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Querida Jane, querida Charlotte, el audiolibro.

El 16 de diciembre de 2020 apareció una de mis obras más queridas en un formato diferente: Querida Jane, querida Charlotte regresaba como audiolibro en Storytel, leído con mi voz. El día del 245 aniversario del nacimiento de una de sus protagonistas, Jane Austen, lanzábamos esta obra de cinco horas y 46 minutos dedicado a cuatro de las mejores autoras de la literatura universal.

Si tenéis curiosidad, podéis escuchar un pequeño fragmento aquí, en mi YouTube.

Las promesas a los lectores deben cumplirse siempre: y desde hacía años yo había repetido que buscaría la manera de reeditar el libro Querida Jane, querida Charlotte que había editado en su momento Aguilar y cuyo recorrido, tras dos ediciones y mi regreso a la editorial Planeta, había quedado interrumpido.

La historia de ese libro se iniciaba a principios de los 2000, después de un viaje por los lugares en los que Jane Austen y las hermanas Brontë habían vivido: se publicó algo antes de que el interés por estas escritoras, en particular por Jane Austen, se consolidara de la contundente manera que ahora, tras adaptaciones, nuevas publicaciones y biografías, podemos ver. Por un conflicto de derechos primero  y después por mi propias dudas, había quedado como una rareza bibliográfica.

¿Por qué albergaba esas dudas? Porque a ese viaje siguieron muchos otros, algunos en solitario, otros con prensa, y la mayoría ya organizados con viajeros con B The Travel Brand y El País Viajes, y lecturas muy diferentes tanto de la obra como de la vida de las autoras. De hecho, si no hubiera sido por la pandemia, en octubre de 2020 se habrían repetido los dos viajes a Hampshire y a la zona de York, que siempre han gozado de una enorme aceptación. Y junto a todo lo inolvidable, lo hermoso y lo emocionante que me ha traído compartir esta pasión con lectores  y con curiosos ha llegado un conocimiento mayor y más profundo de estar autoras y de sus obras.

Por un lado, la frescura y el dinamismo de Querida Jane, querida Charlotte,  esa mirada joven y despreocupada, era su principal encanto. Por otro lado, deseaba abordar con una hondura más propia de mi edad los aspectos literarios de estas autoras. Así, he llegado a una solución que creo que nos contentará a todos.

El audiolibro de Storytel refleja a la perfección todas las virtudes del libro original: de hecho, mientras lo leía me daba la impresión de que hubiera sido pensado para ese formato. Capta el dinamismo del viaje, la rapidez extrema con la que esas vidas encontraron su fin, y el misterio que aún emana de sus obras. La falsa facilidad con la que Austen refleja su entorno, la denuncia cruda de Charlotte, el ansia de fusión de Emily, la necesidad de justicia de Anne.

Y, para satisfacer a su vez la necesidad de que lo aprendido en este tiempo encuentre al lector, en apenas dos meses publicaré un nuevo libro, en este caso centrado únicamente en la figura de Jane Austen: se editará en formato convencional por la editorial Ariel bajo el título de Tras los pasos de Jane Austen, y aunque aparecerá el 10 de febrero, puede ya reservarse aquí. Mi intención es la de dedicarle un futuro libro exclusivamente a las tres Brontë, pero de momento se queda en un deseo formulado al viento.

En estas fotos tomadas en diferentes viajes por Nika Jiménez podréis captar  algunos retazos de esos lugares y esa fascinación. Desde la elegancia y la exigencia de perfección de Bath

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…a la tranquilidad del cottage de Chawton, con el pequeño rincón de escritura de Jane Austen…

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…a Winchester, donde Jane acudió en busca de un postrer remedio a la enfermedad que la mataba, y donde está enterrada…

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…aunque su alma repose posiblemente en la campiña, donde en sus últimos años revisó y escribió sus obras. Varias de ellas se publicarían póstumamente. Desde entonces, nunca han dejado de leerse, de estudiarse y de adaptarse.

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Y aquí descansan su madre y su hermana, las dos Cassandras.

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En el norte, en York, más concretamente en Haworth, la rectoría de las Brontë guarda su memoria.

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El cementerio se extendía ante su puerta frontal…

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…pero por la trasera podían escaparse a los páramos.

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En resumen:

Podéis escuchar el audiolibro Querida Jane, querida Charlotte entero aquí.

Podéis escuchar un fragmento aquí, en mi YouTube.

Y podéis reservar el libro Tras los pasos de Jane Austen, que aparecerá el 10 de febrero, aquí, o aún mejor, solicitarlo en vuestra librería de confianza. 

Si las condiciones nos permiten viajar este año, en 2021 anunciaré los nuevos viajes a York y Bath. Y si no, regresarán en 2022. Muchas gracias, siempre, por vuestro apoyo, y por vuestro entusiasmo. Sin eso no me hubiera animado a llevar a cabo todo este trabajo y esta labor.

El premio del Ateneo de Valencia

Hace unas semanas recibí el Premio de las Letras que concede el Ateneo de Valencia. El Ateneo se fundó en 1879, cuenta con 3.500 socios  y es una institución en su ciudad, con una biblioteca que alberga más de 53.000 títulos. Además de su incesante labor cultural y educativa, cada año convoca unos premios literarios en las modaliddes de Relato, Poesía y Novela. Además, reconoce con el Premio de Honor el recorrido literario de un escritor que consideran de relevancia por su obra y por su trayectoria.

El Ateneo se encuentra ubicado en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, y las vistas desde sus salones resultan impresionantes. Sin embargo, este año las circunstancias sanitarias nos obligaron a suspender la cena de gala en la que se entregan los premios, a reducir el aforo hasta el mínimo y a un regocijo más íntimo que público.

Ya he hablado en muchas ocasiones de la importancia de este tipo de galardones: no es posible presentarse a ellos, no dependen de una moda o de un triunfo ocasional e indican que una de las funciones de la literatura, la de fijar las historias en el tiempo, se continúa cumpliendo, al menos en vida del autor.

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El Premio en sí mismo es una contundente pieza de metacrilato grabado, muy pesado, pero de línea elegante y discreta.

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Los años pasan volando, y pronto cumpliré 25 años de carrera. La juventud, que parecía eterna, cede ante lo inevitable. Incluso las primeras ambiciones se adaptan, de manera casi imperceptible, a la realidad: siempre tuve claro que escribir formaría parte de mi vida, pero desconocía por completo a qué me conduciría, ni por cuánto tiempo estarían los lectores interesados en lo que escribía.

Un inicio temprano, como fue el mío y el de tantos autores de mi generación, no garantiza nada. A lo sumo, a veces, un hartazgo prematuro, un desengaño e incluso un abandono. De los que comenzamos entonces, cuántos se han quedado por el camino. Cuántos, en algún momento, regresarán, más maduros, más centrados, con algo qué decir en otro momento.

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Se habla mucho del talento, de la sensibilidad y de las vivencias que deben conducir a un autor hasta su historia. En muchos menos casos se menciona el estudio, la formación, la disciplina que requiere. En casi ninguno la suerte. Y sin embargo, esta última resulta clave, y muchas veces se muestra caprichosa. Resulta mucho más tranquilizador el achacar nuestros éxitos al mérito propio; el azar, en cambio, participa en nuestras carreras y nuestros reconocimientos en muchas más ocasiones de las que nos gustaría reconocer.

Otras veces olvidamos el inicio de esta pasión, que comienza, casi siempre, con la fascinación que como lectores sentimos hacia los libros. En la lectura se encuentran los conocimientos y las historias de las que nos nutrimos, con las que aprendemos tanto a escribir como, en muchas otras ocasiones, a comportarnos en una sociedad cada vez más compleja, rápida y convulsa. Librerías y bibliotecas, clubs de lectura y congresos recuerdan que no somos los únicos protagonistas de nuestra historia, sino que nuestro libro es, con suerte, uno más en toda una lista inacabable.

Así deben, a mi juicio, entenderse los premios. Como una excepción, como un inesperado regalo, como una pausa en un camino largo y una señal de que esa es la senda por la que debemos continuar. El resto se lo llevará el tiempo, como tantas otras cosas, a cambio de brindarnos experiencia, vida y conocimiento.

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El otoño del Retiro de Madrid sirvió como escenario de esta sesión de foto de Nika Jiménez. El vestido es una creación de Alicia Rueda. Los pendientes antiguos me los regaló una de mis alumnas tras un curso en San Sebastián.

Entre olivos

Una visita a Úbeda y a Baeza quedaría incompleta sin un paseo real y literario entre el mar de olivos que determina el paisaje jienense. No puedo imaginarme mejor manera de teletransportarnos que habitar un rato en un poema.

El olivo, la laboriosa y dura recogida de su fruto, su color, el punteado que genera en las colinas han generado e inspirado infinidad de poemas; algunos nacieron de la fascinación de quienes los veían por primera vez y quedaban deslumbrados. En otros casos, era el homenaje a lo cotidiano de los autores andaluces, o mediterráneos; desde los más costumbristas a los más abstractos, la presencia y el símbolo del olivo proviene de los tiempos en los que se comenzó a narrar.

Fue el regalo que Atenea donó a la humanidad, y el que le otorgó el título de protectora de Atenas, frente a Poseidón: el olivo alimentaba, curaba, y lo que era más reconfortante, iluminaba y permitía vencer a las sombras de la noche. Era la recompensa de los atletas olímpicos, una sencilla corona de ramas de olivo. El aceite servía para ungir y preparar a los muertos, como hizo Príamo con su hijo Héctor.

En la Ilíada se nombra como símbolo de resistencia:

Como el frondoso olivo que planta el labrador donde abunda el agua y crece exuberante, siendo mecido por todos los vientos y cubierto de flores blancas, hasta que sopla el huracán y lo descuaja y lo arrastra por la tierra, así dio Menelao muerte a Euforbo.

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¿Y en la Odisea? De olivo es la estaca con la que Odiseo ciega al cíclope; bajo un olivo dejan los feacios al héroe, dormido, cubierto de presentes, cuando lo llevan a Ítaca, y eso es lo primero que ve al llegar a su tierra. Allí, con Minerva, planea su venganza.

Sentáronse después en las raíces del sagrado olivo y deliberaron acerca del exterminio de los orgullosos pretendientes.

Y, por supuesto, la cama del héroe está tallada sobre las raíces de un olivo gigantesco, aún en la tierra, que adornó con piel, oro y marfil, y que representa, mientras no haya sido cortado, la fidelidad y constancia de Penélope.

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Muchos son los poemas que asocian la sensualidad, en especial la femenina, con las olivas, su color, que recuerda a la piel humana, y el hecho de salir al campo a recogerlas. Viene a la mente Las morillas de Jaén, que muchos conocemos en la versión de García Lorca, pero que procede de un zéjel o villancico del Cancionero de Palacio, del siglo XVI. Pobres morillas, que salen a buscar olivas y encuentran que ya no quedan, que alguien se les ha adelantado…

Tres morillas m’enamoran
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

Tres morillas tan garridas
yvan a coger olivas
y hallávanlas cogidas
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

Y hallávanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén
Axa y Fátima y Marién.

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En Olivares de Mancha Real Antonio Gala evoca sus amores entre los olivos que se extienden ante sus ojos.

Cuanto miramos desde arriba es nuestro,
porque nos mira y somos suyos.
Cae el cielo, y tú me amas,
y el olivar nos ama a ti y a mí.

La tormenta muy pronto
restallará sus látigos. ¿Qué importa?:
ya no sueño dormido ni despierto,
ya te tengo entre olivos.
Mi patria sois; me extinguiré en vosotros
para que empiece todo una vez más

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Resulta complicado escoger un único poema de Lorca, pero me parece especialmente evocador el de la joven aceitunera que se deja cortejar por el viento, indiferente ante los mozos que intentan cortejarla.

Cuando la tarde se puso

morada, con luz difusa,

pasó un joven que llevaba

rosas y mirtos de luna.

“Vente a Granada, muchacha.”

Y la niña no lo escucha.

La niña del bello rostro

sigue cogiendo aceituna

con el brazo gris del viento

ceñido por la cintura.

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Un tono muy diferente adopta Antonio Machado cuando, desolado por la viudad y recién llegado a un destino nuevo, el del Instituto de Baeza, camina y descansa la vista en el paisaje. Y complempla después lo que le rodea, dentro y fuera, y su dolor, poco a poco, cede con el tiempo y la resignación.

I
Desde mi ventana,
¡campo de Baeza,
a la luna clara!
¡Montes de Cazorla,
Aznaitín y Mágina!
¡De luna y de piedra
también los cachorros
de Sierra Morena!

IX
Los olivos grises,
los caminos blancos.
El sol ha sorbido
la calor del campo;
y hasta tu recuerdo
me lo va secando
este alma de polvo
de los días malos.

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Miguel Hernández encontrará en estas tierras motivos más que suficientes para llamar a la revolución, a la lucha y a la justicia.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

A veces abandona ese tono reivindicativo y compara lo que dejó atrás con lo que ahora encuentra, entre el pasado y la esperanza, los olivos y el azahar.

Ay, el rincón de tu vientre;
el callejón de tu carne:
el callejón sin salida
donde agonicé una tarde.(…
)

El naranjo sabe a vida
y el olivo a tiempo sabe.
Y entre el clamor de los dos
mis pasiones se debaten.(…
)

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, nadie.

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Por último (la lista sería interminable, y os animo a que la continúeis) Blas de Otero llama a la paz y a la guerra, con el juego constante del olivo como símbolo bíblico de la esperanza y de la paz tras el Diluvio.

Ramo de oliva,

vamos a verdear el aire,
que todo sea ramos
de olivos en el aire.
(…)

Puestos en pie de paz,
unidos, laboramos.
Ramo de oliva, vamos
a verdear el aire.

A verdear el aire.
Que todo sea ramos
de olivos en el aire.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez, en un olivar de Baeza. El vestido bicolor es de Alicia Rueda, con zapatos de Andrea Milián y joyas de Uno de 50 (los pendientes Switch on y el anillo Determination). Mascarilla de Bela. Como ya os he comentado en alguna ocasión, si necesitais más información antes o durante vuestra visita a Úbeda y a Baeza, no dudéis en dirigiros a TUBBA.

Baeza: Teletranspórtate

Nada incita más al deseo como que nos prohíban llevar a cabo aquello que deseamos: y dado que las circunstancias de 2020 nos están dificultando que viajemos, o incluso que salgamos de nuestro hogar, las opciones para que nuestra mente recorra lugares nuevos deben llevarnos allí sin que arriesguemos nada de lo que nos es preciado.

Si en el anterior artículo me desplazaba a la Ciudad Patrimonio de la Humanidad de Úbeda, de la mano de la campaña Teletranspórtate, este se lo dedico a su hermana, cercana y al mismo tiempo muy diferente, que visité cuando eso era posible sin riesgos: Baeza. No en vano el segundo lema de la campaña es Teletranspórtate a Úbeda y Baeza, y quien impulsa esta iniciativa es la Asociación para el desarrollo turístico de Úbeda y Baeza (TUBBA).

¿Qué encontraremos en Baeza? Una historia milenaria, que en 1227 pasa de ser musulmana a cristiana, con la conquista de Fernando III el Santo, y que encuentra un esplendor extraordinario en los siglos XV y XVI, la época en la que se erigen los exepcionales edificios que dan hoy peso y personalidad a la ciudad. La rivalidad entre dos de las familias nobles, los Benavides y los Carvajales, trajo sangre y conflictos, y también un extraordinario deseo de mostrar su poder de la manera más visible a su alcance. 

Los Carvajales, por cierto, descendían que los dos caballeros de Calatrava que, al ser ajusticiados por Fernando IV, auguraron que él mismo moriría antes de treinta días. El rey, obedientemente, murió, es probable de que una embolia, y se ganó para la posteridad el sobrenombre de El Emplazado. Debió mediar la propia Isabel I de Castilla para que finalizaran las disputas entre ambas familias: y tuvo que darse un terremoto, el de Lisboa de 1755, para que se derrumbaran los restos de la gloria de estos señores. 

Mi paseo por Baeza comienza con Dámaso Chicharro como guía. Este licenciado en Historia del Arte ha fundado Turistour, y como hijo de la ciudad intuye rápidamente qué puede interesarle al visitante: yo he estado un buen número de veces en Baeza antes, pero nunca con el tiempo suficiente como para tener una visión general de su historia y de sus espacios. 

Pasamos por el antiguo Hospital e Iglesia de la Purísima Concepción. Eso nos permite recordar la importancia de la asistencia a enfermos y pobres; incluso se encargaban de dar sepultura a los ajusticiados y a quienes no reclamaba nadie. El Hospital estuvo en funcionamiento cuatro siglos, desde 1529 a 1940. En la actualidad es un hotel.

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Muy cerca de allí se alzan las ruinas de la Capilla de los Benavides. No debería despistarnos el nombre: esta poderosísima familia edificó una de las iglesias particulares más hermosas del siglo XVI, dedicada a San Francisco, con una cúpula imponente que se evoca con la reconstrucción contemporánea. Era además su panteón. El terremoto de Lisboa y el saqueo de las tropas francesas durante la invasión napoleónica redujeron esta belleza a su estado actual, pero quedan suficientes testimonios de su grandeza.

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El presbiterio interior es de una rara perfección y originalidad, un modelo de lo que el Renacimiento español adaptó de Italia y convirtió en propio.

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Por desgracia, la piedra de arenisca escogida es muy vulnerable a los cambios de temperatura y a la erosión, y ha sufrido al encontrarse a la intemperie. Los arcos metálicos evocan las dimensiones de la cúpula original,

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El paseo sigue por el Prado de la Cárcel, que con su nombre recuerda que el edificio que es ahora la Casa Consistorial fue en su momento el Palacio del Corregidor… y la cárcel. Con dos entradas bien diferenciadas y una bella fachada plateresca, merece la pena dedicar un rato a su cornisa, con unas ménsulas únicas.

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Frente a este palacio vivió Antonio Machado, con su madre, doña Ana, cuando se instaló en Baeza: pero recordaremos al poeta un poco más tarde.

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Y tras atravesar uno de los bulevares porticados más llamativos de España, llegamos a uno de los ejes de la ciudad: la Plaza del Pópulo. Aunque data también del siglo XVI, aquí se encuentra la fuente de los Leones, de origen íbero; los Juzgados (antes carnicerías), la Puerta de Jaén y el Arco de Villalar. 

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Las callejuelas nos conducen a una de las vistas más hermosas y características de Baeza: aún quedan trazas de las murallas, y los pequeños altares y hornacinas se suceden a lo largo del camino, como huella de la devoción popular, alimentada por particulares y por cofradías. Al fondo despunta la torre de la Capilla de San Juan Evangelista, integrada en el edificio de la universidad.

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Y de ahí, al Instituto Santísima Trinidad, que si bien posee infinitos encantos propios (fue desde 1542 Universidad fundada por San Juan de Ávila, y es uno de los Institutos en activo más bellos en los que he tenido la suerte de encontrarme con alumnos de Secundaria)  es conocido, sobre todo, por tratarse del lugar donde Antonio Machado ostentó su Cátedra de francés de 1912 a 1919.

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El prístino claustro contrasta con la apacible penumbra del Paraninfo, con sus gradas de madera y el artesonado original. Aquí tienen lugar las celebraciones más solemnes, entre ellas las que recuerdan la herencia machadiana.

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El aula del poeta se conserva tal y como debía ser en la época en la que él llegó a Baeza: acababa de enviudar y se encontraba devastado, sin rumbo. Todo le recordaba a Leonor, la pobreza de la zona, con una riqueza mal repartida, le soliviantaba, y solo encontró cierto consuelo en la lectura, el trato con los amigos y algunas excursiones por la zona. Fue una etapa muy próspera en el aspecto literario, que nos dejó como resultado Nuevas Canciones y el encuentro de un jovencísimo Lorca con el ya consagrado maestro. 

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Casi a tiro de piedra del Instituto se encuentra una de las fachadas más bellas de la ciudad, la del Palacio de Jabalquinto, sede Antonio Machado de la Universidad de Andalucía, UNIA. Renacentista, del siglo XV, con una preciosa ornamentación de florones, piñas, flores, y figurillas desnudas, incluye un cambio de estilo en los cuerpos superiores: el palacio pertenecía a la familia Benavides. El señor de Jabalquinto era pariente de Fernando el Católico, y lo sería también del poeta Jorge Manrique, y siguió con entusiasmo la tradición de su familia de demostrar poder y presencia a través de soberbios palacios urbanos.

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Pero antes de continuar en esa acera, volvamos un momento la atención a la iglesia que se encuentra frente a esa impresionante fachada: la Iglesia de la Santa Cruz, del siglo XIII, un raro ejemplar a caballo entre el románico y el arte visigodo.

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Esta pequeña joyita conserva en su interior  algunos frescos que se han recuperado, como este de San Sebastián, del siglo XVI, y otros en el ábside, y una Virgen de la Leche recuperada bajo la cal posterior. Enmarcadas por el arco visigodo del interior se encuentran las imágenes y tallas de las dos cofradías que residen en esta parroquia.

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Una vez fuera nos acercamos a otra de las plazas emblemáticas de la ciudad. Resulta casi abrumadora la cantidad y la suntuosidad de edificios históricos que se encuentran en este centro, tan pequeño, y se corre el riesto de un stendhalazo súbito, de la sensación de atontamiento o incluso ansiedad que generan tan cantidad de estímulos. Contiguo al Palacio de Jabalquinto se encuentra el Antiguo Seminario Conciliar, también hoy sede de la UNIA, del que guardo gratísimos recuerdos.

Hace casi veinte años  impartí aquí mi primer curso de Creación Literaria para la UNIA. Después llegaron más, en las diferentes sedes, pero de ese resulta imposible olvidarme. Fue tan divertido, los alumnos se involucraron tanto, nos lo pasamos tan bien, y acabé tan extenuada entre las clases y las tertulias literarias… o, quieén sabe, a lo mejor solo es que era muy joven. Sea como sea, permanecerá siempre en mi memoria asociado a la hospitalidad de Baeza. 

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La Catedral de la Natividad marca la vertical con su torre-alminar (fue mezquita antes que catedral), y la Fuente de Santa María el centro. Al fondo, los vítores en rojo sobre la pared del Seminario hablan de los éxitos de los estudiantes… y tienen cada cual su peculiar historia.

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La fuente, una obra monumental en sí misma, con el escudo de Baeza y el de Felipe II, evoca un arco de triunfo en miniatura, y muestra a ocho cariátides muy satisfechas de sí mismas. No puede ser más hermosa.

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Es inevitable sentirse pequeña ante tanta grandeza. Y hay un cierto placer en la conciencia de esa pequeñez.

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En otras visitas me hospedé en el hotel Puerta de la Luna, un antiguo palacio del siglo XVI, que merece algo más que un vistazo. El lugar respira paz y buen gusto, y el trato es esmeradísimo.

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Muy cerca de allí se encuentra el taller de Pepa Moreno, en la Calle Alta 10. Pepa estudió Historia de Arte, y su interés por la cerámica del siglo XVII acabó con las manos en el barro, como ceramista. En su búsqueda de la memoria local ha desarrollado conceptos nuevos, con la tradición como base, y con la ambición de ser una ceramista con un estilo reconocible, y que cada pieza cuente su propia historia.

El mundo del barro ha sido durante siglo un entorno masculino: las mujeres se encargaban de tareas puntuales, pero no siempre han tenido acceso al torno o al horno.

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Las piezas de Pepa son muy diferentes a las tradicionales, pero continúan un camino cuyas raíces pueden deducirse. Experimenta con el vidriado, y el resultado es sorprendente. Muy moderno, muy original, de una gran pureza.

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Siempre es fascinante ver el taller de un artesano, y en este caso curiosear entre sus esbozos y el pantone de sus colores y vidriados supone una inyección de creatividad. Pepa me confiesa que al ser la primera generación de ceramistas, se siente en muchos sentidos más libre que otros, con menor peso de una tradición familiar, con más motivos para la experimentación.

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Cuando hace buen tiempo, como el día en que la visité, Pepa trabaja en el patio abierto, bajo el sol. Primero me muestra como lo hace, con una técnica muy diferente a la que había visto hasta entonces (horas y horas de torno, me dice), delicada y limpia.

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Después me invita a que pruebe yo. Cada movimiento alienta o destroza la pieza, y efectivamente, nada puede sustituir las horas y horas de torno y de experiencia. Me consuela el pensamiento de que parte del mérito de la artesanía radica en sus pequeñas imperfecciones. Mirado así, mis intentos están llenos de méritos.

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Llega el momento de recobrar fuerzas: un buen lugar es la Taberna La Barbería.Todo está sabrosísimo, pero la tarta de queso resulta especialmente apetitosa tras cualquiera de los platos que preparan en la barbacoa de madera de olivo. Ecos árabes para una cocina con deuda evidente con el aceite de oliva virgen extra. Tiene un patio interior, y para los amantes de la cerveza, una buena selección de cervezas de grifo.

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Baeza ofrece al curioso calles en las que se sentirá transportado al pasado, o como en un cuento oriental: rincones deliciosos en los que resulta sencillo desorientarse y un placer perderse. Una continuidad entre los distintos periodos que brinda coherencia a una historia larga y compleja, en la que la riqueza y la decadencia se han alternado sin pausa.

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El abrigo rosa de las imágenes es de Laura Bernal, y lo llevo con mocasines de Paco Gil y bolso Daisy Powder Pink de Manila Grace. El vestido bicolor es de Alicia Rueda, con zapatos de Andrea Milián y joyas de Uno de 50 (los pendientes Switch on y el anillo Determination). Mascarilla de Bela. Las fotos son de Nika Jiménez. Si queréis más información para planificar vuestra visita a Úbeda y a Baeza, no dudéis en dirigiros a TUBBA.

Úbeda: Teletranspórtate

Si estuviéramos en un año normal, muchos de nosotros estaríamos planificando escapadas de puente o de fin de semana: como 2020 ha decidido truncar muchas de nuestras expectativas, debemos conformarnos con soñar con esos viajes, o, como nos invita la nueva campaña Teletranspórtate a Úbeda y Baeza, llevarlos a cabo en proximidad y con el más extremo de los cuidados.

Hay tres ejes en esta iniciativa de la Asociación para el desarrollo turístico de Úbeda y Baeza (TUBBA), que nos invita a conocer estas dos ciudades Patrimonio de la Humanidad, y que ofrece experiencias muy especiales hasta el 20 de diciembre: el Oleoturismo, la artesanía y la cultura. En esta entrada me ocuparé de Úbeda, para hablar de Baeza un poco más tarde. He tenido la suerte de visitar ambas ciudades en ocasiones anteriores, y me tenían ya rendida: pero una mirada nueva ofrece descubrimientos nuevos también.

No hay ni siquiera que aclarar la enorme riqueza gastronómica que ofrece esta zona: ecos árabes, tradición y aires nuevos, una materia prima excepcional y mucho cariño. Comencé mi visita en el Restaurante El Seco, que borda la cocina tradicional, y muy en especial los pucheros. En estos momento ofrece la opción de comer en el exterior, y las vistas monumentales invitan a ello. Impresionantes las migas, las albóndigas en salsa de almendras y, por favor, no perdonen el postre. El trato es también familiar, cálido y cercano, un adelanto de lo que encontraré en todas partes.

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Se entiende mucho mejor la exquisitez de la cocina de El Seco si visitamos el origen de unos de sus secretos: el Aceite de Oliva Virgen Extra, AOVE, que mana generoso del mar de olivos de Jaén y que es recogido y tratado con mimo en las almazaras de la zona.

Resulta chocante que en una cultura que ha cultivado olivos desde tiempos inmemoriales y que ha descubierto el placer de la cocina y la gastronomía como obsesión nacional se continúe sabiendo tan poco del aceite: que, como pecado capital, se confunda cualquier aceite con el Virgen Extra, el que atesora todas las virtudes y las propiedades que convierten este zumo de aceitunas en un elixir de vida, sabor y salud.

Conscientes de esas carencias, las rutas y experiencias que muestran al viajero el proceso y la importancia del Aceite Virgen Extra han menudeado en los últimos años, y en este fomento del Oleoturismo la explotación pionera fue Oleícola San Francisco, una empresa familiar en la que su segunda generación ha logrado atraer hasta Begíjar a turistas de todo el mundo. En sus visitas a la almazara y a la fábrica explican con la pasión de quien vive para ello cómo los últimos años han logrado avances impresionantes en todo el proceso de recogida, de prensado y de embotellamiento del aceite. Allí puede verse la huella de lo antiguo entremezclada con la última tecnología.

Si se va con tiempo, se puede compartir con los profesionales la experiencia de varear los olivos, de comer con la familia, y de contrastar los antiguos sistemas casi manuales a la eficiencia y la limpienza del proceso actual: en la cata de aceite, con sus vasos característicos, puede comprobarse que todo ese esfuerzo ha merecido la pena. La decisión de abrir las puertas de las explotaciones, de formar a quienes se dedican a ello y a quienes somos meros aficionados, ha dado sus frutos en premios internacionales, en la fidelidad de quienes conocen su aceite y en una cultura y exigencia mucho mayor.

Y el que todo eso se haya podido llevar a cabo en un periodo de tiempo tan corto indica no solo la curiosidad del nuevo turista, sino también el pulso de los nuevos tiempos: no nos basta con viajar, con comer, con el disfrute. Cada vez más a menudo son los procesos los que nos sorprenden, el saber cómo se hace, de dónde viene, qué sentido tiene aquello que estamos presenciando. El entusiasmo de José Antonio Jiménez es contagioso, y su capacidad didáctica toda una lección.

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Y llega el momento de cenar: ya conocía de otras visitas la Arrocería Quique, que se encuentra en el precioso hotel Alvar Fáñez, y cuyo arroz al Senyoret quita toda pena. Anímense con las croquetas de jamón ibérico, y con la riquísima ensalada de naranja y bacalao si quieren algo más ligero: se sirve al aire libre en el patio del palacete de 1865, con el suelo de mármol y una preciosa galería superior.

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He de confesarles que repetí…

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La herencia literaria de Úbeda ofrece rostros muy diversos; por mencionar a dos contemporáneos, Muñoz Molina y el poeta golfo Joaquín Sabina nacieron aquí. Pero uno de los autores más queridos, al que se le dedica una semana literaria y mística, y del que se conmemora su muerte cada 14 de diciembre, es San Juan de la Cruz. Carmelita Descalzo, cómplice de santa Teresa, poeta excelso, enamorado de lo invisible, tiene en Úbeda su Museo, en el mismo lugar en el que vivió sus últimos meses  y donde murió, mientras tocaban a maitines las campanas de la cercana iglesia de San Salvador.

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Este Museo es interesantísimo para los amantes de la literatura, que conocerán más de uno de los poetas más excelsos de nuestra historia: se conservan primeras ediciones, y los recitales son frecuentes. Pueden además acercarse al hombre, la figura desdibujada por su entrega religiosa, la persecución que sufrió y la presencia de tantos otros genios de la época. Y recuperarán la trascendencia de su obra, la belleza de sus palabras. La iglesia een la que se conservan sus reliquias, el espacio en el que estuvo la celda en la que murió completan ese viaje vital que inició años antes en Ávila este joven enfermizo, pobre, genial, descendiente de judíos.

Pero gustará también a quienes aman la historia: a quienes quieren saber más del patrimonio histórico (el museo conserva una extraordinaria muestra de arte sacro, cada vez mayor), y para quienes tienen una cierta inquietud espiritual: no en vano, el museo es también Casa de Espiritualidad.

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¿Un dato interesante? Este esbozo del propio San Juan, que dibujó tras una visión, y que dio origen, con el tiempo, al más conocido Cristo de Dalí, con su inconfundible escorzo.

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El Museo se encuentra ahora en pleno crecimiento, y nos ofrecerá pronto nuevas actividades, en equilibrio entre la comunidad religiosa que aún vive aquí y la hospitalidad a los visitantes.

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Y de un museo sacro a un santuario del siglo XV, abandonado (llegó a dinamitarse en los años 70 del pasado siglo) y convertido ahora en uno de los espacios más espectaculares de la región: la Ermita Madre de Dios, a tiro de piedra de Úbeda, sobre una colina que ofrece unas vistas preciosas, acaba de abrir, y está pensado para celebraciones y eventos. Y lo cierto es que el respeto máximo al patrimonio que aún estaba en pie y el gusto más exquisito para integrarlo en el diseño contemporáneo le augura un futuro deslumbrante.

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El salón principal permite un vistazo al pasado, al estado en el que se encontraba el santuario hace apenas un par de años.Con fotografías de gran formato, en blanco y negro, el enlace entre pasado y presente se completa armoniosamente.

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Durante años, los dueños se han encargado del cátering de bodas y eventos, y esa experiencia resulta evidente en el Restaurante Sacrum, donde cada plato, que nace de la relación íntima de la gastronomía con el territorio, comienza a disfrutarse con los ojos, y acaba degustándose como un manjar. 

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El AOVE de la zona se incorpora a platos que en ocasiones tienen un giro exótico, entrantes, principales e incluso el postre. ¿Qué tal un algodón de azúcar con helado de violeta? ¿Y unos bombones con crema de aceite de oliva virgen extra? El paso por esta Ermita resultará difícil de olvidar en todos los sentidos, y sin duda no será la última vez que visite el lugar y a sus encantadores dueños.

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Úbeda, donde las iglesias, monasterios y santuarios se integran con naturalidad en el casco urbano, fue reconquistada por Fernando III el Santo: los judíos de la localidad le recibieron con albricias, porque las leyes cristianas resultaban más benignas que las musulmanas. Sin embargo, siglos más tarde la expulsión de esa comunidad borró el rastro hebreo en la ciudad. Quizás por eso sorprenda al viajero el encontrarse con una Sinagoga, la Sinagoga del Agua, en pleno centro urbano. 

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Su historia es fascinante: encontrada por azar cuando se derribó un edificio para construir otro, en un principio ni siquiera se sabía qué restos eran aquellos que ocupaban los bajos y sótanos que durante décadas habían sido una peluquería y un establo. La cuidada labor arqueológica llevó a descubrir que era no solo un edificio de traza judía, sino una sinagoga del siglo XIV, que contaba con una galería de mujeres y un baño ritual o Mikveh, en su corazón oculto. Para más señales, se alzaba junto a la Casa de Inquisidor de Úbeda. ¿Era un desafío? ¿Contaba con una cierta protección de los conversos? Hay aún muchas preguntas en este lugar fascinante, que merece una visita guiada con calma.

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En este lugar, las antiguas cocinas, un cabrero guardó su ganado durante años. El trabajo de reconstrucción y desescombrado ha sido exquisito.

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Varios pozos, algunos aún vivos, dan nombre y sentido a la Sinagoga.

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Cada solsticio de verano un rayo de luz entra por la estratégica abertura que se encuentra en el suelo del patio e inunda de sol el baño ritual, para crear un efecto mágico. Estas fotos han sido cedidas por @Andrea Pezzini

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 Una visita a Úbeda debía incluir una visita a alguno de sus alfareros, que mantienen viva la artesanía local que ha dado fama a la ciudad durante siglos. Cinco generaciones han trabajado el barro en Alfarería Góngora, desde 1846, y su dueño actual, Pedro, mantiene la tradición de hospitalidad, calor y sencillez que han sido su sello de identidad.                                                                                                                            P1011105

Fue aquí donde los medios de comunicación, al tanto de mi visita, se acercaron para tomar unas imágenes. Me acompañó el Diputado Provincial de Promoción y Turismo de Jaén, Francisco Javier Lozano, un entusiasta de su labor. Y, por supuesto, yo hablé de mi propio entusiasmo. De cómo la cultura y el turismo, aliados, pueden suponer una esperanza para el territorio, de la importancia de preservar nuestro legado y patrimonio, de cómo en el pasado se encuentra el futuro. Y de lo bien que me estaban tratando, y lo diferente que se ven las cosas cuando se entienden.

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Y como el objetivo de visitar el taller de Pedro estaba relacionado con el aprendizaje, además de con la admiración que despierta su técnica, allí me puse, manos a la obra en el barro, el torno y el buril.

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No nos engañemos, ni siquiera guiada por un maestro tan paciente y tan generoso como Pedro la cosa es sencilla. Lo que él hace con una facilidad engañosa es fruto de años y años de técnica y habilidad, y así debe ser valorado. Me enseñó luego a realizar los calados en las piezas, antes de que pasen al vidriado. Otra labor de precisión, cuidado y mimo.

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Cuánto trabajo, llevado a cabo en silencio, tierra, agua y fuego, con paciencia y determinación, para darnos los platos, las aceiteras, las tazas que con tanta naturalidad usamos. Fascinado por el aceite de su tierra, Pedro quiso que probara algunas variedades. Y, a esas alturas, ¿cómo decir que no? No se pierdan una visita a este taller: además de la belleza de las piezas, el trato de Pedro y su esposa lo convierten en una casa abierta a amigos. 

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Faltaba aún un restaurante por probar en esta ruta, la Cantina La Estación. Una agradabilísima sorpresa por su propuesta estética (de pronto me vi en un vagón del Orient Express) y por su cuidada cocina de autor, donde nuevamente todo gira en torno al aceite de oliva virgen, hasta los cócteles, y donde cada plato es una experiencia, un desafío y al mismo tiempo un reencuentro con la tradición y el sabor. Increíble su salmorejo, por mencionar uno de los deliciosos platos que probé, fantástico el foie con frutos rojos.

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Con esto acababa mi ruta por Úbeda, mi experimento de teletransporte por un par de días a una tierra de aceite y barro, de profunda espiritualidad y una capacidad de disfrute extraordinara. Los campos de olivos que me habían recibido me despedían, a la espera de una próxima visita para ver más, para aprender más.

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El vestido negro estampado que llevo en el Restaurante El Seco es de Mango. En la visita a Oleícola San Francisco visto abrigo negro de Manila Grace, bolso Daisy de la misma firma, vestido negro de encaje de LolitayL y  mascarilla de Bela. El vestido rojo es de Alicia Rueda. El abrigo-vestido negro de la visita a la Sinagoga forma parte de la colección de Esther Noriega.Joyas de Uno de 50. Por último, el traje camel de la visita a Alfarería Góngora es también de Manila Grace. Los pendientes de cristal son de Mango.

Las fotos son de Nika Jiménez. Entre los agradecimientos pendientes, además de al Parador de Úbeda he de mencionar a Turismo de Úbeda y Baeza.

Tiempo perdido

Agosto brinda siempre la sensación de que es un mes de tiempo detenido: perdido, para quienes continúan trabajando, con llamadas sin respuesta y la sensación de ser los únicos habitantes del planeta. Ganado para quienes toman vacaciones y dejan que el tiempo se pierda minuciosamente entre los dedos, hora a hora, quejas por el calor o por la lluvia, siesta, excursiones, helados.

Era así, al menos. Este agosto, como los meses anteriores, se ha trastocado, y el tiempo posee un valor diferente para quienes lo vivimos. Supone una tregua, por esa inercia de que las noticias, en particular las negativas, lo son menos durante las vacaciones. Supone un descanso, para algunos, y un paréntesis ante lo desconocido para muchos otros. Un paseo en una ciudad vacía, o un regreso a los paisajes de la infancia.

Este mes, esta temporada, nos marca con una crudeza descarnada que lo que creíamos seguro no era más que una colección de rutinas para domar la incertidumbre. Continuamos en un periodo de improvisación y de cambios imprevistos, de vivir un hoy y ya veremos.

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De aprender de la historia, la personal y la colectiva.

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De revisión de modelos de conducta, y de comprender, no sin dolor, que la tensión convierte a los seres cercanos en desconocidos. De agradables sorpresas, a veces, en quienes no lo esperábamos.

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Se avecinan momentos para que cada segundo perdido lo sea en algo importante, algo que nos ha hecho felices a nosotros o a los nuestros. Un pacto con la vida, revisado hora a hora. Porque todo el tiempo perdido, el dedicado a la nada, a aburrirse, a aprender, a disfrutar, al descanso, a la búsqueda de algo, se convierte en lo único que tenemos en nuestro haber.

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El top de gasa con lazo al cuello es de Mango, y lo encuentras rebajado aquí. Las alpargatas de Casteller son el modelo 324, y pueden comprarse, aquí. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en la Plaza de Colón de Madrid.

Viaje a la Patagonia V: Isla Magdalena

El viaje por la Patagonia toca a su fin: a través del Estrecho de Magallanes el Ventus Australis se acerca la Isla Magdalena, la llamada «Isla de los Pingüinos». En su momento, la expedición de Magallanes ya arribó a esta islita: Pigafetta, en 1524, hablaba de cómo habían encontrado aquí pájaros y leones marinos cuando habían desembarcado. Gansos extraños, los llamó. Y durante siglos los navegantes hacían una pausa obligada para abastecerse de carne de pingüino y pescado.

En la actualidad, el mayor peligro que deben combatir los pingüinos magallánicos son las agresivas gaviotas; los humanos que los visitan lo hacen en número reducido y con estrictas normas de seguridad y distancia para no perturbarlos. Los pingüinos tienen preferencia de paso, que usan sin rubor, y, animalitos curiosos, observan sin miedo a quienes por allí pasamos. En tierra siempre resultan un poco cómicos, con su andar rígido y solemne. Se siente una simpatía instintiva por ellos; casi inevitable humanizarlos. Además, son hipermétropes, con lo que sabe Dios qué verán cuando nos miran…

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Los pingüinos habrían llegado a la isla un par de meses antes de mi visita, en septiembre, y para octubre llevan a cabo la puesta. Los padres se turnan para incubar los huevos en los nidos, y para pescar. En la cumbre de la isla se alza desde 1902 un pequeño faro rojo, testigo de los amoríos, muy decentes, de los pingüinos, que son monógamos y padres abnegados. Nuevamente en esa humanización desaforada a las que los sometemos, es fácil interpretar sus gestos de acicalamiento como muestras de ternura entre la pareja. Romanticismo avícola magallánico.

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Aquí, muy a  mi pesar, finaliza este viaje: glaciares y bosques, hielos, historia, terribles narraciones de hambre y de miserias, de racismo y de superioridad cultural esgrimida contra los más débiles, pero también investigación, curiosidad, ciencia, conocimiento. Belleza y grandiosidad, y al mismo tiempo una tremenda sensación de pequeñez y vulnerabilidad. Animales, plantas y corrientes con un mensaje claro: la necesidad de preservar un ecosistema en un equilibrio cada vez más precario, de desacelerar esta frenética búsqueda de beneficios a costa de la tierra, la sensatez y la propia salud humana.

Este ha sido, lo he dicho en alguna ocasión, uno de los viajes más hermosos que nunca he llevado a cabo, y he tenido la suerte de repetirlo en dos ocasiones. No solo por el paisaje, no solo por la sensación de soledad real que se produce en un viaje en un barco tan pequeño y con tan pocos pasajeros; es un recorrido que invita a pensar a quienes tienen tendencia a ello, y a sentir sin frenos a quienes se sienten inclinados a ello. Al no existir cobertura, el ritmo de la realidad desaparece: las normas son otras. Ni siquiera controlamos qué podremos ver o no, porque es la climatología y las condiciones del mar quienes lo deciden. Si un viaje supone una entrega, este, sin duda, nos lleva a ese abandono.

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Las fotos, y una interesante conversación que analizaba el futuro, el manera de comunicar y las nuevas formas de trabajo, que poco después se demostró casi profética, se las debo a Nika Jiménez.

Viaje a la Patagonia IV: Glaciares Águila y Cóndor

En la cuarta jornada del viaje a la Patagonia con Cruceros Australis nuestro barquito nos adentra en el Parque Nacional Alberto de Agostini, rodeado de picos majestuosos y recorrido por el Canal Cockburn, se encuentra el Glaciar Águila. A diferencia de otros glaciares menos hospitalarios, al Águila puede llegarse tras un tranquilo paseo a pie, por un camino que bordea una laguna y que limita un bosque primitivo patagonio.

Alberto de Agostini fue un salesiano italiano que además de labores de evangelización documentó de manera exhaustiva la Tierra del Fuego a principios del siglo XX. Explorador, fotógrafo y autor, publicó varias obras que describían la orografía y las costumbres de esa zona. A él se deben también algunos de los registros cinematográficos de la época, los primeros, y a menudo los únicos. Le interesaban genuinamente los pueblos indígenas y, si bien sus observaciones están a menudo sesgadas por la visión occidental imperante, denunció sin tapujos los abusos y la violencia de que los eran víctimas.

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El paseo ribereño permite una visión tanto de la flora marina, los restos de algas, líquenes y madera de deriva, como de la terráquea. El bosque primigenio, en el que podemos adentrarnos con extremo cuidado y sin tocar ni troncos, ni hongos, ni musgos, no se parece a ninguno de los que cubren el hemisferio norte: hay un diferencia sutil para quienes no sabemos gran cosa de botánica, pero evidente y muy desconcertante, como si nos moviéramos en un sueño o en un cuento.

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El Glaciar Águila puede, casi literalmente, tocarse con una mano. Es un gigante amable y accesible, que abraza más que intimida, que parece dispuesto a dar todas las lecciones que se le pidan y a mostrarnos

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Regreso al Ventus Australis con la sensación nueva de navegar sobre un bosque invisible, el que forman las algas responsables de gran parte de la fotosíntesis y de la liberación del oxígeno que salva el planeta a diario.

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Poco tiempo más tarde arribamos a otro glaciar de una morfología y un talante completamente distinto. Al Glaciar Cóndor se arriba a través de las lanchas, de una manera mucho más fugaz y menos estable: una catarata interna desagua en el canal, y sus lenguas azules rozan la superficie. De vez en cuando, una grieta o un movimiento en el hielo nos recuerda la breve tregua que nos da Cóndor. Por hoy nos dejará regresar sanos y salvos. Mañana ya veremos…

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En estas tierras se entiende con nitidez por qué se originan las historias míticas: hay una suerte de personalidad en los montes, en los hielos, o quizás sea nuestro intento por comprenderlos lo que los humaniza y los reduce para perderles el miedo. Todo está vivo aquí: existe una comprensión instintiva de que no hay un solo punto en este mundo que permanezca inmóvil o estático. En su grandeza, contemplan algunas motas de polvo que se desplazan de un lado a lado. Nada más que eso somos.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante los distintos paseos de ese día. La mayoría fueron genuinos robados, y las he descubierto al verlas editadas para el blog.

Mirar más allá

Para quienes hemos vivido tanto a través de la literatura como de la vida real, estos días nos devuelven al antiguo hábito de escapar de la realidad con historias nuevas o viejas  narraciones, con libros, con películas que nos hablan precisamente de esos libros. Las historias ofrecen esa oportunidad, cálida y permanente: nos acogen sin pedir gran cosa a cambio, y enseñan, repiten, ilustran con enorme paciencia. Ahora que no podemos ver más que lo inmediato, unos pocos días o unas pocas horas de futuro, los libros nos animan a mirar más allá, a suspender el tiempo, el espacio, el miedo y la preocupación, y sustituirlo por aventuras, romances, saltos en el tiempo y enseñanzas eternas.

Un ser humano puede enamorarse de un libro con la misma intensidad que de una persona real: hay quien ha dedicado su vida a estudiar y a comprender sus secretos, y quien los enseña, una y otra vez, para que su memoria se extienda por una generación más, por siempre. Mis amores se encuentran más repartidos: literatura inglesa y española, poesía medieval, ensayo y las historias clásicas destinadas a los niños; y les soy escrupulosamente fiel. Algunos de los momentos más felices de mi vida han tenido lugar con mis ojos fijos en las páginas, mientras oscurecía fuera, o bajo una manta, con una lucecita, o hasta que la biblioteca cerraba y tenía que marcharme. Mi madre me perseguía para encenderme otra lámpara: ahí no ves (esa frase que lleva implícito el título de madre),  tienes que cuidar la vista.

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No le faltaba razón: para quien se queda atrapado en un libro ese es uno de los pocos peligros. No el que acechaba a Quijote, el perder el juicio, sino el que persiguió a Borges, que se oscureciera la vista. Yo he sido miope y astigmática, y la única señal inevitable que percibido de que el tiempo huye es que la vista cansada comienza a asomar entre las letras. En su momento abracé con entusiasmo las lentillas (las gafas me parecían una tortura física y estética) y pocas cosas cuido y valoro más que la salud ocular: hago descansos frecuentes, para que la vista descanse (otra manera de mirar más allá). Cuido  que el parpadeo no se reduzca. Un poco de lágrima artificial, para que el ojo esté bien hidratado y la tensión, que a veces acumulo sin sentir, no ascienda.

Las gatitas ayudan, claro está: han establecido turnos, y cada cierto tiempo una de ellas viene a demandar atención a su manera. Rusia exige, Ofelia me mira con sus enormes ojos verdes y parpadea, Lady Macbeth me recuerda que ella sin amor constante muere. Por si acaso se despistan, cada veinte minutos suena una alarma. Cierro los ojos, hago un par de ejercicio visuales, miro al otro lado de la calle por una ventana abierta.

Recuerdo, de jovencita, mi desesperación cada vez que una lentilla se caía o se perdía, el grito de alarma, ¡Que no se mueva nadie!, el alivio si aparecía en el suelo, o prendida en cualquier sitio extraño, y la ceguera en la que me quedaba si no la encontraba, hasta que se reemplazaba. La idea de que las lentes de contacto pudieran ser desechables era de una modernidad casi enloquecida. ¿Lentillas de colores? Sin duda aquello estaba solo al alcance de las estrellas de cine. Que corrigieran defectos de visión, o que pudieran ser progresivas se veía muy lejos. Que además, llegara el tiempo de los precios baratos en lentillas parecía un sueño, como el de los coches voladores. Pero en fin, en esos tiempos estamos, en los que vemos aquello que nunca creímos ver, y en que encontramos esperanza en lugares insospechados. 

Leo tanto como de niña, o quizás más, en estos días en los que me resulta más sencillo que escribir. Cada cierto tiempo, levanto los ojos, vuelvo un poco a a realidad. Me enciendo mi propia luz, si lo necesito. Me digo: Ahí no ves. Me río de mí misma, acaricio a una de las gatitas. La vida es esto, aquí, esto que tenemos, esto que vemos.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez, en mi casa, antes de que comenzáramos el confinamiento. Lady Macbeth, como siempre, ayudó en todo lo que pudo.

Viaje a la Patagonia III: Glaciar Pía

No soy muy amiga de las fotografías de libros emplazados en lugares estratégicos, como si fueran un enanito de Amèlie, y mucho menos de los bookfaces, las fotos en las que las cubiertas de los libros forman parte de la composición, que tan de moda están últimamente, pero en este caso me parece que encierra cierta lógica el que De la Melancolía aparezca en este paraje de la Patagonia, el Glaciar Pía

El glaciar remata el fiordo del mismo nombre, al que se accede por el Canal Beagle, y debe su nombre a una princesa italiana, María Pía de Saboya. Con el tiempo, la princesa llegó a ser reina de Portugal, y hermana de un rey español, Amadeo de Saboya: y su vida, no exenta de avatares y de desgracias, algo evoca en este Glaciar que crece y se quiebra, que muestra un dinamismo poco usual y que arrastra piedras, minerales y tiempo hacia el mar. 

Muestra una extrema belleza, que cambia desde dónde se observe: a diferencia de otros, Pía se deja contemplar desde alturas y ángulos diversos, por su posición entre montes que sirven de miradores.

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Hace años, en mi primer viaje a estas tierras, Pía perdió un bloque de hielo de tamaño considerable ante mis ojos. El ruido y la sensación de desgarro bajo los pies me atraparon, aunque ya había visto otros glaciares y otros derrumbres antes. Si los glaciares tienen algo similar a la personalidad, si nuestra capacidad de humanizar los paisajes, y de nombrar dioses, diablos y protectores en la naturaleza ha continuado durante siglos es porque responde a una necesidad innata de abarcar lo infinito. Pía era amable y terrible, curiosa y original. Me quedé con esa sensación y me la llevé. De vez en cuando, como no tenía fotografías de ese momento, lo recordaba, y volvía a relegarlo.

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Tuvieron que pasar muchos años y varias novelas para que encontrara una historia en la que esa imagen encajara, y esa fue De la Melancolía. La protagonista, Elena, define su descenso a la depresión con ese sonido y ese desgarro silencioso que yo le presto, tras tantos años guardados a la espera de algo a lo que mereciera la pena asociarlo. 

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Cuando escribí la novela no sabía que regresaría a allí apenas una semana después de que esta historia fuera publicada. Las casualidades enlazan y crean una historia paralela a la que creemos presenciar o protagonizar. Y bajé conmigo el libro, como un final de círculo, para que aquello que allí había comenzado sin yo saberlo cobrara más sentido. Fueron emociones muy diferentes, pero igualmente intensas y hermosas: la de la primera vez, íntima, profunda y misteriosa. La de la segunda vez, con una creación propia, con una historia que entrelazar a la que se cuenta Pía por las noches, a la que nos transmite con gruñidos y crujidos ininteligibles. 

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Los arañazos y las estrías del hielo han dejado su huella sobre las piedras. Aquí todo cuenta historias, y casi todas son evidencias de un pasado que se desarrolló sin testigos ni notarios.

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Desde el Ventus Australis la lengua de hielo y piedras continúa pareciendo gigantesca e irreal.

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El barquito se convierte, una vez más, en una cáscara de nuez frente a la inmensidad, y el viaje en una antigua metáfora de la insignificancia ante la vida, de lo poco que decidimos o intervenimos en todo esto. Un mensaje para disfrutar y aprender de ese camino, sin que tampoco el ansia por entender nada se interponga.

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La chaqueta de lana trenzada de color granate es de Venca. El vestido de seda estampada pertenece a La Fée Maraboutée.  Los pendientes son de Vickovsky Art.

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Cuando comenzó a refrescar el viento cargado de hielo pedía un plumífero más contundente contra el frío. La diferencia entre disfrutar de un viaje así o padecerlo se encuentra en el calzado y en las prendas de abrigo: y, no lo olvidemos, en eso que parece tan sencillo, y que resulta tan difícil de escoger con acierto: la compañía. 

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Las fotos, como todas las de este viaje en Australis Cruises, fueron tomadas por Nika Jiménez