Cuando se visita esta zona de África, aparentemente tan alejada de nuestra realidad y de nuestra tradición cultural, sorprende que aparezcan tantos símbolos conocidos, tantas evidencias de que, en realidad, las narraciones e imágenes de Kenia nos resultan mucho más familiares de lo que creíamos antes de iniciar este viaje con B the Travel Brand y El País Viajes.
Los baobabs, por ejemplo, que amenazan con destruir el planeta de El Principito, asoman su cabeza cubierta de nidos en estas latitudes. Los guías nos contaron que se le llama «El árbol al revés», porque sus ramas parecen más bien raíces.
O las constantes expediciones de animales a las charcas de nuestro campamentos en Tsavo: para una generación que ha crecido con documentales que narraban la vida y muerte de los grandes dueños de la sabana la mezcla de incredulidad y familiaridad con la que los observamos a unos metros de distancia, cebras y facoceros, búfalos y elefantes, alguna jirafa y el más ocasional y esquivo leopardo conlleva un pequeño estremecimiento.
Las charcas, llenas de vida, reciben varias veces al día las visitas de las distintas clases de animales: los vemos en procesión desde diferentes lugares de pasto, otean en la distancia, se llaman entre ellos. Los elefantes veteranos barritan en advertencia a los más jóvenes, distraídos, que quieren jugar o bañarse. La luz y el cielo varían de manera dramática a lo largo del día, y basta con una espera no demasiado paciente para entender que hay un orden invisible en todo lo que nos rodea, más urgente y más salvaje que en Europa: aún en un entorno tan controlado y seguro como es este viaje, esa impresión cala poco a poco, y resulta casi adictiva.
Denys Finch-Hatton, el gran amor de Karen Blixen, cayó aquí con su avioneta. Hacía tiempo que experimentaba un desengaño cada vez mayor con sus viajes de caza, y en cambio, se estaba interesando por el vuelo como una manera de controlar las manadas, e incluso creía que el futuro tendría más que ver con fotografiar a los animales que con matarlos. Su muerte, en mayo de 1931, nos privó de saber si esa idea se quedaba en uno más de sus proyectos locos o si se abriría paso.
Sea como sea, leer los textos de los autores de la época que visitaron la zona aquí, frente a esta charca, es una experiencia estéticamente redonda. Todo cobra mucho más sentido, deja de ser irreal. No se comprende mejor África, pero sí al occidental que escribe sobre ella.
Y siempre con un ojo atento a los monos, esos ladrones profesionales…
Sin embargo, por bien provista que esté nuestra charca, carece de hipopótamos. Si queremos ver a estas enormes bestias de piel delicada, a caballo entre el agua y la tierra firme, debemos acercarnos a Mzima Springs. Aquí conviven monos de culo azul (se puede observar en la fotografía anterior), hipopótamos y cocodrilos, y en un día afortunado pueden observarse dentro del agua desde el mirador de una cabaña. El día que los visitamos se encontraban perezosos; mucho calor, nada de exhibiciones submarinas.
Respecto al resto de los animales, no nos faltarán: elefantes y búfalos, y con eso, completamos tres de los Cinco Grandes, jirafas, con sus pájaritos a cuestas, picabueyes piquigualdos, que las desparasitan y limpian. Al amanecer salimos para el safari matinal en jeep, con un techo abatible que permite observar con todo detalle lo que nos rodea. No hay carreteras ni casi caminos para el ojo poco entrenado. Los conductores, guías forestales y expertos en animales, saben en todo momento en dónde están.
Desde Tsavo, antes de partir para Amboseli, puede observarse una de las vistas más hermosas del Kilimanjaro. Atravesamos las coladas de lava o Tierras del Diablo, producto de una actividad volcánica muy reciente, y en muy poco tiempo el paisaje cambia y se suaviza.
Nos han preguntado si querríamos ver un poblado Masái; la respuesta de las viajeras es un entusiasta Sí, porque pese a lo típico de la actividad, no deja de ser una manera de ayudar a las cooperativas de la zona, y de conocer un poco más cómo debió ser en su momento la vida de este pueblo ganadero, nómada y enigmático.
Tradicionalmente, la casa Masái se construía con estiércol de vaca, paja y palos, y se protegía con una empalizada de arbustos espinosos. Como la poligamia estaba extendida, cada mujer y sus niños poseían una casa, que se elevaba cuando se casaba, y el marido se turnaba entre ellas, en teoría con una rigurosa alternancia, para dar a todas ellas las mismas oportunidades de concebir, o la misma atención, si eran ya mayores. La oscuridad del interior está pensaba para conseguir un espacio fresco,y los ojos se acostumbran pronto a ella.
Además de las danzas de bienvenida y despedida (contagiosas, acrobáticas), nos muestran las técnicas medicinales que empleaban. Al contar con tres doctoras entre las viajeras, todas las partes mostraron mucho interés por esas hierbas y cortezas medicinales, y por si las reconocían. Cómo conseguían encender el fuego con apenas dos troncos, y alguna otra curiosidad más precedieron a la muestra de artesanía; cada mujer mantiene un pequeño puesto con bisutería, llaveros, marcapáginas, esculturas…
El regateo, para quien sepa mantenerlo, es costumbre. A mí me supone un enorme esfuerzo, regateo poco, mal, o nada. Compré varias piezas de abalorios, entre ellas un collar con unas preciosas conchas llamadas cauries, o Monetaria Moneta, que, casualidades, están muy de moda esta temporada como bisutería informal. Durante siglos fueron usadas como moneda de cambio. Es extraño encontrarlas aquí, en mitad de este polvo rojo.
Karen Blixen sentía una gran admiración por los Masái, y deja buena prueba de ello en Memorias de África. En realidad, gran parte de los europeos y occidentales vivieron esa fascinación por este pueblo, al que consideraban la aristocracia de la zona, y que, al ser nómadas, convivieron de una manera diferente con los colonos de lo que lo hicieron los agricultores. En la actualidad, si bien los rebaños continúan formando parte de su estilo de vida, el nomadismo ha dejado paso a otro tipo de asentamientos, y las motos son una de las anacrónicas ayudas a su pastoreo. Muchos viven en casas de chapa o cemento, y combinan el pastoreo con otro tipo de trabajos, como el turismo.
Amboseli: llanuras casi azuladas en la lejanía, el Kilimanjaro como una presencia constante, y bajo él, enormes mandas de elefantes. Se ven con tanta claridad, y a tan poca distancia que al poco tiempo parecen presencias tan naturales como las nubes.
El Kilimanjaro se encuentra dentro de las fronteras de Tanzania, pero la mirada es libre, y tropieza con él a cada paso. Una montaña que ha obsesionado a soñadores y a extraños, entre ellos Hemingway, que, cuando aún le agradaba cazar, se aventuró por aquí con la guía de… el mundo es extraño… el marido de Karen Blixen, Bror Blixen. Casi tan encantador como Denys Finch-Hatton, y con una enorme experiencia como guía de safaris, llegó a asociarse con el amante de su exmujer para, entre otros, atender al Príncipe de Gales cuando visitó Kenia. Para enredar aún más la cosa, el Príncipe inició un romance con Beryl Markham, a su vez, amante de Denys Finch-Hatton y amiga de Karen.
Pero volvamos a Hemingway: si no lo han hecho aún, lean (o vean, en su versión de 1952 con Gregory Peck, dirigida por Henry King) este relato. Las nieves del Kilimanjaro. Hemingway lo escribió en 1936, y es una angustiosa mirada, casi premonitoria, a lo que el alcohol, la decadencia y la obsesión pueden causarle a una persona, en este caso, un escritor. Hemingway le dedicó a Bror Blixen una semblanza en La breve vida feliz de Francis Macomber. Esa breve amistad fue la que, según él, le hizo ser amable años más tarde con la propia Karen, cuando en 1954 compitieron por el Nobel, y exagerar su admiración por el talento de la danesa. Hemingway era mezquino incluso en su generosidad.
No obstante su brillantez y su inteligencia, ninguno de estos caballeros tuvo un final feliz: Finch-Hatton murió prematuramente, ya lo sabemos, en su avioneta. Hemingway se suicidó con una escopeta de caza en 1961. Bror, también un escritor con talento, que dejó una interesante correspondencia y una autobiografía muy notable, murió en circunstancias poco claras en 1946, desesperado y alcoholizado y sin haberse recuperado de la muerte de su tercera esposa, Eva Dickson, una pionera de la aviación (y ya llevamos varias en esta historia). Y ya que de antiguas esposas estamos hablando, no se pierdan la obra de Martha Gellhorn, mujer por unos años de Hemingway, reportera de guerra, escritora y otro delicioso personaje.
En la siguiente entrega, cambiamos la montaña por el agua, y los elefantes por las criaturas acuáticas. Pero mientras tanto… el vestido camisero marrón que llevo en el safari es de Mango, como el sombrero de tira y el top blanco. Las sandalias son de Pikolinos, y el crop top de lunares de Compañía Fantástica. El vestido largo de gasa, de estampado de leopardo, es un vintage de mi propiedad. Nika Jiménez, como suele ser habitual, sacó las fotografías a lo largo del recorrido.