Viaje a Rusia «Llamadme Alejandra» 4 Moscú
Este viaje no pretende ofrecer una visión exhaustiva de Rusia. Ni siquiera de Moscú. Pero, apoyado en mi novela Llamadme Alejandra, hay algunos aspectos que pasan inadvertidos durante otros viajes, y que durante el EPVRusia buscamos y tratamos. Podeis ver cómo fueron las etapas anteriores en las tres entradas anteriores del blog.
Los zares preferían mantener a los enemigos de la familia relativamente cerca: a veces decidían no asesinarlos (aunque ganas no les faltaban) pero consideraban que necesitarían de su presencia o aliados más tarde, cuando las aguas se hubieran calmado. Ya encontrarían maneras de librarse de ellos.
Pedro el Grande, que odiaba cordialmente Moscú, hasta el punto de construir una capital que en nada recordara a esta ciudad de madera y de estiércol, de fieles a la Vieja Religión y de conspiraciones en cada callejuela, no fue una excepción: encerró en un convento de por vida a su primera esposa, a la que nunca quiso; Eudoxia Lopujina. Era una zarina como los tiempos requerían: de buena familia, conservadora, analfabeta y peligrosa no tanto por ella misma, sino por haber dado a luz a un varón y por oponerse a las reformas europeístas de su marido.
Ni Pedro ni su segunda esposa, Catalina, la asesinaron: sí a su hijo, el zarevich Alexis. Ella deambuló de convento en convento, con una vida de relativa comodidad y lujo dentro de que no podía abandonar sus paredes; era un riesgo razonable cuando se pertenecía a la nobleza.
El convento que vimos en Moscú conserva una historia a mi juicio aún más interesante, relacionada también con Pedro el Grande. Como suele ocurrir con algunas de estas personalidades, no estaba destinado a ser zar; por edad, le precedían otros hermanos y una hermanastra formidable, Sofía, que no estaba dispuesta a renunciar ni al poder ni a su influencia. Tras varios años como autócrata, y unas feroces represiones fratricidas, Sofía fue aislada, reducida e inmovilizada. La obligaron a vivir el resto de su existencia en el Convento o Monasterio Novodévichi.
Que era una fortaleza, protegida por murallas inexpugnables, el propio río y las guarniciones reales. Cuando en 1698 sus partidarios intentaron rescatarla, Pedro colgó sus cadáveres en los muros para que Sofía pudiera verlos pudrirse desde su celda. Impresiona ver cómo siglos más tarde algunos retratos la muestran como una mujer masculina, velluda y fea; una mujer que aspirara al poder debía ser una aberración física.
RTVE, que siempre ha seguido con interés mi trayectoria, nos dedicó un corte que se emitió en el Telediario, con el buen hacer ya habitual de Érika Reija. Puede verse en Televisión a la Carta aquí.
Y faltaba el Kremlin, al que creo que con una pincelada haremos más justicia que con una descripción exhaustiva. El conjunto de palacios, iglesias, catedrales y torres mezcla la historia más reciente (vimos parte del parque automovilístico de los ministerios salir disparados a las 18:01, con sus autoridades a bordo), con las Catedrales que todos los zares debían visitar al menos una vez en su vida. La sucesión de cúpulas doradas, de frescos y de advocaciones aumentaban de siglo en siglo, porque era obligación de los monarcas aportar su catedral o iglesia personal. Yo me quedé con la de la Dormición, donde todos ellos fueron coronados, hacia la que se dirigió nerviosa y cubierta de pesadísimos brocados Alejandra para formar parte de ese ritual que ni siquiera conocía un par de años antes. Podéis ver la escalera de entrada y los arcos decorados; el resto está siendo restaurado. Y también recorrimos la de Arcángel San Miguel, cuyo interior visitamos, donde los zares moscovitas están enterrados.
La ventaja del vestido negro que llevé ese día es que no se arrugaba, era lo suficientemente elástico como para resultar cómodo, de una longitud que permitía la entrada en edificios civiles y religiosos y el escote podía regularse para que fuera completamente cerrado o casi un palabra de honor. Es de Mango y puede comprarse aquí. En la misma marca se encuentran los pendientes de rafia, muy ligeros, y el bolso cofre de bambú, con un doble cierre que lo hacía bastante seguro. No hay que repetir que, aunque nosotros no sufrimos ningun robo, es una zona perfecta para carteristas. Las alpargatas de cuña, negras y de crochet, siguen siendo un recordatorio de que soy embajadora del Yute de Caravaca, y que podremos encontrar pocos calzados mejores para el verano. (Ah, y el gorro blanco, una broma: los viajeros se empeñaron en que me lo probara en una tienda, allí se quedó).
Las fotos son de Nika Jiménez. Recordar que este viaje y otros que realizaré en breve se organizan de la mano de El País Viajes y B the TravelBrand, en su sección Viajes con expertos.