Viaje a Rusia»Llamadme Alejandra» 2. Ekaterimburgo
El segundo día de este viaje a Rusia centrado en mi novela Llamadme Alejandra (podéis leer sobre el primero aquí) tuvimos la oportunidad de conocer algo de esta región de los Urales, puerta hacia Siberia, y con recursos minerales tan ricos que el agua resulta escasamente potable, dado su alto contenido en metal y en sales.
Durante siglos las minas, los minerales preciosos y las diversas maderas atrajeron aquí a empresarios y a emprendedores. Las inmensas llanuras se alternan con bosques de pinos y de abedules, rectos y elevados. En muchas ocasiones eran espacios comunales donde los campesinos podían llevar al ganado, recoger setas, bayas o madera. Rebosaban vida y actividad hasta hace muy poco tiempo. Y, por desgracia, fueron también escenarios de una brutalidad indescriptible.
De camino hacia Ganina Yama, en las afueras de Ekaterimburgo, nos detuvimos en dos lugares emblemáticos: en uno de ellos se recuerda a las víctimas de las purgas de comunismo, en concreto las realizadas por Stalin. Un equipo de expertos exhumaba en aquellos momentos tumbas en el bosque a nuestras espaldas, porque los fusilamientos clandestinos dejaron un reguero de víctimas aún no localizadas ni identificadas. Nos encontramos allí, donde varios muros recuerdan los nombres de los represaliados y la fecha de su nacimiento y de su muerte, con algunos descendientes que, desde el otro extremo de Rusia, les llevaban flores.
La segunda parada tenía un tono más festivo: nos movemos en la frontera entre Asia y Europa, pero esa línea no es recta ni clara, de manera que se marca mejor con monolitos y marcas que con una barrera. En uno de ellos, monumental, y tallado en el mejor granito uraliano, nos detuvimos, con, literalmente, un pie en un continente y otro en el contiguo.
He mencionado antes Yanina Gama.¿Qué lugar es ése? Mi novela Llamadme Alejandra comienza en esa aciaga noche del 16 al 17 de Julio en la que los últimos zares y su familia fueron fusilados. Cuando amanecía el 17 de julio, un siglo exacto antes de nuestra llegada allí, todo había acabado, y los asesinos se enfrentaban al problema de cómo librarse de los cadáveres.
Como cuenta el informe Yurovsky que incluyo en la narración, los soldados cargaron los cuerpos en una furgoneta para enterrarlos en el bosque, pero una serie de errores los encontró con el día encima en un bosque lleno de gente, y sin saber qué hacer. Arrojaron los cuerpos a una mina abandonada, que era, en realidad, una especie de fosa poco profunda: Yanina Gama. Las explotaciones mineras se realizaban al aire libre, no bajo tierra, como las extracciones de carbón.
En Yanina Gama se eleva un monasterio ortodoxo compuesto por diversas capillas de madera, en torno a la fosa donde se libraron de los cuerpos, donde ahora crecen lirios blancos. La bordea un mirador. Los fieles se habían reunido allí, y cantaban la liturgia de esa fecha santa. Fotografías de la familia real, esculturas e iconos presidían el recinto, mucho mayor de lo que yo me imaginaba, y convertían aquel espacio de muerte en uno de culto, con una emoción contenida muy diferente a la experimentada el día anterior en la Catedral del Salvador sobre la Sangre Derramada, más serena, más sencilla.
Por casualidad nos encontramos allí con una de las descendientes de la familia Romanov, la Gran Duquesa María Vladimírovna Romanova, nacida y residente en Madrid, que había viajado allí para las celebraciones. Muy amablemente nos saludó y dijo unas preciosas palabras: nos recordó que el zar Nicolás II había indicado en una carta que si lo peor ocurría no buscaban otra cosa que no fuera la reconciliación y el perdón. Y que este lugar, tan triste, había logrado convertirse en un símbolo de paz y de espiritualidad. Creo que, pese a las manipulaciones de la memoria, la intención de algunos o la parcialidad de otros, así ha sido. No se respiraba allí horror ni espíritu de venganza. Han construido un espacio para la reflexión y el silencio.
La última parada de esa etapa tan siniestra era el lugar donde los cuerpos acabaron el 18 de julio, y donde reposaron ocultos por muchos años. Los miembros del Soviet sabían que los cadáveres estaban mal enterrados; durante la siguiente noche los sacaron de la mina e intentaron llevárselo a otro lugar. Los errores llegaron entonces a la categoría de chapuza: dieron con terreno muy blando sobre el que los camiones se hundían, y al final los quemaron parcialmente y los enterraron en dos fosas, lo que luego dio pie a la creencia de que Alexei y una de las niñas quizás hubieran logrado huir, porque sus cuerpos faltaban. A continuación colocaron unas traviesas de tren encima, como si fuera un paso, rodaron varias veces sobre ellas con los vehículos… y allí, en el camino de Koptiaki, se los tragó el olvido.
Ahora una cruz y una pequeña instalación recuerdan la fosa. Tan parecida a las que hemos visto al principio de la ruta en el bosque, zares, campesinos, ricos, pobres, todos asesinados y, si hay suerte, recuperados del silencio tanto tiempo después.
Aunque no obedezca a la idea que tenemos de un monasterio, Yanina Gama, abierto al sol y el bosque, lo era. Y en un día de celebración como era éste, nos pidieron que nos cubriéramos la cabeza y que lleváramos falda más o menos larga. Me sorprendió ver a la Gran Duquesa con un velo negro muy sutil, similar a las mantillas españolas, lo que me lleva a pensar que el requerimiento es más simbólico que real. Algunas de las viajeras vistieron pantalones y nadie comentó nada.
Yo opté por un vestido camisero de Atelier Felicity, con un pañuelo estampado con citas de La caída de la casa Usher, de Poe, y un bolso de Salvador Bachiller de la línea Bowling Enea Hueso.
El regreso a Ekaterimburgo fue breve; en realidad, sorprende ver lo cerca que ocurrió todo de la casa Ipatiev. Los cuerpos de los Romanov reposan ahora en Moscú, los veremos más adelante, pero sus fantasmas continúan por allí, en el bosque.
La ciudad, por el contrario, muestra una energía y una pujanza que nada tiene que ver con el pasado ni con la tradición. Quedan muy poquitas casas tradicionales, de madera o ladrillo, arrasadas por las necesidades de una población en aumento desmedido. El resto de la ciudad (el museo Yeltsin, el paseo junto al río, donde los jóvenes se dan cita y los niños corren o montan en caballos amaestrados, o se sacan fotografías con muñecos de peluche gigantes) podría pertenecer a cualquier otra urbe moderna. En un recodo del río la casa Sevastyanov saluda ya como una vieja amiga. Los rusos de Ekaterimburgo son muy jóvenes, y les sobra qué hacer: lo ocurrido hace un siglo forma parte de su historia, sí, pero, sumidos en otro mundo y en el desconcierto de cómo leer y reinterpretar a día de hoy esa historia contada de manera muy diferente en pocos años, no parecen demasiado preocupados por ella.
El día de viaje y desplazamientos pedía vaqueros, que en este caso combiné con un top de mil rayas y volante asimétrico de Compañía Fantástica. La cesta blanca y los pendientes son de Mango. Las sandalias pertenecen a Pikolinos. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez. Y el viaje continúa…