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Querida Jane, querida Charlotte, el audiolibro.

El 16 de diciembre de 2020 apareció una de mis obras más queridas en un formato diferente: Querida Jane, querida Charlotte regresaba como audiolibro en Storytel, leído con mi voz. El día del 245 aniversario del nacimiento de una de sus protagonistas, Jane Austen, lanzábamos esta obra de cinco horas y 46 minutos dedicado a cuatro de las mejores autoras de la literatura universal.

Si tenéis curiosidad, podéis escuchar un pequeño fragmento aquí, en mi YouTube.

Las promesas a los lectores deben cumplirse siempre: y desde hacía años yo había repetido que buscaría la manera de reeditar el libro Querida Jane, querida Charlotte que había editado en su momento Aguilar y cuyo recorrido, tras dos ediciones y mi regreso a la editorial Planeta, había quedado interrumpido.

La historia de ese libro se iniciaba a principios de los 2000, después de un viaje por los lugares en los que Jane Austen y las hermanas Brontë habían vivido: se publicó algo antes de que el interés por estas escritoras, en particular por Jane Austen, se consolidara de la contundente manera que ahora, tras adaptaciones, nuevas publicaciones y biografías, podemos ver. Por un conflicto de derechos primero  y después por mi propias dudas, había quedado como una rareza bibliográfica.

¿Por qué albergaba esas dudas? Porque a ese viaje siguieron muchos otros, algunos en solitario, otros con prensa, y la mayoría ya organizados con viajeros con B The Travel Brand y El País Viajes, y lecturas muy diferentes tanto de la obra como de la vida de las autoras. De hecho, si no hubiera sido por la pandemia, en octubre de 2020 se habrían repetido los dos viajes a Hampshire y a la zona de York, que siempre han gozado de una enorme aceptación. Y junto a todo lo inolvidable, lo hermoso y lo emocionante que me ha traído compartir esta pasión con lectores  y con curiosos ha llegado un conocimiento mayor y más profundo de estar autoras y de sus obras.

Por un lado, la frescura y el dinamismo de Querida Jane, querida Charlotte,  esa mirada joven y despreocupada, era su principal encanto. Por otro lado, deseaba abordar con una hondura más propia de mi edad los aspectos literarios de estas autoras. Así, he llegado a una solución que creo que nos contentará a todos.

El audiolibro de Storytel refleja a la perfección todas las virtudes del libro original: de hecho, mientras lo leía me daba la impresión de que hubiera sido pensado para ese formato. Capta el dinamismo del viaje, la rapidez extrema con la que esas vidas encontraron su fin, y el misterio que aún emana de sus obras. La falsa facilidad con la que Austen refleja su entorno, la denuncia cruda de Charlotte, el ansia de fusión de Emily, la necesidad de justicia de Anne.

Y, para satisfacer a su vez la necesidad de que lo aprendido en este tiempo encuentre al lector, en apenas dos meses publicaré un nuevo libro, en este caso centrado únicamente en la figura de Jane Austen: se editará en formato convencional por la editorial Ariel bajo el título de Tras los pasos de Jane Austen, y aunque aparecerá el 10 de febrero, puede ya reservarse aquí. Mi intención es la de dedicarle un futuro libro exclusivamente a las tres Brontë, pero de momento se queda en un deseo formulado al viento.

En estas fotos tomadas en diferentes viajes por Nika Jiménez podréis captar  algunos retazos de esos lugares y esa fascinación. Desde la elegancia y la exigencia de perfección de Bath

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…a la tranquilidad del cottage de Chawton, con el pequeño rincón de escritura de Jane Austen…

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…a Winchester, donde Jane acudió en busca de un postrer remedio a la enfermedad que la mataba, y donde está enterrada…

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…aunque su alma repose posiblemente en la campiña, donde en sus últimos años revisó y escribió sus obras. Varias de ellas se publicarían póstumamente. Desde entonces, nunca han dejado de leerse, de estudiarse y de adaptarse.

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Y aquí descansan su madre y su hermana, las dos Cassandras.

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En el norte, en York, más concretamente en Haworth, la rectoría de las Brontë guarda su memoria.

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El cementerio se extendía ante su puerta frontal…

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…pero por la trasera podían escaparse a los páramos.

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En resumen:

Podéis escuchar el audiolibro Querida Jane, querida Charlotte entero aquí.

Podéis escuchar un fragmento aquí, en mi YouTube.

Y podéis reservar el libro Tras los pasos de Jane Austen, que aparecerá el 10 de febrero, aquí, o aún mejor, solicitarlo en vuestra librería de confianza. 

Si las condiciones nos permiten viajar este año, en 2021 anunciaré los nuevos viajes a York y Bath. Y si no, regresarán en 2022. Muchas gracias, siempre, por vuestro apoyo, y por vuestro entusiasmo. Sin eso no me hubiera animado a llevar a cabo todo este trabajo y esta labor.

Cuentos de hadas

No sé en qué lugar de nuestra cabeza se almacena el lugar de los sueños, el de las fiestas en las que brillamos como si no hubiera ninguna otra, en palacios que nunca hemos visto o imaginado. Posiblemente comiencen con los cuentos de hadas, que poseen la capacidad de colarse entre los recuerdos como si los niños fueran Pulgarcitos y las niñas Cenicientas, independientemente de la edad que tengamos.

No sé cómo se inventaron, ni qué forma extraña y atemporal adoptaron durante siglos, antes de que Disney los homogeneizara. Los vestidos de color de cielo, de luna y de sol que Cenicienta lleva las tres noches del baile han inspirado centenares de bailes reales: algunos de disfraces, otros con la misma intención y propósito que los del cuento.

No sé qué magia tiene cada vestido nuevo para convertirse en una vieja historia. Las mansiones y los jardines, los bailes y los zapatitos perdidos. Supongo que eso es lo que prende la mecha de una historia, esa chispa de trama inmortal. No conozco a un escritor que no diera algo muy valioso con tal de escribir una historia así, una que se convirtiera en una leyenda, en una superviviente tras centenares de generaciones; un cuento casi inmortal, una invitación a los sueños.

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El vestido de lentejuelas metalizadas es de Mango, y puede comprarse aquí. Los pendientes en forma de sol son de Luxenter. Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez frente al museo Holburne, durante el EPV Austen que organizo cada año a Bath con B the Travel Brand. Ya están anunciados algunos de los que tendrán lugar en 2020 y puedes consultarlos aquí.

Una aventura en las tierras del norte

Visité Bath por primera vez en 2001 porque uno de mis libros así lo requería. Estaba documentándome para Querida Jane, querida Charlotte, (sí, sé que está agotado y que alcanza cifras astronómicas en reventa, pero lo reeditaré ampliado y corregido muy pronto) y era imposible hablar de Jane Austen sin una mención a esta preciosa ciudad. 

Quise entonces escribir sobre ella con alguna otra excusa. Sus calles doradas, las aguas cobrizas que se convierten en un verde sólido, la luz que emana de la arenisca y su gracilidad la convierten en una ciudad única. Sin embargo, no sospechaba entonces que la visitaría en tantas ocasiones en las siguientes décadas, y mucho menos acompañada de viajeros apasionados de la Austen, como ahora hago con B the Travel Brand y Viajes El País. El siguiente está planeado para el 9 de octubre de 2020, y como se llena muy rápidamente puede ya reservarse aquí.

Sin embargo, seguía queriendo escribir sobre Bath, y sobre la impresión que viví aquella primera vez. Y entonces encontré la manera perfecta para hacerlo.

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Aunque en estos viajes asociamos Bath a su esplendor en el siglo XVIII y XIX como resort y balneario de moda, impulsado por los arquitectos Wood padre e hijo y el árbitro de la moda Beau Nash, su historia se remonta a tiempos mucho más remotos. Los celtas ya conocían los beneficios de las aguas de este lugar rodeado de suaves colinas y surcado por el río Avon. En este mismo sitio en el que me encuentro, muy cerca del manantial de aguas termales, erigieron un templo en honor a la diosa Sulis

Sulis era una diosa muy particular: por un lado, encontramos una diosa del inframundo, protectora de las aguas que manaban del interior de la tierra, y que facilitaba que los ofendidos, que le dejaban las maldiciones para sus enemigos, consiguieran su venganza. Por otro lado, se la consideraba una diosa que alimentaba y daba vida y que devolvía la salud a los enfermos.

Los romanos, con su habitual eclecticismo, asociaron a Sulis con Minerva, otra diosa virgen, sanadora y capaz de empuñar las armas. Y  retomaron  la tradición de los baños, que se construyeron en torno al templo bajo el reinado del emperador Claudio. 

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Por lo tanto, ¿cómo no hacer que Marco, mi joven héroe protagonista de El chico de la flecha, y El misterio del arca visite Aquae Sulis, esa ciudad en el remoto norte famosa por sus sanaciones y sus aguas milagrosas? Así nace La suerte está echada, Una aventura en las tierras del norte, Anaya Infantil y juvenil, la tercera (y última) parte de esta trilogía para jóvenes ambientada en la Hispania Romana del siglo I. D.C. 

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No todos los editores hubieran apostado por una novela histórica romana para adolescentes, pero Pablo Cruz lo hizo. Y la acogida de los profesores de clásicas, de historia, de lengua, literatura… ha sido desbordante. El chico de la flecha se encuentra en la prestigiosa Lista de Honor OEPLI 2017, y El misterio del arca obtuvo el Premio Letras del Mediterráneo 2018. A principios de 2020 retomaré los encuentros con institutos y colegios para seguir hablando de Marco, de Junia y de Aselo.

Después del inesperado éxtio del que las entregas anteriores han gozado (he perdido la cuenta de cuántas ediciones llevamos de El chico de la flecha) quería poner fin a la trilogía por todo lo alto. Marco ha crecido, y en esta ocasión el enemigo al que se enfrenta es mucho más poderoso que él y que su tío Julio, tan sabio y calmado. Y esta aventura no solo le llevará a ese norte britano desconocido, sino a otro lugar que me ha fascinado desde niña y en el que la faz de la tierra cambió en el 79 D.C…

Podéis leer la introducción y el primer capítulo de esta novela aquí. Si trabajas en un instituto o colegio con Anaya, pregúntale al comercial que te visita. Y podéis también hacer la prerreserva en vuestra librería habitual, porque La suerte está echada salé estos días a la venta, o comprarlo en los enlaces que te indican aquí.

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Para las fotos de Nika Jiménez en los Baños Romanos llevaba jersey y chaqueta blanca de Mango, falda plisada de tul y pendientes de Luxenter. El bolso es de una pasada edición de Salvador Bachiller. Había llovido durante todo el día, pero aún así parecía adecuado llevar algo blanco y luminoso bajo ese cielo. Es la sensación que tengo siempre antes de que salga un nuevo libro.

Edén

Hay lugares en los que se puede pasear como nos cuentan que se hacía en el Paraíso: creyentes o no, la imagen de Adán y Eva, inocentes y desnudos, despreocupados ante la muerte, el hambre o la miseria entre bestias que no les atacaban, es una de las imágenes simbólicas grabadas con mayor fuerza.

De la ruina de ese paraíso y la nostalgia por su pérdida llega no solo toda una corriente moral, sino una sólida tradición artística: El Bosco, Durero, Miguel Ángel son solo tres nombres que mostraron las imágenes de Adán y Eva ignorantes, antes de perder para siempre la inmortalidad.

Milton cantó en El Paraíso Perdido la extraña relación entre Dios y el mal, la fragilidad del hombre (su visión de la mujer merece capítulo aparte) y el poder casi ilimitado del Lucifer. En nuestra imposibilidad de vencer al mal, en nuestra derrota frente a la vida y la tentación se encuentra precisamente la grandeza del ser humano: en la lucha, en el intento. 

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¿Qué queda de esa historia en la actualidad? La admiración ante la belleza de lo que nos rodea, los árboles, las flores de aspecto exuberante, las cebras con sus rayas irreales, la sensación de paz y de comunión y de pequeñez ante ese misterio que es un paisaje salvaje: la certeza de que no nos necesita en absoluto para existir. La nostalgia anticipada por perderlo al regresar a casa. La vaga pena porque no sabemos cuánto durará así, porque el mal aletea cerca para acabar con ello. 

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Las religiones se encuentran en constante transformación. Las historias, en cambio, perduran a través de ellas. Sobre todo si son simples: una pareja, un Dios generador. Un paraíso, la decepción de un Creador y la incomprensión del ser humano ante qué se esperaba de él. Y a partir de ahí la lucha entre el bien y el mal. Dentro, fuera. El castigo por atreverse a insinuar un cambio en el orden establecido. 

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La relación con el Paraíso pasa ahora por otros criterios morales: la salvación del mundo frente al cambio climático, por ejemplo, la preservación de ese Edén que ahora no solo perdemos, sino que además destruimos. El ser humano se sabe ahora un Lucifer capaz de todo. Y el gran pecado ya no es la curiosidad, sino la codicia. 

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante el EPVKenia que organizo con El País Viajes y B theTravel Brand. Llevo un vestido blanco de Mango.

Distintas tierras

Hay un elemento de las historias inolvidables que muchas veces pasa inadvertido para los escritores que comienzan. Incluso los veteranos lo descubren, a menudo, cuando ya han finalizado su novela o su relato. Se trata del espacio, muchas veces entrelazado con el tiempo. El espacio, el lugar en el que todo ocurre o en el que imaginan que ocurre. Como en la vida, hace falta despegarse de ese entorno para darse cuenta de lo mucho que nos ha condicionado. Tierra, patria, terruño, prisión, cuna, país. 

Una tierra que hemos recorrido en los textos se convierte, de alguna manera, en nuestra, incluso sin haber puesto jamás el pie en ella.

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Kenia se convierte en nuestra si la hemos leído. Muchas personas que jamás la visitarán pueden repetir las primeras frases de Memorias de África, que  han sido repetidas hasta la saciedad, ampliado su eco por la famosa película en la que Meryl Streep interpretaba a la escritora danesa: 

«Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.
La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica». Y así es, la tierra y los colores surgen y se reinterpretan con sus palabras: como si regresáramos a una tierra de infancia.

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Otros han llegado a ella de una manera menos poética y pero igualmente irreal, de la mano de un Hemingway  que se imagina casi agonizando en «Las nieves del Kilimanjaro».

«La hierba se había consumido por completo y el viento atizaba el fuego hacia el pequeño aparato. Costó mucho trabajo meter a Harry, pero una vez que estuvo adentro se acostó en el asiento de cuero, y ataron su pierna a uno de los brazos del que ocupaba Compton. Saludó con la mano a Helen y a los criados. El motor rugía con su sonido familiar. Después giraron rápidamente, mientras Compie vigilaba y esquivaba los pozos hechos por los jabalíes. Así, a trompicones atravesaron el terreno, entre las fogatas, y alzaron vuelo con el último choque. Harry vio a los otros abajo, agitando las manos; y el campamento, junto a la colina, se veía cada vez más pequeño: la amplia llanura, los bosques y la maleza, y los rastros de los animales que llegaban hasta los charcos secos, y vio también un nuevo manantial que no conocía.

Las cebras, ahora con su lomo pequeño, y las bestias, con las enormes cabezas reducidas a puntos, parecían subir mientras el avión avanzaba a grandes trancos por la llanura, dispersándose cuando la sombra se proyectaba sobre ellos. Cada vez eran más pequeños, el movimiento no se notaba, y la llanura parecía estar lejos, muy lejos. Ahora era grisamarillenta. Estaban encima de las primeras colinas y las bestias les seguían siempre el rastro. Luego pasaron sobre unas montañas con profundos valles de selvas verdes y declives cubiertos de bambúes, y después, de nuevo los bosques tupidos y las colinas que se veían casi chatas. Después, otra llanura, caliente ahora, morena, y púrpura por el sol. Compie miraba hacia atrás para ver cómo cabalgaba. Enfrente, se elevaban otras oscuras montañas».

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En algún lugar, los escritores crean patrias extrañas sobre países ya creados; imaginan otros, los convierten en peligrosos o en deseables. La publicidad más primitiva, la propaganda que intentaba atraer colonos a páramos deshabitados se basaba precisamente en eso, en las imágenes de campos ubérrimos y de cosechas que desbordaban los graneros.
Nos crearon esas imágenes fabulosas en los textos, y en la cabeza. Dieron espacio al espacio, y lo moldearon, hasta que ahora nos decepcionamos si en la realidad no encontramos lo que nos prometieron las historias. Así de poderosa es la literatura. Así de increíble la imaginación humana. 

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante el viaje #EPVKenia de El País Viajes /B the Travel Brand.

Hacer, no hacer.

Durante los últimos meses he trabajado de nuevo las historias del siglo XIX y comienzos del XX; un periodo dorado para la novela en Europa, con personalidades y estilos poderosos y en una sociedad demasiado compleja como para definirla en un par de páginas. 

Las más antiguas de esas novelas hablan, sobre todo, de la acción como una manera de solventar los problemas: historias de héroes en todas sus variantes, figuras históricas, héroes contemporáneos, heroínas que buscan su espacio y su voz, niños que son empujados al mundo de los adultos mucho antes de lo que deberían… hacer, iniciar, construir, los valores preciados en una época de revoluciones y de afirmación de la identidad, primero, y de conquistas y de avances tecnológicos después. 

Sin embargo, según avanza el siglo el héroe cambia: el novelista vacila. La inacción, la duda, hasta entonces reservada a los personajes secundarios, los malvados, o las mujeres se apropia del personaje principal. La parálisis de Ana Ozores o de Emma Bovary salta a Raskolnikov. Mucho más reales, menos estruendosos, los personajes parecen padecer una epidemia hamletiana. Dudan, cuestionan su espacio y su papel, sus razones. 

Frente a la seguridad del hacer se impone la sabiduría del no hacer. 

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Ha transcurrido más de un siglo y la no acción ha vertebrado desde la lucha política a la terapia psicológica. La novela contemporánea copia de manera casi literal las tramas del XIX, pero aligeradas de su complejidad. El lector escoge la literatura como una manera de no hacer, el autor como una forma decidida de acción. Cuando permanecemos inmóviles son otros (personajes de novela, de series o películas, la actualidad y las noticias) los que se mueven por nosotros.

Atrapados en la obligación de hacer constantemente, de producir, de un movimiento que demuestre que somos útiles, no hacer supone una sutil manera de rebelión. Como todas las rebeliones, supone un esfuerzo. La mente galopa, el cuerpo se resiente, todo nos grita que el tiempo se pierde si no está bien empleado. No hay tiempo para nada. 

No hacer, la inmovilidad, el disfrute del momento se confunde con el aburrimiento, con la vejez, con la inutilidad. Sin embargo, nada aparentemente tan sencillo cuesta tanto esfuerzo. Todas las flores parecen la misma. Todos los ruidos se funden en un rumor. Todas las palabras provocan el ruido. La acción ya no se encuentra fuera, como en las aventuras decimonónicas, sino dentro, y el héroe lucha con su propio enemigo en el espejo.El silencio ha dejado de ser sinónimo de paz: ahora lo es de una comunicación constante con la tecnología y un discurso interior imparable. 

Pero a veces sí. A veces, por esfuerzo o azar, el tiempo se convierte en un aliado, la naturaleza en un abrazo, el no hacer en una calma infinita. 

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Las fotos fueron sacadas por Nika Jiménez durante el viaje EPV Kenia que organizo con Viajes el País y B the travel Brand. El vestido azul, con la espalda al descubierto y estampado de flores blanca es de Wild Pony, Lo acompaño de unas sandalias troqueladas de Pikolinos, y de un bolso cofre de rafia, de Mango, mucho más resistente de lo que parece, por cierto. 

Y todo el suelo se encontraba cubierto de flores de frangipani, y todo el aire de su aroma…

El viaje de Memorias de África (4)

¿Cómo puede haber pasado el tiempo a tal velocidad? Los días, que se hacen eternos en la espera, se escapan a toda velocidad durante el viaje. La última etapa del viaje #EPVKenia nos había llevado hasta Masái Mara, donde nos hospedamos en un campamento. Situado junto a un punto de agua, con lo que estamos rodeados de los animales se acercan a beber, también en esta ocasión debemos caminar escoltadas cuando cae la noche. El Karen Blixen Camp, con sus duchas al aire libre y su aire colonial, evoca el ambiente de los safaris en los que Karen Blixen, Bror Blixen o Denys Finch-Hatton tomarían parte. Las tiendas, aunque estables, se cierran con cremalleras. Cada uno de los detalles reviven esa época, pero con una voluntad decididamente ecológica. 

En los últimos años de estancia de Karen Blixen en Kenia, tanto su exmarido como su amante estaban entregados a la organización de safaris para las personalidades notables que podían permitírselo. Ambos contaban con un encanto personal a toda prueba, poseían experiencia, contactos, y habían sido educados entre la aristocracia. Parecía una decisión natural el que el Príncipe de Gales escogiera a Denys y a su sombra, Kamau, su criado kikuyu como su guía de caza.

La visita del heredero y su hermano a la colonia en 1928 supuso una auténtica conmoción local, y serios problemas de estatus para Karen: Bror se había casado de nuevo, de manera que ella ya no era la Baronesa Blixen, y no fue invitada a las recepciones de Nairobi, lo que indicaba una muerte social fulminante. Todo el mundo parecía desenvolverse mejor que ella: Bror estaba enamorado, Denys no se comprometía y continuaba con paso decidido hacia proyectos que le alejaban cada vez más de ella, la granja era un agujero negro que amenazaba con sumirla en la ruina, y hasta su protegida Beryl Markham inició un romance con el hermano del Príncipe, el Duque de Gloucester. 

Además, inseguro respecto al éxito del safari real, Denys no tuvo mejor idea que pedirle a Bror que se asociara con él para atender las necesidades del Príncipe y su hermano el Duque, y Karen lo consideró una traición. En viajes sucesivos el Príncipe se aventuró en un safari de dos meses por Kenia, Tanganika (Tanzania), Uganda, Congo y Sudán, combinó la caza y los trofeos con su incipiente afición fotofrágica, a la que se estaban escorando la mayoría de los viajeros, y llegó a cenar en la casa de Karen, que ofreció una pequeña recepción en su honor con una cena de nueve platos. Sin embargo, muy a su pesar, fue excluida de los dos safaris que realizaron. La crisis del 29 comenzaba a expandirse como una mancha de tinta, pero aún no había llegado a África. 

Los safaris con docenas de porteadores habían pasado a la historia. Las tiendas, y las viandas, que, por supuesto, incluían todo tipo de delicatessen, champán y una fuerte carga de bebidas alcohólicas, se transportaban en camiones. Esos cambios preocupaban a los cazadores profesionales, que veían como los animales se alejaban cada vez más de las rutas habituales por el cercado de los campos y por las incursiones de caza. En Masái Mara, por ejemplo, la sábana bullía de tantos animales, tan visibles, que muchos de ellos consideraban un demérito cazar allí. 

Por suerte, hoy en día hablamos de otro tipo de caza de animales. Al alba salimos entre apuestas sobre qué veremos en esa jornada. Lo más peligroso que esgrimimos es un antimosquitos. 

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Tendremos mucha suerte: al acecho, sobre una charca, veremos al leopardo, el más huidizo de los felinos. Su precioso pelaje se camufla entre las ramas, mientras pasa las horas, inmóvil, hasta que le entre hambre o vea una presa apetecible. 

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Todo lo contrario a su primo el guepardo, que sale literalmente a nuestro encuentro. Acaba de comer, y busca la sombra de los coches para dormirse una siesta. Cuando movemos los todoterrenos, temerosos de estresarlo, el muy sinvergüenza nos sigue para continuar al fresco. Si le hubiéramos dado la menor señal de invitación, se hubiera venido a casa con nosotras. 

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Y, por supuesto, los leones. Juguetones, dignos, hermosos, fascinantes a nuestro pesar. No podemos apartar la mirada de ellas y de sus crías. 

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Y allí, muy cerca, los reyes del agua: los hipopótamos, tan apacibles en apariencia, tan terrorifícos en los cuentos de la zona. 

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Y los cocodrilos, unos seis metros de reptil taimado al alcance de nuestra mano. 

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Cuando regreso al campamento pienso en que Karen no deseaba volver a Europa. Pese a que gran parte de los años africanos estuvieron condicionados por el trabajo y la planificación, la escasez de dinero y los sueños rotos aquí encontró el amor, o al menos un sustituto para ello. Realizó varios viajes similares a estos, vio cómo la aviación se generalizaba y la fotografía inmortalizaba cada momento. Vivió en un entorno aún salvaje y virgen, ya perdido para nosotros. El aire cálido, los ruidos nocturnos, incluso el miedo a lo desconocido se convierten en algo deseable. 

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Inicié este viaje a la búsqueda de horizontes nuevos y de mentiras viejas, de los mitos que rodeaban este país y a los autores que vivieron una época extraordinariamente creativa y fructífera. Como todos los viajes provechosos, lo que otorga al viajero es diferente y deslumbrante, el desconcierto de una realidad que carece de la grandeza del mito pero que resulta infinitamente más cercana e interesante. 

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Ahora ya solo queda regresar a Europa, seguir escribiendo y recordar estas particulares Memorias de África. 

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¿Cómo puede haber pasado el tiempo a tanta velocidad? Los días, que se hacen eternos en la espera, se escapan a toda velocidad durante el viaje. Pronto llegará el siguiente, y el siguiente, y antes de que haya parpadeado estaré de regreso en Kenia. Gracias a B the Travel Brand y a Viajes El País por haberlo hecho posible. Gracias a Nika Jiménez por sus fotos, y sobre todo, a las viajeras que me han acompañado en esta ocasión. Ellas han modelado el viaje y sus anécdotas, y han sido magníficas compañeras en esta etapa. 

El viaje de «Memorias de África» (3)

Una de las constantes que he encontrado en este viaje que intenta aproximarse a Karen Blixen ha sido la dificultad para separar lo que narra la película Memorias de África del libro en el que está inspirada (dos libros, en realidad, Out of África y Sombras en la hierba), y el libro de los hechos históricos y documentales probados. De hecho, ese nombre evoca inmediatamente una atmósfera y un estilo mucho más populares de lo que pensaba, y que desde 1985 no han perdidoi vigencia. Si en su momento arrasó en los Oscars, condicionó la moda durante varias temporadas y consagró a los actores, en la actualidad se encuentra sólidamente implantada como un recuerdo colectivo.

Es más, durante el viaje muchas de las alusiones y de las explicaciones que nos ofrecen parten directamente de la ficción cinematográfica, que se da por cierta; olvidamos de esa manera que la propia autora narra en primera persona una visión muy sesgada y particular de los hechos, con el foco tercamente colocado donde desea. Es su privilegio como autora, pero no significa que sea la verdad, ni siquiera que se acerque a ella. Otra capa de distancia y de interpretación subjetiva se debe añadir cuando hablamos de la película, a su vez condicionada por la mirada de un gran director.

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Las vistas de esta jornada se nos harán particularmente familiares por la película de Sydney Pollack, y los amantes del cine la reconocerán: vuelvan a mirar el cartel de la película. O, si lo desean, repasen determinadas escenas. 

La camisa amarilla, las gafas y los pendientes son de Mango. Las sandalias de tiras, de Pikolinos. Las fotografías, de Nika Jiménez.

Nos estamos acercando a la Laguna Naivasha, donde habitan hipopótamos y otras criaturas acuáticas. La alerta por estos animales condiciona nuestros movimientos: cuando cae la tarde no podemos salir del recinto del hotel bajo ninguna condición, y un guarda nos escolta hasta nuestras habitaciones, que se encuentran en cabañas, tanto al anochecer como al amanecer. 

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Como curioso contraste, a unos metros de nuestras ventanas las cebras pastan con la confianza de quien se sabe a salvo.

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Y unos metros más allá se encuentra el Lago Naivasha, de cuyo fondo surgen árboles como en un escenario lunar. Los bultos de los hipopótamos, ya aletargados, oscilan entre nuestras barcas: continúan con su oscilación entre el agua y la superficie. Navegamos entre ellos y por las aguas tranquilas, muy azules, hasta Crescent Island. El paseo nos permite ver águilas pescadoras, pájaros diversos, y, en la distancia, el perfil de algunas jirafas en la orilla. 

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¿Por qué incluyo Crescent Island, tan alejada geográficamente del área donde vivió Karen,  en este viaje? Precisamente como concesión al universo visual que sobre ella creó Pollack: fue aquí donde Robert Redford y Meryl Streep rodaron gran parte de las escenas que han condicionado nuestra visión de Kenia, y, por supuesto, del romance entre Blixen y Finch-Hatton. En este territorio acotado y seguro el equipo no sufriría ningún peligro, ni  se dispararían los seguro de las estrellas. Aquí se rodaron, por ejemplo, las escenas en las que Karen corre al encuentro de la avioneta de su amante.

El islote, una penísula, en realidad, se encuentra libre de carnívoros. En nuestro paseo por tierra firme vemos algún facocero, cebras, impalas y el esbelto perfil de las jirafas: algunos de estos animales fueron traídos a la isla precisamente para el rodaje. Después los dejaron vivir aquí, y la falta de amenazas y el tránsito los humanos los han vuelto apacibles y poco impresionables.  

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Véase, por ejemplo, lo escasamente impresionada que se siente esta preciosa jirafa por mi interés. Estaba a tres metros de mí, me miró, y continuó pastando con olímpico desdén.

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Pero dejémoslos comer tranquilos (en realidad, ellos marcan el punto en el que se sienten incómodos y se alejan, sin aspavientos), y continuemos el paseo por este lugar, uno de los pocos donde podremos caminar, en lugar de trasladarnos en un coche o supervisados. 

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Por cierto, esta tierra ha visto también rodajes diversos; quienes gocen ya de cierta edad recordarán a Elsa, la leona de Nacida libre. Pues bien, su autora, la naturalista Joy Adamson, se construyó una casa precisamente aquí. Aunque esa mujer, su obra y su vida bien merecen más espacio, quizás no sepáis que en 1980 murió por el ataque de un león en Samburu.  

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Unas horas de mala carretera nos separan de la que será el último territorio que veremos en este viaje, Masái Mara. La gran reserva de vida animal de Kenia, la que nos han mostrado infinidad de documentales, salpicada de acacias y con ríos y bebederos que atraen a hervívoros… y a sus depredadores. La caza furtiva sigue siendo una plaga en esta tierra, pese al control generalizado. Aquí viven elefantes, leones, leopardos, búfalos e hipopótamos, es decir, los cinco grandes: comparten el terreno con los Masáis y sus rebaños. En algunos de los tramos, llevamos a bordo del coche a un guarda forestal que indica las rutas en mitad de la nada, y que, sobre todo, vigila que no abramos nuevos senderos sobre la hierba o que nos acerquemos demasiado a los animales, mucho más asalvajados que en Crescent Island, y siempre alerta, porque aquí la amenaza resulta diaria. Algún ñú joven, observa a los humanos con aire desafiante, para correr luego repartiendo cornadas al aire, a algún enemigo invisible. 

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Y en un momento determinado, nos cruzamos con este magnífico animal, recién duchado en barro, que no parece molesto por nuestra presencia. Es más, rodea el coche, saluda  y continúa, a paso lento, su camino hacia la nada. 

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Pero la sorpresa llega cuando nos encontramos con una familia de leones: dos machos jóvenes, dos hembras, posiblemente hermanos. Están atiborrados y perezosos, y nos permiten observarlos a corta distancia todo el tiempo que deseemos. Al cabo de un rato, su desmoronamiento es contagioso. Nada descansa con tanta dedicación como un felino, no importa cual sea tu tamaño.

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Aunque  hay preferencias diversas entre las viajeras, las hienas provocan un rechazo generalizado.   Y verlas tan de cerca no mejora su imagen.EspidoMasaiMara38

La luna, casi llena, comienza a alumbrar en el cielo, entre las extrañas estrellas del hemisferio sur. El sol cae en picado pero, en cambio, la luz se mantiene durante mucho más tiempo en torno a la luna, como una luciérnaga movediza. El viaje inicia su tramo final.

Si queréis realizar este u otro viaje conmigo, la información y la inscripción se encuentra aquí, o en las tiendas B the Travel Brand

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El viaje de «Memorias de África» (2)

Cuando se visita esta zona de África, aparentemente tan alejada de nuestra realidad y de nuestra tradición cultural, sorprende que aparezcan tantos símbolos conocidos, tantas evidencias de que, en realidad, las narraciones e imágenes de Kenia nos resultan mucho más familiares de lo que creíamos antes de iniciar este viaje con B the Travel Brand y El País Viajes

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Los baobabs, por ejemplo, que amenazan con destruir el planeta de El Principito, asoman su cabeza cubierta de nidos en estas latitudes. Los guías nos contaron que se le llama «El árbol al revés», porque sus ramas parecen más bien raíces. 

O las constantes expediciones de animales a las charcas de nuestro campamentos en Tsavo: para una generación que ha crecido con documentales que narraban la vida y muerte de los grandes dueños de la sabana la mezcla de incredulidad y familiaridad con la que los observamos a unos metros de distancia, cebras y facoceros, búfalos y elefantes, alguna jirafa y el más ocasional y esquivo leopardo conlleva un pequeño estremecimiento. 

Las charcas, llenas de vida, reciben varias veces al día las visitas de las distintas clases de animales: los vemos en procesión desde diferentes lugares de pasto, otean en la distancia, se llaman entre ellos. Los elefantes veteranos barritan en advertencia  a los más jóvenes, distraídos, que quieren jugar o bañarse. La luz y el cielo varían de manera dramática a lo largo del día, y basta con una espera no demasiado paciente para entender que hay un orden invisible en todo lo que nos rodea, más urgente y más salvaje que en Europa: aún en un entorno tan controlado y seguro como es este viaje, esa impresión cala poco a poco, y resulta casi adictiva. 

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Denys Finch-Hatton, el gran amor de Karen Blixen, cayó aquí con su avioneta. Hacía tiempo que experimentaba un desengaño cada vez mayor con sus viajes de caza, y en cambio, se estaba interesando por el vuelo como una manera de controlar las manadas, e incluso creía que el futuro tendría más que ver con fotografiar a los animales que con matarlos. Su muerte, en mayo de 1931, nos privó de saber si esa idea se quedaba en uno más de sus proyectos locos o si se abriría paso. 

Sea como sea, leer los textos de los autores de la época que visitaron la zona aquí, frente a esta charca, es una experiencia estéticamente  redonda. Todo cobra mucho más sentido, deja de ser irreal. No se comprende mejor África, pero sí al occidental que escribe sobre ella.

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Y siempre con un ojo atento a los monos, esos ladrones profesionales… 

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Sin embargo, por bien provista que esté nuestra charca, carece de hipopótamos. Si queremos ver a estas enormes bestias de piel delicada, a caballo entre el agua y la tierra firme, debemos acercarnos a Mzima Springs. Aquí conviven monos de culo azul (se puede observar en la fotografía anterior), hipopótamos y cocodrilos, y en un día afortunado pueden observarse dentro del agua desde el mirador de una cabaña. El día que los visitamos se encontraban perezosos;  mucho calor, nada de exhibiciones submarinas. 

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Respecto al resto de los animales, no nos faltarán: elefantes y búfalos, y con eso, completamos tres de los Cinco Grandes, jirafas, con  sus pájaritos a cuestas, picabueyes piquigualdos, que las desparasitan y limpian. Al amanecer salimos para el safari matinal en jeep, con un techo abatible que permite observar con todo detalle lo que nos rodea. No hay carreteras ni casi caminos para el ojo poco entrenado. Los conductores, guías forestales y expertos en animales, saben en todo momento en dónde están. 

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Desde Tsavo, antes de partir para Amboseli, puede observarse una de las vistas más hermosas del Kilimanjaro. Atravesamos las coladas de lava o Tierras del Diablo, producto de una actividad volcánica muy reciente, y en muy poco tiempo el paisaje cambia y se suaviza. 

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Nos han preguntado si querríamos ver un poblado Masái; la respuesta de las viajeras es un entusiasta , porque pese a lo típico de la actividad, no deja de ser una manera de ayudar a las cooperativas de la zona, y de conocer un poco más cómo debió ser en su momento la vida de este pueblo ganadero, nómada y enigmático.  

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Tradicionalmente, la casa Masái se construía con estiércol de vaca, paja y palos, y se protegía con una empalizada de arbustos espinosos. Como la poligamia estaba extendida, cada mujer y sus niños poseían una casa, que se elevaba cuando se casaba, y el marido se turnaba entre ellas, en teoría con una rigurosa alternancia, para dar a todas ellas las mismas oportunidades de concebir, o la misma atención, si eran ya mayores. La oscuridad del interior está pensaba para conseguir un espacio fresco,y los ojos se acostumbran pronto a ella. 

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Además de las danzas de bienvenida y despedida (contagiosas, acrobáticas), nos muestran las técnicas medicinales que empleaban. Al contar con tres doctoras entre las viajeras, todas las partes mostraron mucho interés por esas hierbas y cortezas medicinales, y por si las reconocían. Cómo conseguían encender el fuego con apenas dos troncos, y alguna otra curiosidad más precedieron a la muestra de artesanía; cada mujer mantiene un pequeño puesto con bisutería, llaveros, marcapáginas, esculturas… 

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El regateo, para quien sepa mantenerlo, es costumbre. A mí me supone un enorme esfuerzo, regateo poco, mal, o nada. Compré varias piezas de abalorios, entre ellas un collar con unas preciosas conchas llamadas cauries, o Monetaria Moneta, que, casualidades, están muy de moda esta temporada como bisutería informal. Durante siglos fueron usadas como moneda de cambio. Es extraño encontrarlas aquí, en mitad de este polvo rojo.

Karen Blixen sentía una gran admiración por los Masái, y deja buena prueba de ello en Memorias de África. En realidad, gran parte de los europeos y occidentales vivieron esa fascinación por este pueblo, al que consideraban la aristocracia de la zona, y que, al ser nómadas, convivieron de una manera diferente con los colonos de lo que lo hicieron los agricultores. En la actualidad, si bien los rebaños continúan formando parte de su estilo de vida, el nomadismo ha dejado paso a otro tipo de asentamientos, y las motos son una de las anacrónicas ayudas a su pastoreo. Muchos viven en casas de chapa o cemento, y combinan el pastoreo con otro tipo de trabajos, como el turismo. 

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Amboseli: llanuras casi azuladas en la lejanía, el Kilimanjaro como una presencia constante, y bajo él, enormes mandas de elefantes.  Se ven con tanta claridad, y a tan poca distancia que al poco tiempo parecen presencias tan naturales como las nubes. 

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El Kilimanjaro se encuentra dentro de las fronteras de Tanzania, pero la mirada es libre, y tropieza con él a cada paso. Una montaña que ha obsesionado a soñadores y a extraños, entre ellos Hemingway, que, cuando aún le agradaba cazar, se aventuró por aquí con la guía de… el mundo es extraño… el marido de Karen Blixen, Bror Blixen. Casi tan encantador como Denys Finch-Hatton, y con una enorme experiencia como guía de safaris, llegó a asociarse con el amante de su exmujer para, entre otros, atender al Príncipe de Gales cuando visitó Kenia. Para enredar aún más la cosa, el Príncipe inició un romance con Beryl Markham, a su vez, amante de Denys Finch-Hatton y amiga de Karen. 

Pero volvamos a Hemingway: si no lo han hecho aún, lean (o vean, en su versión de 1952  con Gregory Peck, dirigida por Henry King) este relato. Las nieves del Kilimanjaro. Hemingway lo escribió en 1936, y es una angustiosa mirada, casi premonitoria, a lo que el alcohol, la decadencia y la obsesión pueden causarle a una persona, en este caso, un escritor. Hemingway le dedicó a  Bror Blixen  una semblanza en La breve vida feliz de Francis Macomber. Esa breve amistad fue la que, según él, le hizo ser amable años más tarde con la propia Karen, cuando en 1954 compitieron por el Nobel, y exagerar su admiración por el talento de la danesa. Hemingway era mezquino incluso en su generosidad.

No obstante su brillantez y su inteligencia, ninguno de estos caballeros tuvo un final feliz: Finch-Hatton murió prematuramente, ya lo sabemos, en su avioneta. Hemingway se suicidó con una escopeta de caza en 1961. Bror, también un escritor con talento, que dejó una interesante correspondencia y una autobiografía muy notable, murió en circunstancias poco claras en 1946, desesperado y alcoholizado y sin haberse recuperado de  la muerte de su tercera esposa, Eva Dickson, una pionera de la aviación (y ya llevamos varias en esta historia). Y ya que de antiguas esposas estamos hablando, no se pierdan la obra de Martha Gellhorn, mujer por unos años de Hemingway, reportera de guerra, escritora y otro delicioso personaje. 

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En la siguiente entrega, cambiamos la montaña por el agua, y los elefantes por las criaturas acuáticas. Pero mientras tanto… el vestido camisero marrón que llevo en el safari es de Mango,  como el sombrero de tira y el top blanco. Las sandalias son de Pikolinos, y  el crop top de lunares de Compañía Fantástica. El vestido largo de gasa, de estampado de leopardo, es un vintage de mi propiedad. Nika Jiménez, como suele ser habitual, sacó las fotografías a lo largo del recorrido.

El viaje de «Memorias de África» (1)

Los viajes que organizo con El País Viajes y B the Travel Brand parten siempre de una experiencia literaria: y el que me llevó a Kenia este mes de Abril seguía los pasos de la autora Karen Blixen, que publicó bajo el seudónimo de Isak Dinesen un puñado de obras, entre las cuales están Memorias de África, el canto de amor a los años que vivió en una granja de café al pie de las colinas Ngong. 

Algunos viajeros sienten cierta prevención al oír que el destino se encuentra en África: en realidad, este viaje no requiere vacunas obligatorias, aunque algunos optaron por vacunarse contra la fiebre amarilla y tomar Malarone contra la malaria, y resulta extraordinariamente segura. Una de mis viajeras habituales se atrevió, a sus 72 años y con algunos problemas de movilidad, a acompañarme, y puedo asegurar que no solo no encontró dificultades sino que disfrutó como una niña sobre todo con los elefantes y con el viaje en sí mismo. Es más, se ganó por parte del guía y los conductores el apodo de «Mamá Safari». 

El viaje comenzaba en Nairobi, con la visita al Museo de Karen Blixen. Esta casa era el corazón del cafetal que su marido, Bror Blixen, compró cuando se casaron… con el dinero de su nueva esposa. Karen vivió en ella desde 1914 hasta 1931, pese a la enfermedad, el divorcio y las malas cosechas; entonces la ruina económica y las circunstancias personales la obligaron a venderla y a regresar a Dinamarca, su país de origen. La granja fue el escenario de la película de Sydney Pollack en 1985, que convirtió la vida y los años africanos de Karen en una de las historias de amor más bellas del cine. EspidoKenia1

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El interior de la casa, patrimonio nacional, no puede ser fotografiado. Conserva algunos de los muebles de la autora, su ropa y libros, la vajilla y cristalería que fue su orgullo. Aunque me gustaría que la labor como museo fuera más completa, y la información suministrada más elaborada, nadie puede negar la emoción que produce encontrarse aquí mismo: como si regresáramos a una casa familiar, muchas veces vista, abierta a todos, como ella deseaba. El reloj de cuco, o la máquina de escribir, o los libros de la autora pueden verse en esta casa que conserva el aire colonial de la época, y toda la magia del momento. 

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Los jardines cubiertos de buganvilla, la propia estructura de la casa no ha variado en cien años. En la parte posterior pueden verse las ruedas de molino que, tras un incidente desgraciado, Karen instaló como mesas en la casa. Aquí fumaba con Denys Finch-Hatton, su gran amor, al atardecer, y desde aquí se observan las colinas azuladas por la distancia. 

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La granja no se encontraba en la latitud óptima,y fue siempre escasamente rentable. Kenia, un sueño para muchos europeos, algunos de ellos ovejas negras de familias aristocráticas que habían perdido su lugar en en el mundo, ofrecía promesas que no siempre pudo cumplir. El café, el té, el lino, oscilaban de precio en los mercados internacionales, y el crack del 29 destruyó gran parte de los proyectos iniciados años antes. La maquinaria de Karen oscilaba entre ingenios modernos y la fuerza bruta de bueyes y operarios. En una ocasión, se incendió; pese a todo, su evocación de esos años destila nostalgia y felicidad.  

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Karen se esforzó por mantener parte de la sofisticación de las grandes casas europeas en su propio hogar. En muchos sentidos, se convirtió en una incongruencia (había quien se burlaba de sus aires aristocráticos) pero también en un refugio para los expatriados que buscaban en su casa un eco de lo que habían dejado atrás. El Príncipe de Gales fue uno de sus huéspedes durante una cacería organizada por Finch-Hatton.

En «Memorias de África» dedica una enorme compasión a los bueyes de tiro, un precioso episodio a Lulú, su gacela, y unas palabras hermosas a la gracilidad y la elegancia de las jirafas. Y, al verlas en su entorno, solo podemos admirar la precisión con las que las describe. Aunque las veremos más adelante, cerca, lejos, entre la maleza, en ningún otro lugar más cerca que en este Centro de Conservación, donde podemos alimentar a las Jirafas de Rothschild, glotonas, sociables y exquisitas en comportamiento. Estas jirafas estaban en relativo peligro de extinción hace algunos años, y los esfuerzos por protegerlas han dado sus frutos. Comen pienso de la mano de los visitantes, como si fueran gatitos de cuellos kilométricos, y cada una de ellas tiene un nombre y una historia. 

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Ella era Daisy. Un encanto… aunque solo con adultos. No le gustaban demasiado los niños. 

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El nombre de Karen Blixen ha superado con creces la fama de Denys Finch-Hatton, pero en su momento, cuando este monolito fue erigido en su honor, no era asi. Denys, hijo menor de una familia aristocrática inglesa, gozó de gran popularidad en la colonia durante su vida que, por desgracia, no fue demasiado larga. Denys (y su grupo de amigos) ha supuesto, para mí, el gran descubrimiento de este viaje. Cazador, fotógrafo, emprendedor y hombre de mundo, mantuvo durante años una relación contradictoria, oscilante y difícil con una Karen que ansiaba una estabilidad y un compromiso de los que él siempre huyó. Cuando su avión se estrelló, en 1931, su romance estaba prácticamente acabado: el cuerpo de Denys fue enterrado en esta pequeña colina, donde en ocasiones Karen y él habían disfrutado de las vistas. Su familia, que sigue visitando de vez en cuando la tumba, erigió este monolito. En su obra, Karen elaboró un amor y creó un personaje enteramente suyos, no siempre en correspondencia con la realidad, pero que ha hecho soñar a varias generaciones. 

Volveremos a Denys en otro momento… la tumba se encuentra en una propiedad particular, y todo el entorno ha cambiado muchísimo, pero siempre hay plantas y flores a su alrededor. 

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El vuelo en avioneta gozaba durante los años de juventud de Karen y Denys de un esplendor sin precedentes. No solo era el deporte de moda, sino que se descubrían nuevas aplicaciones: records mundiales, usos bélicos, de exploración, o de cartografía… Denys volaba con cierta frecuencia, se relacionaba (también íntimamente) con otra pionera del vuelo de la colonia, Beryl Markham, y antes de encontrar su fin en aquel desgraciado accidente, llevó a bordo a una fascinada Karen. 

El vuelo que nosotros llevamos a cabo no coincide exactamente con el que Karen Blixen describe en su libro: en realidad, vamos hacia la zona de Tsavo, y atisbamos el Kilimanjaro, que aunque se encuentra en Tanzania ofrece increíbles vistas desde Kenia. También la seguridad es mucho mayor en estos días; pero con todo, es fácil identificarse con qué debieron sentir esos primeros aviadores, con la tierra roja y verde a sus pies, el cielo y el sol muy cerca. Las avionetas maniobran con mayor agilidad que naves más pesadas, todo resulta más cercano e intenso y, sobre todo, más real. En Tsavo comienza una segunda etapa del viaje, la que nos acercará a los safaris, los animales en libertad y su búsqueda.

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Y al llegar, otro paisaje, otro clima, incluso. La sensación que los propios viajeros y cazadores debían experimentar al aterrizar en mitad de la nada, con mil ojos al acecho: el inicio del safari.

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Las fotos de este viaje han sido tomadas por Nika Jiménez. El vestido blanco de lunares de algunas de las fotos es de Wild Pony, perfecto con su corte lencero para este clima y puede encontrarse aquí. las sandalias son de Pikolinos. Y muy pronto continuaré contando cómo fue este viaje…