Yo misma compraré las flores

«La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores». Así comienza una de las novelas más conocidas de Virginia Woolf, popularizada después por la película Las Horas. La señora Dalloway será la anfitriona de una fiesta esa noche, y el hecho de salir ella misma a comprar la flores es una triple declaración de intenciones: tras una grave enfermedad se encuentra con suficientes fuerzas como para asomarse sola a la calle. Como pedía la época, es una ama de casa minuciosa y preocupada, pendiente de los detalles que delatarían su posición económica y su lugar en la sociedad. Y, por último, es un ser consagrado a lo accesorio, a lo inútil: no puede rebajarse a nada físico (para eso está el servicio), sino a la belleza, al último retoque.

 Esa novela casi ha cumplido un siglo (se publicó en 1925) y durante esos 93 años la percepción de las mujeres respecto a su tiempo libre y sus obligaciones han variado enormemente; sin embargo, la sensación de alegría cuando se logra algo de tiempo robado para una misma continúa siendo la que ese primer párrafo describe; la conciencia por un instante de la vida en su complejidad e intensidad, la capacidad para contemplar los detalles que la prisa ha arrebatado. El lujo del tiempo libre aplicado, como una capa de oro, sobre la realidad cotidiana. Incluso para las mujeres acomodadas, a las que su dinero o el de su familia coloca en la obligación de ser elementos decorativos, el disponer del tiempo a su capricho no resulta fácil. La libertad para perderlo continúa siendo un privilegio en una sociedad obsesionada con la productividad y que no tolera bien que las mujeres puedan divertirse solas, o en grupo, o sencillamente, puedan no hacer nada.

De vez en cuando, cuando la tristeza me abruma, cuando el trabajo ya no acaba sino que se enlaza con el siguiente, cuando me siento insignificante e inútil frente al peso de la vida salgo con la intención de comprar yo misma las flores.

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El vestido estampado, con un estampado de cierto aire vintage, es éste de Mango. Con la primavera extraña que padecemos, es perfecto por tejido y colores. Los salones, de Sacha London, rompen el aire clásico con un acabado metalizado azul. El bolsito blanco, en esa línea saco que se está viendo tanto esta temporada, es nuevamente de Mango.