Tiempo perdido
Agosto brinda siempre la sensación de que es un mes de tiempo detenido: perdido, para quienes continúan trabajando, con llamadas sin respuesta y la sensación de ser los únicos habitantes del planeta. Ganado para quienes toman vacaciones y dejan que el tiempo se pierda minuciosamente entre los dedos, hora a hora, quejas por el calor o por la lluvia, siesta, excursiones, helados.
Era así, al menos. Este agosto, como los meses anteriores, se ha trastocado, y el tiempo posee un valor diferente para quienes lo vivimos. Supone una tregua, por esa inercia de que las noticias, en particular las negativas, lo son menos durante las vacaciones. Supone un descanso, para algunos, y un paréntesis ante lo desconocido para muchos otros. Un paseo en una ciudad vacía, o un regreso a los paisajes de la infancia.
Este mes, esta temporada, nos marca con una crudeza descarnada que lo que creíamos seguro no era más que una colección de rutinas para domar la incertidumbre. Continuamos en un periodo de improvisación y de cambios imprevistos, de vivir un hoy y ya veremos.
De aprender de la historia, la personal y la colectiva.
De revisión de modelos de conducta, y de comprender, no sin dolor, que la tensión convierte a los seres cercanos en desconocidos. De agradables sorpresas, a veces, en quienes no lo esperábamos.
Se avecinan momentos para que cada segundo perdido lo sea en algo importante, algo que nos ha hecho felices a nosotros o a los nuestros. Un pacto con la vida, revisado hora a hora. Porque todo el tiempo perdido, el dedicado a la nada, a aburrirse, a aprender, a disfrutar, al descanso, a la búsqueda de algo, se convierte en lo único que tenemos en nuestro haber.
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