarme de tan manera de problemas y de la rutina que no necesito ni excusas, ni explicaciones, ni que me animen mucho. Si alguna vez podéis encajarlo en vuestras escapadas o vacaciones, probadlo: no me cabe duda de que repetiréis.

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Presenciamos varias modalidades de deporte hípico; las carreras como tal, la doma clásica, los ejercicios de exhibición de la Real Federación Hípica de las Islas Baleares… Pude acercarme a los caballos y acariciarlos, y hablar con los dueños, que es la mejor parte de este día.

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No todo son caballos… un invitado inesperado intentó colarse en mi bolso.

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Ya conocía este tipo de carreras del Hats&Horses de Menorca. Y aunque no disfruto apostando, me gusta mucho ver la pericia y la habilidad con la que corren estos trotones.

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Aunque no formé parte del jurado, me encomendaron que entregara el premio a los más elegantes de la jornada, que recayó sobre Ilona Novackova y Esteban Mercer, respectivamente.

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Los créditos, en esta ocasión, son muy extensos. Comienzan por el precioso vestido de The 2nd Skin Co, de la colección invierno 19/20 Lucky 27. Muy armado, pero cómodo, con un estampado de loros en tonos de lo más apropiado para esta época, es también ligero. Lo combiné con las sandalias de tiras Yuriko X de Lodi y el exclusivo clutch Aisha de Rita Zaid, con los apliques de rubí, y un anillo de la misma firma a juego. Todos los bolsos joya de Rita Zaid pueden personalizarse en acabados y apliques intercambiables. La pamela, espectacular, era obra de Montesinos Vilar, que la confeccionó especialmente para mí. El maquillaje corrió a cargo de Xisca Boch, y las fotografías, como suele ser habitual, son de Nika Jiménez.

Una aventura en las tierras del norte

Visité Bath por primera vez en 2001 porque uno de mis libros así lo requería. Estaba documentándome para Querida Jane, querida Charlotte, (sí, sé que está agotado y que alcanza cifras astronómicas en reventa, pero lo reeditaré ampliado y corregido muy pronto) y era imposible hablar de Jane Austen sin una mención a esta preciosa ciudad. 

Quise entonces escribir sobre ella con alguna otra excusa. Sus calles doradas, las aguas cobrizas que se convierten en un verde sólido, la luz que emana de la arenisca y su gracilidad la convierten en una ciudad única. Sin embargo, no sospechaba entonces que la visitaría en tantas ocasiones en las siguientes décadas, y mucho menos acompañada de viajeros apasionados de la Austen, como ahora hago con B the Travel Brand y Viajes El País. El siguiente está planeado para el 9 de octubre de 2020, y como se llena muy rápidamente puede ya reservarse aquí.

Sin embargo, seguía queriendo escribir sobre Bath, y sobre la impresión que viví aquella primera vez. Y entonces encontré la manera perfecta para hacerlo.

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Aunque en estos viajes asociamos Bath a su esplendor en el siglo XVIII y XIX como resort y balneario de moda, impulsado por los arquitectos Wood padre e hijo y el árbitro de la moda Beau Nash, su historia se remonta a tiempos mucho más remotos. Los celtas ya conocían los beneficios de las aguas de este lugar rodeado de suaves colinas y surcado por el río Avon. En este mismo sitio en el que me encuentro, muy cerca del manantial de aguas termales, erigieron un templo en honor a la diosa Sulis

Sulis era una diosa muy particular: por un lado, encontramos una diosa del inframundo, protectora de las aguas que manaban del interior de la tierra, y que facilitaba que los ofendidos, que le dejaban las maldiciones para sus enemigos, consiguieran su venganza. Por otro lado, se la consideraba una diosa que alimentaba y daba vida y que devolvía la salud a los enfermos.

Los romanos, con su habitual eclecticismo, asociaron a Sulis con Minerva, otra diosa virgen, sanadora y capaz de empuñar las armas. Y  retomaron  la tradición de los baños, que se construyeron en torno al templo bajo el reinado del emperador Claudio. 

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Por lo tanto, ¿cómo no hacer que Marco, mi joven héroe protagonista de El chico de la flecha, y El misterio del arca visite Aquae Sulis, esa ciudad en el remoto norte famosa por sus sanaciones y sus aguas milagrosas? Así nace La suerte está echada, Una aventura en las tierras del norte, Anaya Infantil y juvenil, la tercera (y última) parte de esta trilogía para jóvenes ambientada en la Hispania Romana del siglo I. D.C. 

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No todos los editores hubieran apostado por una novela histórica romana para adolescentes, pero Pablo Cruz lo hizo. Y la acogida de los profesores de clásicas, de historia, de lengua, literatura… ha sido desbordante. El chico de la flecha se encuentra en la prestigiosa Lista de Honor OEPLI 2017, y El misterio del arca obtuvo el Premio Letras del Mediterráneo 2018. A principios de 2020 retomaré los encuentros con institutos y colegios para seguir hablando de Marco, de Junia y de Aselo.

Después del inesperado éxtio del que las entregas anteriores han gozado (he perdido la cuenta de cuántas ediciones llevamos de El chico de la flecha) quería poner fin a la trilogía por todo lo alto. Marco ha crecido, y en esta ocasión el enemigo al que se enfrenta es mucho más poderoso que él y que su tío Julio, tan sabio y calmado. Y esta aventura no solo le llevará a ese norte britano desconocido, sino a otro lugar que me ha fascinado desde niña y en el que la faz de la tierra cambió en el 79 D.C…

Podéis leer la introducción y el primer capítulo de esta novela aquí. Si trabajas en un instituto o colegio con Anaya, pregúntale al comercial que te visita. Y podéis también hacer la prerreserva en vuestra librería habitual, porque La suerte está echada salé estos días a la venta, o comprarlo en los enlaces que te indican aquí.

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Para las fotos de Nika Jiménez en los Baños Romanos llevaba jersey y chaqueta blanca de Mango, falda plisada de tul y pendientes de Luxenter. El bolso es de una pasada edición de Salvador Bachiller. Había llovido durante todo el día, pero aún así parecía adecuado llevar algo blanco y luminoso bajo ese cielo. Es la sensación que tengo siempre antes de que salga un nuevo libro.

Este sol de la infancia

Estos días azules y este sol de la infancia fue el último verso que, al parecer, escribió Antonio Machado. Apareció en un bolsillo del viejo abrigo del poeta, tras su muerte, en Collioure. Unas circunstancias desgraciadísimas, pero aún así fue capaz de evocar la luz que le había acompañado siempre, la de la Sevilla de su infancia que serpenta en varios poemas a lo largo de su vida. Ese verso me ha parecido siempre una declaración de belleza y luminosidad frente a lo terrible, y lo recuerdo a menudo. 

No he sido bendecida con una gran memoria literal: me cuesta recordar los rostros, y altero a mi capricho citas y fragmentos literarios, aunque tengo habilidad para recordar personajes, para relacionar hechos y datos y una buena y tiquismiquis memoria emocional. Quizás por eso, o a pesar de eso, recuerdo de manera aleatoria versos y frases en lugares concretos y en días en los que se nos describe, por ejemplo, que el tiempo cambia pero permanecen dorados los días, o que el mar bate azul y verde las rocas. 

Tras los grises días pasados en York y las oscuras tierras cubiertas de brezo de las Brontë, Madrid parece aún más claro y ajeno al invierno. Dorados días de sol y noche, como ha titulado Luis Antonio de Villena su segundo tomo de memorias. Creo en las noches, añade Rilke, creo en lo que aún no se ha dicho.Saltan los versos en la memoria como caen las hojas, con parsimonia pero certeras. 

Recuerdo, por ejemplo, que Dámaso Alonso, menos optimista, aterrado ante la indiferencia de Madrid y del mundo ante los horrores de la guerra, le preguntaba a Dios, mientras observaba la ciudad: ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,/ las tristes azucenas letales de tus noches? O a Cernuda, que me asalta a veces con una voz calmada: Junto a las aguas quietas / sueño y pienso que vivo.

Eso es, en fin, para mí, el otoño y la poesía: un continuo en el que me muevo y que me envuelve, no un paso de cebra a mis pies. Un estado de ánimo compartido desde hace siglos con otras voces, un sol, una infancia, un aire claro.

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Siempre hay una pequeña hoja pionera que nos marca el camino.

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El vestido de rayas es de Mango, y su color mostaza lo hace perfecto para estos días aún cálidos, pero no veraniegos. El bolso pertenece a la misma marca. Los zapatos destalonados, combinan dos colores en ante y son de Dchicas. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en Madrid

Princesas

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Hace ya quince años decidí publicar mi primer libro sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria o TCAs, entre los que se encuentran la anorexia y la bulimia. Una de las cuestiones que más me preocupó entonces fue lo fácilmente que esos problemas pasaban inadvertidos para los padres  y para el resto de la sociedad. Yo, que había estado enferma en mi adolescencia, me decidí a hablar sobre este tema cuando descubrí que existían páginas web que incitaban a las chicas a enfermar y a continuar enfermas.

La soledad en la que habíamos vivido los TCAs las mujeres de mi generación había cambiado. Las enfermas (entre ocho y nueve de cada diez de los afectados son chicas) continuaban viviendo con vergüenza y en secreto su sufrimiento, pero internet primero y las redes sociales después se han convertido en una de las maneras en las que se obtiene información y refuerzo para el adelgazamiento y las conductas perjudiciales.

Para mí el camino hacia la recuperación fue tan duro y tan solitario que me juré que si podía evitarlo nadie pasaría por ello así. Ese compromiso llega hasta el día de hoy. Por eso he escrito tres ensayos sobre el tema y participo regularmente en Congresos con Psiquiatras y expertos en conducta alimentaria que me ayudan a comunicar los mensajes correctos. Siempre que puedo intento romper con los tópicos y el desconocimiento sobre los TCAs.

Por normal general los TCAs se manifiestan en la adolescencia, pero algunas señales se pueden descubrir ya en la infancia. No esperen a que sus hijos sean adolescentes para transmitirles una imagen positiva de su cuerpo: la idea de si alguien es bello o feo, adecuado o no se forma mucho antes.

Lo primero que querría decirles a esos padres es que por muy preocupados que estén, por muy buenos progenitores que hayan sido, por muy amigos que crean que son de sus hijas, parte del trastorno incluye el ocultamiento, las pequeñas mentiras, la negación. Dos consejos que les valdrán más que el oro: uno, que en esos casos intenten no enfadarse y cuando se les acabe la paciencia,  compren una tonelada más. Dos, que no centren el problema en la comida: los TCAs son principalmente cuestiones emocionales que se expresan a través del cuerpo. El problema con los TCAs no es la comida, son las emociones.

Si la niña mantiene una autoestima alta, se muestra feliz, ocupada, asume que puede cometer errores y no se presiona demasiado (o no la presionan) eso siempre servirá como elemento protector. Mucho antes de comiencen a alterar su relación con la comida verán otras señales: cambios de humor, sensación de tristeza o de no estar a la altura, obsesión por las notas, el físico o el deporte. Sé que resulta complicado distinguir esas señales de las de la adolescencia, pero no las menosprecien. Hablen, pregunten, sean pesados.

En la actualidad una de las huellas más claras se deja en la tecnología: generalmente es un lugar que a los padres les impone, que no manejan con la misma facilidad que sus hijas, y que se resisten a controlar por respeto a la intimidad de las niñas. Por eso deberían saber que muchas redes sociales prohíben usar las palabras anorexia o bulimia, pero que a cambio se usan Ana y Mía o Mia. Mi amiga Ana o Mi amiga Mia son dos frases que conviene retener.

Las búsquedas relacionadas con estos términos se han disparado un 470% en los últimos años. No está de más que los padres saquen el tema de vez en cuando, que sepan si entre los amigos o las compañeras se tratan estos temas, si han detectado casos, y cuáles son las reacciones de los propios adolescentes. No es una manía, no es una dieta, no es un estilo de vida. Los TCAs son trastornos peligrosos que deben ser tratados y detectados a tiempo.

Las redes sociales favorecen la difusión de contenidos y conversaciones muchas veces muy poco constructivos sobre ese tema. Por suerte, también nos sirven para difundir y prevenir. Y esta es una muestra.

 Por favor, vean este vídeo. Orange ha lanzado la Campaña  “Trastornos Alimentarios y RRSS dentro del marco “Por un uso Love de la Tecnología”. Los padres y madres interesados encontrarán esta y otras temáticas relacionadas aquí:

https://usolovedelatecnologia.com/  

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 Existen 2 millones y medio de publicaciones etiquetadas con #Anorexia y casi cuatro con #ana #mia. Además, otros términos que deben alertar a los padres son palabras como “princesa”, “hada” “mariposa” y su combinación con “ana”, “mía”, “tristeza”, “soledad” o “lágrimas”.

Como bien saben los expertos, el 60% de los pacientes con trastornos alimentarios buscan contenidos en internet que ponen en riesgo su salud. Eso incluye dietas, recetas bajas en calorías, ejercicios y tablas de ejercicios y muy en especial, trucos o “tips” para adelgazar. También buscan otros contenidos como los trucos de belleza o de alimentación de sus famosas preferidas, cantantes, actrices, influencers, instagrammers particularmente delgadas o especializadas en ejercicios o dietas.

 El 85% de los pacientes comienzan a teclear estos términos cuando son menores de edad y 1 de cada 4 siguen haciéndolo cuando son adultos. Como eso suele llevarse a cabo en soledad, en su ordenador o su móvil, el 87% de la familia desconoce este problema, y solo un 40% se acaba enterando con el tiempo.

 Volvamos a ver el vídeo y analicemos algunos aspectos que los padres y madres pueden comentar en casa.

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– El lenguaje tranquilizador de los cuentos de hadas es una trampa: las niñas se convierten en princesas que deben esforzarse por ser hermosas para que el espejito mágico les devuelva la respuesta correcta. (Otras ideas erróneas son “Para presumir hay que sufrir” o “Nada sabe tan bien como estar delgada”).

– Cuando se observa por demasiado tiempo imágenes de mujeres excesivamente delgadas, bien reales o retocadas, se distorsiona la percepción del cuerpo. El peso sano se sustituye por el “peso ideal” que es siempre muy inferior a lo recomendable. Muchas mujeres relatan que después de observar ese tipo de fotografías se sienten inferiores, deprimidas y poco valiosas. Entonces comienza la segunda parte de la trampa: quizás no puedas cambiar tu vida, pero sí puedes cambiar tu cuerpo. Se confunde la obsesión con la fuerza de voluntad.

– Y ahí se inician las conductas de ocultación de comida, de cambio de hábitos y la red de mentiras…

– Los padres pueden sospechar y preguntar, pero lo normal suele ser la negación por parte de las niñas. Este es uno de los pocos casos en los no deben fiarse únicamente de su palabra, sino de los hechos. Como repito, parte del trastorno conlleva las mentiras e incluso la manipulación emocional.

– A menudo los padres no se dan cuenta de hasta qué punto esto condiciona la vida de sus hijas hasta que la joven cae, literalmente. Se desmaya, se desploman sus notas, la pillan o no puede ocultarse la variación de peso. 

– Si descubren algunos indicios de un TCA o su hija enferma los padres no deben sentirse avergonzados ni culpables, pero tampoco quitarle importancia. Es un trastorno muy grave, que tiende a cronificarse si no se trata de la manera adecuada. Por favor, acudan a un profesional especializado o a las asociaciones de familiares. La detección precoz es la mejor manera de ayudar a sus hijas. No crean que pueden solventarlo en casa, o con el paso del tiempo. Intenten mandar un mensaje saludable y positivo sobre los distintos cuerpos, procuren transmitir que el aspecto físico solo es una parte de la persona, y que la felicidad se encuentra por encima de la apariencia.

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¿Las buenas noticias? Hay salida, hay curación, y la mayor parte de los casos tienen un buen pronóstico. Las pacientes de TCAs aprenden a madurar durante la curación, y se convierten en adultos que llevan vidas absolutamente normales. Pero antes de llegar a ese consuelo, hablen con sus hijas, compartan lo que ven, lo que buscan en redes sociales, a quienes siguen, a quienes admiran. Las RRSS pueden ser espacios de creación, de comunicación, fuentes que inspiren y motiven, lugares de belleza y de conocimiento. Hagamos lo posible para mantenerlas así.

Que nos miren

Durante estas semanas estaré hablando en cursos, conferencias y congresos sobre uno de los temas que más me apasionan: mujer y literatura, o incluso, en un sentido más amplio, mujer y creatividad. En algunos casos el enfoque será el de la mujer y el liderazgo, en otros, las mujeres geniales que han sido olvidadas o relegadas, en otros las circunstancias en las que nos debatimos aún hoy. Pero siempre, de una manera u otra, tocaré una de mis pasiones: la relación entre la mujer y su cuerpo, la manera en la que se muestra ante los demás o es percibida. 

A los seres humanos nos gustan las contradicciones y las vidas reseñables: por lo general, las preferimos cuando son otros quienes las muestran. Enfrentarse a una contradicción supone entender que el mundo es complejo y no puede catalogarse con facilidad, y las vidas apasionantes están llenas de ellas. 

Las mujeres más interesantes de la historia, incluso de la contemporánea, son aquellas que han escogido ser vistas, que han recibido la mirada ajena con gusto, o como consecuencia de sus acciones. Las que han roto el tabú que muchas sociedades imponen sobre ellas, la que les permitía exponerse en público, y aún así, con ciertas normas, únicamente en tres ocasiones, una de ellas las de su boda. Y muchas mujeres, incluso pese a su inteligencia, a su excelente desarrollo profesional, o su carisma, se sienten incómodas cuando son observadas, y aún más cuando eso ocurre en público, u ofrecen una entrevista. 

Por supuesto, solo puedo respetar esa actitud; pero me resulta imposible no animarlas a que eso cambie. A despojarse de miedos y de palabras pesadas, y a disfrutar del espacio que, por derecho, ocupan en el mundo. A liberarse de corsés incómodos, que ahora adoptan la forma de trajes discretos, de uniformes de trabajo aburridos, y a atreverse con un color que nunca pensaron, con un trozo del piel que no habían mostrado, el cabello de una manera diferente o un vestido que siempre desearon llevar pero que alguien les dijo que no era para ellas. 

Tengo la suerte de que por mi oficio puedo acudir a diversos eventos, bien literarios, bien sociales. Hace muchos años que decidí que cada una de ellas era una celebración que bien merecía la pena vivirse como una fiesta, como un homenaje a la vida, a quien la organiza, a los libros, a veces, o a otro autor, o… A algunos eso le sorprendió en su momento, y, dos décadas más tarde, les continúa sorprendiendo. A mí me sorprende que sorprenda. 

Sin embargo, para la mayoria de las mujeres son las celebraciones familiares, sobre todo las bodas, las ocasiones, en las que pueden jugar y atreverse, y revelar lo únicas que pueden ser. Como novias o como madrinas, como invitadas o como hermanas de la novia, ahí es donde todos esos sueños y expectativas se condensan. Pienso en Pronovias, que durante décadas ha vestido a esas mujeres de la misma familia, unidas en torno a un vestido blanco o beige, con encaje o mikado de seda, una princesa o una sirena, o un traje de caída impecable para otro tipo de ceremonia, y como pronto comenzó a aplicar ese mismo concepto de costura a medida y telas de una calidad excepcional para las madrinas o las invitadas que acompañaban a la novia.

Días para ser mirada, días en los que incluso las más tímidas pueden revestirse de esa fuerza que otorga un bonito vestido, la fuerza de un verde malaquita intenso, o un fucsia que nadie puede dejar de mirar, o los pliegues hipnóticos que una falda bien cortada ofrece a la vista. Nadie como los poderosos ha sabido que la indumentaria es una demostración de fuerza y de seguridad. ¿Por qué deberíamos renunciar a ello las mujeres? 

A veces, por el tiempo, la mayor de las riquezas, el más exquisito de los lujos. Escoger aquello con lo que vas a ser mirada requiere tiempo y a veces sortear esas contradicciones a las que me refería: ¿atreverse o no? ¿repetir aquello en lo que confiamos o demostrar que iniciamos una nueva etapa y que todos lo vean? En fin, somos visuales, y vivimos en el momento de lo digital. No sustituye el placer de tocarlos y probárselos, pero buscar vestidos cortos de fiesta online ahorra horas de paseos y de indecisión. Permite ver e imaginarse, mucho antes de que ocurra, qué supondrá ser mirada con algo así. 

Cuando hablo de mujeres inteligentes, de mujeres talentosas, de mujeres del pasado, dedico siempre un momento a hablar de cómo vestían y cómo eran percibidas por ello. La elegancia de algunas cantantes de ópera, la indumentaria masculina de otras escritoras, el duelo de lujo de las cortesanas, la manera en la que las mujeres se movieron en su época con mayor o menor libertad, si podían vestirse solas o necesitaban ayuda. Intento que quien me escucha o quien me lea las vean. Porque no lo olvidemos, es importante. La voz, que nunca se pierda. La mirada, que nunca nos olvide.

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Las fotos fueron tomadas en Madrid, por Nika Jiménez, uno de esos días en que la vida nos invita a que nos miren.