Historia en Culla
La historia se lee en las piedras. Y en los ojos. Y en la gente. Quienes no entienden que está viva y que continúa evolucionando como un ser orgánico comenten el error de usarla como herramienta y arma, en lugar de nutrirse de ella.
Culla, donde os llevo hoy, es un precioso pueblo de Castellón, en el Alto Maestrazgo, construido en plena Sierra de Seguras con historia y piedras. Aquí el tiempo ha tallado cuevas, que bajan por los barrancos desde el castillo, y también árboles, como la carrasca de Culla, varias veces centenaria, calificada como árbol monumental (está en una propiedad privada, aunque puede verse). Como por gran parte de la península, han pasado iberos y romanos, musulmanes (al menos hasta 1233, en que pasó a manos cristianas, con el beneplácito de Jaime I) y carlistas. De su esplendor medieval da fe el trazado de callejuelas intrincadas, empedradas con restos fósiles de vegetales prehistóricos, y restauradas con mimo. De lo atroz de las guerras, las ruinas del castillo, arrasado tras los siete años de contiendas carlistas, y la aún impresionante Prisión del Gobernador, a la que hay que asomarse para respirar un poco de la angustia que se deb
ía sentir entre esos muros húmedos y oscuros. Este antiguo granero, ahora centro cultural, conserva algunos grilletes, y, lo que es más estremecedor, las inscripciones de algunos de los presos.
El castillo, construido posiblemente en el s. XII, pasó en un momento dado a manos templarias, como le ocurrió a otros de la co
marca. Los amantes de la historia de esta orden misteriosa pueden, por lo tanto, rastrear aquí sus huellas y ver lo mismo que estos monjes guerreros desde las magníficas vistas del recinto amurallado, que permite abarcar toda la comarca, el río Monleón, y, los días claros, el mar.
Muy cerca del pueblo se encuentran las Minas: ¿minas en esta zona? Sí, de hierro, la mina de la Victoria, que puede visitarse, fue explotada desde la Guerra Civil hasta los años 60, cuando estas prácticas dejaron de ser competitivas. Excavadas a tientas, con la intención de sobrevivir a un época de miseria, merece la pena visitar sus pozos y sus estalactitas. Las vistas desde el mirador son también espectaculares Las laderas con encinas y robles bajan lentamente hacia la costa. La historia sigue, tallada en cada piedra, abierta en cada mirada.
El vestido camisero de amapolas es de Zara. Las sandalias de raso amarillo, también. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez.