Coco y Kau Pe

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Hacía mucho tiempo que no dedicaba una entrada a la cosmética, y el inicio del invierno me parece un momento idóneo. Como alguien con una piel sensible, reactiva, que tiende a seca, sufro mucho con la calefacción, el frío ambiental y las diferencias de humedad cuando viajo. Además, mi ritmo de vida y la pereza me llevan a productos que sean fáciles de aplicar, con la mejor relación calidad-precio posible y que pueda reponer con facilidad si me los requisan en un aeropuerto, se me olvidan o los acabo fuera de casa. La gama de la que hoy os hablo, Koconoi, puede encontrarse en las Perfumerías Primor, presentes en un gran número de ciudades, además de vender online. Además, han apostado por mi perfume Floral, con lo cual demuestran que saben lo que se hacen. 

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Koconoi y su gama de productos se basa en los principios activos del coco, que es lo que les brinda no solo un aroma como para comerse las cremas en tostadas sino una untuosidad propia. Para mi gusto, el aceite de coco (y todo lo que lo incluye) resulta particularmente eficaz como contorno de ojos (mi caballo de batalla desde la adolescencia), para aportar brillo al rostro y el cuerpo, y como nutriente que deja las zonas más secas (rodillas, codos, antebrazos) sedosas y calmadas. 

El Exfoliante Facial de Arena de Bora Bora es, hasta ahora, lo más cerca que he estado de las playas de Bora Bora. Aunque todo se andará. Cuenta con arena blanca de esas islas Tahitianas, un exfoliante mineral de origen natural muy apreciado. Además del aceite de coco, añade agua de las lagunas de la Polinesia, y extracto de noni, antiinflamatorio. Exfolia con suavidad y se elimina con agua. 

Vamos con la crema antiedad Koconoi Oceania Saffron Antiage Cream. Las que ya no somos unas niñas (yo cumpliré 45 años en julio en 2019) no esperamos milagros de una crema antiedad, pero sí un extra de cuidado para una piel que necesita más hidratación, más antioxidantes, luminosidad, menos manchas. Esta crema se absorbe rápidamente y suaviza sin ser pringosa; aporta la luz que siempre busco, y el azafrán de Oceanía (lo llaman el Oro Rojo) ofrece lo que toda la familia de la cúrcuma y los azafranes, unas moléculas llamadas curcumoides con una alta capacidad antioxidante. 

Y por último, he probado el Koconoi All in One Magic Coconut, es decir, el vale para todo de la marca. ¿Que necesitas una crema hidratante? Koconoi All In One. ¿Mascarilla para el cabello? Lo mismo. ¿Sales de la ducha con la piel como un lagarto? Ya sabes. Tiene tres productos estrellas en nutrición e hidratación: el coco, el cacao y la Manteca de Karité. Fenomenal para las estrías, muy buena para las manos y para zonas muy secas. 

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Recomiendo también el Bora Bora White Sand Face Scrub como exfoliante suave para las manos. 

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La misma marca cuenta con otra gama que, aunque también contiene aceite de coco, presenta como producto estrella la flor del Kau Pe. Como ya sabéis de mi afición a la botánica, me ha vuelto loca buscando referencias sobre el Kau Pe, delicado tesoro vegetal del que yo no había oído hablar jamás, pero que parece ser común como la mala hierba en Hawai. Ahora me decís que todas estábais hartas de saber del Kau Pe y me echo a llorar.

El caso es que al final he comprobado que el Kau Pe es en realidad la Fagraea Berteroana. También se llama Pua Keni Keni, o Pua Lulu, y los famosos collares de flores con los que dan la bienvenida a los visitantes en Hawai se componen de largas tiras de esas flores, por lo general blancas, y de un olor muy delicado.

El Serum Facial Kau Pe Flowers es altamente hidratante, hasta el punto de que no es fácil calcular la cantidad que hace falta: probad con muy poquito producto y luego añadid si no es bastante. Contiene también aceite de Monoï. Perfecto para los días de más frío o cuando podáis dedicarle un rato a la piel. 

Por último, el Coconut Cleansing Oil, o aceite limpiador de coco. Con un masaje circular, al que se le puede añadir un poco de agua para emulsionar, este aceite deja la piel limpia de impurezas, maquillaje o grasa. No resulta nada agresivo, deja la piel limpia, pero hidratada y muy suave, y en este caso el elemento novedoso junto al coco es el aceite de Tamanu, un árbol de la zona del Pacífico Sur (hoy no abandonamos esas tierras paradisíacas) cuyos frutos han sido empleados tradicionalmente para curar heridas y cerrar cicatrices. 

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Recordad, primero el limpiador, luego el sérum.

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Las fotos se tomaron en mi casa con MyPen Camara Olympus de Nika Jiménez. Como para ilustrar los bodegones con flores no encontré Fagraea Berteroanas os tenéis que conformar con unas Phalaenopsis corrientes y molientes, pero de un color poco habitual, y con sal rosa del Himalaya. Que digo yo que tampoco está mal. 

Fiesta Floral

En 1998 publiqué mi primera novela, Irlanda: creía entonces que a esa primera novela le seguirían muchas más, y, en general, imaginaba que ser escritora y dedicarme a la literatura era cosa hecha. Han pasado veinte años desde aquello a una velocidad increíble, y me sorprende la determinación y la energía, pero también la ingenuidad, de aquella joven autora. 

Cuando me planteé cómo quería conmemorar mis veinte años como escritora pensé en una celebración para mis íntimos, una fiesta en la que congratularnos de una carrera ya larga, pese a las dificultades de este oficio, los altibajos de la crisis y los cambios del sistema editorial; pero no podía olvidarme de mis lectores, lectores que me han acompañado desde la primera novela o que se incorporaron con el Premio Planeta, que acaban de descubrirme o que nunca han leído un libro mío pero sí artículos, o han escuchado las intervenciones de la radio, o las conferencias que a lo largo de los años he impartido casi sin descanso. 

Quería entregarles algo que marcara con un gesto festivo el que se ha cruzado este puente simbólico de las dos décadas. En breve se reeditará Irlanda, para quienes deseen algo más clásico. Pero nunca, desde aquel lejano día de 1998, he pretendido ser una autora convencional, ni encerrada en el formato de un libro, y eso lo saben bien quienes me han seguido. Mis microcuentos se han publicado en camisetas, en farolas y cartelería, lo que he escrito ha inspirado zapatos, joyas, obras de teatro, viajes literarios y distintos eventos culturales. Por eso la idea de lanzar un perfume que acompañara una nouvelle, un largo relato de infancia, flores y emociones me pareció el regalo perfecto para mis lectores, y sobre todo, mis lectoras.

Para mí escribir un relato era algo natural, pero ¿cómo acompañarlo de un perfume de calidad y de diseño exquisito, como tenía en mente? Magasalfa fue la encargada de llevar a la realidad este proyecto, y el magnífico perfumista Agustí Vidal quien tradujo lo que anidaba en mi cabeza a una forma física, el perfume Floral. Dentro del frasco azul y negro y dorado hay flores blancas, ciruela, melocotón y cedro, de la misma manera en la que aparecen en la historia. Mi objetivo es que lean, pero que también sientan, un aroma, pero también la capacidad evocadora, tan poderosa, de la narración. Quería que quienes en Navidades compran un libro o un perfume no tuvieran que elegir, y que pudieran obtener Floral más o menos, al precio de uno de mis libros. 

Floral puede encontrarse en las perfumerías físicas de Druni y Gilgo, Primor, Arenal, en Marvimundo, Facial, Sacha Canarias, Carrefour y El Corte Ingles, y en sus webs, cuyos enlaces os dejo. 

También está en la Fnac, en concreto en Madrid en Callao, Plaza Norte, ParqueSur, Vallecas y Majadahonda. En Barcelona, en L’illa, Triagle, Maquinista y Arena. En Asturias, en Donostia, y en Coruña. Y en su web, aquí.  

Y por último, también puede comprarse en mi web, espidofreire.com. Si quieres que sea un regalo en tu empresa, o un detalle para tus invitados o quieres venderlo en tu tienda, librería o tienda cosmética, házmelo saber en info@espidofreire.com.

Solo quedaba celebrarlo con esa fiesta para amigos, rodeada de flores y de aromas, de letras, de gente querida y con la misma sensación de energía e inocencia, de amor por mi oficio y de esperanza de veinte años atrás.

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Agustí Vidal, la nariz y el padre de Floral.

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EspidoFloral2La estrella de la noche fue Valentina, la diminuta perrita de The 2nd Skin.co. También nos alegramos mucho de ver a Antonio Burillo, claro, pero creo que tiene asumido que Valentina le eclipsa siempre. 

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La increíble Aurora Carbonell.

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Fernando Marías, querido amigo y escritor imprescindible.

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El equipo de Magasalfa, los responsables de que Floral llegue a vuestras manos.

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La elegancia y el saber hacer de Nuria March.

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Y una representación de los amigos que vinieron a acompañarme: esa familia elegida.

Las fotos (algunas de Nika Jiménez, otras de The Apartment) fueron tomadas en Margarita se llama mi amor, Madrid, el día de la fiesta. Mi vestido era de Hannibal Laguna Couture, una maravilla de seda floreada con escote palabra de honor y falda con diversas capas. La pulsera con moneda romana es de Fernando Gallego. Y, amigas, amigos, Floral es ahora vuestro.

Lejana y sola.

Las calles de las ciudades tienen otro aspecto cuando se pasea sola. No cuando se va de un lado a otro, con prisa y un objetivo, el trabajo, una cita, unas compras, sino cuando se deambula sin prisa y sin más. Todo desalienta a que una mujer haga algo parecido: el pánico a la soledad que se nos ha inoculado desde pequeños -un individuo es siempre más difícil de manipular, más contradictorio y más crítico-; el miedo a la intimidación física, cuando no a la agresión; la sensación de que no es lo correcto, o de que seremos detectadas o intimidadas.

La relación entre las mujeres y gran parte de los espacios público se lleva a cabo a hurtadillas, a toda velocidad, y, muchas veces, porque no queda más remedio. 

Muchas mujeres desconocen la sensación de felicidad que supone un rato de soledad fuera de su propia casa. Algunas, genuinamente, no pueden sentirlo porque se sienten observadas, inadecuadas o ridículas si están solas. Ir sola de compras, o al cine, o a dar un paseo, a un museo o una exposición, a un parque a leer o a tejer, a tomarse un café o un vino. Nada de esto está prohibido, ni siquiera particularmente mal visto: la mayor parte de esas actividades ni siquiera son peligrosas, pero nunca se alientan. Chicas en grupo, chicas en pareja, amigas, clase, pandilla. No se sabe dónde comienza la percepción real de que algo puede ocurrirles y dónde el muy eficaz control social. Dónde la voluntad y dónde aquello que nos han dicho que debemos sentir. 

Hay redes sociales que favorecen la soledad, y otras que precisan de otros agentes. Las centradas en la palabra tiene que ver con el ingenio individual y el deseo de imponer una opinión a otras. Las que giran en torno a la imagen exigen casi siempre al menos otra persona para tomarlas. Imagenes de diversión o de gamberradas, de parejas idílicas o de amigas sin un roce.

En las otras, las que involucran un espejo o una comida a solas, un paisaje que abruma con su belleza, o una fotografía de indumentaria, planea una sospecha de narcisismo. El ocio y la mujer, la soledad saboreada y la mujer, el poder, en definitiva, de la mujer en solitario, desprovista de apellidos, pareja, o influencias, es otra de las sutiles barreras que aún delimitan el amplio terreno de la libertad. 

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Las calles de Córdoba, como las de muchas otras ciudades, se encuentran cubiertas por un diabólico empedrado que desalienta cualquier zapato de tacón o de suela fina. Años de práctica me han llevado a desarrollar un sistema propio de navegación y de previsión de daños según camino, una habilidad que comparto con muchas otras mujeres y que nos permite ver el suelo como un elemento tridimensional, más que como un plano. Sea como sea, los zapatos son de Sacha London. El vestido de un precioso terciopelo devorado, en tonos azules y granates, lleva la etiqueta de La Fée Maraboutée. El bolso de terciopelo pertenece a mi colección, y tiene los suficientes años como para haberse puesto de moda de nuevo. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en la Judería de Córdoba

Mujeres secretas

El Consejo Europeo ha destinado una suma importante, un millón y medio de euros, para que la investigadora  española Carme Font, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, analice y rescate la huella de las mujeres entre el siglo XV y XVII. Esa ayuda se destinará a un grupo de investigadoras que podrán así recorrer al menos durante cinco años archivos, bibliotecas y legados europeos, y que por lo tanto, los revitalizarán y conservarán.

La noticia no pasaría de ahí, de una inyección económica y de energía a la Universidad, si no fuera porque el proyecto es mucho más ambicioso: intenta cubrir el hueco de pensamiento y de palabras femeninas que se da en esa época, un momento crucial para la consolidación de la historia de Europa. Un porcentaje de mujeres, no muchas del total de la población, escribían anotaciones personales, muchas cartas, poemas o diarios. De los que se conservan, muchos se han descartado por la tradición literaria o filosófica porque sus temas se consideraban irrelevantes, o su estilo presentaba carencias. 

Eso no solo ha llevado a silenciar las vidas y las experiencias de las mujeres, en particular de las que no pertenecían a familias prominentes o no fueran consortes de hombres conocidos, sino que ha sesgado qué se creía transcendental y qué banal. La sexualidad de las mujeres y sus experiencias se han narrado desde la perspectiva masculina. Lo mismo ha ocurrido con sus vidas, sus anhelos o dudas. Salvo las veces en las que sus hijos varones reconocieron la influencia de sus madres, la huella femenina ha quedado en el silencio y la oscuridad. 

El equipo de Font planteará una relectura de la historia más amplia y flexible, en la que exista hueco para lo no narrado, y en la que la visión del mundo, hasta ahora masculina, se complete con la femenina. Hombre y mujeres tendemos a valorar como importante o superficial lo que hemos situado en una escala invisible, pero bien definida, en la que las aficiones, intereses o problemas femeninos se deslizan hacia las capas más bajas. 

En el congreso sobre Voces Femeninas al que asistí hace tres años en Nueva Delhi me mostraron un proyecto similar, que intentaba conservar las voces y las historias de las mujeres hindúes ancianas, muchas de ellas analfabetas, que narraban leyendas, recetas, vivencias o historias familiares. Sin la tecnología, esa tradición oral parecía condenada a desaparecer, y con ellas, la presencia durante generaciones de esas mujeres de las que no quedaba nada, ni el nombre, ni siquiera el apellido, perdido al casarse. 

En eso pensaba el otro día, cuando, a la salida de un encuentro de Mujeres Empresarias, caminaba por la impresionante Mezquita de Córdoba. Cuándo han callado esas mujeres anónimas, qué poco queda de ellas, qué poco sabemos de sus ansias o de su miedo, qué poco nos han dejado las que hace un siglo, cuatro, seis, caminaban ante las mismas puertas que ahora recorro…

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En este caso, todo el look, menos  el cinturón de lunares, que lleva años en mi armario, es de Mango. El vestido camisero negro, de satén, se encuentra aquí. El bolsito de abalorios transparentes, precioso, sirve además como arma de defensa personar, por su peso y contundencia. Los zapatos grises, con estampado de pitón, son estos. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el patio de la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Leyendas en Haworth

La leyenda de las Brontë, la leyenda de las tres muchachas que se criaron en Haworth y publicaron varias novelas inolvidables, ha perdurado doscientos años y continúa con una magnífica salud. La casa de la Rectoría donde las hermanas se criaron conserva muchos objetos que usaron o crearon y sobre todo permite que entendamos mejor en qué entorno, bajo qué cielo urdieron sus historias. Mejor, pero no del todo.

Haworth y los páramos se asocian sobre todo a Emily y a sus Cumbres Borrascosas. En parte por las descripciones (emocionales y del paisaje) de la novela, y en parte porque muchas de las películas y series se han rodado en la comarca, este lugar árido de brezo y maleza azotado por el viento, árboles solitarios y lindes de piedra. El silencio, la breve vida de Emily y la construcción posterior de su personaje han contribuido a la costumbre de leer la novela como un código oculto de su vida y de sus pasiones. 

Uno de los temas de conversación frecuentes en el viaje EPV Brontë que organizo con B the Travel Brand y El País Viajes es precisamente el de Emily y su extraordinaria capacidad para plasmar el carácter humano con sus contradicciones y su oscuridad. Hablamos de cómo su experiencia personal se redujo a unos pocos años y a poca gente: Emily, además de en la Rectoría, vivió en una escuela y como institutriz, estudió (muy poco tiempo) en Bélgica con su hermana Charlotte, y regresó a Haworth para hacerse cargo, como ama de casa, de su padre y del manejo del hogar. 

Mientras tomamos el tren de vapor que nos lleva a Haworth, con su carbonilla y su peculiar traqueteo hablamos de cómo fue Elizabeth Gaskell, amiga y biógrafa de Charlotte, quien influyó de manera decisiva en la percepción que tenemos de Emily como alguien incomprensible, cambiante, casi hostil. Un genio que brotara de la nada, muy acorde con la imagen que Charlotte deseaba dar de cada una de sus hermanas y de sí misma. Tampoco debemos olvidar que la época esperaba virtudes y defectos muy concretos de los escritores y de las mujeres, y no digamos ya de las mujeres escritoras.

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Haworth era un lugar aislado, con una enorme mortandad, sobre todo infantil, en la época en la que Emily vivió. Ellas, separadas del resto de los habitantes no solo de una manera física sino por la rigida estructura social de la época, no vivían, de todas maneras, tan aisladas como podría parecer. Las bibliotecas portátiles, el constante intercambio de cartas, los estudios fuera de casa e incluso fuera de Inglaterra les permitieron un conocimiento de su realidad mucho más extenso que la de la mayoría. Emily, por ejemplo, seguía con enorme interés las noticias sobre la reina Victoria, que había nacido el mismo año que ella. La ambición de Charlotte, el auténtico motor para que las hermanas publicaran, no nació de la nada. Su padre había protagonizado una historia personal de superación, y las chicas eran conscientes de su propia inteligencia y de su valía. 

En los poemas y la novela de Emily hay mucho más que la fantasía de una muchacha solitaria: late el talento de un genio que observaba y procesaba lo que le rodeaba, las lecturas de clásicos y de autores de la época, una creatividad y una voz propia originalísima y una delicada decantación del paisaje. Algunas de esas cualidades se entienden mejor allí, en los caminos que ella recorría, pero incluso bajo esos cielos, entre esas callejas, en mitad de los páramos, podemos constatar que hay algo más; era una narradora extraordinaria, y nada tangible explica su historia interior. 

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Es una tentación escarbar en la biografía de Emily. ¿De verdad nunca vivió un apasionante amor como el que describe Cumbres Borrascosas? ¿Puede ser posible que todo naciera de la fabulación? ¿No hay un atajo que nos permita entender el mecanismo de la creación, no hay nada que podamos imitar, ni una realidad paralela en la que adentrarnos para que el encanto de esa novela continúe? Lo cierto es que no hay ninguna teoría sólida que sustente un secreto en la vida de Emily. El encanto de su literatura y el aura de su vida permanecen; el resto solo pasa a engrosar su leyenda. 

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El abrigo gris de borreguito es de Mango. Las botas de agua me las compré de emergencia en una tienda de York, mientras me caía encima toda la furia del cielo en otoño. El vestido gris con estampado Príncipe de Gales es de Compañía Fantástica. El medallón de plata y azabache tiene muchos años, y lo encontré en Estambul, cuando estaba allí con la gira del Premio Planeta. Las fotos las tomó Nika Jiménez en los alrededores de Haworth

En mi casa.

La dirección de mi casa indica que se encuentra en Madrid, pero eso no es del todo cierto. A veces logro que se despegue de sus cimientos y me encuentro en pleno bosque, con la niebla sobre el pelo y gotas en el vello suave del jersey de lana. Otras veces, busco caminos entre los libros, los abiertos y los cerrados. 

 Mi casa es un lugar de calma, pero de vez en cuando debo recordármelo: Estás a salvo, la vida es hermosa, para, respira. Respira.

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Respira, repite Lady Macbeth. Nada es tan importante.

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Mi casa es el lugar en el que me permito todos los pájaros en la cabeza que puedan anidar en ella, todos los vuelos, todas las imaginaciones que cruzan bajo el cielo, todos los errores. Mi casa abre ventanas de papel al aire y tiene paredes que cambian, que se amplían y que se mueven a mi capricho. 

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Mi casa es el lugar en el que las horas muertas pasan vivas, en el que la lectura es una religión y en el que no cambio de postura para no molestar a Rusia cuando duerme. Es lo que he construido y lo que estoy construyendo. Es el lugar en el que hace calor, cuando llueve fuera, y gira el viento fresco, si el sol aprieta. 

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Mi casa se muda a otra ciudad cuando yo lo deseo. Y a otro tiempo, si eso es lo que quiero. Mi casa obedece sin quejarse, como si fuera parte del juego, como si tendiera unas alas invisibles cada vez que quiero volar.

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Mi casa me recuerda que hay que salir de ella para encontrar lo que busco, y regresar para buscar lo que he encontrado. Es donde guardo fotografías y libros, historias y miradas, recuerdos y proyectos. Es donde recomiendo que otros lean, y viajen, y vean, y se atrevan, donde invento mis bodegones y mis relatos. Es algo diferente a un lugar real. 

Mi casa es el lugar que me llevo conmigo.

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Aunque las fotos en las que aparezco fueron tomadas, como es habitual, por Nika Jiménez, todas las fotografías y los marcos expuestos aquí (menos el espejo dorado) son de Desenio. Los dos posters en blanco y negro son el New York City y el Street of New York. El poster de los pájaros voladores es el Bird Sky. Los dos posters sobre la pared verde son Forest  y  Breathe, respectivamente, 

Esta publicación es una colaboración con Desenio, de manera con motivo de ello quiero ofreceros un detalle exclusivo. Con el código»espidofreire» podéis obtener un descuento del 25 % en pósters*, entre el 30 de Octubre-1 de Noviembre .

¡Sigue @desenio e inspírate más!

*El código no es válido para los marcos ni para los pósters «handpicked/colaboración».

 

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La tercera Brontë

La posteridad ha sido generosa con las Hermanas Brontë: son, con diferencia, la familia más conocida y estudiada de la literatura universal. Hay tantas teorías sobre su talento, sus relaciones personales, y la autoría real de las obras que cuesta distinguir la fantasía de la realidad  y de los deseos de los lectores. Como ocurre siempre con personajes tan populares, se convierten en pantallas sobre las que proyectar nuestras emociones y preferencias.

La atención se la reparten Charlotte, la autora de Jane Eyre, y Emily, la de Cumbres Borrascosas. La tercera hermana, Anne, excelente poeta y autora de Agnes Grey, pasa casi inadvertida. Las razones son múltiples: Charlotte, la hermana superviviente, la compiladora y editora de las obras de su familia, sentía una admiración mucho mayor por Emily que por Anne. Además, la temática de Anne coincidía con la suya. Emily, la más original, la de una prosa más potente y evocadora, oscurece fácilmente a cualquier autor de su época, y en eso Anne no resulta una excepción.

En el viaje que organicé el pasado mes de Octubre a la tierra donde vivieron las Brontë no quise olvidarme de ella, ni del entorno en el que desarrolló su vida y su obra. Anne fue, de las tres hermanas institutrices, la que mantuvo un trabajo más estable, y mejores relaciones con sus alumnos y señores. Tímida, trabajadora y discreta, era la más bonita, y de trato más amable, frente a la inteligencia y ambición arrolladoras de Charlotte, y la reserva impenetrable de Emily. Anne pasó algún tiempo de su vida en la costa de York, y eso me sirvió como excusa para llevarme a mis viajeros a Whitby.

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¿Por qué a Whitby? Porque si queremos comprender parte del espíritu gótico que se manifiesta en las novelas de las Brontë este puerto de mar permite un vistazo a lo que las rodeaba en aquella época. En lo alto de la ciudad se erige una abadía, ahora en ruinas, que durante el s.VII fue regida por una dama noble, Santa Hilda. Aunque esta monja benedictina no vivió en las impresionentes ruinas que ahora vemos, que pertenecen a la de la abadía que se alzó en el s. XII, sí que contempló el mismo paisaje que nosotros vemos en la actualidad: la bahía, el mar bifurcado, el cielo y el río Esk. La abadía quedó en ruinas tras la desamortización de Enrique VIII, pero siguió sirviendo como referencia para los marinos que buscaban el refugio de la costa.

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Durante el siglo XIX veraneó en Whitby un escritor nacido exactamente el mismo año en que las Brontë publicaban sus obras; mientras buscaba un éxito que le evitaba, trabajó como secretario del actor Henry Irving, con el que se obsesionó. Se llamaba Bram Stoker, y se haría finalmente famoso por escribir Drácula.

La goleta rusa que trae el cuerpo de Drácula a Inglaterra llega, en mitad de una tormenta, a Whitby, donde Lucy, medio poseída ya, aguarda en el cementerio y observa cómo un perro gigante salta del barco y corre hacia la abadía. Incluso en los días soleados, el viento no cesa en la ladera. Por cierto, Bram imaginaba el aspecto de su Conde transilvano como una mezcla entre el rostro de Henry Irving y Franz Liszt. Guapos, altos, de rostro anguloso, melena al viento y aspecto atormentado. Muy poco que ver con el aspecto real de Vlad Tepes.

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Desde el promontorio opuesto  se puede ver bien la abadía y su perfil entre el río y el mar. Aquí, una noche endemoniada, Stoker se sentó en un banco que aún se conserva, y bajo una tormenta eléctrica imaginó la llegada del Démeter.

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Muy cerca de Whitby se encuentra Scarborough: la famosa feria medieval que dio origen a la canción de Are you going to Scarborough Fair? había dejado paso en el siglo XIX a una zona de veraneo estival, un spa. Anne Brontë pasó aquí algunas temporadas, porque la familia Robinson, para la que trabajaba se instalaba un mes en verano y dos semanas en Navidad. Esta costa abrupta de mar plano ofrecía un paisaje muy diferente al de los páramos de su infancia.

Anne llegaba a casa de los Robinson joven y desanimada: sus anteriores señores la habían despedido porque no había impuesto suficiente disciplina entre los niños. Dispuesta a que no le ocurriera lo mismo, se esforzó convertirse en una institutriz modelo, y lo consiguió. Pasados unos años, su hermano Branwell entró en la misma casa para ocuparse de la educación del niño de los Robinson. Muy en su estilo, y para desgracia de Anne, Branwell inició una relación clandestina con la señora de la casa, Lydia Robinson. Cuando fue descubierto y despedido, Anne decidió renunciar a su puesto, por vergüenza y por solidaridad con su hermano.

Scarborough aparece en su novela La inquilina de Windfell Hall, donde describe con todo detalle también la imparable adicción de su hermano al alcohol. Pese a todo, Anne fue feliz allí. Cuando enfermó en 1849, pidió que la llevaran a Scarborough, donde quizás el aire marino le ayudara a recuperarse. Fue inútil su voluntad de vivir: la tuberculosis la devastó en tres meses. Murió junto al mar en mayo de 1849, y Charlotte sopesó la situación. Su padre, el viejo reverendo Patrick, no parecía en condiciones de afrontar un viaje de más de 100 kms para enterrar a la tercera de sus hijas que moría en menos de un año. Anne fue enterrada en el cementerio de Santa María, sobre el mar, bajo el castillo.

Allí continúa su lápida, erosionada por la sal y el viento, y allí van a visitarla lectores y admiradores, que mantienen siempre flores sobre su tumba.

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La chaqueta de cuadros de cuadros y el vestido rosa de seda son de Mango. También lo son los pendientes.Los zapatos de tacón bajo y cuadrado son de Salvador Bachiller. El bolso granate, con su característico lazo, es el modelo clásico Marina Bow Bag de Sienna Jones. Me hice con el cinturón vintage en mi último viaje a Nueva York. Las fotos las tomó Nika Jiménez. Ya hemos convocado el próximo Viaje Hermanas Brontë para octubre del 2019. Podéis reservar vuestra plaza en la tienda más cercana de B theTravel Brand  o aquí, en El País Viajes.

Pinceladas

Mis últimos viajes me han llevado a lugares tan dispares como Rusia o Tánger, Utah o Rumanía, Argel o Caravaca de la Cruz. Latitudes, climas y costumbres difererentes. Tres continentes y una manera completamente diferente de percibir la femineidad, y de expresarla.

Y sin embargo, en las calles de todas esas ciudades, en esos países, he encontrado una característica común que se remonta al instinto natural que nos definió como especie: el adorno. Donde surge el homo sapiens, aparece el maquillaje, la joyería, el arte y la indumentaria elaborada; paralela a su necesidad de cubrirse, surge la de identificarse por la ropa, con bordados, cuentas y diseños que definan el pueblo, el estado civil, la clase e incluso el momento del año.

En esos lugares, las mujeres bordaban y lo hacían de una forma similar. Más allá de las costumbres, de hacerlo en solitario o en grupo, de las púas de puercoespín de los shoshones de Utah o  o de la seda los bordados rusos para la aristocracia, que imitaban los diseños campesinos, la prenda básica de la mujer, la camisa, aparecía salpicada de pinceladas de agujas. Los diseños eran muy parecidos: florales o geométricos, siempre en simetría, como si no supiéramos salir de ahí. Los colores (negros, rojos, azules intensos y dorados) también se repetían.

Después llegaba el resto, la diferencia: la camisa se ocultaba o mostraba el escote, los bordados se diferenciaban si la mujer estaba soltera o casada, se compartía con los hombres o era exclusivo de las mujeres, demostraban la habilidad de las jóvenes o se encargaban a monjas o a costureras. El bordado, que a veces comparte diseño con la porcelana local, la orfebrería o los frescos, era la única manera en que las mujeres podían expresarse: desde la mortaja de Amaranta Úrsula al pañuelo de madame Bovary, han sido un emblema de la mujer y su aburrimiento, de la manera de emplear el tiempo o de perderlo.

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, una de las voces literarias más relevantes y originales del momento, ha afirmado alguna vez que menospreciar las aficiones, gustos o hábitos tradicionalmente femeninos, como la moda o la cosmética, la crianza o la cocina cotidiana, es una de las más evidentes y aceptadas formas de machismo. Estos meses me he acordado en muchas ocasiones de esa frase: de quienes puntada a puntada dibujaban telas que luego vestían, y de las historias que contarían mientras las contaban. De los trucos para que saliera bien y del rechazo de muchas mujeres a dedicarse a algo tan dedicado como bordar. De cómo para muchas ha sido la manera de salir de la pobreza o de atesorar algo bonito hecho por ellas mismas.

En todos los lugares, en cada casa, en todos los países.

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El bolso redondo, que lleva dos veranos siendo una pieza estrella y que promete poderse adaptar para el otoño, es de Rocai. Las alpargatas negras de crochet tejido son de Yute de Caravaca, y el vestido de aire étnico lleva la firma de Mango. Nika Jiménez tomó las fotos por las preciosas calles de Caravaca de la Cruz.

San Petersburgo: nunca la vida fue tan dulce

Una de las preguntas que me han hecho más a menudo con motivo de Llamadme Alejandra y del centenario del fusilamiento de los últimos zares y su familia es si no lo habían anticipado. Si, desde los despachos y los palacios en los que se movían, nadie les alertó del peligro que corrían y de la revolución que se avecinaba.

La respuesta es ambigua: sí, por supuesto, estaban al tanto de que existía un malestar en algunos sectores de su nación, pero convivían con él desde generaciones atrás. El abuelo de Nicolás II, Alejandro II, había muerto desangrado tras un atentado donde ahora se alza la Iglesia de la Sangre Derramada. Su tío Sergio, que era, además de un apoyo esencial, su cuñado por matrimonio con una hermana de Alix, falleció despedazado por un artefacto en Moscú. Ministros, amigos y familiares habían sido asesinados o escaparon de disntintos intentos.

Pero evaluar el peligro real resulta mucho más complicado, salvo que se haga, como nosotros, a posteriori. Por un lado, contaban con esa consideración casi medieval de monarcas investidos por Dios. Estaban convencidos de la devoción del pueblo, y creían que el problema radicaba en esa clase intermedia, desde la nobleza a los intelectuales, que les separaba de ellos. Midieron lamentablemente mal los riesgos que corrían, y no puede desecharse el dato sorprendente de que su familia, que gobernaba media Europa, tomó la decisión consciente de no auxiliarlos.

Como Europa y Estados Unidos antes de la Gran Recesión que comenzó en 2008, parte de Rusia vivía en una espiral de gasto desenfrenado, de fiestas, lujo y huida hacia el vacío. La I Guerra Mundial apenas habían afectado a las capas altas de la sociedad, más allá de las necesarias declaraciones patrióticas. Los rusos blancos que luego escaparon sobre todo a Francia recordaban con nostalgia que nunca la vida fue tan dulce como en San Petersburgo antes de la Revolución.

Por supuesto que estaban alertados de que un cambio se avecinaba: como lo estuvimos nosotros en una sociedad infinitamente más informada, democrática y alfabetizada. Pero, como nosotros, no podian creer que aquello que pisaban tan firmemente se deshiciera como hielo primaveral. Y, en un paseo por San Petersburgo, por lo que perdura de esa ciudad de canales venecianos y de palacios parisinos, de catedrales romanas y de trazado holandés, se comprende que los rusos que pagaron con su vida ese desconocimiento creyeran que se encontraban amparados por su apellido, por su fortuna o incluso sus criados. Los restos de la pobreza y de la miseria desaparecen. El testimonio de cómo vivieron las clases altas permanece durante generaciones tras su muerte.

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Aunque el evento al que acudí en esta bella ciudad era de carácter privado, me permitió comprobar que pese a la distancia en el tiempo, la capacidad de goce y de disfrutar por todo lo alto continúa intacta, y que a veces esa dulzura de vivir no radica en el nuevo dinero, sino en la compañía y el entorno.  

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Hotel Lotte de San Petersburgo y sus inmediaciones, frente a la catedral de San Isaac. El vestido de estampado de leopardo, con escote en V, es de Dolores Promesas Heaven. El clutch de terciopelo rosa llleva el inconfundible sello de Mibúh.

Viaje a Rusia «Llamadme Alejandra» 6 San Petersburgo

Todo viaje llega a su fin, por mucho que Paul Auster defendiera que los viajeros no saben cuando regresarán a su hogar, y por lo tanto nos redujera a todos a la categoría de turistas. En esta última parte del Viaje a Rusia en el que seguíamos los pasos de mi novela Llamadme Alejandra San Petersburgo nos acoge y nos despide.

 La Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada de San Petersburgo despierta ecos pasados: ya estuvimos en Ekaterimburgo en otra Iglesia sobre la Sangre Derramada (puedes verlo aquí): se alzaron donde hubieran asesinado a un Romanov, y si en los Urales eran Nicolás II, Alejandra y su familia, en San Petersburgo fue su abuelo, Alejandro II. Por otro lado, esta preciosa catedral ecléctica, muy cerca de la Perspectiva Nevski, parece una copia moderna de San Basilio, en Moscú (puedes comprobarlo aquí).

Alejandro II fue asesinado en 1881; paradójicamente, le llamaban El libertador, porque había acabado con la servidumbre en Rusia, pero su pensamiento y sus actuaciones represivas y conservadoras generaron un enorme malestar entre intelectuales y estudiantes. Cuentan que una gitana le había vaticinado que moriría con unas botas rojas, algo que parecía absurdo. ¿Unas botas rojas? Pero, de alguna manera, así fue. El uno de marzo un anarquista arrojó una bomba al paso de su comitiva; el zar resultó ileso, pero quiso comprobar los daños de la explosión y bendecir al conductor, que estaba gravemente herido. En ese momento, un segundo terrorista le lanzó una segunda bomba directamente a los pies. Con las piernas destrozadas y un rastro de sangre que se prolongo hasta el Palacio de Invierno, el zar murió poco desangrado poco después, ante los ojos aterrorizados del pequeño Nicolás II, que recordaba a menudo aquella escena.

La Iglesia se elevó en ese mismo lugar poco tiempo después, y se completó en el reinado de Nicolás II: sus mosaicos se extienden desde el suelo al techo, con escenas religiosas y biográficas. Pese al colorido y las formas bulbosas del exterior, el dorado y la altura de las cúpulas demuestran que buscaban una espiritualidad muy diferente a la de San Basilio, y la estética, mucho más moderna, resulta menos extraña al ojo occidental.

Lo siniestro de su historia no puede ocultar la belleza del edificio, en ese exceso de color y lujo al que creemos que ya casi nos hemos acostumbrado, pero que no deja de sorprendernos en cada edificio.

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El  vestido midi beige que llevo es de Mango, como el bolso con una red de cuerdas trenzadas. Las alpargatas son de Casteller.

Una visita a San Petersburgo no estaría completa sin un recorrido por los canales. Bien en barca o en trineo, cuando estaban congelados, estas vías de agua resultaban más prácticas para desplazarse que los atiborrados puentes y vías. Las fachadas y las dimensiones cobran otro sentido cuando se observan desde el agua; fue una ciudad concebida para la fantasía, el lujo y la navegación.

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Por último, y ya que el palacio de Tsarkoye Selo donde vivieron los últimos zares se encuentra ahora bajo reconstrucción y reforma, deseaba visitar el que muchos consideran el más bello de los palacios de verano, el de Catalina. Si bien lo inició esta zarina, la segunda esposa de Pedro el Grande, quien lo retomó y lo cubrió de oro fue su hija Isabel, la bella, la alegre, la gastadora.

Y gastó, vaya si gastó. Desde el salón de embajadores, que dejaba boquiabiertos a los dignatarios extranjeros (ahora lo logra con los turistas) a sus galerías de tesoros, a los comedores a… Pero si se llama Palacio de Catalina, se debe a que Catalina la Grande, en el siglo XVIII, lo remató y convirtió en su preferido. Ella le dio ese aire rococó que aún hoy conserva, y que ha sobrevivido a dos guerras mundiales.

Es un buen momento para abandonar Rusia con ese mismo aire de irrealidad con el que este viaje comenzó: un mundo ya hueco y casi acabado cuando los ultimos zares vivían en él, aunque no lo supieran aún, y aún así, hermoso, un sueño de lujo que finalizó abruptamente, un país a medio camino entre el pasado y el presente, Occidente y Oriente. Una fascinación que solo aumenta cuanto más se conoce el país y su historia, y que si a mí me acompañó durante los años de la redacción de mi novela, espero que al lector le siga también durante mucho tiempo.

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Un palacio exige un look con un punto regio. El bolso cesta blanco es de Mango. La falda de mil volantes rojos de tul lleva el nombre de Wild Pony, y las cuñas de ante rosa las hizo Kanna. Como las anteriores de Casteller, estoy orgullosa de lucirlas como embajadora del Yute de Caravaca. El top de seda y espejuelos tiene como mil años, lo compré en una tienda de productos hindúes, y lo he llevado en bodas, para salir por la noche con vaqueros, y con todo lo que se me ha ocurrido. Las fotos, como todas las que aparecen en los posts de este viaje organizado por El País Viajes y B the Travel Brand, las ha sacado Nika Jiménez.