Las Artes del Yute

Cuando me nombraron Embajadora del Yute de Caravaca sabía que me vinculaba a un sector de gran arraigo en la provincia de Murcia, a una tradición artesanal que se remontaba a siglos, y a un sector de la moda, el del calzado, que debe innovar constantemente no solo en diseños, sino también en tecnología. Ligereza, ergonomía y salud son palabras que manejan constantemente. Además, el yute es un producto que procede de la naturaleza y acaba en la naturaleza, y por lo tanto, muy sostenible.

En el II Festival de las Artes del Yute, Youte, al que acudí este pasado fin de semana, continué aprendiendo más: ya en 1556 una ordenanza de zapateros regulaba el dumping, la bajada de precios desleal para la competencia. Es decir, que el trabajo primero del cáñamo para la elaboración de las suelas del calzado, y después, cuando éste fue prohibido, del yute, ha producido trabajo en la región durante generaciones; y lo sigue haciendo, porque a diferencia de otras industrias, esta no se ha descentralizado.

La parte más tecnologizada del proceso pude verla en la visita a dos fábricas muy distintas: la de Kanna, que produce también calzado de invierno, y la de María Victoria, que me enseñó en el muestrario los diferentes gustos que los clientes internacionales muestran. La más artesanal pude verla en directo, mientras las expertas cosían con punto de ojal las alpargatas que los niños habían diseñado para un concurso dirigido a ello. En apenas un día, cosieron la suela y la tela de 110 pares de alpargatas de tamaños muy diferentes.

El Festival, que reunía algunas de las marcas más destacadas de la región, que exhibían y vendían sus productos a precios más reducidos, tenía lugar en un palacio abandonado durante siglos, el Patio Monumental de los Jesuitas, con música en vivo, y rincones donde los zapatos y los complementos aparecían entre las piedras centenarias. Un paraíso para los amantes del calzado: alpargatas para todos los gustos. Con la guía de Salva Gómez, las fue viendo todas: las clásicas valencianas, y las más sofisticadas de lentejuelas, raso o desflecadas. Planas o de cuña. Las de novia, o de crochet, o de cuero. Abiertas o cerradas.

El yute no se acaba en el calzado: Inés, de Montesinos Vilar, me enseño cómo sobre el más fino trenzado de yute, con una horma de cabeza, una plancha y exquisito mimo podía crear tocados y sombreros. Así elaboró el panamá Melocotones Helados, una pieza única que recoge todo el mundo de esta sensible artesana y parte del mío literario.

El resto de las empresas que visité son Kanna, Maypol, Casteller, Clara Durán, Carmen Saiz, Maria VictoriaConchisa, Lofs, centrada en calzado tecnológico, Senda Shoes, Esparteñas Helena, y DFelino, dedicadas sobre todo al calzado. Las otras firmas se centran en bolsos y complementos y son Anna&Robert, con carteras y bolsos, Montesinos Vilar (la de los fabulosos tocados), Rocai Spirit, monederos y bolsos, y Colton Foter, pajaritas. Recordad estos nombres, porque me vereis mencionarlos en adelante.

Queda mucho por hacer por el Made in Spain y por el calzado español. Falta conocerlo y valorarlo, saber qué historias se esconden detrás y el mundo que muchas firmas están creando. Mi compromiso con él y con otras industrias tan interesantes, y con tanto arraigo como esta, ha sido siempre constante. Ahora, lo renuevo y espero mostrar y difundir, como Embajadora, sus productos, su filosofía y su trayectoria.

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Las fotos fueron tomadas en Caravaca de la Cruz, en los distintos puestos del Festival del Yute, y en las fábricas antes mencionadas, por Nika Jiménez. El vestido amarillo con estampado de mariposas (que, muy acertadamente, en mi Instagram calificaron de Macondiano, porque recuerda a las mariposas amarillas que acompañan a uno de los personajes de Cien años de Soledad) es de Dolores Promesas Heaven, así como la falda azul con la que recogí mi certificado y el vestido de gasa estampado que aparece en las imágenes. En el clutch de terciopelo verde con un camaleón habréis reconocido a Mibúh. Las alpargatas de ante y doradas que llevo con el vestido macondiano son de María Victoria y las que acompaño con la falda azul, de Maypol.

Los zapatos cómodos se hicieron para caminar, y el sendero es largo. Allá vamos.

El cuento del lino

Hace años escribí un largo artículo sobre el lino, con motivo de un sonado caso de corrupción en subvenciones europeas, uno más de tantos. Leí entonces mucho sobre esta planta, el Linum Usitatissimum, de la familia Linácea, sobre sus flores azules y sus fibras capaces de repeler y de absorber la humedad. Sobre su historia, que saltaba sobre Europa, pasaba por Egipto, donde las momias de los faraones descansaban entre el más fino lino, y se remontaba a Turquía, 7000 años antes de Cristo.

Como el algodón, esta fibra había acompañado al ser humano desde épocas muy tempranas junto con otras fibras de origen animal, las pieles, o la lana, o la seda; y las historias y los cuentos sobre el duro proceso que conllevaba obtenerlo habían crecido: quizás la más conocida sea el cuento El lino, de Hans Christian Andersen. Una historia muy hermosa, algo melancólica, como todas las del danés, que nos muestra que el lino también se usaba para fabricar papel, sobre el que escribir a su vez las palabras que desafiaran al tiempo. En otras versiones, la niña a la que embauca Rumpelstinkin hila lino, y no paja, para convertirla en oro. Para muchos pueblos era, precisamente, otra forma de oro.

Pero el lino, ay, el suave lino, el fresco y etéreo tejido de reyes se arruga como una pesadilla. Y esa es la razón por la que, por lo general, en una vida presidida por viajes y por maletas y por poca atención a la plancha lo evito. La mezcla con tejidos sintéticos le resta parte de sus virtudes, añade electricidad estática y le quita belleza.

Hasta que llegó el cupro: un tejido ecológico que procede del reciclaje del algodón o del lino, que permite lavado a 40º, que casi no se arruga, y que mezclado con el lino le brinda un brillo similar a la seda. Lo descubrí con la firma María Marenco.  Su diseñadora, Sayo Boyer, toma como referencia los procesos artesanales, lo cual explica ese interés por lo esencial, y la alta costura francesa. Vestidos y prendas muy pensadas que, a mi juicio, comprenderán y apreciarán mejor quizás las mujeres ya no tan jóvenes, porque son sutiles y sin artificios,. El vestido que llevo, el modelo Helena, en crudo, combina la belleza del lino convencional con las ventajas del cupro, y es tan sobrio y femenino como creo que serían las antiguas túnicas de lino. 

El cuento del lino habla de las muchas vidas del lino, y de cómo, en el fondo, la existencia nunca acaba. Es una bonita metáfora del reciclaje, una historia bella sobre la reinvención. Algo de lo que, a estas alturas, casi todas las mujeres sabemos bastante.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el maravilloso Museo Cerralbo. Nunca me canso de recomendar la visita a esta pequeña joya de coleccionista que se encuentra en Madrid, tan abrumador en contenido como hospitalario para el visitante. Los zapatos en oro rosa y bronce son de Lodi.

Yo misma compraré las flores

«La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores». Así comienza una de las novelas más conocidas de Virginia Woolf, popularizada después por la película Las Horas. La señora Dalloway será la anfitriona de una fiesta esa noche, y el hecho de salir ella misma a comprar la flores es una triple declaración de intenciones: tras una grave enfermedad se encuentra con suficientes fuerzas como para asomarse sola a la calle. Como pedía la época, es una ama de casa minuciosa y preocupada, pendiente de los detalles que delatarían su posición económica y su lugar en la sociedad. Y, por último, es un ser consagrado a lo accesorio, a lo inútil: no puede rebajarse a nada físico (para eso está el servicio), sino a la belleza, al último retoque.

 Esa novela casi ha cumplido un siglo (se publicó en 1925) y durante esos 93 años la percepción de las mujeres respecto a su tiempo libre y sus obligaciones han variado enormemente; sin embargo, la sensación de alegría cuando se logra algo de tiempo robado para una misma continúa siendo la que ese primer párrafo describe; la conciencia por un instante de la vida en su complejidad e intensidad, la capacidad para contemplar los detalles que la prisa ha arrebatado. El lujo del tiempo libre aplicado, como una capa de oro, sobre la realidad cotidiana. Incluso para las mujeres acomodadas, a las que su dinero o el de su familia coloca en la obligación de ser elementos decorativos, el disponer del tiempo a su capricho no resulta fácil. La libertad para perderlo continúa siendo un privilegio en una sociedad obsesionada con la productividad y que no tolera bien que las mujeres puedan divertirse solas, o en grupo, o sencillamente, puedan no hacer nada.

De vez en cuando, cuando la tristeza me abruma, cuando el trabajo ya no acaba sino que se enlaza con el siguiente, cuando me siento insignificante e inútil frente al peso de la vida salgo con la intención de comprar yo misma las flores.

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El vestido estampado, con un estampado de cierto aire vintage, es éste de Mango. Con la primavera extraña que padecemos, es perfecto por tejido y colores. Los salones, de Sacha London, rompen el aire clásico con un acabado metalizado azul. El bolsito blanco, en esa línea saco que se está viendo tanto esta temporada, es nuevamente de Mango.

Las alpargatas rojas

De todos los cuentos infantiles, tradicionales o de hadas que he estudiado (y han sido muchos, para Primer amor y después para Los malos del cuento) hay uno del que quería hablar en estos días reivindicativos y revueltos: Las zapatillas rojas.
Como de casi todas las historias tradicionales, se conservan numerosas versiones. La más conocida es la que recopiló Hans Christian Andersen, tan bella su prosa, pero tan triste, y tan moralista… Quizás lo hayáis leído con zapatillas de ballet, chapines, zapatos… pero siempre es calzado, siempre es rojo y siempre es una niña (Karen, Anna, María) la protagonista.
La historia se resume así: Karen, que ha sido una niña pobre, fantase con unos zapatitos de baile rojos. En una sociedad conservadora, jerárquica y controladora, como lo han sido todas, ese capricho, y más en una niña, y no digamos ya en una niña pobre, resulta sospechoso, y asociado a diferentes pecados: la vanidad, la codicia, el afán de protagonismo, el libertinaje (bailar estaba estrictamente restringido a fechas y lugares determinados) y, de fondo, la lujuria.
Pero la suerte de la niña cambia. Sus padres mueren y es adoptada, o su madrina, o un golpe de suerte le permite elegir un calzado de su elección: y en lugar de escoger unos sólidos botos, o unos honestos zuecos, o un zapato cerrado y práctico, la jovencita compra unos zapatos de lujo, a veces dicen que de charol, otras de seda y otras de piel delicada. Unos zapatitos o zapatillas, para bailar y divertirse, de un lustroso color rojo, que apenas asomaran, sensuales, bajo las enaguas, cuando bailara y se moviera.
Y entonces llega el castigo. La niña se pone los zapatos, y baila, y baila, pero cuando desea parar, no puede. Una maldición ha caído sobre ella: quiera o no, y ante la mirada aprobadora del resto del pueblo, que cree que está recibiendo su merecido, recorre las calles, desesperada, en busca de ayuda. Algunos se ofrecen a cortarle los pies para que deje de bailar, otros a matarla. Según las versiones, Karen pierde los pies, en otras, muere agotada, en otras, más clementes, entra en la iglesia, reza, o se arrepiente, o un brujo le retira la maldición y aprende de sus errores.
 No te metas en líos, niña, dice la moraleja. Obedece, no destaques, no ansíes ni desees nada, reprime tus deseos de bailar, de gustar, de llamar la atención, o te meterás en líos, y será únicamente por tu culpa. Y ahí estaran las miradas de los otros para controlarte y criticarte, para juzgarte o para ofrecerse a destruirte.
Y yo te digo: baila, niña. Escoge los zapatos más altos, los más brillantes, los más rojos, los que desees. Y los quieres de otro color, pídelos. No tengas miedo, no dejes de bailar una sola noche por el qué dirán, no les entregues a ellos la calle, ni el salón de baile, ni el privilegio de divertirte. Ríete, y diviértete, porque muchas han luchado para que eso sea así, y para que puedas bailar hasta caer rendida. Como quieras y con quien quieras. El final del cuento, digan otros lo que digan, lo narras tú.
  
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 Mis zapatillas mágicas son unas maravillosas alpargatas rojas, con un nombre enigmático, POQ, que esconde el de Pastora Ortiz Quevedo, cuyo Instagram podéis encontrar aquí. Son altas y cómodas, su tejido es suave y mimoso, y con borlas que se mueven cuando camino. En ellas Pastora manifiesta una declaración de amor al trabajo ancestral del cosido a mano, puntada a puntada. Como aquellas del calzado que Karen miraría en el escaparate del cuento.
Con una vida entera dedicada al calzado, su aspiración es la de situar al espadril (otro de los nombres para alpargata) a la misma altura que cualquier otro calzado de lujo. Cada POQ es exclusivo, se ha hecho a mano con producción nacional, y quizas pertenezca a una de sus colecciones limitadas. Las mías son las Amokoi Pompon. Para bailar, para destacar, para hacer lo que se me antoje.
 Tampoco es para pasar inadvertida la falda de volantes, de Wild Pony, con su delicado plisado de tul y su constante movimiento.
Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Museo Cerralbo, en su precioso jardín aún con camelias en flor. Visitadlo, es un paraíso (casi) secreto.
Y ahora, a bailar. 
 

Hats & Horses en Menorca

Las islas son lugares especiales, donde las normas de tierra firma quedan olvidadas y donde las costumbres y tradiciones conviven con lo que trae el mar. Solo una isla podría haber inventado la extravagancia de las carreras de Ascot, caballos, pamelas y chaqués, fresas y cotilleos, y haberlos convertido en una marca de estilo.

El 12 de mayo, en el hipódromo de Mahón, en Menorca, veremos algo parecido: Menorca mantiene esa relación con los caballos tan antigua y tan íntima propia del Mediterráneo, y una fluida conversación con Inglaterra. La comunidad extranjera se encuentra bien asentada en esta isla de un carácter peculiar, con una gastronomía excepcional, sol y grandes posibilidades de inversión y de emprender ideas nuevas. De manera que tendré el placer de ser la madrina de un evento absolutamente excepcional, Hats&Horses, que nace de la mente inquieta de mi amiga Ariadna Vilalta y que  recordaremos por mucho tiempo.

Al fin y al cabo, la prima hermana de la creatividad siempre ha sido la originalidad, y se avecinan tiempos de  propuestas insólitas, de mezclar conceptos y de crear lo nuevo de lo ya agotado. Eso ha sido siempre lo que hemos tenido en común Ari y yo, y lo que nos ha enseñado esa libertad de pensamiento de los ingleses, y la visión única de los isleños.

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Estoy ya preparando los diseños para Hats&Horses, que no son en absoluto sencillos, dado que requiere un sombrero o similar. El tocado que da vida a este look lo firma de María Ramírez, la diseñadora de Y si fuera ella. María ha sido el alma de  EFlamencas, y ahora ha ampliado su línea a sombreros, pamelas y tocados, además de vestidos de fiesta. El resto, un vestido de flecos y un kimono con bordado de Mantón de Manila. Y los demás looks os los enseñaré en una semana. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Jardín Botánico de Madrid.

Influencers: un premio

 

Las palabras aparecen y caen en desuso, se llenan y se vacían de significado, y una de las que ha experimentado ese proceso es la inglesa Influencer. Quizás se ha extendido con tanta facilidad por su similitud con el término español, influencia, y porque influyenteinfluencia se asociaban ya a otros campos, mientras que palabras como prescriptor, figura relevante u opinión autorizada resultaban más especializadas o fórmulas compuestas. 

Sea como sea, influencer se  asocia a la persona que ejerce un liderazgo, que marca o  descubre tendencias en un campo determinado, y que transmite gran parte de esa influencia en el terreno digital.

Cuando la revista Influencers, especializada en nuevas tendencias (su lema es Que el futuro no te deje atrás) y en detectar personajes influyentes, me comunicó que deseaba otorgarme su primer premio en la categoría de Cultura me sentí muy agradecida y con la sensación, que no siempre tengo, de que el trabajo de difusión y de creación de contenidos que llevo a cabo en mis redes sociales seguía dando sus frutos.

Los ganadores eran personas como Los Javis en Dirección de Cine, Patricia Conde y Javier Gutiérrez como actriz y actor, Agatha Ruiz de la Prada en la trayectoria empresarial y Nasrin Zhyyan Abdi y Massumeh en lujo, Gema Hassen Bey en superación personal, y Flash Moda en Televisión, entre otros. Y fue un orgullo encontrarme con ellos y entre ellos en esa I Gala.

En un momento determinado tomé la decisión de apostar por Instagram, mientras muchos de mis colegas escritores se centraban en Twitter: la primera me requeriría mucho más trabajo y esfuerzo, tal y como yo la concebía, pero también una visibilidad de imagen y de temas más eficaz. Exigía también un nivel estético mínimo y entender la filosofía de una red a menudo despreciada por generaciones mayores. La segunda, Twitter, siempre estaría ahí para recomendaciones.  literarias, artículos o titulares.

Por otro lado, decidí que el blog no se centraría en temas literarios. A esos ya le dedicaba muchas horas semanales, y constituían mi trabajo habitual. Otras facetas menos conocidas, las colaboraciones con marcas, los viajes, o propuestas diferentes alimentarían ese contenido. Nuevamente, me he encontrado con gente que no ha entendido mi decisión, y que consideran que una escritora debe centrarse en temas estrictamente literarios o de alta cultura, y con otras personas encantadas con mi trabajo. Lo cierto es que tanto mi Instagram como el blog han gozado de un enorme éxito y un gran seguimiento, me han proporcionado nuevos lectores y oportunidades de trabajo, una cercanía mucho mayor a un público entregado e involucrado, y numerosos reconocimientos.  

El lenguaje, la extensión y la elección de los temas que se destinan a las distintas redes varía: y no tienen mucho que ver con la manera en la que se escribe en medios convencionales, y mucho menos en novelas o ensayos. El vínculo que se crea con el seguidor en medios digitales poco tiene que ver con el creado con el lector tradicional, de la misma manera en la que una conferencia no refleja la labor escrita de un autor. Resulta importante que el escritor comprenda eso, y que sea consciente de que será leído, apreciado o juzgado con severidad por quienes esperen un único registro o una única visión.

Por mi parte, me siento cómoda con los distintos grados de profundidad  y de difusión y con las visiones poliédricas. Mis obsesiones literarias y personales no han variado, pero tratarlas de manera diferente según el medio al que se destine oscila entre el reto y el juego. Tampoco mi nivel de exigencia, ni el deseo de compartir mi universo particular, ni la aspiración a la excelencia. Crear un contenido para medios digitales, trabajar de manera estrecha con márketing o diseñar una estrategia de producto  se ha convertido en algo familiar para mí, tanto como la pedagogía de la creación literaria, la teoría comparada o la creación de un programa para cursos universitarios. Y agradezco de todo corazón a quienes hacen que eso sea posible y valoran y premian lo que nadie puede negar: mi pasión por mi trabajo.

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Para la I Gala de los Influencers Awards escogí un precioso vestido de tul negro de múltiples capas, bordado con cristales Swarovski, de Hannibal Laguna. Pertenece a la colección de primavera 2018 de Hannibalisimo, es muy ligero y largo hasta el tobillo. Los zapatos eran unos Lodi personalizados en dorado y cobre. Las fotos las tomó Nika Jiménez en el Museo Cerralbo, una joya relativamente desconocida en Madrid, y un museo fascinante en un palacete del siglo XIX, pensado desde su origen para exhibir los tesoros que su dueño coleccionaba. Un auténtico influencer de su tiempo.

El día del Cervantes

De entre los muchos premios literarios que se conceden en este país (los locales y provinciales, los que organizan las editoriales o las fundaciones privadas, los otorgados a una obra o al recorrido de un autor, los que reconocen el mérito de una primera obra o de un género en particular) el más prestigioso, el que corona la carrera de un escritor español o latinoamericano es el Premio Cervantes.

Es la Asociación de las Academias de la Lengua Española, con la RAE a la cabeza, la que propone al Ministerio de Cultura el nombre del autor que consideran de relevancia. Desde 1976, la primera edición, en que el premio recayó en Jorge Guillén, los autores premiados constituyen parte de la historia de la literatura: Jorge Luis Borges y Torrente Ballester, Mutis y Cela, Vargas Llosa y Delibes. Entre ellos, aún, muy pocas mujeres: María Zambrano, Ana María Matute, Elena Poniatowska y Dulce María Loynaz.

El Preimio se otorga durante un acto institucional en la Universidad de Alcalá de Henares el 23 de abril: con anterioridad, los Reyes convocan a una serie de escritores a una comida en el Palacio Real, y, en el caso de este año, al premiado Sergio Ramírez. Yo he tenido ocasión de acudir en varias ocasiones durante los últimos veinte años. Las ausencias de los más ancianos se notan dolorosamente, aliviadas por las incorporaciones de algunos autores más recientes.

La literatura y lo que le rodea constituye un mundo complejo, difícil y variable, y los premios merecidos nos reconcilian con él. Sergio Ramírez, con quien coincidí el pasado mes de agosto en Panamá Negro, es un autor nicaragüense, premio Alfaguara, entre otros, con una prosa musical y compleja, y unas tramas hermosas. Un magnífico orador, y una gran persona. Forma ya parte de esa de la más callada, más discreta lista de premios prestigiosos; y no puedo alegrarme más.

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Una celebración de este tipo se encuentra a medio camino entre una ceremonia formal de día y la relajación de una comida entre amigos. Para la comida en el Palacio Real elegí un vestido de Nucay, una marca española con unas propuestas para invitada tan interesantes como este vestido de crepe fucsia con mangas acuchilladas y largas, y fos dos flores (en mi vestido las redujimos a una) en los hombros.

El vestido me pareció pearfecto por color y patrón para el entorno, y poco más había que añadir. Unos salones muy sencillos en rojo de Cristina Valdivieso y un clutch de charol nude de Bimba y Lola. En las fotografías lo cambié por un bolso de raso rojo de Shangai Tang, por si os apetece verlo combinado de manera diferente.

Las fotos fueron tomada por Nika Jiménez en Loewe Flower Shop y en la Plaza de Colón de Madrid.

Camelias en el Pazo de la Saleta

Mi primer pez, una pequeña carpa dorada de las que muchos niños de mi edad tuvimos, se llamó Bianca Camelia. Incluso para mí, una intrépida bautista de siete años especializada en rarezas, era un nombre rebuscado. Bianca procedía de la cantante de ópera Bianca Castafiore, el único protagonista femenino de Tintín, que entonces me tenía fascinada. El camelia se lo debía a las flores blancas y rojas que mi abuela cultivaba en Galicia, que florecían en el invierno y no en el verano y que se deshacían en pétalos, como las escamas de un pez. Que un pececito naranja se transformara en una hembra, y además una  flor blanca, se debía exclusivamente a mi voluntad: las palabras cambiaban y subvertían la realidad, y la convertían en lo que yo deseaba.

Muerta lamentablemente joven Bianca Camelia, y sus dos sucesoras, el amor por Tintín y por las camelias ha continuado. A uno le rendí tributo en Angouleme, y las otras me aguardaban en la Ruta de Camelia, un recorrido por los jardines más hermosos de Galicia, a los que estas flores orientales, bautizadas por un sacerdote jesuita, llegaron traídas por los marineros portugueses y gallegos.

La camelia, originaria de Japón y de China, pertenece a la familia del té. Sus hojas coriáceas, brillantes y rígidas, poco tienen que ver con la sedosa delicadeza de sus flores, que no quieren sol ni calor y se derrumban bajo la lluvia o la nieve. En Europa se conoció a partir del siglo XVII por el botánico James Cunnigham.

 La Ruta de la Camelia sugiere un recorrido por pazos y jardines de norte a sur. Muy en consonancia con su origen oriental, lo que se nos propone en esta ruta es la contemplación de estas flores invernales y bellísimas, efímeras, algo que los japoneses llaman Hanami. Literalmente significa “mirar u observar la flor”, y ellos lo llevan a cabo entre finales de marzo y comienzos de abril, las semanas en las que las flores de cerezo florecen y caen. En ese mirar sin aferrarse cabe el aprovecha el momento o collige virgo rosas occidental: no hace reflexionar sobre la brevedad de la vida, y sobre cómo el instante y la belleza de ese momento es lo único eterno.

De los hermosos lugares donde podéis disfrutar de estas camelias, y quizás de un vino blanco y de una conversación interesante, quiero destacar el que por intención e historia se diferencia más de otros. El Pazo de la Saleta, que se encuentra en Meis, Pontevedra, rodeado de pequeños viñedos. Aquí, en torno a la capilla de la Virgen de la Saleta, y de un antiguo pazo de labranza, una pareja inglesa decidió trazar a su manera un jardín sin laberintos ni las estructuras propias de la tradición francesa e italiana de otros pazos. Las camelias crecieron en un falso jardín campestre, perfectamente ordenado y planificado.

Unas décadas más tardes, restaurado el pazo y la capilla y ampliado el jardín con muchas más especies exóticas, algunas de las antípodas, otras parientes de las ya enraizadas, es una familia gallega la que se ocupa de preservar esa tradición y de mimar tanto las flores como a quien las visita. Tan bien lo hacen que acaban de ser nombrados Jardín de Excelencia Internacional, otorgado por la Sociedad Internacional de la Camelia. 

Podría pasarme horas hablando de este precioso jardín y de los árboles y arbustos que lo pueblan; solo con algunas de las centenares de fotos de las camelias que saqué podéis haceros a la idea de la belleza y de la intensa emoción que se respira allí: cuando creemos haber visto la última flor increíble, otra aparece, y otra, en el siguiente arbusto, con otro color… los ojos se llenan de aquello que no volverá a repetirse, porque mañana será diferente y pasado habrá desaparecido.

Este efecto no es solo obra de la naturaleza. Cada pequeño detalle del jardín está cuidadosamente buscado y cuidado. Entre los troncos y el musgo aparece un tocón con flores y piñas, o una virgen de granito, o una antigua cama convertida en un rincón íntimo. Este es un jardín que reconcilia a quien lo visita con el mundo y con lo que quedó fuera de estos muros, que le regala nueva energía, y que ofrece, en la manera generosa y muda de las flores, lo que las flores dan: belleza y esperanza en el futuro.

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Para el Hanami gallego llevé un vestido azul intenso con rayas de HM. Los zapatos rojos eran de Cristina Valdivieso.

Las fotos fueron tomadas en la semana de Pascua en el Pazo de la Saleta. Toda la información de contacto, o para pedir cita para visitarlo la encontráis aquí. Es el lugar perfecto para una ceremonia, o para sesiones de fotos que queréis que sean especiales.

Algunas de las camelias son extraordinarias: la bicolor Mikenjaku, la extraña camelia amarilla Nitidissima, o la pureza nívea de la Montironi White. Contempladlas, si os es posible.

 

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Creo que una de las razones por las que se abandona el cuidado de la piel es muy parecida a por qué descuidamos una dieta saludable: las dos requieren de constancia. En el primer caso, además, el precio de los productos cosméticos es otra razón para no perseverar.  Por mucho que se insista en que la piel es un órgano delicado, que nos protege y se renueva y que necesita de atención, cada cual conoce sus circunstancia y sus prioridades. De manera que me agrada mucho cuando encuentro no una, sino dos gamas adecuada a pieles distintas, con una relación calidad-precio excelente, y además, con productos son fabricados en España,  y libres de crueldad animal (para mí es un punto muy importante). 
El nombre de la  primera gama es Formulathions, y la podéis encontrar en Primor, una perfumería malagueña, de origen familiar, pero que ahora puede encontrarse en toda España y, lo que es aún mejor, trabaja online aquí.  De la Crema Iluminadora Tourmaline me ha gustado la textura, nada grasa, basada en el aceite de almendras dulces y de rosa mosqueta. Se absorbe muy bien, es ligera e hidrata y alivia de inmediato. La sensación de brillo y de buena cara evidente se debe (o eso me dicen, yo me lo creo por el resultado) a la turmalina.
El otro producto que me encantó fue la Dead Sea Mud, una mascarilla facial purificante. Nuevamente, aquí cada cual tiene sus manías: yo prefiero las mascarillas (con ese aspecto de convertirse en un monstruo de otro planeta y luego salir renovada) a las cremas exfoliantes. Esta en concreto tiene de nuevo una base de mosqueta y almendras, a la que se añade sales del Mar Muerto y algas marinas. Muy ligera, algo tensora, aporta mucha luz y va muy bien para poros menudos como los míos, difíciles de limpiar con una textura más gruesa.
 La otra gama, Coolmethics, también en Primor, cubre dos de los productos que a mí me resultan más efectivos, pero que al mismo tiempo más pereza me dan: el Sérum Facial Natural, que reafirma e hidrata inmediatamente, con extracto de arroz y de pomelo. Unas gotas se notan, sobre todo si no usáis base de maquillaje, como suelo hacer yo.
Y el otro cosmético que me es imprescindible, porque es donde más estoy notando los cambios de la edad, es el Contorno de ojos. En este caso combina aceites para nutrir y manzanilla para descongestionar. A la aplicación religiosa del contorno de ojos, añado una dieta baja en sal (sbre todo por la noche), y cuidados exquisitos para esta zona tan delicada, buena rutina de sueño y algún masaje facial drenante.  De estos productos os quería hablar hoy, ahora que el buen tiempo se acerca y la piel reclama atención. Otro día comentaré algo sobre el cuidado del cabello.

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Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Real Jardín Botánico de Madrid, con luz diurna natural, sin focos ni retoques, tras haber usado durante varias semanas estos productos. Y la cara de frío es atribuible a mí, y a que, qué demonios, hacía frío.

El Jardín Secreto

No es la primera vez que hablo de rincones privado en Madrid justo antes de unas vacaciones. La razón: me horrorizan los lugares saturados, ruidosos, o a los que la moda del momento ha impuesto una lista de espera. Eso no significa que haya por qué renunciar al centro de la ciudad, o a una estética cuidada, o condenaros a lugares solitarios.

En otra ocasión os hablé del Invernadero que Salvador Bachiller, una firma que asociamos habitualmente a bolsos, zapatos o maletas, había abierto en Gran Vía. En los últimos años ha incorporado menaje, complementos y tecnología, y, por supuesto, los gastrobares.

En las dos últimas plantas de su edificio de Montera 37 se sitúa su Salón de té y su Jardín Secreto. El Jardín no es ni más ni menos que un invernadero con una terraza que se abre bajo el cielo de Madrid, en su zona más castiza. La decoración, cuidada hasta el extremo, puede comprarse un par de plantas más abajo, y ojo: es difícil evitar la tentación de llevarse a casa la loza, la cubertería, o la cristalería

Respecto a la carta, la componen platos rápidos, pensados para compartir y picotear, y aún así, sorprendentemente sanos. Smoothies y batidos, tés, (servidos en las mismas tazas que tengo en casa), ensaladas, hamburguesas… Compartí unos nachos con crema y una hamburguesa de pescado. Las raciones resultan generosas  (yo no fui capaz de pedir postre) pero no pesadas. Y después queda la tertulia, a la que invitan esos rincones, los columpios o la pérgola, o un paseo; Sol o Gran Vía se encuentran, aunque en esa terraza con flores y gorriones no lo parezca, a un paso.

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El jersey crudo con manga abullonada es de Mango, y podéis encontrar algunos de ese mismo estilo aquí. Los pendientes turquesa son de Tatiana Riego. Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez en el Jardin Secreto.

Ningún limón resultó dañado durante la elaboración de este artículo.