Viaje a la Patagonia IV: Glaciares Águila y Cóndor

En la cuarta jornada del viaje a la Patagonia con Cruceros Australis nuestro barquito nos adentra en el Parque Nacional Alberto de Agostini, rodeado de picos majestuosos y recorrido por el Canal Cockburn, se encuentra el Glaciar Águila. A diferencia de otros glaciares menos hospitalarios, al Águila puede llegarse tras un tranquilo paseo a pie, por un camino que bordea una laguna y que limita un bosque primitivo patagonio.

Alberto de Agostini fue un salesiano italiano que además de labores de evangelización documentó de manera exhaustiva la Tierra del Fuego a principios del siglo XX. Explorador, fotógrafo y autor, publicó varias obras que describían la orografía y las costumbres de esa zona. A él se deben también algunos de los registros cinematográficos de la época, los primeros, y a menudo los únicos. Le interesaban genuinamente los pueblos indígenas y, si bien sus observaciones están a menudo sesgadas por la visión occidental imperante, denunció sin tapujos los abusos y la violencia de que los eran víctimas.

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El paseo ribereño permite una visión tanto de la flora marina, los restos de algas, líquenes y madera de deriva, como de la terráquea. El bosque primigenio, en el que podemos adentrarnos con extremo cuidado y sin tocar ni troncos, ni hongos, ni musgos, no se parece a ninguno de los que cubren el hemisferio norte: hay un diferencia sutil para quienes no sabemos gran cosa de botánica, pero evidente y muy desconcertante, como si nos moviéramos en un sueño o en un cuento.

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El Glaciar Águila puede, casi literalmente, tocarse con una mano. Es un gigante amable y accesible, que abraza más que intimida, que parece dispuesto a dar todas las lecciones que se le pidan y a mostrarnos

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Regreso al Ventus Australis con la sensación nueva de navegar sobre un bosque invisible, el que forman las algas responsables de gran parte de la fotosíntesis y de la liberación del oxígeno que salva el planeta a diario.

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Poco tiempo más tarde arribamos a otro glaciar de una morfología y un talante completamente distinto. Al Glaciar Cóndor se arriba a través de las lanchas, de una manera mucho más fugaz y menos estable: una catarata interna desagua en el canal, y sus lenguas azules rozan la superficie. De vez en cuando, una grieta o un movimiento en el hielo nos recuerda la breve tregua que nos da Cóndor. Por hoy nos dejará regresar sanos y salvos. Mañana ya veremos…

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En estas tierras se entiende con nitidez por qué se originan las historias míticas: hay una suerte de personalidad en los montes, en los hielos, o quizás sea nuestro intento por comprenderlos lo que los humaniza y los reduce para perderles el miedo. Todo está vivo aquí: existe una comprensión instintiva de que no hay un solo punto en este mundo que permanezca inmóvil o estático. En su grandeza, contemplan algunas motas de polvo que se desplazan de un lado a lado. Nada más que eso somos.

Las fotos fueron tomadas por Nika Jiménez durante los distintos paseos de ese día. La mayoría fueron genuinos robados, y las he descubierto al verlas editadas para el blog.